Si para unos es sinónimo de librepensador, para otros no fue más que un tirano. Donde hay quien lo califica de racista, también está quien le pondera la creación de la escuela pública para todos. Sus libros forman parte del canon literario aunque hubo quien señaló que su escritura era defectuosa. Domingo Faustino Sarmiento fue presidente, militar, escritor y, más que nada, un polemista intenso, desbordante.
Sarmiento, el que postuló aquella división en «Civilización y barbarie», sigue abriendo la grieta?
Así lo ve hoy Alejandro Finocchiaro, el actual ministro de Educación: «Sarmiento fue un político que tuvo una idea integral acerca del país, basado en dos pilares fundamentales: por un lado la educación y, por el otro, el trabajo integrado a ese ideal educativo. Entendiéndolo en el contexto de su época Sarmiento contraponía esa idea que él llamaba “civilizadora” a las prácticas caudillescas que hubo durante el rosismo. En ese sentido, en la famosa polémica que mantuvo con Alberdi, este último tuvo una actitud más sensata, ya que el jurista tucumano entendía que no era posible una Nación donde quedasen afuera aquellos que habían sido derrotados en Caseros.»
Y Gonzalo Unamuno, escritor y militante del Partido Justicialista analiza: «Nunca se sabe cómo abarcarlo. Su mención es sinónimo de controversia. Y cómo no: Presidente, gobernador, intelectual, asesino de gauchos y de indios, maestro, educador, racista, fanático liberal -a veces progre dentro de ese liberalismo-, hacedor de la Guerra genocida de la Triple Alianza contra Paraguay, europeizante, americanista, y, desde luego, un escritor de primer orden.»
Odiado y amado, seis especialistas revisan con Clarín la figura del prohombre más difícil de comprender, que con su dicotomía entre civilización y barbarie fundó una grieta que sigue dando que hablar.
Héroe o antipatria
“Sarmiento es héroe patrio para la historiografía liberal y antipatria para la historiografía nacionalista. Es a la vez un liberal o un socialista”, dispara el doctor en Letras Damián Fernández Pedemonte, a tono con el personaje. Investigador del Conicet y ex decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral durante diez años, Fernández Pedemonte se detiene la vigencia del personaje y de sus complejidades: “La idea del campo como atraso y del latifundio como concentración de riqueza reaparece en varios momentos de nuestra historia, en el primer peronismo, en las discusiones sobre la reforma agraria del siglo XX y, en cierto sentido, en el conflicto del gobierno de Cristina Kirchner con las entidades del agro”, apunta desde su estudio. Desde ese refugio, opina que “la grieta también pasa por las miradas diversas sobre la historia, donde Sarmiento es un punto crítico”, dice.
“Esta imagen representa un Sarmiento militar y periodista: El Censor fue su diario de los últimos años. La caricatura busca mostrar que, a diferencia de lo que proclama, el diario de Sarmiento no es independiente. Algunos detalles: la bolsa que cuelga del escritorio y en la que se lee «pedidos de tierras»; los cheques del estado que cuelgan del escritorio de Sarmiento. Una de las grandes acusaciones que recoge la caricatura desde la década de 1870 es que Sarmiento vive del Estado. La idea de que quienes ya poseían una fortuna familiar podían ser mejores dirigentes (no robarían al Estado) ya estaba instalada por entonces”, explica la investigadora Claudia Román.
Si Sarmiento está en el medio, ese centro no es confortable. El experto lo explica así: “Uno podría caracterizar las ideas políticas actuales según cómo se posicionen respecto de Sarmiento. En el peronismo, por ejemplo, la figura suscita controversia. Si hay otro polo de la grieta que se autodefine como republicano, parecería que la figura de Sarmiento se ubica más cómodamente allí”. Por eso, Fernández Pedemonte resume: “La complejidad de Sarmiento radica también en que ambos lados de la grieta se lo apropian. ¿Sí? Bueno: “Me siento un poco el Sarmiento del Bicentenario”, dijo la expresidenta Cristina Kirchner en 2010.
Sarmiento y Perón
Desde la ciudad de Neuquén, en la que vive, la politóloga y doctora en Gobierno de la Universidad de Georgetown (Estados Unidos) María Esperanza Casullose detiene en una de las características más complejas de Sarmiento: “Pensaba la política como gesto”, dice a Clarín. “Él no podía ni quería separar pensamiento de la acción política. Pocas figuras de la historia lo igualan, tal vez Perón, aunque Perón no fue el escritor que fue Sarmiento”.
“El dibujo remite a la incansable actividad publicística de Sarmiento, aún en su vejez. No sólo escribía en su diario, sino que se la pasaba enviando comunicados a otros”, apunta la investigadora Claudia Román. /Archivo General de la Nación. Revista El Mosquito, 31-05-1885.
