Fueron y siguen siendo noticia. Desde que se conoció el caso del edificio de Belgrano en el que los vecinos habían colocado un cartel en el ascensor amenazando a una médica, las denuncias comenzaron a apilarse.
No solo médicos y personal sanitario, sino también cajeros de supermercado, farmacéuticos y hasta recolectores de residuos se vieron intimidados en sus propias casas a restringir la circulación por los espacios comunes y muchas veces fueron «gentilmente» invitados a abandonar el lugar. En las redes sociales se replican los casos, amplificando la indignación de la sociedad.
Por fortuna, no son los únicos que vale la pena viralizar. En el otro extremo se ubican aquellos con ganas de hacer algo bueno por sus vecinos, ya sea compartir comida, hacer las compras, donar barbijos o hasta ofrecer material de lectura y enseñar a teñirse el pelo. El modo solidario del cual siempre nos enorgullecemos los argentinos también parece haberse puesto al servicio de esta pandemia con toda creatividad y gracia.
«Hace un par de años, a partir de finalizar un libro muy gordo estando de viaje, adopté la costumbre de dejar los que termino de leer en lugares públicos. A veces en bancos de plaza, a veces en vagones de subte o en paradas de colectivo. Me gusta la idea de que el libro circule. La cuarentena me agarró con 15 ejemplares que estaba preparada para dejar por la ciudad», relata Magdalena Villemur, periodista. que ahora decidió repetir la acción en el hall de su edificio. Escribió un cartel explicando la propuesta y dejó una caja con los libros en el palier común.
«Me aseguré de sanitizarlos para que la gente los tomara con tranquilidad», agrega. La premisa surtió efecto: esa misma tarde ya se habían llevado seis. A la mañana siguiente, otros dos. Y en una salida a comprar se cruzó con una vecina que le agradeció en persona. «El mío es un edificio en el que en general no hay mucha armonía y suele haber conflictos. Por eso también me pareció una buena acción para bajar los decibeles y proponer un gesto de bondad que nos amigara en estos tiempos difíciles», expresa Lucila.
En el edificio de Luciana Grotteschi, en cambio, las propuestas solidarias hasta se superponen. Mientras una pareja en el 2º ofrece ayuda para pagar servicios online, un médico ofrece su expertise sin cargo, y la propia Luciana, junto a su marido Amílcar, sumaron su cartel en el hall para contar que estaban realizando barbijos y los ponían a disposición. «Recibí por Whatsapp un video de República Checa que hablaba de cómo habían controlado el virus incluyendo como medida el uso de barbijos, y cómo se armó una red para hacerlos y regalarlos. Así que me puse a googlear cómo era el proceso, y aunque mi máquina de coser había quedado en lo de mi mamá, me animé a hacerlo a mano», describe. El primero, hecho con tres capas de tela, fue para su marido. Los siguientes para sus hijos, y fue entonces cuando su familia le contó de uno de los carteles en el hall. «Cuando ves que otros lo hacen pensás ‘¿y por qué yo no?’. Es un granito de arena, no estamos en un hospital salvando vidas, pero si alguno necesita una mano y se la podemos dar, acá estamos», relata, minimizando su acción pero sin embargo confiando que se emocionó cuando vio los otros ofrecimientos en la entrada. «Se me hizo un nudo en el estómago y me agarraron ganas de llorar. Estamos todos un poco sensibles», razona.
Entre tantas malas noticias, el ansia por algo de luz y bondad es fuerte. Por eso tampoco sorprende que la foto de todos los carteles en el hall que puso en Twitter su cuñada haya superado los 36.600 likes, con muchos comentarios diciendo que debían sentirse «en el mejor edificio del mundo».
Y aún sin propuesta concreta, también están los que se animan a pedir y se sorprenden para bien con la respuesta de su comunidad. Encerrado en su departamento de Barcelona, adonde viajó para hacer un master a mediados del año pasado, Martín Bordeu se descubrió con muchas ganas de volver a tocar la guitarra. Y después de algunos días de pensarlo, decidió escribir una nota para recurrir a la solidaridad vecinal en caso de que alguno tuviera una en desuso. Su sorpresa fue enormes cuando Guadalupe, otra argentina, le tocó la puerta con su deseo materializado en la mano. «Fue el primer contacto que tuve con ella, de mis vecinos solo conocía al de la puerta de al lado de casa», cuenta.
