Zapatos o zapatillas. Mejor, zapatos. Y esa camisa blanca que va con todo. Hoy dicen que lloverá, usaré el sobretodo en lugar del saco. Sí, camisa blanca, y a anudar la corbata. ¡El barbijo! A no olvidar el barbijo. El tapabocas es el protagonista de nuestra nueva vida en la batalla contra el coronavirus, junto con otras medidas preventivas como la distancia física mínima de dos metros con otras personas, lavarse las manos y evitar tocarse la cara.
Sanitarios, caseros, cosidos por emprendedores cercanos o por diseñadores de moda, son los salvadores de esta era y un símbolo que perdurará en la vida cotidiana. Mientras que en Japón desde hace décadas son de uso frecuente y solidario, en la Argentina son obligatorios desde mediados de abril, aunque al comienzo de la pandemia los especialistas no los recomendaban.
Bien usadas -vale la pena insistir en que deben cubrir nariz, boca y mentón- las mascarillas higiénicas (también conocidas como mascarillas de tela, caseras o fabricadas por el propio usuario) actúan como barrera para evitar la propagación del coronavirus hacia otras personas, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). «Tapaboca es un término que crea un falso concepto -explica Ángela Gentile, jefa de Epidemiología del hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, que integra el Equipo Asesor de los ministerios de Salud de la Nación y de la Ciudad-. Prefiero llamarlo barbijo social. Tenemos que taparnos boca y nariz porque el virus, para poder entrar en las células, necesita primero pegarse a un receptor, y la nariz es el lugar del organismo donde hay más de esos receptores».
«No taparse la nariz es un gran error -agrega Mariana Andreetti, médica especialista en clínica médica-. El nombre correcto debería ser cubrenariz, boca y mentón, porque el mentón es parte de la sujeción junto con las orejas para tener la mayor superficie de la cara cubierta. Debe ser de alguna tela de trama cerrada, y si se puede hacer bi o tricapa, mejor. Su función es disminuir el riesgo de contagiar a otros, y si las otras personas lo usan, todos disminuimos ese riesgo «.
El tapabocas llegó para quedarse, por lo menos mientras se transite la pandemia y a la espera de la vacuna. Hace cinco meses, la primera cuestión fue saber qué barbijo era el óptimo, reservando los suministros médicos para los trabajadores de la salud. Mientras los precios escalaban, se viralizaron videos explicando cómo confeccionar un tapabocas casero con pañuelos o recortes de tela, un par de bandas elásticas y papel tissue. Los tutoriales duraron un soplo, aunque, en tiempo de cuarentenas, quizás fueron semanas, meses o una eternidad.
Pronto surgieron las versiones de emprendedores, marcas y diseñadores. Por la crisis económica y el parate de la industria textil, los talleres readaptaron sus máquinas para confeccionar este nuevo accesorio. Además, claro, si los tapabocas son parte de nuestra vida bien vale la pena que, además de brindarnos seguridad sanitaria, puedan ser cómodos, de buena confección y lindo diseño.
La tecnología sumó su valioso aporte con las mascarillas inteligentes. Como la creada en Italia, que es autodesinfectante e inclusiva: al ser transparente, facilita la comunicación con personas sordas. Y el detalle tecno: por Bluetooth, sus sensores miden la calidad del aire y detecta focos activos de coronavirus. Más cerca de casa, los superbarbijos Atom Protect confeccionados con telas tratadas con activos antivirales, bactericidas y fungicidas surgieron del textil Alan Gontmaher, propietario de una Pyme de La Matanza, que tuvo una idea superadora. «Buscó asesoramiento científico para hacer un tratamiento en telas tejidas de algodón polyester para fabricar tapabocas mejores que los que había en el mercado», dice Ana María Llois, investigadora superior del Conicet y directora del Instituto de Nanociencia y Nanotecnología Conea/Conicet. Lo hizo junto con científicos del Conicet, la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Nacional de San Martín.
