«Están locos», cuenta Cecilia Romano que le decían cuando contaba que sus tres hijas iban a tres colegios distintos. A pesar del caos que significaba, sobre todo en cuento a horarios y logística, ella lo decía orgullosa. Internamente, sabía que era una de las mejores decisiones que había tomado como mamá. «Las tres fueron al mismo jardín y a la misma primaria, que era una escuela chica, privada y laica de Belgrano. Pero cuando la más grande empezó el secundario nos dimos cuenta de que no era un colegio para ella. Con el papá creímos que necesitaba socializar más y el grupo en el que estaba era malo para eso -cuenta Cecilia-. La cambiamos a un colegio privado grande y religioso y empezó a engancharse con actividades como retiros y enseguida notamos un cambio muy positivo. La del medio es mucho más extrovertida y no quería saber nada con ir al mismo colegio de la mayor. Cuando pasó al secundario dio el examen para entrar a un colegio público con un nivel académico muy alto y potenció su personalidad: enseguida se volvió líder del centro de estudiantes. La más chica está en cuarto grado y sigue en el pequeño colegio privado, pero ya dijo que quería ir al de la hermana del medio».
Cualquiera que es padre o madre de varios hijos lo sabe: uno no es igual al otro. Hasta muchos se jactan de lo distintos que son en cuanto a personalidad e intereses. Pero un viejo axioma manda que los hermanos tienen que ir a la misma escuela a pesar de que ese colegio pueda no ser el adecuado para todos. ¿Por qué? Básicamente por cuestiones logísticas, pero también por costumbre. Sin embargo, eso está cambiando y varios padres se animan a romper con ese esquema.
Como Cecilia, son muchos los que al menos se permiten plantearse la situación de elegir un colegio para cada hijo en función de las potencialidades que ven en cada uno de ellos. Otros, en cambio, no lo eligen de entrada, pero acceden al cambio cuando uno de los hermanos manifiesta un problema con la escuela, sea porque tiene alguna dificultad para seguir el nivel académico o porque no se siente a gusto con el grupo que le tocó. En otros casos, la diversidad de elección de colegios pasa por una cuestión que no está relacionada con una real elección, sino con el tema de las vacantes, que suele ser un dolor de cabeza para muchos padres con varios hijos en edad escolar.
«Por lo general, la primera decisión en relación con la escuela es que vayan juntos, pero después puede pasar que uno no se sienta cómodo en ese colegio, ya sea porque el grupo no es bueno o porque no puede seguir el ritmo académico, mientras que el otro, en cambio, está feliz en esa misma institución», plantea Alejandra Scialabba, directora deDiéresis Consultora Educativa, que orienta a familias a encontrar el mejor colegio para sus hijos. «Es importante entender que no todos los colegios son para todos los chicos. Suele pasar que recibo padres que dicen ‘al más grande lo veo para tal colegio, pero al más chico no’. Y está perfecto que puedan verlo, porque eso quiere decir que conocen a sus hijos y se preocupan por darle la mejor opción a cada uno», dice la licenciada en Educación y especialista en gestión educativa.
De lo general a lo particular
Scialabba sostiene que mientras en el primario son los padres los que detectan que determinado colegio puede no ser del todo adecuado para alguno de sus hijos, en el nivel secundario son los mismos chicos los que lo dicen. «A medida que crecen, la voz del hijo tiene más peso y los padres lo escuchan más; en la primaria, sobre todo por una cuestión logística, eso no pasa, y salvo que haya un inconveniente muy marcado en general no se plantean que los hijos vayan a colegios distintos», asegura.
Cuando el problema pasa por una cuestión de mucha exigencia académica que le cuesta más a uno que a otro, la decisión de cambiar a uno de los hermanos suele dilatarse, sobre todo si es un colegio por el que los padres tienen una alta consideración, ya sea porque fueron a esa institución de chicos o porque quieren que sus hijos estudien ahí sí o sí. «En esos casos los padres suelen probar con profesores particulares y apoyo escolar externo antes de hacer el cambio. Dicen ‘me da pena no darles la mejor opción a los dos’. Pero a la larga es peor, porque ese chico empieza a pensar que nunca va a poder, y tal vez ese mismo alumno en otro colegio, con otras características, se destaque. No se busca algo peor, sino distinto. Sobreexigir a un chico genera un impacto negativo en su autoestima, por eso es importante ver otras opciones. En cambio, cuando el problema pasa por el grupo, en general es mas fácil la decisión. No suele haber vuelta atrás», asegura la directora de Diéresis.