Generosidad gourmet
Basta darse una vuelta por Instagram o Facebook para saber que si algo alimentó la cuarentena es la cocina. Con tanto tiempo en casa, hasta el menos hábil ya probó a hacer alguna receta elaborada, y los panes caseros, con o sin masa madre, son el gran boom de la temporada. De allí a querer compartir estas delicias hay un paso muy corto, que se achica aún más cuando quien está al mando de la cocina es experto. Como sucede en la casa de Virginia Fernández Maldonado, cocinera, que en estos días ya les hizo ñoquis a sus vecinos para celebrar el 29 medianera de por medio, y hasta le horneó a su vecinita unos alfajores de maicena con su nombre para su cumpleaños de seis. «También nos pusimos de acuerdo para cantarle el feliz cumpleaños todos juntos, entre las dos familias, y cada vez que alguno sale a comprar, les avisa para sumar lo que necesiten», ilustra.
Al mismo tiempo, para muchos las ganas de cocinar no se condicen con la cantidad de gente presente en la casa para comer esas preparaciones antes de que se echen a perder. Como le sucede a Nash Wigutov, creadora de contenido gastronómico bajo el alias @unpocodenash, que todos los días hace varios platos de lo más diversos y sabrosos para las redes, y que encontró en el ofrecimiento entre vecinos, amigos y familiares de unas pocas cuadras a la redonda la solución para no tirar lo mucho que le sobra (y hacer feliz a varios). «Estando sola en cuarentena, tengo el freezer lleno de comida que no consumo, y además las marcas me siguen enviando productos para que pruebe y cocine. Así que empecé repartiendo entre amigos y familia y después le toqué la puerta a mis vecinos de piso para ofrecerles. Todos estuvieron felices y muy agradecidos de recibir comida casera», cuenta. En días de encierro, su veta de cocina saludable (en especial su pan de masa madre) sin duda es muy apreciada.
Un mundo aparte
Los barrios cerrados y countries son un mundo aparte. Aunque en sus chats de comunidad siempre hubo pedidos de gestos solidarios para donaciones a iglesias, refugios y ONG con acciones concretas, por estos días abundan todo tipo de ofertas y propuestas.
«Nos prestamos huevos, harina, chocolate, herramientas y lo que te puedas imaginar. También hay quienes empezaron a prestar sus servicios gratis, como por ejemplo con clases de yoga, atención psicológica y hasta clases de matemática particulares por Zoom», relata Lucila Giavedoni, que vive en un country de Pacheco. Sin posibilidad de atención de jardineros durante las primeras semanas de la cuarentena, uno de los ítems que más alto cotizó en los pedidos fue el de la máquina de cortar pasto, especialmente necesaria en días de calor y peligro de dengue. «Cuando ya todos teníamos el pasto muy alto y no dábamos más, un vecino la ofreció en el grupo. Al minuto había una lista de 35 lotes que la pedían. Cada uno que la terminaba de usar la higienizaba y se la llevaba al lote que seguía», ilustra. Con el ofrecimiento del equipo de un vecino más, el sistema se terminó de aceitar y la rueda siguió girando hasta que se admitieron los jardineros entre las actividades exceptuadas.
Otro rubro muy convocante es el de la decoración de cumpleaños, necesaria para todos aquellos con chicos que cumplen en estos días. «Y también hay mucho préstamo de juguetes y rompecabezas, todo bien limpio, vital para que los chicos no se aburran y tengan algo nuevo cada tanto. Con una vecina amiga hacemos intercambiamos una vez por semana de dos o tres cosas», cuenta Lucila.
