La travesía de la familia Zapp
Hay historias que merecen un libro y a veces suele ocurrir que los tiempos de los sucesos se invierten, a punto tal que parece que la obra se escribió antes que la aventura. Son de esas historias que tienen todos los condimentos de leyenda que uno se pueda imaginar. Ésta es una de ellas, de las más particulares entre las particulares. La de una familia que se formó mientras daba la vuelta al mundo.
La aventura de los Zapp es, como mínimo, increíble, porque sus memorias tienen matices de guion cinematográfico, repletas de carga emocional y ribetes de inspiración, mucho de riesgo y una buena dosis de locura. Recorrer más de 360.000 kilómetros por cinco continentes, visitar 102 países y volver 22 años después habiendo procreado cuatro hijos durante el viaje, no es cosa de todos los días. Y menos aún, hacerlo en un auto que para cuando partieron tenía más de 70 años y casi 100 a su regreso.
Candelaria Chovet y Herman Zapp se conocieron cuando ella tenía 8 años y se hicieron novios empezada la adolescencia. El primer sueño que se propusieron fue el de envejecer juntos, y a la siguiente quimera la arrancaron cuando ella tenía 29 años y él cantaba 31. Acordaron salir al mundo a vivir aventuras, sabiendo que los hijos irían llegando. El destino original era Alaska, como mochileros, en un periodo estimado de no más de seis meses. Y ocurrió que esa primera etapa se estiró a cuatro años y la hicieron en auto. En diálogo con LA NACION, el matrimonio, junto a sus hijos, rememoran el periplo y todo lo que dejó en sus vidas.
Un ancestral auto como compañero de gira
Cuenta Herman, que cuatro meses antes de salir hacia el hemisferio norte le ofrecieron un auto del cual se enamoró de inmediato. Era un Graham-Paige de 1928, ese que los llevaría a dar la vuelta al globo. “Un auto viejo, que parecía frágil y que finalmente se portó de maravillas, superando obstáculos que hoy a la distancia parecen imposibles. Desde arenales en Namibia y terrenos imposibles en Botsuana, a los desafíos del desierto de Atacama y hasta un tremendo barrial de decenas de kilómetros en Mozambique”, dice este hombre que hoy tiene 55 años y que dejó su emprendimiento de instalaciones eléctricas/fibra óptica para sumergirse en semejante periplo.
“Si bien tuvimos algún percance con ‘Macondo Cambalache’ –así se llama el auto- resultó ser cómodo, noble y sencillo porque permite arreglar todo bastante fácil. Lo lindo e increíble es el carácter que tiene, ya que le tomás una foto en la Quinta Avenida de Nueva York o en el parque nacional del Serengueti en África junto a las jirafas, y en ambas sale hermoso, con mucho estilo”. “Fue nuestra casa perfecta”, sentencia Candelaria mientras le dedica una mirada con absoluta devoción.
Técnicamente este modelo tiene un motor de 6 cilindros de siete bancadas, con lubricación forzada, pistones de aluminio y otras características de avanzada para su época, de hecho, por entonces si bien no llegaba a ser un premium como los Packard, con lo que costaba un Graham se podían comprar hasta tres Ford A. Cuentan que lo pintaron tres veces durante el viaje, que le modificaron el techo para adaptarle una carpa en cierta sintonía “motorhome” y le colocaron un enorme baúl en su parte trasera donde, entre otras cosas, viajaba la cocina.
Cuando salieron llevaban unas pocas herramientas, algunos rayos de madera de repuesto, no mucho más, y lo cierto es que a lo largo del recorrido les trajo muy pocos dolores de cabeza: tuvieron que abrir dos veces el motor (una porque se partió el block), se rompió el diferencial en un par de oportunidades, un palier, una vez el arranque y llegaron a cambiar algunos neumáticos.
Poco realmente pensando en su edad y en que transitó más de 300 mil kilómetros. Con su simpatía, despertando sonrisas y gestos de aprobación, les ayudo a abrir puertas en todo el mundo. En Venezuela, por ejemplo, un hombre llegó a ofrecerles una bolsita que contenía diamantes en bruto para comprárselos, lo mismo en los países árabes donde les propusieron una buena suma. Hasta quisieron cambiárselos por un 0km para seguir, y siempre respondieron con un rotundo “no”. Hasta los llevó a desarrollar técnicas muy valiosas para seguir avanzando, como cuando empezaba a flaquear en las trepadas, momento en que Candelaria y los hijos saltaban del auto para empujar mientras Herman estaba a cargo del volante.
