Cecilia Ce es psicóloga y sexóloga, tiene 35 años y casi medio millón de seguidores en Instagram. No hay un especialista en marketing detrás de sus redes sociales: aunque recibe unos 500 mensajes por día, Cecilia maneja su cuenta sola. En el mundo pre- pandemia, muchos de esos mensajes llegaban los fines de semana, en plena madrugada: “Hola Ceci, acabo de salir de un telo y no se me paró ¿qué hago?”, “hola Ceci, ayer tuve mi primera vez, sos la primera persona a la que se lo cuento”.
Haber habilitado un espacio para que cualquiera pueda hacerle preguntas básicases, probablemente, uno de los secretos del éxito. Es que todos los que crecimos sin saber a quién hacerle preguntas -¿a la maestra? ¿a los padres?- fuimos llenando algunos vacíos de información con mitos (traídos, por lo general, del porno, de la charla entre pares o de búsquedas en Internet).
Otro de los secretos es haber captado que venimos de una educación sexual -si es que puede llamarse así- centrada en el control y en el miedo y que nos faltaba «una educación sexual basada en el placer”. Es decir, en el mejor de los casos nos enseñaron cómo evitar un embarazo no deseado o contraer una enfermedad de transmisión sexual pero sabemos muy poco del clítoris, la única parte del cuerpo femenino que no tiene otra función más que dar placer.
Cecilia con la vulva gigante que usa para hablar de sexualidad en sus vivos de Instagram
Esa información básica pero poco conocida es la que da en “Sexo ATR -a todo ritmo-”(2019, editorial Planeta), uno de los e-books más vendidos en la cuarentena. “Lo que se ve por fuera es la cabeza del clítoris, que es de apenas 1 centímetro, pero llega a medir de 9 a 11 centímetros, ya que el clítoris tiene dos largas raíces que van como piernitas por dentro”, escribió.
Sexo ATR fue el e-book de Planeta más vendido en marzo (ahora es el segundo en la categoría “no ficción”). También el más vendido en marzo, abril y mayo en Bajalibros y GooglePlay, entre todos los e-books disponibles en Argentina.
Haber buscado nombrar para quebrar el tabú también le dio un toque de popularidad. Interactuando con sus seguidoras y seguidores, Cecilia notó que había muchas formas coloquiales para hablar de sexo oral hacia los hombres pero para las mujeres sólo había una muy acartonada: cunnilingus. Tan innombrable que hacía difícil a las mujeres pedirlo. Entre todos hicieron propuestas y votaron: ganó “clete”, la combinación de clítoris y pete.
Muchas de las preguntas que le hacen repetidamente terminaron siendo el centro de la charla TED que dio en noviembre del año pasado: “¿Con qué frecuencia debe tener relaciones la pareja?”, “¿por qué llego más rápido al orgasmo si me masturbo que si tengo relaciones con alguien?” “soy precoz, ayuda”, ¿cuánto me tiene que medir el pene?”. Los mitos alrededor del tiempo, la frecuencia, la velocidad y la masa dieron pie a “La ecuación del sexo”, que ya tiene 525.000 reproducciones.
Ahora, mientras atiende pacientes de manera virtual y escribe su próximo libro, Cecilia Cé conversa con Infobae.
—“Sexo ATR” comienza con un capítulo llamado “Como te ves te tratás, como te tratás, cogés”. Y usás de ejemplo la frase de una paciente que te dijo: “Yo nunca voy a pensar que me miran porque me tienen ganas, yo pienso que me miran y dicen ‘mirá que gorda qué está’”. ¿Qué es un autoesquema sexual y por qué es tan condicionante?
—Cuando hablo de autoesquemas sexuales me refiero a esta construcción que tenemos de cómo somos en la cama o en los vínculos. Hay una vocecita interna que todo el tiempo está activa y no siempre tenemos identificado cómo nos influye. El otro día hicimos un vivo en Instagram sobre el tamaño del pene. Si yo tengo construido que no voy a ser buen amante porque mi cuerpo no es el adecuado o el tamaño de mi pene no es el adecuado esto me va a impactar desde la inhibición al tener un encuentro sexual. Hay personas, como la chica de la frase, que no tienen encuentros sexuales porque sienten que no van a ser deseadas por nadie o tienen una pareja a la que le pasan el peso de la mochila que cargan. Veo muchas mujeres que se cuidan de no prender la luz o se levantan de la cama con la sábana enrollada para que el otro no las vea porque están seguras de que no son deseables.