Solidaridad de lujo
Al comienzo de la pandemia, el primer vínculo entre barbijos y la industria de la moda fue solidario, cuando las grandes casas internacionales, como Louis Vuitton, Gucci, Yves Saint Laurent, Balenciaga y Prada, readaptaron las instalaciones de sus fábricas para producir a gran escala máscaras no quirúrgicas.
En una versión más fashionista, pronto se vieron creaciones de alta gama, ya con interesantes diseños. El creador de Off White, Virgil Abloh -también director creativo de la colección masculina de Louis Vuitton- lanzó máscaras de algodón que vende por 80 euros y son furor. Las líneas marineras celestes y blancas estampadas con un beso en los tapabocas, diseñadas por el francés Jean Paul Gaultier, ya van por su segunda edición. Más formal fue la propuesta de Fendi, con su tradicional monograma.
Si la cuestión era embellecer los tapabocas, los museos lograron una versión más artística: el Museo del Prado las estampó con fragmentos de El jardín de las delicias, de El Bosco; el Metropolitan Museum de Nueva York, con imágenes de Van Gogh, y el Thyssen-Bornemisza, con obras de Renoir, entre otros.
Creado por una necesidad sanitaria, ¿cómo se vincula el tapabocas con la moda? Justamente, el diálogo entre salud y moda tiene antecedentes contradictorios. Como el corset que antaño producía deformaciones de columna y abortos espontáneos, dice la socióloga Laura Zambrini, profesora titular de Sociología de la carrera de Diseño de indumentaria y textil de la FADU-UBA e investigadora adjunta del Conicet.
Y, sin ir más lejos en el tiempo, los zapatos con plataformas, los jeans ajustados que derivan en problemas ginecológicos, o el exceso en el uso de planchitas de pelo son ejemplos en los que la moda no tiene en cuenta la salud. «El nuevo milenio viene con otro discurso, que pone el foco en la funcionalidad y no en lo estético -agrega Zambrini-. Con un respeto en lo ambiental, lo económico y lo social».
¿Y qué lugar ocupa el barbijo? «Incorporarlo al principio era incómodo, no agradable. Entonces fue necesario dar una vuelta más a la estética funcional, por ejemplo, para que no empañen los vidrios, y acercar este objeto que tiene un fin sanitario». Como a nivel global hay una crisis que paró la producción, muchas industrias comenzaron a fabricar tapabocas por una necesidad económica y porque la coyuntura lo requería. «Hay barbijos más elegantes porque está esa cuestión de querer usar marcas, con todo lo que se juega a partir del vestir, el construir nuestra identidad. Y hay una parte lúdica de intervenir el barbijo que tiene que ver con la personalidad. Forma parte de esa subjetividad que dialoga con las tendencias. Y hoy lo que se puede mostrar es el barbijo», dice Zambrini.
Sin embargo, la socióloga no catalogaría el tapabocas como un accesorio más de moda:surge de una emergencia sanitaria, y la sociedad así lo incorpora mientrasel diseño hace propuestas para acercarlo y, en tanto, sigue produciendo con el stock de telas que tiene.
¿El barbijo llegó para quedarse? Sí, seguramente mientras dure la pandemia y la Covid-19 siga siendo una amenaza latente. «Si aparece la vacuna, no sé si se seguiría usando, porque estaría asociado a un problema de salud, a una época en la que no pudimos ver a nuestros seres queridos, no tuvimos juntadas ni reuniones y en la que hacemos el recuento de enfermos y de muertos todos los días. Y no es algo que surgió de los parámetros de la lógica de la moda», agrega.
«Después de la pandemia, quizás nadie quiera ver más un barbijo, pero sí se buscará la forma de protegerse -aporta la analista de tendencias Gaba Najmanovich-.Permanecerá la búsqueda de quedar protegido, y esta permanencia se trasladará al cuidado ambiental».