Casullo es profesora de la Universidad Nacional de Río Negro y se especializa en teoría de la democracia, populismo latinoamericano y peronismo, temas sobre los que ha publicado decenas de artículos. Uno de ellos, precisamente, se titula Sarmiento y la desmesura del pensar y en él la académica explica: “Fue un pensador difícilmente clasificable: proeuropeo que se negó a imitar al modelo francés de desarrollo; proestadounidense, que se quejó de la “insoportable uniformidad” de la vida en ese país. Fue liberal, fue positivista, fue romántico. Antiespañol, se reivindicó como descendiente de una antigua familia colonial; ilustrado, no tuvo prácticamente educación formal. Construye a un adversario en el Facundo, pero se niega, hasta el final, a condenarlo, ya que su exceso vital lo subyugó y lo hizo pensarlo como un igual. Se dijo liberal y abogó por el proteccionismo económico. Habló del carácter asiático del interior argentino y propuso convertirlo en el cinturón de farms (granjas) de Estados Unidos. Desconfiaba del gaucho y, sin embargo, confía en él lo suficiente para sostener, contra Alberdi, que la educación universal del pueblo sería mucho más un bien que un mal”. Pocas líneas para un perfil tan exacto.
Este ovillo de contradicciones llevó a que Casullo definiera la esencia del padre del aula como «una figura al mismo tiempo museológica y maldita en la historia argentina». Sobre esta idea se explaya: “Ocupa ese lugar porque, por un lado, fue un presidente inmenso, y por el otro fue un presidente que no pudo construir ni un partido ni una tradición. Sarmiento cambió todo pero, al mismo tiempo, no cambió nada”. Teclea estas últimas palabras desde la Patagonia, “una región que Sarmiento no conoció y que sin embargo –agrega–, me gusta pensar, es la más sarmientina del país: atea, al mismo tiempo indígena y universal, aluvional, poco dada a las buenas costumbres, un poco salvaje”.
“Reiteradamente se dibujó a Sarmiento (sobre todo, en este semanario) como ‘marioneta’ de alguien. En este caso, es la marioneta del Mosquito. Tiene que ver con la falta de ‘respaldos’ de Sarmiento: no tiene diario si no es el propio: sin partido, sin fortuna, sin apellido”, describe Claudia Román. / Imagen del Almanaque de El Mosquito 1878
El racismo y una reivindicación
“¿Lograremos exterminar a los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen”, escribió Sarmiento en El Nacional un 25 de noviembre de 1876. El mote de racista le ha sido aplicado no pocas veces y sentencias como la anterior parecen darles la razón a quienes así lo hicieron. En su departamento porteño, “ni muy pequeño ni muy grande”, y tras ocuparse de que sus hijos terminaran la tarea escolar antes de cenar, la profesora Gabriela Rodríguez Rialestá dispuesta a matizar para Clarín algunos elementos de esta polémica que gira en torno a la idea de la raza.
“Mi hipótesis es que el concepto de raza en Sarmiento es más político y cultural que biológico”, anota esta investigadora del Conicet y docente de la carrera de Ciencia Política de la UBA. “Para Sarmiento, –continúa la académica– los negros no son inferiores biológicamente a los blancos. De hecho, elogia a muchos negros políticamente sagaces como su ‘ídolo’, el negro Bacalá, un político unitario ilustrado que generó hasta la admiración de Facundo Quiroga por su valentía”. Con respecto a los indios, Rodríguez Rial matiza: “Define a los huarpes sanjuaninos antes de la colonia como una nación en el sentido antiguo, pero detesta a los guaraníes. E incluso juega con su propio mestizaje cuando dice, en relación a su viaje a Argel, que se sentía en casa porque por sus venas corría sangre beduina”.
“Mi hipótesis es que el concepto de raza en Sarmiento es más político y cultural que biológico”, explica la investigadora del Conicet Gabriela Rodríguez Rial.
Maestras y amantes, las mujeres del prócer
No falta quien, en estos tiempos, ha definido a Sarmiento como el primer feminista. En principio, su vida personal no fue ortodoxa en lo que a su relación con las mujeres refiere: a los 20 años, se enamoró en Chile de una chica de su edad llamada Jesús del Canto, con la que tuvo una hija: Faustina. Años después, en 1945 y otra vez en Chile, se enamoró de una mujer rica y casada: Benita Martínez de Pastoriza, madre de Domingo Fidel Sarmiento, a quien el prócer adoptó cuando volvió a América y se casó con la madre (ya viuda): no son pocos los que dicen que el chico era, en verdad, hijo biológico de él y no del fallecido marido.
“Es la primera o de las primeras caricaturas de Sarmiento en El Mosquito. Tiene que ver con el momento en que ya es el presidente electo, pero todavía no asumió el cargo. En cuanto a sus rasgos, la caricatura es bastante anómala: es un Sarmiento joven, y además es una caricatura clásica, macrocefálica. La sátira se vincula con el armado de la escena: los objetos que lo rodean (las maestras norteamericanas, que sí están caricaturizadas) y el texto, en un inglés chapurreado, también apunta a la desmesura de este hombre que asegura haber aprendido el inglés estudiando solo”, explica Román. / Archivo General de la Nación. Revista El Mosquito, 12-07-1868
A ellas siguieron la jovencita Aurelia Vélez Sarsfield, hija de su amigo Dalmacio Vélez Sarsfield, a quien Sarmiento le llevaba 20 años y con quien mantuvo un romance de décadas aunque seguía casado con Benita. Finalmente, luego de divorciarse y de sostener su vínculo con Aurelia, en los Estados Unidos se enamoró de su profesora de ingles Ida Wickersham, treinta años menor que él que, claro, también estaba casada.