—Presentás el libro como “la educación sexual que querés”. El planteo es que, cuando no hay educación sexual, el vacío se llena con estas creencias…
—Lo central de mi laburo tiene que ver con eso, porque hay una bajada de línea que te pone una vara, un modelo, una exigencia, pero no te da los medios. Entonces me consulta una chica de 25 años que no tuvo educación sexual de ningún tipo, le pasaron un montón de cosas en la vida, nunca se masturbó y pretende tener un deseo sexual híper alto. Mucha gente espera que le pase algo mágicamente sin saber cómo llegar a eso.Después, la mente va por el “no puedo”, “¿por qué no logro este resultado?” y se empiezan a sentir mal, en falta, con más baja autoestima en vez de frenar y decir ¿cómo hago para tener una excitación en vez de esperar que aparezca espontáneamente? ¿cómo me estimulo? En este último tiempo, por ejemplo, está muy en auge el tema de que la mujer tiene que mojar la cama, que el ‘squirting’ o la eyaculación femenina es la prueba de su placer. Desde entonces tengo el consultorio lleno de chicas angustiadísimas porque no mojan la cama, porque reciben la exigencia pero no la información. Eso pasa con todo: con el tamaño, el deseo, la frecuencia, el orgasmo, la erección, la eyaculación, lo que tiene que durar una relación sexual. ¿Cuántas veces hemos leído que una pareja saludable tiene que tener sexo tres veces por semana? Pasó mucho durante la cuarentena, cuando se dijo que “el sexo saludable te inmuniza”. El lado B de todo eso es que mucha gente pasa la cuarentena angustiada porque no tiene ganas de coger.
—En cuarentena se habló mucho de aprovechar para tener sexo virtual, comprar vibradores o tener relaciones sexuales con más frecuencia en parejas estables. ¿Hay quienes lo viven como una exigencia más?
—Yo creo que estamos en la era de la auto explotación. En la era de la exigencia de que tenemos que ser todo a nivel individual, porque ni siquiera es a nivel colectivo. Con la misma exigencia que se bajó que tenías que hacer yoga o aprender algo nuevo, o cocinar todos los días, más la exigencia de la maternidad, de la imagen, de cuidarse, de ser sano y ser feliz también se bajó la exigencia de ser activo sexualmente.
—Dedicás una parte de tu libro a hablar sobre el tamaño del pene. También hablás del tema en la charla TED. ¿Por qué?
—Porque me parece tremendo lo que hay construido alrededor del tamaño. Sé de chicos de 11 años que sufren bullying muy fuerte por este tema, porque les dicen ‘pito chico’.Todos esos comentarios te van armando un esquema, una estructura, y te hace mucho daño después. Tenés varones que no mantienen relaciones sexuales porque les da vergüenza o que se someten a estafas de tratamientos para aumentar el tamaño que los puede lesionar o dejar dolor de por vida: todo para tener un tamaño de pene que no te hace ni más fértil, ni más potente, ni generas mayor placer en el otro, ni en vos. Un modelo de machismo y falocentrismo muy fuerte.
—¿Todos estos esquemas vienen de porno tradicional?
—Es que el porno es más viral que cualquier red social. Y es lo que entra en la pubertad, o sea, entra en el momento donde te estás construyendo en la sexualidad. Entra como único modelo, nadie te dice lo contrario, nadie te habla de lo que estás consumiendo, es la única referencia que tenés. Pensá que aprendemos por modelaje, aprendemos de lo que vemos más que de lo que nos dicen. Nadie te explica a los 13 años que ese pene que ves es parte de una ficción y que el tuyo no tiene por qué verse así.
—Cuando hablás de las claves para una vida sexual satisfactoria proponés “darnos permisos”. ¿Permisos para qué?
—Uf, para pasarla bien. Más para las mujeres, que se pasan el día cuidando a todo el mundo, al servicio de los demás. A veces les digo ‘tomate un tiempo cuando salís de la ducha para estar tranquila en la cama y ponerte crema’. Hacen eso y se dan cuenta que les da culpa sentir placer, ocuparse de ellas mismas. La culpa sigue muy instalada. Hablo de darse permiso para experimentar, para animarse a soltar el control.
—También abordás en el libro las fantasías sexuales, y como también ahí operan las creencias: “Si miro porno de mujeres soy lesbiana”, “si tengo una fantasía de violación soy un delincuente”.
—Sí, ¿a nadie se le ocurre que podés mirar una porno de relaciones lésbicas siendo mujer heterosexual porque te sentís identificada en ese lugar y porque el otro porno no te representa? Enseguida te etiquetan “entonces sos homosexual” y si sos homosexual, no sos otra cosa. Mucha confusión, mucha etiqueta. Parece que los agujeros de información se tienen que llenar con algo.
