Como en tantas otras cosas, también para el movimiento vegano la pandemia fue un catalizador. La mayoría de los entrevistados para esta nota coinciden. El impacto del coronavirus y la larga cuarentena movieron estanterías e hicieron que muchos se replantearan qué comían y de dónde venía lo que comían. Y así, en respuesta a estos cuestionamientos, su alimentación fue migrando hacia un menor consumo de carne. Extremo o flexible.
Esas dos puntas abarcan un fenómeno múltiple, que explica las razones del boom veggie. Porque muchas veces dentro de las categorías “vegano” o “vegetariano” se incluyen diversas elecciones alimentarias.
El vegano es quien está en contra de toda forma de explotación de los animales, por lo que no consume nada que provenga del mundo animal (o haya sido testeado en animales). Los vegetarianos, en cambio, no consumen carne pero sí como lácteos, miel y/o huevos. Los pescetarianos aceptan el pescado. Y los flexitarianos abrazan una alimentación basada en vegetales, pero se permiten comer alguna proteína animal de vez en cuando.
“Son los que la pasan mejor. Si hay una característica saludable de una persona es la flexibilidad mental: se asocia a la supervivencia”, dice la médica nutricionista Mónica Katz, miembro de la Sociedad Argentina de Nutrición (SAN). El flexitariano respeta el patrón que eligió, pero se puede dar un “permitido” cuando vale la pena o en una situación social. Si comió un pescado de vez en cuando, no siente que violó la expectativa de perfección, remarca Katz.
Los flexitarianos, esos que buscan “comer menos carne”, son quienes, en buena medida, están impulsando el negocio de los productos de origen vegetal, que en los últimos años diversificó su oferta al nivel de estallido.
“Cuando empecé sólo había un queso de castaña y ahora no lo puedo creer… hay hasta camembert, una muzarella que se derrite”, lo refleja Connie Isla, artista y una de las mayores referentes del veganismo en Argentina.
Vegana desde los 16 años, remarca que “ser vegano es una filosofía de vida. Es un movimiento ético que rechaza el consumo y la utilización de cualquier producto de origen animal”. ¿Es hoy una moda? “Si es una moda no me parece mal. A la moda se le pone el peso de algo banal, efímero. Pero no es malo si te das cuenta de que está re bueno”, invita. Y rechaza la idea de que el veganismo “es una filosofía de gente cheta, clasista. La alimentación vegana es la más barata: frutas, verduras y legumbres. La leche de coco o el tofu sazonado son complementos, como un queso brie o una entraña al vacío”.
Pasado y presente
Las raíces del veganismo hay que buscarlas hace casi un siglo, en la Asociación Naturista de Buenos Aires que fundó en 1934 el profesor francés Juan Esteve Dulin. El movimiento vegetariano tuvo varios promotores pero no fue hasta el año 2000 que se inicia oficialmente la difusión del vegetarianismo estricto y el veganismo.
“Prácticamente no había nada de info. En ese momento sólo dos organizaciones, Anima y la Unión Vegana Argentina, iniciaron el movimiento vegano en el país. Hoy explota en el país de la carne y millones de personas son veganas o vegetarianas”, recapitula Manuel Alfredo Martí, presidente de la Unión Vegana Argentina (UVA).
El censo del INDEC no pregunta si comés carne. Por eso, las estadísticas se sostienen con distintos estudios privados. UVA hizo una encuesta junto a Kantar en 2019, que arrojó que el 9% de los argentinos son veganos o vegetarianos. La repitieron al año siguiente y el crecimiento fue brutal: 3% más, “lo que aproximadamente da unos 5 millones de habitantes de Argentina, una minoría importante y en crecimiento exponencial”, dice Martí.
En la encuesta de 2020 midieron también a los flexitarianos: dio otro 12%. Tomando los números de UVA, casi 1 de cada 4 argentinos tendría una opción alimentaria que va dejando de lado nuestro alimento emblema.