Hoja de ruta y vivencias de todo tipo
Partieron desde el Obelisco el 25 de enero de 2000, al sexto año de estar casados. Esa primera etapa los llevó hasta Alaska, donde culminaría el primer sueño y se gestaría el siguiente. Cuentan que al inicio tenían todo muy bien planificado, desde el dinero para completar al menos la primera parte, los kilómetros diarios, los puntos de detención, en fin, todo o casi todo, porque nada salió como pensaban.
“El camino es el que manda. No habíamos hecho ni 50 kms cuando tuvimos un percance en las ruedas, puntualmente con los rayos de madera de las llantas. Fue por San Andrés de Giles, donde unos señores ayudaron a solucionarlo y ni nos quisieron cobrar nada porque quisieron formar parte de nuestro sueño. Y ese fue el vector común durante todo el viaje por más de dos décadas: la emoción constante, la sensibilización y la generosidad cualquiera sea la religión y costumbre. La gente nos fue abriendo las puertas para cumplir el sueño”, dicen casi al unísono.
“La clave de la planificación es el dinero y cuando se acaba es cuando realmente comienza el viaje”, comenta Herman. A lo que habían ahorrado para llevar, le empezaron a sumar los ingresos por las ventas de los cuadros de pájaros que Candelaria iba pintando en acuarela y que su marido enmarcaba. Aunque en Ecuador les llegó la crisis, habían logrado pasar a Colombia, lugar de nacimiento de “Atrapa tu sueño”, la obra que va a reflejar semejante viaje. Un mix entre la necesidad económica y la de contar lo que habían vivido hasta ahí.
Resulta que el dueño de una imprenta les pidió unas cuantas fotos que luego devolvió en forma de postal/libreta con hojas en blanco para que puedan vender. Sin embargo, más de un comprador les dijo que más que escribir, preferían leer acerca del viaje y su sueño. “Y me puse a escribir”, dice él. Estando en Costa Rica y más urgidos de ingresos, llamaron al embajador de la Argentina en el país para preguntarle por una imprenta, una respuesta que no supo darles, pero a la que reemplazó por una invitación: se acercaba la Feria del Libro, nuestro país era invitado de honor y el libro sería un lindo aporte.
El sueño se iba escribiendo y facilitando sobre sí mismo, tanto es así que por medio de un club de autos clásicos dieron con un socio que tenía una pequeña imprenta y les prestó la llave para que trabajen durante toda la noche. El libro y el auto estuvieron en el stand con la bandera celeste y blanca, e hicieron una interesante recaudación.
Con más kilómetros y países recorridos, más gente conocida y nuevas anécdotas, la criatura creció de 100 a 400 páginas. De ese primer libro se hicieron 16 ediciones, y le sucedieron tres nuevos trabajos: Oceanía, Sudeste Asiático y Asia. Pisar Alaska significaba poner fin al sueño, pero también sería el origen del siguiente: dar la vuelta al planeta. Antes se volvieron para la Argentina.
Recapitulado en un jugoso resumen, aunque sin un riguroso orden, el periplo los fue depositando en diferentes topografías y climas. Después de América se fueron sucediendo Oceanía, Nueva Zelanda y montones de islas de esa región. La hoja de ruta los llevaría más tarde por Corea y Japón, para luego dirigirse a Sudáfrica hasta llegar a Egipto.
“Entramos a Medio Oriente, Jordania, Israel, tomamos un barco a Turquía, pasamos a España, Marruecos, Islas Canarias, luego en un velero (más antiguo que el auto) cruzamos el Atlántico hasta las Guyanas francesas”, completa Candelaria con la mirada puesta en un imaginario planisferio. Estuvieron dos veces en el ártico, la pandemia los sorprendió en Brasil, en fin, una historia en cada rincón.
Después del primer libro, el primero de los hijos
En el Caribe, a la altura de Belice y a casi dos años de viaje -luego del ataque a las Torres Gemelas- se anotician de la llegada del primero de los hijos. Pampa nacería en 2002 en Greensboro, Carolina del Norte (EE.UU.). Hoy tiene 21 años y vive en Córdoba. Luego nació Tehue, ya en Argentina (Capilla del Señor en 2005), quien hoy tiene 19 años. Ahí es donde ya sabiendo que vendrían más, decidieron cortar el auto al medio, estirarlo y colocar dos plazas traseras extras, pasando de cuatro a seis en total. Luego llegó Paloma, que vio la luz en la Isla de Vancouver (Canadá) y que hoy tiene 16 años. Y vino Wallaby, que nació en 2009, en Sidney, Australia.