—Cuando hablás de la masturbación femenina lo planteás como una forma de empoderamiento, incluso enseñas cómo hacerlo. ¿Por qué asociaste la masturbación con el empoderamiento?
—Porque genera autoestima. Cualquier información te da poder, imaginate información sobre tu propio cuerpo y tu placer. A mí me siguen muchas jóvenes, la mayoría de entre 20 y 40 años. Bueno, hay muchísimas que no se han tocado nunca. No hay obligación, a algunas no les gusta. Lo que está bueno es entender por qué, en vez de creer “no me toco porque soy una frígida”. Muchas no se concentran o necesitan el vínculo afectivo con otro para poder erotizarse.
—Planteás que “cada uno es responsable de su propio orgasmo”, algo que se opone a la creencia de que el otro/a te tiene que «hacer acabar”. El taller #Orgasmear que dictaste en cuarentena se agotó en un día. ¿Por qué hablar de autogestión del orgasmo?
—Hay muchas personas que van al encuentro sexual, sobre todo las que pueden tener un orgasmo solas y no pueden con un otro, esperando que el otro se avive y lo descubra. Como que el orgasmo les llegue por delivery mientras una está ahí como si nada. Este aspecto se pega mucho a poder animarte a mostrarte, a pedir, a ser activa, lo que responde al modelo “masculino/ activo, femenino/ pasivo”. Creo que el lado B, que quizás tenga que ver con este pedido femenino de que el otro te dé el orgasmo, es un pedido de registro: de poder romper con un modelo sexual que desconoce cómo funciona el placer femenino. En ese esquema de pasividad, ¿cómo le voy a decir que en diez años de matrimonio no tuve un orgasmo? Cuando empezás a indagar resulta que no tienen orgasmos con sus parejas pero sí solas. Hay algo del orden del aprendizaje en la masturbación que sirve para llevar al encuentro con alguien. Si vos sabés cómo te tocás y qué te da placer tenés un registro para aplicar con otra persona. Pero sucede que la mujer se masturba tocándose el clítoris y después va a tener relaciones hétero donde todo lo que se estimuló sola nadie se lo toca y la relación se centra en el famoso “mete- saca”. Y una piensa ¿por qué no tengo un orgasmo? Bueno, por eso.
—Trabajás sobre distintos mitos, por ejemplo, que el deseo sexual aparece espontáneamente por lo que, si una relación se planifica ya no cuenta, porque es artificial. ¿Qué otros mitos hay?
—Que el hombre siempre quiere, ese me parece tremendo y “si no quiere es porque no me ama». Que la erección tiene que ser constante y si no pasa, “es porque no le gusto” o “me engaña”. Que todo buen encuentro sexual se termina con el orgasmo, que el hombre siempre tiene que eyacular sino algo falló. Eso se ve en el porno también: el money shot, que es la escena en la que el hombre eyacula, es la mejor paga de la industria pornográfica. De hecho muchos hombres se preocupan por cuánto eyaculan, la fuerza y la cantidad.
—¿Es un mito que el encuentro sexual tiene que terminar en un orgasmo?
—Es un mito y muy extendido. Preguntale a las mujeres por qué fingen orgasmos y la mayoría te va a decir que para terminar el encuentro sexual. Este es el modelo de película. Sin embargo, te podés cansar, te podés levantar e ir al baño y distraerte. Podés empezar a sentir irritación y dolor, sobre todo cuando se mantiene mucho tiempo la penetración. Hay una creencia de que la penetración tiene que durar más de lo que realmente la gente quiere.
*Un apartado del libro se llama, precisamente, “No a mete-saca”
—Ponés la lupa sobre el lenguaje: si el hombre “la pone”, ¿la mujer qué hace?, o hablas del origen de palabra “vagina” y explicás que viene del latín, “la vaina que envuelve al pene”. Detrás de estas lupas advetís “machismo alert”. ¿Importa cómo nos nombramos?
—Claro, gran parte del estallido en las redes sociales fue haber instalado el término de clete (risas). No había un término popular para el sexo oral de la mujer y lo inventamos. Ahora hay perfiles de Instagram llamados “Cletefans”, grupos de WhatsApp llamados “Los Cleteros”, memes, una clete señal, una bati señal que usan ahora para pedir que se les practique sexo oral. O sea, le pusimos nombre y muchos lo tomaron como bandera.
Fuente: Infobae