Desde la Sociedad Argentina de Nutrición también están estudiando el fenómeno. Las estadísticas que manejan muestran números menos abultados que los de la UVA, pero no menos significativos. En 2013 hicieron una primera encuesta en la que este colectivo –que incluye además de vegano a macrobiótico, ayurvédica y otras elecciones alimentarias) representaba el 3% de la población. En 2020, ya eran el 14%. “Concretamente, en Argentina está creciendo el perfil de este consumidor”, reconoce Katz.
Pertenecer a una tribu
Mariela Mociulsky es directora de la consultora Trendsity, que también viene monitoreando esta tendencia de consumo. En un estudio que realizaron en la región y del que participa Argentina, el 10% de los entrevistados dijo que nunca o casi nunca consume carnes rojas. Y un 54% consideró que la pandemia de Covid es consecuencia de consumir animales y, por ende, deberíamos revisar lo que comemos.
El link sería “estamos como estamos porque alguien se comió un murciélago”, algo que descartó la Organización Mundial de la Salud. La mayoría de los que se acercaron en este año y medio al plant-based quizás no hicieron esa lectura tan lineal, pero estas y otras reflexiones sobre cómo nuestra huella impacta en el mundo “invitaron a perfiles con cierta permeabilidad a pensar en qué cosas puedo cambiar en mi estilo de vida para que sea amigable con el resto de las especies que habitamos este planeta”, señala Mociulsky.
Grupos veganos en una marcha al Obelisco, en noviembre. Para los expertos, el veganismo es un recurso identitario. Foto: Marcelo Carroll
Entonces se explica el menor consumo de animales o el boom de la jardinería y las huertas orgánicas. “Sacó el velo de algunas temáticas que preocupaban a un nicho y empieza a crecer y a permear en otros”, agrega.
Katz coincide en este concepto: la permeabilidad. La tendencia surge en la población de mayor poder adquisitivo, pero de allí va migrando a otros segmentos: “Vemos gente de los quintiles de ingresos bajos pero que culturalmente tienen acceso a la educación y a la información que también entra en ese colectivo”.
El veganismo es un tema que está en agenda no sólo vinculado a la salud sino al cambio climático y entonces “tracciona a un enorme grupo de jóvenes que piensan en un mundo mejor, en evitar el maltrato animal y en una nutrición sustentable”.
Katz sostiene que el veganismo resulta hoy una forma de pertenecer, casi una búsqueda tribal de identidad. Esos jóvenes a los que no les gusta el mundo que ven, se identifican con un movimiento que plantea cambios. No es casual, para ella, este crecimiento impulsado por la pandemia, cuando el mundo está tan incierto.
“Es un mundo con carencia de líderes. Ni siquiera hay grandes bandas donde se encontraba antes un recurso identitario. ‘Soy vegano’, se define la gente hoy. Es un atributo identitario interesante”, analiza.
En los consultorios de los nutricionistas, las demandas para transicionar también está en alza. “Es al menos un paciente por cada día de consulta”, calcula la licenciada en Nutrición Solange Anabel Perrone, de Centros Médicos DIM. Connie Isla alienta a que todos los que quieran incursionar en el veganismo, lo hagan acompañados por un profesional médico.
¿Cuál es la mejor manera de empezar el camino? “Una buena forma de iniciar la transición es dejando las carnes rojas en primer lugar y luego las blancas (cerdo, pollo y por último el pescado), de manera paulatina y no abruptamente. También es importante la interconsulta con un médico clínico, para realizarse un chequeo general y evaluar la concentración de minerales y vitaminas en sangre, para que en el caso de ser necesario, se suplemente”, detalla Perrone.
Menú diario recomendado
Tres opciones para cubrir los requerimientos nutricionales
según la dieta que se siga.