Aunque tal vez el caso más original sea el de Vicky Stefani, peluquera dueña de un local homónimo, que extendió la invitación a sus vecinos de su barrio cerrado de Don Torcuato para acceder a sus vivos de Instagram, donde enseña a teñirse de forma correcta las raíces y los laterales de la cabeza, como para estar medianamente presentable. «Pasé los primeros días de la cuarentena muy angustiada, hasta que mi marido me hizo entender que no servía de nada esa postura, y que de hecho hasta podía bajarme las defensas. Y aunque al inicio pensé que no podía aportar mucho siendo peluquera, después se me ocurrió que podía aportar desde mi lugar», describe. Así nació su primer vivo, en el que se dedicó a contestarle las fotos de sus raíces a más de 300 personas con indicaciones precisas, explicando qué altura de tono comprarse y cómo aplicarlo. «No entro en el detalle de llevar tal color mezclado con tal otro ni recomiendo marcas, porque la idea no es promover que salgan a la calle a buscarlo, sino que solo compren para pasar este momento. Para que después vayan a su peluquero, que las va a estar esperando y las necesita, pero dignas y sin que se hayan hecho un desastre», apunta, preocupada por marcar que esto no busca ir en detrimento del rubro -incluso de su propio negocio-, sino que es una forma de ser solidario y ayudar a que la gente se vea mejor, entendiendo que cuando esto termine ya habrá tiempo para volver a los locales y hacerse un trabajo integral. «La respuesta fue increíble, recibo agradecimientos y hasta videos de maridos haciéndoles el color a sus mujeres mientras me miran. La gente es muy generosa, se lo recomiendan entre todos y cada vez somos más. ¡Creo que todos deberíamos vivir siempre en este modo de cadena de favores!», se entusiasma. Con tal feedback, sus planes siguen extendiéndose a la par de la cuarentena: lo próximo serán los cortes de pelo en vivo, empezando por su propio look.
No todos estamos en mismo barco
Por Silvana Weckesser, psicóloga clínica
Es difícil opinar sobre la conducta humana frente a una crisis sin herir susceptibilidades. Pero lo cierto es que hoy nos encontramos frente a la responsabilidad de modificar nuestra manera de pensar y actuar comprendiendo, finalmente, que todos somos parte de un mismo sistema.
La mayor afectación que produce el Covid-19 es poner a la luz qué tan humanos y vulnerables somos. La certeza y la eternidad están claramente cuestionadas por la realidad misma. Todo aquello que nos permitía velar nuestra indefensión en los momentos «normales» hoy queda expuesto de manera descarnada.
Frente a esto, surgen varias respuestas: ansiedad, angustia, irritabilidad, dificultades del sueño. Ni más ni menos que estrés puro. Aún no es posible tener datos certeros sobre cómo este enemigo invisible está cambiando nuestras mentes, pero no hay duda de que nuestras conductas y hábitos tendrán que ser modificados, y que los efectos psicológicos del trauma estresante se desarrollarán a medida que pase el tiempo. Y aunque todos estamos en esta tempestad, no todos estamos en el mismo barco.
Aquí es donde la habilidad de resiliencia, entendida como la capacidad de salir fortalecido en condiciones adversas, será manifestada por los más beneficiados. Ayudar a desarrollar y enseñar a transformar el dolor en una posibilidad nueva de respuesta eficaz a las crisis es la tarea esencial de la psicología en estos tiempos.
En este sentido, una sociedad resiliente es aquella que se mantiene unida, cooperando entre todos hacia un bien común. La que desarrolla la solidaridad, el respeto y el cuidado mutuo, sin dejar lugar a los prejuicios. Una sociedad que intenta lidiar con el dolor emocional al que esta situación nos obliga, transformando eficazmente la sorpresa de este presente impensado en una nueva posibilidad.
Así, los lazos afectivos transformados en apoyo social son fuente de bienestar y una clara expresión de la resiliencia. Las personas naturalmente sensibles son en general bastante empáticas, capaces de comprender la emoción, los pensamientos y el cuidado que necesitan otros.
Hoy, que todos estamos sensibles y desorientados, el Covid-19 nos deja como legado a millones de jóvenes (y no tanto) dispuestos a colaborar y ofrecer su ayuda. Estos actos empáticos y solidarios nos permiten orientar nuestros pensamientos, ayudando a cambiar nuestras emociones y alimentarnos de amor y salud mental, tan necesarios en este tiempo.
Al fin y al cabo, conviene pensar que lo malo siempre tiene algo bueno para rescatar. O, como decía Gustavo Cerati: «Sacar belleza de este caos es virtud.
Fuente: Vicky Guazzone di Passalacqua, La Nación