Quizás antes no se tenía dimensión del valor de la obra de María Obligado. Un día hace más de sesenta años el fundador de un museo histórico pensó que era buena idea prestar la obra más emblemática de una gran artista para adornar un salón criollo. Algo pasó, además del tiempo, y nadie se acordó de devolver aquel cuadro monumental entregado de palabra, en una informalidad amistosa común por entonces. Recién en estos días, La Hierra, de Obligado, ha vuelto al museo que nació para ser su casa, tras una larga vida en una pared con humedad donde retumbaron décadas de zambas y chacareras. La pandemia, los bailes, un profesor, una exalumna y un convenio firmado con la elegancia de un pacto de caballeros son parte de este postergado regreso de la pintura perdida y recobrada.
María Obligado de Soto y Calvo (1857-1938) es una pintora argentina línea fundadora, de las primeras en trascender en la etapa de formación del arte argentino. Brilló en París, donde participó cuatro veces con éxito en el Salón, y fue relegada después por quienes escribieron la historia del arte local. La Hierra, de 4,43 x 3,21 metros, fue presentada en el Salón de París de 1909, y se guardaba en el Museo Histórico Provincial Julio Marc de Rosario (MARC), que se construyó cuando la artista legó sus bienes y toda su obra para que existiera esta institución en el Parque Independencia. Y ahí debía estar, pero fue prestada en los años 60 para adornar el salón perfumado con locros y choripanes del Instituto de la Tradición Martín Fierro, en Laprida 1419, Rosario, fundado en una encantadora réplica de la Casita de Tucumán, declarada sitio histórico e institución benemérita. Fue un favor por una relación de amistad que por entonces mantenía el propio Marc con ese espacio de difusión cultural por el que pasaron desde Atahualpa Yupanqui hasta Eduardo Falú.
La nueva corriente de revisión histórica con perspectiva de género rescató la figura de la artista –pero no toda su obra–. La investigadora Georgina Gluzman organizó María Obligado, pintora, una muestra que reunió medio siglo de labor en 2019 en el MARC. Reparó así más de cien años de olvido. Desde 1918 que no tenía una retrospectiva. Gluzman la incluyó, también, en la muestra El Canon Accidental, en el Museo Nacional de Bellas Artes, donde puso en valor la obra de mujeres artistas de la Argentina activas entre 1890 y 1950. En la retrospectiva del museo de Rosario había una línea de puntos en una pared, que indicaba la ausencia del capolavoro extraviado. Obligado pintó la escena rural con los bocetos que tomó durante la marcación de ganado de un campo. Fue sensación, porque además de la destreza técnica y su tamaño, la obra tenía la osadía de llevar un tema costumbrista al formato salón.
Siempre estuvo inventariada entre el patrimonio del MARC. “Todas las áreas del museo nos pusimos el objetivo de la recuperación. La asociación de amigos, y su presidente Jorge Mattos, elaboró y acordó un convenio con el Instituto Martín Fierro para la devolución”, cuenta Pablo Montini, director de la institución, que desde 2014 trabajaba por la restitución de la pintura.
El regreso tuvo que ver con la pandemia. Las dificultades que el espacio cultural ya venía arrastrando se agravaron con la cuarentena y fue necesario pedir ayuda al municipio. Lograron entrar en un plan de refacciones edilicias y antes de comenzar las obras de reparación de humedad de las paredes, fue imperioso descolgar La Hierra, que ya era parte del paisaje. Gloria Sánchez Almeyra, actual vicepresidenta del instituto, museóloga y descendiente de quienes por entonces estaban al frente de ese organismo, es exalumna de Montini y enseguida se puso en contacto con él. “Yo sabía que no tenía que estar más acá. Era un tema que estaba en las sombras”, dice.
El miércoles 23 de marzo, a las 9.30, La Hierra fue finalmente trasladada al MARC. Tuvieron que velar toda la obra para poder moverla, lo que requirió mucha coordinación: desde cortar el tránsito hasta la logística de ingresarla al museo, ya que por las puertas principales no pasaba. “Vamos a imprimir el catálogo de María Obligado con un capítulo agregado sobre la restauración de esta obra. Estamos pensando acondicionar una sala como pulpería para instalarla de forma definitiva; investigando dónde estuvo exhibida y cómo salió de acá, pero todavía no lo descubrimos”, cuenta Montini.
“Va a llevar tres años ponerla en condiciones”, dice. Hay seis mujeres en el equipo de restauración que ya están desmontando la tela del bastidor. “La sarga donde está montada está en bastante buen estado, pero están deteriorados los perímetros que la sujetan al bastidor. Le vamos a hacer bandas perimetrales. La pintura está muy craquelada, y deberemos consolidarla. Ahora está velada con papel para poder moverla en el museo”, detalla María Elizabet Carnero, conservadora y restauradora.
La restitución fue armoniosa. “Fue una situación de madurez. Como en el momento en que se prestó la obra, esto también fue un acuerdo entre amigos, donde nadie salió perjudicado. Lo único que se podía comprobar era que la obra había sido donada por Obligado al museo, que estaba inventariada y en los años 80 había sido reclamada y debía volver al museo. Nos hicimos cargo de los errores del pasado y nosotros, como una nueva generación, hicimos borrón y cuenta nueva e hicimos lo que teníamos que hacer. El óleo estaba sufriendo las condiciones ambientales. En el año 1972 había sido restaurada muy mal, incluso el restaurador la había firmado”, dice Montini.
La Asociación Amigos en la última cláusula del convenio firmado el 21 de febrero pasado, que es casi un acuerdo de paz, prometió realizar una réplica del mismo tamaño para que el Instituto Martín Fierro la pueda colocar en el mismo lugar donde estuvo la original hasta hace unos días. “La Yerra, como le decimos en criollo, es parte de la identidad del instituto, tras cincuenta años de entrar y verla. Sabemos que éste era el camino correcto. El trazo de María Obligado seguirá contando historias desde las paredes del museo donde debió estar hace mucho tiempo”, dice Sánchez Almeyra.
“Es una obra capital para entender las intervenciones de las mujeres artistas en torno al centenario, que recibió poca atención– señala Gluzman–. Su recuperación cimienta el reconocimiento a María Obligado en la historia del arte. Me parece muy emocionante que ahora podamos ver todos los estudios preparatorios y bocetos junto con la obra, que son muy abundantes. Era una artista académica, metódica, además de muy creativa. El equipo del MARC tiene una gran tarea por delante. Nos va a permitir conocer de verdad a la obra, que tiene muchos repintes. Nos va a revelar mucho de María, de su forma de trabajo, de sus colores”.
Hermana del poeta Rafael Obligado, María vivía en un castillo ecléctico sobre el Paraná, cercano a la estación del ferrocarril El Paraíso, en la provincia de Buenos Aires, junto a su esposo, el poeta y crítico de arte Francisco Soto y Calvo. Los rodeaban una biblioteca de 20.000 ejemplares, una pinacoteca personal de 60 piezas escogidas, esculturas y muebles que pertenecieron a personajes como San Martín o Dean Funes, la porcelana de Rivadavia, pájaros traídos de sus viajes por el mundo y un frondoso jardín. En el despacho de dirección del MARC hay colgado un autorretrato de María Obligado desde su fundación: sin su aporte el museo no existiría. Hoy están todos satisfechos porque su obra, ahora sí, está resguardada
Fuente: María Paula Zacharías, La Nación