Carne que no es carne
Otro componente interesante que apuntan tanto Katz como Mociulsky es cómo la oferta de la industria suma cada vez más productos que buscan reemplazar a alimentos cárnicos muy arraigados. La CEO de TrendCity lo explica desde las ciencias sociales; la médica, desde las ciencias duras.
Para Mociulsky, lo más difícil de la transición al veganismo es resignar el “paladar cultural”, esas comidas que “evocan a momentos de la infancia, del pasado que tenemos idealizado como experiencia. En estos momentos de más incertidumbre y vulnerabilidad, recurrir a ese pasado idealizante es placentero”.
“Las empresas buscan el sabor de la carne para ofrecerlo a los veganos que no quieren comer carne. ¿Eso por qué es? Porque los humanos vamos desde chiquitos armando una especie de código de barras en la corteza cerebro ortofrontal. Y lo vamos armando por experiencias», afirma Katz.
«De bebé, tomo teta. Un día mamá se va a trabajar y dejó la leche en la mamadera. Ahí me doy cuenta de que eso que era dulce, ahora es blanco: le agrego un atributo físico. Así, voy armando ese código de barras con los atributos físicos del alimento y con reacciones básicas corporales: esto me gusta, esto no, esto me da alergia”, explica.
Hamburguesa sin carne. La industria de los alimentos busca replicar los atributos organolépticos de la proteína animal. Foto: Maxi Failla
Ese código luego, agrega atributos simbólicos: no es lo mismo una torta cualquiera que la de mi abuela, o una galletita casera que la famosa redonda de masa negra y crema blanca…
“Cada vez que comemos algo, nuestro cerebro escanea lo que tenemos en el plato y lo compara con ese código de barras. Cuando como un asado, vuelvo a comer el asadito como lo hacía mi papá. Porque no podés borrar memorias de tu cerebro”, amplía Katz, quien apunta que “el mercado lo está aprovechando, y no digo que esté mal”.
El mapa veggie
Evocando esas viejas memorias o sumando nuevas al código de barras, la Ciudad se llenó de propuestas plant-based, como se llama a la cocina basada en plantas, con una diversidad inédita hasta ahora: de ensaladas a comida mexicana, pasando por sushi y fast-food.
Pese al golpe de la pandemia, en el último año y medio abrieron en la ciudad muchos restaurantes, bares y cafeterías veganos o que le dan a los vegetales un protagonismo extremo en su carta. Más que vegan friendly, serían meat friendly: un restaurante vegano que les abre las puertas a los que no lo son.
Plato verde. Más restaurantes tienen una oferta que apuesta a los vegetales. Foto: Shutterstock.
No hay una estadística de cuántos emprendimientos de este tipo existen, pero un indicador del aumento lo da Agustín Benito, dueño de Sueño Verde, una empresa productora de vegetales orgánicos que vende en supermercados pero históricamente provee a gastronómicos.
“En los últimos dos años se sumaron muchos restaurantes o despachos de comida veggie y algunos son cadenas. La mitad de nuestros diez clientes principales en gastronomía ya corresponden a esta tendencia”, cuenta el ingeniero agrónomo, y detalla que no sólo adquieren sus vegetales frescos procesados sino también “insumos para elaborar productos como hamburguesas veganas”.
Otro indicador de la tendencia es que a fin de este mes se hará por primera vez en la Ciudad una semana gastronómica veggie, Veggiemanía, de la que participarán más de 20 restaurantes con platos vegetarianos y veganos con precios promocionales.
El crítico enogastronómico Pietro Sorba concede que de cinco años a esta parte la oferta no sólo se diversificó sino que se segmentó. Y hoy hay opciones veganas para todos los targets.
Desde el “segmento alto como Mudrá, a Jaam con un nivel de cocina elevado a un precio muy amistoso, hasta hamburguesas veganas y comida rápida vegana, y helados veganos”. Para él, no obstante, hay espacio para que siga creciendo: “Estan todos los espectros cubiertos pero no sé si la cantidad de propuestas es suficiente”.