Para Najmanovich, también diseñadora de indumentaria especializada en Londres, la necesidad de convertir el barbijo en algo más lindo es una forma de salir de lo trágico de esta situación. «Cuando lo podés hacer más estético te hacés a un lado del drama. Pero no quiere decir que será parte de nuestra normalidad, como en la sociedad asiática, que tiene otro vínculo con el barbijo, más asociado al respeto y al cuidado del otro».
En Japón, su uso generalizado lleva décadas, una costumbre adquirida para protegerse de la enfermedad y una forma de demostrar solidaridad. «Los japoneses son muy sensibles a temas de higiene y limpieza. Si alguien está con gripe, a fin de no contagiar a otras personas cubre su boca para no esparcir microorganismos que afecten a otras personas. No es para no contagiarse de los demás, sino para no contagiar», dice Cecilia Onaha, profesora de Historia de la Cultura Japonesa de la Universidad del Salvador.
Y agrega: «Es un principio cultural de la sociedad japonesa, en donde no causar molestias es el principio que rige a las relaciones interpersonales, en particular en la vía pública. En los trenes o subtes de Tokio llama la atención que no suenan celulares y nadie habla en voz alta. Está mal visto causar molestias».
Con sello local
A pedido del público y por la necesidad de mantener las máquinas textiles en movimiento, el diseño de los tapabocas también evolucionó en la Argentina. Cuando las marcas lanzaron sus primeros y apurados modelos, se quedaron pronto sin stock. El diseñador Benito Fernández fabricó y donó al Hospital de Niños Pedro de Elizalde barbijos confeccionados con las telas que utiliza en sus vestidos para que fueran subastados. Además, los incluyó en sus colecciones, coloridos y alegres. Fueron parte del invierno y para verano agregó el portabarbijo, a tono.
«Vinieron para quedarse por mucho tiempo, me da la sensación que es una prenda que se incorporará a las colecciones, porque las marcas tienen que interpretar las necesidades de la gente, sobre todo ahora que empieza a salir», anticipa.
En una segunda vuelta solidaria de la ex Casa Cuna, se sumaron más de 25 diseñadores convocados por la Cámara Argentina de la Moda (CAM), que con todo su talento crearon cubrebocas para subastar. Entre ellos, Laurencio Adot, Fabián Zitta, Martín Churba, Jorge Rey, Adriana Costantini, Gabriel Lage (y la lista, afortunadamente, sigue). «La mayoría fueron artesanales, cada diseñador reflejó la impronta de su marca en cada barbijo. Por ejemplo, los de mi etiqueta fueron estampados a mano con el mismo tratamiento con el que pinto las sedas que utilizo -dice Francisco Ayala, presidente de la CAM-. Algunos socios de la Cámara en plena cuarentena reconvirtieron sus producciones industriales a la confección de insumos médicos y de barbijos para afrontar la emergencia, tal es el caso de Beatriz Volosin, de Medias Mora».
Por lo menos en el futuro inmediato, los barbijos serán una línea más en las marcas. Coincide Natalia Nupieri, del Observatorio de Tendencias del Instituto Nacional del Tecnología Industrial (INTI), «pero se necesitan cambiar varios aspectos de materialidad y construcción para cumplir con la funcionalidad y la demanda de uso. Para usar un tapabocas durante varias horas es necesario que esté hecho de textiles y materiales no tejidos que sean respirables, que no concentren o fomenten el desarrollo de bacterias provenientes de la respiración, deben ajustarse bien arriba de la nariz y abajo de la pera para cumplir su función. Y no debe molestar su ajuste, ni en cabeza ni en orejas».
Y alerta: «Hoy en día en el mercado hay de todo, pero un gran porcentaje es altamente inefectivo. Si cumpliendo con estas cuestiones, y tal vez agregando diferenciales tecnológicos o de uso, las marcas logran un producto con identidad, es una buena oportunidad de fortalecer la relación con los clientes». Desde el INTI publicaron un documento con información sobre la fabricación industrial de mascarillas higiénicas reutilizables, con sus consideraciones técnicas y la funcionalidad de los materiales.
