“Quiero verte una vez más”, de Geraldine Palavecino
Desear es como respirar, esa es la primera idea que se me vino a la cabeza al imaginar la historia entre María Arson y Damián Lender. El deseo devuelve a la vida a María; pero ella pronto lo transforma en una acción mecánica, un reflejo imprescindible como respirar. Parodia de la limerencia, siempre está presente la exploración sensitiva, un erotismo evocado en la madurez: nuevo, despierto y desesperado. Con cierta sabiduría tardía, las horas que gana a su soledad, la vuelven muy consciente de su finitud: “Pero por estos años mi soledad, antes tan bien llevada, como si fuera una parte constitutiva de mi plasma o mis tejidos, se ha enrarecido. Nos hemos desconocido mi soledad y yo, una le teme ahora al avance de la otra”, piensa Mery Arson en su casa de villa San Lorenzo.
Quiero verte una vez más es mi novela con el título del tango de Contursi y Canaro, tomé el verso “Sangre que ha volcado el corazón al evocarte” como acápite. Evocar es recordar algo percibido, aprendido o conocido ¿Pero cuánto conocemos de lo que deseamos? En el verano de 2018, la pregunta me obsesionó. El borrador de la novela comenzaba con 4 cartas que conservé en el texto definitivo. Esas cartas son mensajes que la protagonista envía a través de las redes a un desconocido; escritos con una intensa impaciencia y el erotismo arrasador de quien no tiene nada que perder. Un hombre y una mujer, adultos, a medio camino entre mundos analógicos y digitales que son invadidos por la tecnología que los limita con la ferocidad de lo desconocido y los implanta en un mundo de una voracidad que no dominan.
La novela es mucho más que la historia de un amor frustrado, es un thriller cuyas coordenadas se circunscriben a la voluptuosidad de la madurez. El sexo cerebralmente es muy poderoso y la trama saca provecho de eso; de hecho al momento de un orgasmo todo parece extinguirse, sin embargo le sigue una estimulación nerviosa que recoge datos sensoriales vehementemente. Después de los 40, inicia el descubrimiento de una manera diferente de vincularse sexualmente, las personas ya se conocen a sí mismas, son más conscientes de sus elecciones; los personajes innovan sus encuentros sexuales, la exploración y el detenimiento les resulta las formas más atractivas. Vencen inseguridades y despiertan su deseo de manera diferente a las exclusivamente coitales.
Un encuentro fortuito, mensajes por las redes sociales, ella que necesita verlo de nuevo y la negativa de él implican el inicio de un proceso de creación, desconocido por ambos, a partir de unos pocos datos. Solo llega a hacer de Damián Lender un mapping equívoco, arbitrario y diferente del verdadero al que cree conocer porque puede repetirlo, evocarlo como si realmente estaría ahí con él. Como si este proceso, reiterativo y enfocado meticulosamente en todos los detalles de Damián, permitiera apaciguar la herida de su ausencia. Un avatar compensatorio. Una breve calma, falsa y más incómoda que su soledad, se teje entre ellos de un modo llano, tal como ingresa lo siniestro. Los diques de su resignación se desbordan, los sucesos se tornan irracionales, profundamente hostiles y ambos intentan con desesperación restablecer el orden. Ese el foco de la historia que conté.
María hace una recorrida crucial e imaginaria de todo el cuerpo de Damián “con la atención obsesa del copista que rechaza todo ocultamiento” hasta conocerlo a la perfección: “Voy a descubrirte en la totalidad, con la curiosidad del disecador que secciona para comprender, que preserva para evocar”. Ella avanza sobre él y a cada carta lo recupera en su memoria, capaz de duplicarlo y hacerlo presente. Esta invasión, facilitada y estimulada por las redes sociales, me fascinó. Usan Twitter, viven pendientes de sus redes y esa adicción los convierte en seres muy vulnerables: se apropian de sus cuentas, las usan para plagiar a Comte Sponville, se estafan, o pretenden cambiar el perfil a uno completamente diferente. En un momento, uno de los personajes tuitea, con lucidez reflexiva, una pregunta de Montaigne: “¿Cómo es entonces cuando amamos sin ser amados, cuando deseamos un cuerpo para el que ni siquiera existimos?”. Si bien la cita de Montaigne refiere a la violación, la idea de lo no consentido y la recurrente impregnación sensorial sobre todo Damián, tiene consecuencias orgánicas en la historia: aparece una nueva criatura idéntica a él. Una interpretación de María, con acotados recuerdos reales y datos registrados a partir de las marcas que Lender dejó en las redes, todos reunidos de un modo arbitrario, es una copia imperfecta: es otro. Como un golem sensible o como un Frankestein concebido de fragmentos no ya de cuerpos sino de imágenes, esta nueva criatura nacida de ninguna madre se incluye en la vida de ambos.