Marcelo Boer, dueño justamente de Mudrá, cuenta que con el chef estadounidense Matthew Kenney decidieron tomar en este restaurante la bandera del plant-based cuando nadie lo hacía en Buenos Aires.
Alta cocina. La propuesta de Mudrá, el primer restaurante que impulsó el concepto plant-based. Foto: Rafael Mario Quinteros
«Creemos que es un concepto que va a revolucionar el futuro de la alimentación: aprovechar los innumerables beneficios de los platos realizados con productos de la tierra, naturales y orgánicos”, sostiene. Sirven platos de autor, sushi y pizzas, y su apuesta funcionó: su clientela, mayoritariamente femenina, vive con un concepto “sustentable y orgánico”.
En el segmento de la comida al paso, un caso interesante es el de Lado V: sus dueños también tienen Lado A, una propuesta basada en carnes. Lado V es el primer street food 100% vegano que abrió en Buenos Aires, ubicado en pleno Palermo. “En Lado A somos uno de los primeros que elaboramos la mayor parte de nuestra producción con carne orgánica, de pastizales recuperados”, aclara Santiago Olivera, socio propietario.
Buscando profundizar el camino de la alimentación más sustentable, surgió Lado V: “Para que los cambios sean duraderos, tienen que ser graduales y no encararlos desde una posición más fundamentalista”, plantea. Con este nuevo local, dice, buscan “popularizar este tipo de alimentos a un precio más amigable”.
Street food plant-based. En Lado V, un nuevo bar de comida vegana en Palermo. Foto: Rafael Mario Quinteros
La demanda existe. Y la oferta, se adapta. Incluso restaurantes tradicionales están buscando ser atractivos a este público. Un ejemplo es el de Sushi Club, que acaba de lanzar una nueva línea vegana. “Cambia el paradigma de que las piezas ‘con salmón’ son las de primera categoría. Los productos veganos y vegetarianos tienen mucho trabajo, dedicación y calidad”, cuentan desde la cadena.
Adaptarse a la demanda también guió el diseño del Mercat Villa Crespo, el mercado gastronómico que abrió en marzo. Allí, de casi 30 locales, prácticamente todos tienen opciones veganas/vegetarianas y varios son directamente restaurantes veganos. Joy Landeira, productora ejecutiva en Mercat, cuenta que quisieron escuchar el cambio en el consumo gastronómico que se expresa hoy en la Ciudad, en particular en los más jóvenes.
Tierra orgánica, la verdulería del Mercat Villa Crespo. En este espacio gastronómico abundan las propuestas plant-based. Foto: Germán García Adrasti
Varios de los locales plant-based del mercado son “un éxito enorme”. Landeira marca otra arista de cómo este concepto está entrando en los consumidores: las nuevas marcas encontraron “una estética y una forma de contarlo. La comunicación hoy nos dice, por ejemplo, que comer garbanzo está buenísimo más allá de que sea saludable”.
En esta idea, toma fuerza otra vez el sello plant-based, que incluso en algunos lugares desplazó completamente al vegano. Transforma al producto “de dietética” en algo más aspiracional, al poner el foco en su origen positivo en vez de resaltar que hay un sacrificio detrás.
Decisión de compra
En Estados Unidos, las ventas de productos plant-based crecieron casi un 30% el año pasado y el 57% de los hogares estadounidenses compró alguno en 2020, según datos de la Asociación de Alimentos a Base de Plantas de ese país.
En Argentina, en los últimos meses también se formalizó la creación de una entidad específica del sector: la Asociación de Productores a Base de Plantas. La forman los socios plenos, que tienen el 100% de su línea plant-based, y los adherentes, que producen también otros alimentos. Ya tiene 80 empresas asociadas.