En las marcas Vitamina y Uma las primeras ediciones de tapabocas se agotaron y ya están de vuelta en su eshop. De triple capa, con pliegues para calce anatómico, algunos reversibles, otros estampados, con elástico. ya confeccionaron y vendieron alrededor de 15.000 unidades y diseñaron varios modelos en géneros de la colección primavera-verano.
Antes de comenzar la producción de tapabocas, en Perramus emprendieron una búsqueda e investigación desde el área de producto con organizaciones y empresas relacionadas con la confección de indumentaria y material sanitario. En invierno la producción fue de 6000 unidades y para primavera-verano 20/21 fabricarán unos 10.000, confeccionados en tela exterior repelente o impermeable para otorgar mayor protección y, en el interior, telas suaves y confortables al contacto con la piel, explica Constanza Airaldi, encargada del departamento de producto de Perramus.
En una versión de alta gama, en el atelier de Evangelina Bomparola los tapabocas nacieron con una cápsula de seda natural reversibles bordados con cristales, y al tiempo agregaron una minicartera con una botellita de alcohol en gel y guantes de látex para colgar del cuello o en la cartera. «Es nuestra manera de volar en tiempos de quietud y también de seguir acompañando a nuestros clientes en esta nueva normalidad», dice la diseñadora.
«Sé que la vacuna está cada vez más cerca, pero tengo claro que es un accesorio que vino para quedarse. Quizás se use menos que ahora, aunque hemos desarrollado una convivencia de vulnerabilidad que, al menos en lugares muy concurridos, vamos a seguir usándolos», agrega.
Diseñador de alta costura y médico, Adrián Brown se resistió al principio a producirlos en serie. «Pero después, cuando unas clientas me lo pidieron para usar con sus vestidos, me entusiasmé. Estéticamente no me resultaba atractivo un vestido de cóctel en una persona con media cara tapada. Es un accesorio que, según desde donde lo veas, resulta más o menos atractivo». Confeccionó tres vestidos de fiesta y uno de novia con tapabocas en composé para una ceremonia religiosa compartida por Zoom.
Del barbijo médico a la máscara casera
Cuando los contagios y muertes fueron cada vez más críticos en EE.UU., el 3 de abril el Centro de Control de Enfermedades (CDC) recomendó la utilización de «una máscara facial de tela» para evitar la propagación del nuevo virus. Robert Redfield, director del CDC, instó a los estadounidenses a usar «algo casero, como un pañuelo o una bufanda» para evitar que el flush (las gotitas que eliminamos al hablar, toser, cantar, gritar o estornudar) se diseminaran más allá de nuestros labios.
La obligación de usar tapabocas en Buenos Aires comenzó el 15 de abril, y se fue extendiendo a todo el territorio nacional. La OMS se sumó tardíamente a la recomendación y lo hizo recién el 5 de junio. Después de decirle que sí, la autoridad sanitaria mundial dio un importante viraje y recientemente su director general, el doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus protagonizó la campaña por redes Wear a Mask (usa la máscara).
Recién el 10 de julio, el presidente de Estados Unidos,Donald Trump, que se había opuesto al tapabocas y a la cuarentena, apareció por primera vez con un barbijo social en un acto oficial, una máscara negra con el sello dorado de la Presidencia. En ese momento, la pandemia ya se había cobrado 135 mil vidas en su país y era eje del duelo electoral con la fórmula demócrata Biden-Harris. En señal de protesta, prestigiosos actores publicaron en Instagram sus selfies, pero con la consigna #wearadamnmask(usa una maldita máscara), como Charlize Theron, Patrick Dempsey, Reese Whiterspoon, Jennifer Aniston, Anne Hathaway y más.