Geraldine Palavecino
Elegí la primera persona para narrar, con la voz de la protagonista, porque la consideré necesaria por toda la experiencia sensitiva, tan importante en la historia, y muchas veces me resultó difícil por su tremenda intensidad. Varía mucho desde que se presenta hasta el final; puedo asegurar que es una escritura compensatoria. Las mujeres que conozco están allí, los lugares recorridos, la idiosincrasia de mi provincia. Mi memoria avanzó de una forma ecléctica, como la música que escuchan los personajes que va desde la ópera Babi Yar de Shostakovich a un villancico interpretado por Julia Elena Dávalos. Tal vez por eso encuentro mucha verdad en la cita de Amelie Nothomb en La nostalgia feliz: “Todo lo que amamos se convierte en ficción”.
La geografía por la que se desplaza la historia es la que me resultó más familiar y atractiva para desarrollarla de un modo hiperestésico: Salta, aunque algunas partes ocurren en Buenos Aires, la mayoría lo hace en San Lorenzo, también en Cachi, Seclantás y la maravillosa laguna de Brealito. La intensidad de las percepciones tiene que ver más que con un estilo, con un aspecto sobre el que la novela sienta sus bases: algún conocimiento fragmentario de neuropsicología, de lecturas técnicas de investigaciones sobre la estimulación de áreas específicas, alucinaciones, experiencias de doppelganger y la idea persistente sobre el potencial de nuestro cerebro para brindarnos un bienestar, mejorar nuestro paso por el mundo, de un modo sutil como pequeñas mutaciones gracias a las cuales podríamos modificar la realidad percibida.
Fue inevitable un profundo trabajo de documentación. Eran muchas las cosas desconocidas, además el personaje masculino tiene una formación intelectual que me excede cabalmente, al igual que su sagacidad. A la par, hay escenas de magia negra, un antiguo kolossoi griego con el que María Arson pretende manipular a Lender y es una especie de muñeco vudú, toda una renovación en la hechicería salteña; ese debía ser un gualicho exótico y muy caro, por supuesto. Llegué a esa escena recordando una canción de C.W. Stoneking, The Love me or die, que habla sobre sus consecuencias. En cambio, el del sincretismo es un mundo que me resulta conocido. Y por otra parte, los personajes imponen sus características y entonces aparece el humor judío, la experiencia extrema de los exploradores o las analogías con los animales, cuyo capital para la supervivencia los convierte en imprescindibles para los otros. Expone a los personajes en su individualismo, la metáfora del cruce del río Mara en África en el que ñus, gacelas y cebras deben evadir una muerte segura con los cocodrilos: ¿qué ofrece cada uno para que esa aventura sea benéfica para las tres especies? Esa es una pregunta que las acciones de los tres personajes en la novela responden en términos definitivos y muy humanos: si es el deseo persiste como una meta individual, solo es posible la carencia y no el amor; es más, la misma existencia del otro y su libertad se convierten en un obstáculo. Una vez que el cruce del río se concreta, comienza otra vez la vida. Solo que el otro ya es innecesario y el orden debe ser restaurado.
El primer tramo de la novela es realista y asimilable al género romántico; en su totalidad tiene un elemento fantástico que la estructura. Sin embargo, pronto la historia deriva en un thriller en el que las situaciones de una convivencia obligada entre los personajes los sume en formas de supervivencia nada amables y profundamente egoístas. El humor, la ironía hacen posible que la verdad sobre quiénes realmente son y lo que desean pueda emerger. Creo que no podría haber contado esta historia sin ironía y sarcasmo, incluso con la crueldad impropia de los que dicen amar o admirar los aspectos más civilizados en el otro.
Fuente: Infobae