Francisco Piñero Pacheco, dueño de Vegan Nature y presidente de la entidad, dice que la tendencia del rubro “está en una curva de crecimiento sostenida” y asegura que “Argentina tiene una enorme oportunidad de insertar sus productos en el mundo: el microclima emprendedor es uno de los más competitivos y nuestro país cuenta con materias primas de primerísima calidad”.
Sólo estimando las proyecciones de ventas de las 30 empresas de mayor envergadura y sumando a pymes productoras, gastronomía, almacenes y bio markets, Piñero Pacheco estima que el negocio veggie en Argentina supera hoy los 40.000 millones de pesos anuales.
Una de las socias de la cámara, y empresa emblema de este boom, es NotCo. Esta start-up surgió en Chile y se basa en un algoritmo para, utilizando sólo productos de origen vegetal, crear otros que repliquen desde los cinco sentidos a un alimento de origen animal. Hasta ahora tienen 25 productos, como hamburguesas, mayonesa, leche y helados. ¿Qué utilizan para hacerlos? Una variedad de alimentos que incluyen garbanzo, ananá, arveja, coco y hasta achicoria.
Belen Braun Solanet, head de Marketing de Argentina, habla sobre los drivers –como se llama en marketing a los factores que intervienen en la decisión de compra– a los que buscan apuntar esos productos: “Saludabilidad, saber lo que estamos comiendo; maltrato animal; y sustentabilidad, sacar al animal de la ecuación para generar menos impacto en la industria”.
Mostaza es la primera cadena masiva de fast food que vende una hamburguesa sin carne. Foto: Maxi Failla
Sus famosas Not Burgers están ya en una decena de conocidas hamburgueserías: se acaban de incorporar al menú de Mostaza, la primera de las cadenas masivas que tiene una opción de hamburguesas 0% carne entre sus sándwiches. NotCo además se asoció en la nueva Vegan Fox, un local de hamburguesas 100% veganas, y tiene lista de espera de emprendimientos gastronómicos que quieren vender esas hamburguesas que parecen hamburguesas, pero no lo son.
La start-up es también partner de otro emprendimiento innovador: Kitchenita. Estas dark kitchen, grandes cocinas que proveen a distintas marcas propias que se comercializan a través de apps de delivery, tienen el plant-based en su ADN. El resto del genoma lo componen el perfil emprendedor y la utilización de los datos para entender qué quieren los clientes y qué necesidad no está satisfecha.
Fundada en 2020 por el belga Gaspard Hambückers y el francés Alexandre Boccara, Kitchenita tiene ya 34 marcas en el mercado, de las cuales ocho son netamente veganas y otras 15 tienen opciones veggie. Gaspar se define como flexitariano y explica que esa es la identidad con la que fundó la empresa.
“Analizando la oferta de las plataformas nos dimos cuenta de que había un hueco de oportunidad en el street food vegano como opción de alta calidad –apunta–. Siempre una marca nace con al menos una opción vegana o vegetariana”. La respuesta del público le indica que no se que equivocaron: hoy lo vegano representa el 45 % de su facturación y otro 12% lo vegetariano.
Preparación de sushi vegan en una de las dark kitchen de Kitchenita. Foto: Lucía Merle
Otro canal donde las ventas veggies vienen en alza es el de los congelados. No sólo en volumen, sino también en ampliación de la oferta. La gente compra más y quiere más novedades. En Simpleat, por ejemplo, empezaron a vender platos veganos a principios de 2020, y este año sumaron para las fiestas patrias comidas tradicionales sin proteína animal. En Frizata, otro joven e-commerce de comidas listas, ya el 20% de sus ventas la representa la línea Meat Free, con hamburguesas, nuggets y empanadas vegetarianas.
En Veggieland, una empresa que empezó hace 25 años fabricando medallones de soja y hoy tienen 25 productos incluida una línea de embutidos, analizan la evolución del mercado en el último cuarto de siglo: “Es un cambio de paradigma muy interesante, que en su mayoría viene de la mano de las generaciones mas jóvenes, informadas por las redes sociales y ávidas de una conciencia despierta”. Sólo en el último año su demanda creció 25%.