La utilidad de los tapabocas ha sido demostrada por varios estudios. En un trabajo publicado en el Journal of General Internal Medicine, investigadores de los EE.UU. demostraron que su uso no se limita a reducir la diseminación del virus. «Es bueno para proteger a otros, pero además ayuda a tener menos sintomatología en caso de contraer la enfermedad», dijo la epidemióloga Mónica Gandhi, una de las autoras del estudio. Otra investigación de las universidades de Cambridge y Greenwich indicó que si al menos el 50% de la población utiliza un barbijo social de manera rutinaria, el R, que representa el número de personas a quien alguien infectado transmite el virus, puede ser menor que 1. «Aun los barbijos sociales más simples, hechos de remeras o repasadores de cocina, son un 90% efectivos para prevenir la transmisión», aseguró John Colvin, de la Universidad de Greenwich. «Existe una percepción de que usando un tapabocas consideramos a los otros un peligro, cuando en realidad los estamos protegiendo de nosotros», concluyó el investigador, y reconoció que el uso del tapabocas se mantendrá un largo rato.
El mayor productor mundial de barbijos es China. Durante la pandemia, la Administración Nacional de Alimentos y Tecnología Médica (Anmat) eximió a los barbijos importados de calidad médica de pagar tasas aduaneras y también fue mucho menos exigente con las autorizaciones. «Los que entraron en estas condiciones, dicen importados bajo el contexto de emergencia sanitaria Covid-19 en el paquete», explica el farmacéutico Christian Seú Texeira, director técnico de casa central de Droguería del Sud, la más importante del país, que abastece a 9000 farmacias de todo el territorio, incluidas las hospitalarias.
«En nuestro mercado de barbijos de calidad médica hay registradas varias subclases, pero básicamente tenemos dos tipos: el de tela, que puede ser bi, tri o cuatricapa, llamado quirúrgico, y las mascarillas, los N95 o KN95, también conocidos como 3M. La mascarilla es un polímero que no permite pasar al 95% de las partículas de hasta 0,3 micrones. Está pensado no solo para evitar contagios pandémicos, sino también para el uso médico en un quirófano o área estéril», añade el farmacéutico.
Hasta el 29 de mayo, los barbijos de calidad médica eran considerados insumos críticos. Pero ahora nada impide que el público los utilice. Seú Texeira añade que, además de todo el personal del área de salud, deberían usar barbijo de calidad médica embarazadas, mayores de 60 años, personas con enfermedades preexistentes, Covid-19 positivos (sintomáticos o asintomáticos) que por fuerza mayor deban salir de sus casas y personas que asisten a otra infectada en el hogar mientras están en la misma habitación que el contagiado. En nuestro país varias empresas fabrican barbijos de calidad médica, pero el grueso viene desde el exterior. Hasta que llegó la pandemia, en Droguería del Sud, que atiende al 27% del mercado local, se vendían 2000 barbijos anuales. Con el Coronavirus esa cantidad aumentó el 40.000 %.
El barbijo social debe usarse en forma permanente, tanto al aire libre como en espacios cerrados. Solo se puede sacar en la casa y entre convivientes. La doctora Gentile, que es una de las tres médicas que presidieron la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), indica que en los menores de 6 años los tapabocas «no convienen, porque existe el riesgo de accidente por asfixia. Y está totalmente prohibido en menores de 3 años, por la misma causa. No es cierto que los chicos tengan más carga viral: tienen formas leves y suelen ser asintomáticos».
Mientras los especialistas recomiendan sus condiciones de uso, en el otro extremo, lejos del panorama médico, un diseñador de joyas israelí creó el tapabocas más caro del mundo. A pedido de un multimillonario chino diseñó una mascarilla valuada en 1,5 millones de dólares con el más alto nivel de protección (N-99) y revestida en oro y diamantes. Sobre gustos (extravagantes) no hay nada escrito. Sobre salud, sí.
- Con la colaboración de Gabriela Navarra
Fuente: Mariangeles Lopez Salon, La Nación