Precisamente la cuestión social es lo que motivó a Marina Allende, mamá de Juana, de 16 años, y Fede, de 12, a dar marcha atrás con lo que había planeado. «Mientras los dos estaban en primaria fueron al Guido Spano, pero cuando mi hija empezó el secundario los cambié porque ese colegio tenía un turno para primaria y otro para secundaria. Es decir, me quedaba uno en cada turno y me costaba mucho el tema de los horarios distintos -cuenta Marina-. Decidí cambiarlos a los dos a un colegio privado cerca de casa. Juana aguantó dos años hasta que al tercero me pidió volver al Guido Spano, porque nunca había podido conectar con el nuevo colegio. Entendí que para ella era importante volver, era un deseo genuino. Y eso que entra más temprano y se levanta sola, se toma el colectivo y va por su cuenta», dice Marina, que finalmente también cambió a su hijo más chico. «Ahora va a un colegio público porque tampoco se adaptó. El grupo era malo y nunca terminó de hacer amigos y académicamente le costaba. Lo veía sufriendo mucho. Los dos están con horarios y movidas distintas. Familiarmente es un caos, pero estamos muy felices con el cambio. El anterior no era un colegio para ellos y hoy cada uno encontró su lugar. A él le gusta el dibujo y ya estoy pensando, en secundaria, que vaya a uno con esa orientación».
María Rosa (aclara que Rosa es su apellido) es mamá de cuatro hijos. Hasta el año pasado, cuando el mayor terminó el secundario, los cuatro iban a un colegio distinto cada uno: el más grande, a la ORT; el que le sigue, a una escuela privada pequeña llamada Propuesta Actual; su hija, a Juana de Arco, una institución de enseñanza Waldorf, y el menor, a la escuela pública Granaderos de San Martín. Este año, con el más grande en la facultad y los dos del medio finalmente en el colegio Waldorf, más el pequeño en la escuela pública, reconoce que la vida se le simplificó bastante. «Decidí no caer en la fácil. No todos los chicos son para todos los colegios. Tienen personalidades muy distintas y yo avalo esas diferencias. A veces me siento madre de cuatro hijos únicos», reconoce.
Al principio, confiesa, se resistía un poco al caos de horarios y movidas que implicaba tener cada hijo en un colegio distinto. «Hay que desarrollar un sistema y estás obligada a lidiar con una lógica distinta con cada institución. Y los grupos sociales también son muy diferentes. Me llevó un tiempo lidiar con esto. Aunque desde afuera parezca una locura y algo muy ambicioso, lo defendía porque yo estuve muy a disgusto en el colegio. Pero era impensable plantearlo en casa. Para mi que todos vayan al mismo colegio no es garantía de comodidad ni de bienestar», plantea María, que se define «hija de la educación pública», en contraste con su marido, un «niño bien» del San Andrés.
A la hora de explicar el porqué de cada elección, María cuanta que el más grande decidió ir a la ORT porque la mayoría de sus amigos iban ahí. «Se hizo un pibe de ORT, es de manual; mi otro hijo es un hippie que me dijo que ni loco iba a la ORT, y después de un breve paso por Propuesta Actual se enamoró de la escuela Waldorf a la que iba su hermana -relata-. Mi hija es muy particular y yo estaba buscando una escuela donde la dejaran ser ella. Y en Juana de Arco encontró su lugar, pudo desarrollar todo su potencial. El más chico sigue en el Granaderos, que me encanta porque es una población muy diversa, y eso le suma un montón. Es un colegio muy bueno, está muy armado. Es sólido. El más chico es más parecido al mayor, le gusta la ORT. A mí me gustaría que vaya a la Waldorf, pero será él quien decida», asegura María.
En cambio, Natalia Corneli, mamá de Beltrán, de 11 años, y de Félix, de 8, sueña con que sus hijos vayan juntos a la Escuela Anexa de La Plata, un colegio público de muy buena reputación y alta demanda de vacantes. Natalia cuenta que el mayor logró entrar en sala de 3, pero con su segundo hijo no tuvo esa suerte. «El ingreso es por sorteo. Intentamos todos los años, y en primaria las chances de entrar si no lo hiciste en jardín son casi nulas -reconoce-. Sigo insistiendo, pero casi no tenemos esperanzas, por eso al más chiquito lo anotamos en un colegio privado, Del Centenario. Si bien estamos contentos con la escuela, queremos que Félix entre al estatal porque nos gusta la propuesta pedagógica. Y además tengo uno a la mañana y otro a la tarde. Con los horarios distintos vamos y venimos todo el día. Hago pool con otros padres, si no sería imposible».
Pero si bien muchos padres se muestran más abiertos que antes a escuchar las necesidades que plantean sus hijos respecto del colegio, no todas las familias están dispuestas a escucharlos. «La decisión debe ser negociada entre todos. Pero el primer filtro debe ser siempre de los padres -plantea Scialabba-. Deben preguntarse : ‘¿Qué colegios me cierran?’ Y recién después de eso dejar que el chico elija, porque si él elige un colegio al que de ninguna manera lo mandarían, entonces no está eligiendo. Eso sí: hay que tener en cuenta que si no le cierra al chico, no va a funcionar. Cuesta mucho elegir. Es importante abrir la cabeza, ser receptivo a otras opciones. Y nunca dar por sentado que un mismo colegio es el adecuado para todos los hijos».
Fuente: Laura Reina – La Nación