El campeonato de las “leches”
Pero la verdadera dimensión del negocio veggie quizás se vea en las góndolas donde empezaron a jugar los grandes players. Y el campeonato de primera, por ahora, se disputa en las leches vegetales, el segmento que arrastra la marca.
Según datos de Nielsen, este mercado creció un 223% entre febrero del 2020 y febrero del 2021, y hoy se venden 316.000 litros mensuales. En septiembre del año pasado, se incorporó Mastellone a la producción, y hoy elabora cerca de 150.000 litros al mes. Desde la compañía reconocen que “es un mercado nuevo para nosotros”, pero que “asumieron el desafío” de acompañar a sus consumidores en las nuevas tendencias de alimentación.
Leches vegetales en la góndola de una dietética. La de almendras es la que más se vende. Foto: Fernando de la Orden
Danone es otro de los jugadores fuertes, que vende al público y abastece a gastronómicos. Produce ocho variedades de leche vegetales con su marca Silk pero, al igual que sus competidores, la que más vende es la de almendras sin azúcar. Esta variedad representa el 75% del mercado de leches vegetales. “Los flexitarianos son los que más están impulsando el crecimiento de la categoría”, apuntan.
Este boom se refleja en las cafeterías, donde la opción de personalizar el latte es cada vez más frecuente, y no sólo en las de especialidad: recientemente el gigante Starbucks sumó tres leches vegetales a su oferta también buscando “entender qué es relevante para sus clientes con el objetivo de satisfacer sus necesidades”.
Certificar o no certificar
También es líquido como la leche de almendras, pero viene en botella. El vino, bebida nacional, es una categoría en la que el sello “vegano” empezó a expandirse sin parar. Pero si el vino viene de la uva, ¿no es de por sí un producto vegano?
No necesariamente, ya que puede tener agregados de origen mineral o animal que se utilizan como clarificantes, por ejemplo gelatinas que vienen de los huesos de los animales o colas de pescado y otros derivados de la leche y el huevo.
Derecho del consumidor. En el exterior, muchos buscan vinos con certificación vegana. Foto: Shutteratock
“Hay mucha gente que cuando lee que el vino no está clarificado cree que es vegano, pero también hay que ver si no tiene organismos genéticamente modificados como levaduras”, señala Gabriel Bloise, enólogo de Chakana, una bodega pionera en la elaboración de vinos con mínima intervención. En Cruzat, su enóloga, Lorena Mulet, cuenta que desde que comenzaron a producir espumosos hace 15 años, “para la etapa de clarificación, la elección siempre fue utilizar proteínas de origen vegetal y bentonitas, que son 100% de origen mineral”.
En ambas bodegas, la decisión de certificar como vegano provino de la demanda de mercados como Europa y Estados Unidos, donde muchos consumidores eligen solo productos veganos. Desde Santa Julia coinciden. “La necesidad proviene mayoritariamente de comercio exterior”, cuentan en la bodega de la familia Zuccardi, donde hace dos años reemplazaron los clarificantes de origen animal por bentonita en los tintos y proteína de papa y arveja en blancos.
En el último año, hubo un boom de certificaciones de vinos veganos. LIAF Control, la principal certificadora del rubro, confirma que la demanda para certificar creció un 50%. Desde 2019 ya llevan certificados más de 80 clientes, de los cuales 60 son bodegas. ¿Qué significa que un producto sea certificado vegano? Que una empresa independiente verificó que en ninguna instancia del proceso productivo se utilice ningún producto o derivado de origen animal.
La ingeniera agrónoma Ana Cherasco, socia gerente de LIAF Control, explica que el rotulado vegano no está contemplado en el Código Alimentario Argentino (como sí hay un logo sin TACC para los alimentos sin gluten). “No está ni permitido ni prohibido, no está considerado legalmente en la legislación alimentaria”, aclara sobre por qué a ninguna empresa de alimentos le habilitarían un logo veggie para poner en el rótulo.
