Hasta no hace tanto tiempo los chicos tenían que hacer fuerza para crecer y cambiar de etapa, para lograr derechos y permisos: usar pantalón largo, tacos, maquillarse, acostarse tarde, ir caminando solos al colegio, o en colectivo, ver películas prohibidas para menores, ir a fiestas con baile, trasnochar, etc., etc..
Los adultos eran los guardianes de cada etapa y los chicos disfrutaban la que les tocaba sabiendo que la siguiente iba a llegar y que no valía la pena insistir o intentar adelantar nada porque los adultos, con sus posturas claras, no iban a dar lugar a esos deseos.
Los chicos tenían paz, no derrochaban energía en pedidos extravagantes ni reclamos que sabían con certeza que iban a ser rechazados, por lo que la mayor parte del tiempo exploraban aquello que sí podían hacer y lo pasaban bien en su presente, seguramente imperfecto, investigando todos los rincones de cada etapa, ya fuera la infancia, la latencia o la adolescencia. El tiempo transcurría lentamente, los fines de semana se hacían largos, los días de clase también, el año escolar y las vacaciones eran interminables.
Por alguna razón, incomprensible para mí, probablemente relacionada con el bombardeo de la sociedad de consumo que quiere vender a cualquier precio, les está costando a muchos padres lograr que sus hijos sigan siendo chicos y disfruten cada etapa sin mirar permanentemente lo que viene, o lo que les falta, sin apurar su crecimiento.
Hoy los chicos no se hacen fuertes chocando «contra» los bordes de una cancha imaginaria que sus padres les marcan. Obviamente en otra época la cancha iba creciendo a medida que los chicos maduraban y los padres los veían listos, pero hoy el criterio parece haber variado, ya los cambios no ocurren cuando los chicos están preparados y tienen la edad, sino porque otros lo hacen, para que sean los primeros, para que no se pierdan nada, para que sean iguales a otros, para que no se enojen con sus padres.
Parece que los padres perdimos el criterio para reconocer lo que nos parece mejor para nuestro hijo, nos dejamos llevar por distintas corrientes: le damos el teléfono celular a los 8 porque sus amigos lo tienen, les compramos zapatillas mejores y más caras que las nuestras aunque el año que viene les queden chicas para que no desentonen con sus amigos, o para que tenga las mejores del grupo, usan redes sociales cuando no tienen la madurez ni la responsabilidad necesaria para hacer un uso adecuado, juegan a jueguitos electrónicos con contenidos violentos o sexualizados sin que los adultos se animen decirles que no, las piyamadas empiezan demasiado pronto, el consumo de alcohol en la adolescencia con el permiso de los padres también, los adolescentes van a fiestas los días de semana y van directo al colegio sin dormir al día siguiente.
Tememos que nuestros chicos queden afuera del grupo y somos nosotros los que sin darnos cuenta apuramos su crecimiento y entonces ellos viven «en puntas de pie», tratando de alcanzar objetivos que les quedan enormes, es como si caminaran con zapatos cuatro números más grandes que su talle, no pueden andar, no es cómodo, ni divertido, es estresante, y además tienen que poner cara de felicidad y subirlo a snapchat o a instagram, no se puede notar que extrañan a mamá en la piyamada a los seis años, o que les da terror la película que están viendo, o que no le ven la gracia a emborracharse, o a transar.
A veces nosotros los apuramos, otras los chicos piden lo que ven, o lo que hacen sus amigos, vecinos, o lo que ven en la tele o en las redes. Pero que lo pidan no significa que lo necesitan ni que les hace bien. Para tomar esas decisiones estamos los adultos, tenemos más experiencia, sabemos más.
Tratemos de recordar nuestra infancia, lo bien que lo pasamos, sin tanto objeto ni tanta fanfarria, y tratemos de armar equipo con los otros padres del colegio de nuestros chicos (sería un buen uso para el whatsapp grupal de madres) intentando aunar criterios para que nuestros chicos sean niños un tiempo más, no quemen etapas, ellos seguramente se enojen un poco, pero no abandonemos la tarea de guardianes de su infancia, de su latencia o de su adolescencia, tienen toda la vida para ser grandes, pero sólo esta época para pasarla bien sin presiones ni estímulos innecesarios.