“Tiempo, tiempo sin una palabra, viajes, soledad y depresión”, dicen dos versos tristes de Playas oscuras, uno de los temas más festivos de Los Visitantes, banda soundtrack del inicio de los 90. Algunos fragmentos de esta canción -solo retazos- podrían estar hablando desde hace 30 años de esta nueva realidad de aislamientos y múltiples encierros. No sos vos, es la pandemia , debería ser la frase que excuse toda tristeza.
Un modo de hundir la nariz en la espuma de las olas es revisitar el pasado. Si se realiza con cuidado es la mejor forma de divagar un rato en libertad. Acá un recorrido de consumos culturales y aledaños del pasado cada vez menos reciente que puede ser una cápsula del tiempo ideal para millennials y centennials. O, ya es hora de reconocerlo, una suerte de test para aceptarse como nuevo “grupo de riesgo”.
El YouTube analógico
La radio FM era la forma de estar al día con la música, pero para enterarse más a fondo, había que leer. La cita obligada durante los 80 era la esplendorosa columna Buenos Aires me mata, en Suplemento Sí!, de Clarín, donde Laura Ramos daba cuenta -en pequeñas grandes crónicas- de la flora y fauna rockera-nocturna porteña de los inicios de la democracia.
Además, hubo dos revistas míticas. La Pelo era para paladares negros de la información. La fundó el periodista y editor Osvaldo Daniel Ripoll en 1970, tuvo su apogeo en los 80 y principios de los 90 y duró, a fuerza de calidad y nostalgia, hasta 2001. La 13/20, que se publicó por primera vez en 1989, fue de donde salieron gran parte de los pósters que poblaron las paredes adolescentes. En 1995 tuvo su versión televisiva, un programa que se llamaba 13/20 Hacete Cargo y conducía Gastón Portal.
El sonido de la música
La década del ‘80 y gran parte de los 90 fueron con casetes. Después de la fragilidad de los discos y antes de la dureza del compact disc, el mundo musical venía en cintas. Con el diario del lunes se sabe que son perecederos, pero fueron geniales. Esa pequeñez transportable habilitó el walkman. Auriculares con gomaespuma naranja y vincha de metal, un porta-casete con broche para colgar del cinturón y hasta la vista, baby.
Para adelantar o rebobinar, y no matar la pila de walkman en el proceso, estaba el truco de hacerlo con una birome (la bic calzaba justo en las rueditas que transportan la cinta). Además, estaban los casetes vírgenes, en los que se podía grabar desde la radio (sorteando al locutor que pisaba el tema para arruinar el momento) y armar compilados. Y la trampa para los que no eran vírgenes era rellenar o tapar (el papel masticado funcionaba hermoso) dos agujeritos que había arriba y estaban para dificultar que se reutilizaran.
La tele y el cine
Las series más top se veían semana a semana, no existía eso de tener toda una temporada a disposición, y al día siguiente de emitido el capítulo esperado, no se hablaba de otra cosa en la escuela. Durante los ‘80, la televisión argentina dio muchas que fueron un suceso, entre otras la del guerrero africano Shaka Zulu, la culebronera La vengadora, el dramón El pájaro canta hasta morir y Anillos de oro, en la que la platea argentina descubrió a (y se enamoró de) Imanol Arias.
En 1985 hubo dos golazos: El pulpo negro, una miniserie de terror protagonizada por Narciso Ibáñez Menta que dejó insomne por un mes a todo el país, y V, invasión extraterrestre, la de los extraterrestres lagartos que se instalan en la Tierra. Después, en 1992, el estreno de Twin Peaks.
En pantalla grande, en los 80 nació el concepto del blockbuster con Tiburón y la saga de Star Wars, a las que siguieron películas de aventuras para todos los gustos como E.T., Indiana Jones, Los cazafantasmas o Volver al futuro. También fue la explosión de las comedias románticas, de todo tipo y color. A la par estaba la producción grandilocuente para los Oscars, con títulos como Carrozas de fuego o El color púrpura. Había mucha fantasía, entre otras Los goonies o La historia sin fin. Y hasta John Hughes haciendo cine de culto en el mainstream, como con La chica de rosa.
Dale, dale con el look
El nevado salpicó el jean durante los ‘80. Pantalones, camperas, mochilas y riñoneras tenían este efecto, que era como un simil batik, por lo general en tono blanco. También estaban las hombreras, que iban obligadas en las camisas femeninas, los sacos y sobretodos de todo el mundo.
Hubo un momento en que los pompones hicieron furor. No solo remataban gorros y bufandas de lana, también estaban al final de los zoquetes, ahí, graciosos, colgando desde la parte de atrás de las zapatillas. Los colores lila y verde agua eran los básicos de las chicas y los chicos usaban mucho amarillo, celeste y salmón. En el pelo de ellas, permanente. Y en el de ellos, corte cubano. También hubo época de jopos, tanto para unas como para otros.
Culpa de la serie División Miami, muchos hombres usaban trajes blancos arremangados. Gracias a Madonna, un montón de mujeres jugaban a dejar ver el corpiño entre los breteles de vestidos o por el costado de remeras anchas. Y así estaba armado el mapa fashion de la época, también compuesto por calzas, buzos tubo, polleras de bambula, camisas de colores estridentes, pantalones acampanados, ojos delineados en negro, alfileres de gancho como aros.
La vida es un carnaval
Por fuera de las noches de corsos en las avenidas, durante el día y en las veredas de los barrios, niñas y niños se entregaban a la lucha acuática. Una calle contra otra. Nenas versus varones. No importaba cómo se agruparan, el objetivo era el mismo: mojar al contrincante. Para entrar en combate se usaban las bombitas. La marca clásica era Bombuchas (cerró en 2019 después de décadas de ser parte de los veranos locales) y venían en una bolsa de 100, todas de distintos colores. Se llenaban con agua (ojo que si se dejaba aire picaba en la piel al explotar) y esperaban su turno de ser lanzadas flotando en baldes.
Otra de las armas-juguete favorito en los 80 era el bombero loco (al que intentaba hacerle competencia el Rey Momo, aunque nunca le llegó ni a los talones). Venía en varios colores, pero las bandas infantiles preferían a mansalva el rojo. La publicidad en la tele, radio y revistas agitaba: “Con el bombero loco, ¡divertite a lo loco!” ■
Fuente: Clarín