Sello. En uno de los vinos de la bodega Domaine Bousquet, que certifica que es vegano. Foto: @veg.argentina
El Código lo delega en las jurisdicciones la autoridad de aplicación, por eso hay municipios donde sí está permitido. “Tenemos un cliente que certificó un aceite de oliva extra virgen en Neuquén y lo puede rotular pero sólo para comercialización a nivel local”, explica. Pueden usar el claim, como se dice en marketing, de la certificación, pero no estamparlo en la etiqueta.
Con los vinos es distinto. Porque el Instituto Nacional de Vitivinicultura, que es un ente autárquico, sí habilitó la certificación, justamente para responder a la demanda de los importadores de las bodegas que mencionábamos antes.
“La decisión del INV es de vanguardia porque es una realidad contundente”, define Cherasco sobre lo que, cree, debería extenderse a toda la industria alimentaria. Ella lo sabe por experiencia propia.
“Mi nuera hace 10 años que es vegana y nos matamos leyendo el listado de ingredientes. Pero hay cosas que no figuran, como coadyuvantes de tecnología, que no podés saber. El vegano lo que quiere es que no se haya explotado un animal para lo que va a consumir. Estamos hablando de un derecho del consumidor”, dice, sobre la información del origen del producto.
Cruelty free
En la cosmética ocurre algo similar. Cada vez más clientes y clientas saber no sólo si un producto es vegano sino si es cruelty free –porque no son lo mismo.
“Un cosmético vegano no contiene ingredientes de origen animal, ni derivados, mientras que un cosmético cruelty free no ha sido testado en animales”, aclara Francisco Díaz, líder de Marketing de Avon, empresa que ya en 2018 empezó a sumar productos veganos a su portfolio y que sigue trabajando para incorporar más ingredientes vegetales, naturales y sintéticos en este sentido.
Como Avon, todas las empresas líderes del mercado hoy son cruelty free. Y utilizan distintas herramientas para testear sus productos. Un ejemplo paradigmático es el de L’Oréal, que hace 40 años desarrolló modelos in vitro de piel humana para analizar en el laboratorio cómo se comportarán los cosméticos cuando se utilicen sobre la piel de los clientes.
“También se cuenta con una gran cantidad de herramientas predictivas, como modelado molecular, sistemas de toxicológica y técnicas de imagen”, enumera Mariana Petrina, CCO de L’Oréal Argentina, que en el país tienen dos marcas con productos veganos, Urban Decay y Garnier.
Más allá de los testeos en baja, ¿cuáles son los ingredientes de origen que más se usan en la cosmética? “La cera de abejas se utiliza para la elaboración de algunos productos puntuales. La lanonina es el aceite que proviene de la lana cuando se esquilan las ovejas y tiene un efecto protector de la piel. El ácido láctico se produce a través del azúcar de la leche y se utiliza en dermatología para la recuperación de tejidos inflamados”, enumeran en Weleda, una marca de cosmética orgánica que tiene más de la mitad de sus líneas con productos apto vegano.
Cruelty free. Las grandes cosméticas dejaron hace años de probar sus productos en animales. Foto: Shutterstock
Como en la gastronomía, el aislamiento también impulsó la demanda vegan en la cosmética. Lo confirman en Natura, donde el 100% del portfolio es vegetariano y el 80% ya es vegano, y además desmitifican que sólo las y los consumidores jóvenes compren vegano.
“Les importa a todos en general. El consumidor está cada vez más informado y busca marcas que lo ayuden a vincular la compra de un producto con su propósito y que les permita generar impacto positivo. Mucho antes de la pandemia ya habíamos detectado un mayor grado de interés en el origen y la composición de los productos, no sólo en sus beneficios funcionales”, señala Florencia Violini, gerenta de Marketing.