La académica argentina Irene Jacobsen reside en los Estados Unidos hace años. Es profesora asociada de español en el Departamento de Lenguas Extranjeras de una universidad pública al sureste del estado de Illinois, la Eastern Illinois University. Desde esa ciudad, comparte con Clarín sus análisis sobre el papel de las mujeres en la obra de Sarmiento. “En una época en la que la instrucción de la mujer se consideraba peligrosa para su virtud, Sarmiento defendió su derecho a la educación: este fue uno de sus mayores legados. No obstante, no pudo o no supo cómo escapar de la ideología burguesa. Aun en sus ensayos sobre pedagogía, y en sus discursos populares, la insistencia en la educación de la mujer no va nunca en desmedro de su “misión”, “deber” o “destino” de ser madre (son todas palabras empleadas por él)”.
“El otro personaje es Juan Martínez Villergas, el español que escribió, justamente, ‘A buen Sarmiento mala podadera’. Por eso Sarmiento aparece cubierto de hojas y frutos. La prensa juega con que viene a saludar a Sarmiento… El folleto había sido super exitoso, tuvo muchas ediciones”, explica Claudia Román.
Jacobsen señala esta contradicción con una anécdota: “Como para todos los miembros de la Generación de 1837, y de acuerdo con la mentalidad de la época, para Sarmiento el destino manifiesto de toda mujer es el matrimonio y la maternidad. Paradójicamente, Sarmiento entabló amistad con Juana Manso, mujer extraordinaria, con ideas de avanzada sobre la emancipación de la mujer, la importancia de la educación para los niños de ambos sexos, la libertad de prensa y de culto, etc. Sarmiento llegó a decir en un discurso que Juana Manso era “el único hombre” que comprendía su tarea educativa. Se supone que era un halago. Indudablemente, era un hombre lleno de contradicciones”.
Sarmiento en su grieta
Diego Jarak es argentino pero vive en Francia. Es doctor en Estudios hispánicos e hispanoamericanos por la Université de Provence Aix-Marseille y por la UBA y obtuvo ese grado con una tesis titulada Oralidad y escritura en la reflexión del argentino Domingo Faustino Sarmiento (1839-1850). El especialista propone un modo de interpretar a Sarmiento y su pensamiento dicotómico: “En Sarmiento se condensan una serie de hitos que por diversas razones se transformaron en lugares de encuentro y desencuentro de los debates en Argentina, y esto desde sus primeros escritos, allá por 1839”.
Encuentros y desencuentros. Luces y sombras. Jarak comienza por señalar la literatura: “Sarmiento escribe algunas de las páginas mas bellas de la literatura rioplatense del siglo XIX, páginas de una fuerza de visualidad sin precedentes, y al mismo tiempo, incurre en prácticamente todos los errores del escritor novel. El desfase, más que la grieta, está en Sarmiento, antes que en sus lectores”, explica el académico. En todo caso, por eso a Jarak no le cierra la idea de Sarmiento como fundador de la grieta: “No me parece pertinente porque esa idea supone un estado cero, en el que habría existido una “unidad originaria”. Creo que es una manera muy reduccionista, y binaria, de pensar una situación que es más compleja. La idea de grieta oculta todos estos aspectos, señalando lo mas evidente de los debates: las posiciones antagónicas. Para ir mas allá de las discusiones estériles me parece que es importante asumir la complejidad de la sociedad, y la especificidad de cada situación”.
“Esta es probablemente un aviso disfrazado –dice la académica Claudia Román–. Sarmiento fue un gran «vendedor» de todo tipo de objetos y servicios. Quiero decir: se usó su figura para publicitar el consumo de todo tipo de cosa. En este caso, creo que es la publicidad de una casa que vende objetos de arte (Lacoste, Perú 41)”.
Un último lado en el poliedro siempre escurridizo del pensamiento de Sarmiento: el trasandino. Fabio Moraga Valle es doctor en Historia y, aunque nació y se formó en Chile, analiza para Clarín la figura del prócer argentino desde México, donde trabaja en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). La primera vez que se detuvo en el autor de Facundo fue hace veinticinco años, cuando comenzaba sus estudios de posgrado. “Desde entonces, puedo decir que mi apreciación sobre el personaje no ha variado mucho: sigo sosteniendo que fue un liberal antirrevolucionario argentino que se «acomodó» a la situación de despotismo y autoritarismo que se vivía en Chile después de instaurada la República, a partir de 1818 y, en especial, después de 1830 cuando se instauró lo que se ha llamado el ‘Estado Portaliano’ y que es un despotismo republicano”, escribe. Y destaca que así como Sarmiento es un personaje central en la formación y consolidación de la República Argentina, “la experiencia chilena parece haber sido central en su formación intelectual y política”. Una huella del otro lado de la cordillera, para un prohombre que sigue enamorando y enojando.
Fente: Clarín