Ellos viajaban en las plazas traseras (enfrentadas tipo tren) con el huevito reglamentario y fueron criándose mientras se abrían camino por diferentes latitudes y regiones del mundo, entretanto su mamá se encargaba de toda la educación. Así todos se formaron cumpliendo el plan curricular a distancia logrando avanzar mediante esa modalidad, de carácter oficial y de absoluta validez.
“Había materias como geografía o biología que en determinado momento eran parte de su entorno al despertar”. Culturas, ciencias sociales, idiomas, costumbres, educación alimenticia, ¿acaso hay una aula más particular y variada? Si hasta vivieron la historia misma dentro de la tumba de Tutankamón. Amén de alargar el auto, tuvieron que ir despojándose de cosas que traían, no solo para hacerles lugar a los chicos, sino para incorporar lo que ellos necesitaban. “Para qué llevar cosas que el mundo tiene y está dispuesto a darte”, reflexiona Herman. Niños que dormían en la tienda de campaña acoplada al techo y papás abajo, en las sillas que se convertían en camas.
Miles de anécdotas, riesgos de todo tipo y otros inolvidables
En el primer tramo (camino a Alaska) se quedaron dos semanas junto a una comunidad Amish. “¿cuándo vamos a tener la oportunidad de convivir con menonitas?”, la pregunta/justificación que se hicieron. Para llevar a Macondo Cambalache de Colombia a Panamá les llegaron a conseguir hasta tres empresas de barcos que querían cruzarlos gratis.
Momentos de zozobra vivieron en África por la malaria, y una vez en Zimbawe acamparon en un lugar lejos de toda civilización y al llegar la noche los invadió el miedo cuando se acercó una camioneta con varios hombres a los que no podían divisar del todo porque los encandilaban las luces, y pensaron “lo peor”, pero se habían acercado justamente por curiosidad. De aprender a decir “¡picante no, por favor!” en varios idiomas, a volver encantados de la región africana, Tanzania, Australia, Corea y Brasil.
Con el auto ascendieron hasta la base del Everest, lo subieron en una canoa para andar por el Amazonas y a una barcaza en Filipinas. En Houston, Texas, un coleccionista de Ford les adaptó un pequeño cofre de metal acoplado al motor que serviría como una muy práctica cocina para hervir salchichas o huevos. Allí también los ayudaron a conseguir los neumáticos apropiados porque los que llevaba eran de tractor de aquellas épocas, y pasaron de 40 a 55 km/h de velocidad promedio (llega a una máxima de 70), todo un logro.
Desde Indonesia a Malasia viajaron en un barco de contrabandistas, incluso en una de esas incursiones casi lo pierden en el agua mientras lo descargaban. Les tocó estar en casas de familia con todo tipo de situaciones, desde problemas con la droga o padres con adicción al alcohol, o en hogares donde casi no había comida.
Un lugar de encuentro, nuevo libro y el próximo sueño
En febrero de 2022, tras 22 años y habiendo pasado por unos 2600 hogares de familia, el viejo “Macondo” estacionó al lado del Obelisco. Los viajeros ponían punto final a su impresionante travesía. Había que retomar la vida, volver a los días con cierta rutina. Y mientras comenzaban a “cranear” el próximo sueño, surge ‘Zapparancho’, otro anhelo que rondaba por la cabeza del matrimonio y que también se cumplió.
Se trata de una chacra para acampar ubicada cerca de la Ruta 6, en Villars, a mitad de camino entre Cañuelas y Luján, con las comodidades necesarias para cualquier trotamundos que quiera y necesite hacer un alto. “La idea era tener un lugar para viajeros, pensado y ofrecido por viajeros”, dice Herman.
Mientras tanto, la saga “Atrapa tu sueño” va cocinando el quinto capítulo, el del paso por África, la región del mundo donde Candelaria dice que “podría vivir sin problemas”. Hoy, mirando hacia atrás, como cuando cayeron en la cuenta del familión que habían formado al observar a través del retrovisor, concluyen en que el riesgo fue enorme, pero la ganancia fue mayor. “El balance es todo positivo, la vida, la familia, el aprendizaje y la gente que conocimos”.
Además de transitar el sueño de envejecer juntos, en la mente inquieta de Zapp padre hay otro: andar en velero durante un par de años. Ya seguramente no todos los hijos se suban desde el inicio, sino en alguna etapa, coincidiendo con las vacaciones, y aunque que quizás Candelaria no se embarque del todo convencida porque “el mar no le gusta mucho que digamos”, desliza. Esa será otra historia para planificar, vivir y compartir, mientras el añejo auto descansa tal como lo que es: una valiosa, simbólica e inspiradora pieza de colección.
Fuente: Pablo Epifanio, La Nación.