Veganos en el reino de las vacas
Este interés también se traduce en la indumentaria. Aunque aún son pocas, ya hay marcas textiles veganas. Una de ellas es la de la diseñadora Carola Cornejo, certificada vegan y libre de maltrato animal por PETA (el mayor grupo por los derechos animales del mundo, que también certifica a las cosméticas cruelty free).
“Antes tejía gorros y chalecos con lanas de descarte, y dejamos de hacerlo porque la lana es un derivado animal. Tampoco usamos plumas ni cueros”, explica la diseñadora, que en sus prendas trabaja con telas descartadas para crear indumentaria sostenible. Y cuenta que la industria del calzado también empezó a incursionar en nuevas opciones para reemplazar el cuero porque “el mercado lo reclama”.
¿Puede, no en el futuro inmediato pero sí en uno no muy lejano, el veganismo poner en jaque a toda la economía alrededor del ganado vacuno? Pietro Sorba no cree que ese escenario suceda –y si algún día ocurre, la industria se reconvertirá–, pero reconoce que esta tendencia internacional es imparable.
“Los veganos quieren que todo cambie de golpe porque tienen una pulsión ética que se entiende perfectamente. Pero el pragmatismo induce a pensar que es un cambio que se activó y que será paulatino y constante pero lento, como los autos de hidrógeno”, compara el periodista.
Una dietética, uno de los principales canales de venta de los productos veganos. Foto: Fernando de la Orden
Puntos de este análisis comparte, desde Madrid, Jaime Martín, socio fundador y CEO de Lantern, una consultora de consumo masivo que en 2017 publicó la primera edición de su revelador informe The Green Revolution, una profunda mirada al movimiento veggie que ya calculaba un mercado global de sustitutos de carne de 5.000 millones de dólares para 2020.
En este 2021, en pleno proceso de recopilación de esos datos, Martín estima que esas predicciones se cumplieron, aunque los mercados son muy desiguales: en EE.UU. la cifra alcanza los 1.400 millones y en España no pasa de pasa de 100 millones.
Según sus estudios, a nivel mundial el veganismo es “un fenómeno más urbano, más femenino y más joven”, los flexitarianos son el segmento más amplio y las leches vegetales el negocio veggie más rentable, ya que “la mayor parte del producto es agua”.
¿Cómo prevé el futuro? “Los centennials seguirán el camino de sus hermanos mayores, quizá con más fuerza. No olvidemos, de todos modos, que los veganos estrictos son minoría en la mayoría de los países. En España, por ejemplo, en 2019 sólo el 0,5% de los adultos se declaraban veganos. En unos 15 años podríamos ver porcentajes en torno al 3-5%”, estima.
Helados veganos. Cada vez hay más oferta de alimentos a base de plantas. Foto: Fernando de la Orden
La ecuación es simple. Más clientes, más demanda, más oferta… un negocio floreciente. “No está mal que el veganismo sea un negocio. Que se sigan fabricando productos veganos es espectacular. El veganismo se tiene que masificar, con alimentos procesados sanos llegás a todas las personas”, defiende la artista y activista Connie Isla.
Para el CEO de Lantern, a nivel global el mercado tiene potencial para crecer a dos dígitos. “Si miramos las predicciones globales, donde se espera que en 2035 sea de 290.000 millones de dólares, lo que debemos preguntarnos es qué porción de esa torta vamos a lograr los productores argentinos”, reflexiona el presidente de la Asociación de Productores a Base de Plantas.
Martí asegura que “el veganismo es la revolución más importante en la historia de la humanidad, porque es una revolución global que es buena para todos, para el planeta, para las personas y para los animales y no tiene argumentos reales en contra ni efectos adversos para nadie”.
“El futuro es vegan”, vaticinan desde la Unión Vegana Argentina. La unión de la convicción y la economía pueden hacer que ese lema se vuelva realidad.
Fuente: Clarín