«Los hombres son el enemigo, pero yo amo al enemigo», dice Renée Zellweger en Jerry Maguire. Unos segundos después, en la escena más famosa de la película, Tom Cruise entra por la puerta, le dice «tú me completas» y ella le interrumpe diciendo «ya me tenías con el ‘hola’». Todo acaba en un apasionado beso.
Muchos productos culturales presentan así el amor: como un campo de batalla en el que, además, uno está incompleto sin ese enemigo al que ama. Aunque la pasión es un ingrediente necesario en cualquier relación amorosa, un buen número de estudios han analizado su sobrerrepresentación en películas y novelas.
Una de las teorías sobre el amor más difundidas es la del psicólogo estadounidense Robert J. Sternberg, que defiende que este tiene tres componentes: intimidad, pasión y compromiso. En una relación ideal estarían los tres. Sin embargo, la mayoría de historias clásicas suelen estar compuestas por solo dos. El propio Sternberg pone el ejemplo de Romeo y Julieta, donde faltaría el compromiso. La bella durmiente también nos valdría como ejemplo por su falta de intimidad.
Inevitablemente, esta imagen del amor ha ido dejando un poso sobre nuestras expectativas. Silvia Congost, psicóloga especializada en dependencia emocional, cree que la cultura pop que consumimos influye en cómo nos enfrentamos a las relaciones. «Las películas, las canciones y los cuentos de príncipes y princesas que dibujan escenarios en los que se pasa mal pero siempre acaban bien van dejando una huella en nuestro subconsciente. Puede llevarnos a asumir que las relaciones siempre tienen un final feliz», asegura.
Es fácil pensar con horror en un escenario en el que la ficción y las canciones solo nos hablen de relaciones sanas (y en cierto modo, desde un punto de vista narrativo, aburridas), como si nuestra educación sentimental fuese responsabilidad de guionistas y músicos, pero hay cosas que sí están cambiando. Veamos, por ejemplo, las siguientes escenas de la película Gilda, en la que Gilda y Johnny se odian —lo dicen—, pero acaban juntos y es un final feliz.
Es muy difícil ver estas escenas en pleno siglo XXI sin torcer el gesto. Aunque las parejas con un exceso de apasionamiento todavía campan a sus anchas por la ficción (Bella y Edward en Crepúsculo, Anastasia y Christian en 50 sombras de Grey), cada vez son más frecuentes otras propuestas. La serie You, por ejemplo, nos presenta directamente al protagonista como un psicópata. O Catastrophe, que parte de una relación basada solo en la pasión y el compromiso (se conocen de una semana, ella se queda embarazada y deciden ser pareja), pero en la que la intimidad y la fortaleza de la relación se van desarrollando episodio a episodio.
Lo que nunca falta en todos los ejemplos anteriores, además de la importancia de la pasión, es el entendimiento de que el amor de pareja es el más importante de los amores. Sobre este tema ha hablado mucho la escritora y activista Brigitte Vasallo. Alrededor de ese amor de pareja construimos una identidad, una plenitud, explica la autora. «El dolor y todo lo demás llega ante el temor de perder esa plenitud», dice en este artículo en Diagonal. «El amor único y sus derivados ‘naturales’ (la pareja, la familia) tienen un estatus superior a otros afectos, como es la amistad», añade.
Brigitte Vasallo reclama una representación más amplia del amor. Si todos los afectos tuviesen la misma importancia, si se tratase de una red horizontal, desaparecerían no solo el miedo y la amenaza a perder ese amor único y superior al resto, sino también el peligro de aislamiento y de relaciones de dependencia cuando alguien está en pareja. «Hay que desmontar las jerarquías y hacer que el entorno, que las relaciones con nuestras amigas, con nuestra red afectiva, tomen un peso», aseguraba Vasallo en una entrevista en PlayGround.
Cada vez se habla más de las relaciones tóxicas y cada vez las identificamos mejor, aunque falta un paso importante. «Cuando somos nosotros los que estamos implicados emocionalmente en esa relación, ya no lo tenemos tan claro», dice Silvia Congost. Entonces cobra relevancia lo de dar una importancia semejante a todos nuestros afectos: si no nos hemos aislado del resto al estar en pareja, será más difícil llegar a una relación tóxica y más fácil salir ante las primeras señales de alarma.
¿Por qué sentimos pasión?
El amor atraviesa diferentes etapas, según expertas como Silvia Congost. La primera sería la del enamoramiento, que puede durar «hasta dos años como máximo», asegura. Esta etapa se caracteriza por la intensidad con la que lo vivimos todo: sentimos «una atracción muy fuerte hacia la otra persona, no podemos dejar de pensar en él o ella y no nos quedamos tranquilos hasta que no estamos de nuevo a su lado».
En esta fase, nuestro organismo sufre una serie de alteraciones. La psiquiatra y doctora en Neurociencia Lola Morón explica en este artículo en El País Semanal que la zona más racional del cerebro, la corteza prefrontal, directamente «se apaga». Congost, por su parte, añade que la intensidad aparece porque «suben los niveles de ciertas hormonas como la dopamina, la oxitocina, la vasopresina o el cortisol». Es decir, el enamoramiento produce alteraciones en nuestro organismo que nos hacen sentir así.
Una vez extinguida la etapa inicial del enamoramiento, entraríamos a una fase en la que el amor, como explica el artículo de Morón, es maduro y duradero, más centrado en el largo plazo. «Se ponen en marcha otros mecanismos, se activan otras zonas regidas por otras sustancias cuya finalidad se acerca más a la compañía y el cuidado a largo plazo, más a la crianza que a la reproducción», explica.
En caso de que la intensidad no remita, asegura Congost, «probablemente estemos confundiendo intensidad y obsesión, y eso sí que es grave». Se entra en el terreno de las relaciones tóxicas, definidas por cosas como «sentir que no podemos concebir nuestra vida sin la otra persona, que necesitamos a esa persona para estar bien o ser felices, tener un miedo constante a perderla o estar dispuestos a hacer lo que haga falta para que la relación no se rompa». Es algo que podría resumirse tomando prestadas las palabras de Amaral en Sin ti no soy nada: «Mi cuerpo, mi alma, mi voz no sirven de nada, porque yo sin ti no soy nada», dice el estribillo.
Fuente: El País, España.