«Por trabajo una pareja amiga se está yendo a vivir cinco años al exterior. En nuestro grupo somos todos respetuosos de la cuarentena y no nos veíamos desde marzo. De algún modo teníamos que planear una despedida. Así nació la idea del picnic. Elegimos el Parque Chacabuco, porque siendo tan grande sabíamos que tenía seguro zonas tranquilas donde sentarnos», cuenta Sebastián Wainstein, editor audiovisual y actor, mientras come un sándwich de jamón crudo y manteca a la sombra de un fresno americano.
«Si se llega a enfermar uno de los que viaja, sería un lío; les tienen que hacer el hisopado 48 horas antes del vuelo. Por eso, cada uno trajo su propia comida, estamos con los barbijos e intentamos mantener las distancias», asegura. En las mantas, que sirven de límite geográfico para cada pareja, se ven knishes y empanaditas de queso de La Crespo, sándwiches de miga de Es Ruiz, empanadas caseras y una tarta Pascualina. Para beber, hay vinos en lata, cervezas artesanales, limonada. «Marcela trajo unas latas de espumante y una botella de Aperol. Nos avisó antes para que cada uno venga con su propio vaso y hielo y armamos unos spritz para brindar».
Lejos de ser una excepción a la regla, esta escena con sus múltiples variantes es ya parte del paisaje habitual en los espacios verdes que irrumpen en el gris de la ciudad. La fecha que marcó el inicio de la temporada de picnics no fue el consabido Día de la Primavera, sino el 28 de agosto, cuando se habilitaron las reuniones sociales al aire libre de hasta diez personas.
Dos días más tarde, el gobierno porteño hizo lo propio con las veredas de los restaurantes, en este caso con un máximo de 4 personas por mesa. Esa diferencia dejó a los pícnics en las plazas como la mejor alternativa para el encuentro de amigos.
«La cantidad de gente que podemos recibir por mesa está limitado a solo cuatro personas; y además son pocas mesas para mantener la distancia entre ellas. Así que, con la llegada de los días lindos, comenzamos a pensar una propuesta para que el cliente se la pueda llevar -o se la enviemos por delivery-, y que le sirva para armar un pícnic. Todas cosas que se puedan comer con la mano, sin problemas. Tenemos sándwiches chiquitos (de salmón ahumado, de roast beef casero, de gruyere y jamón cocido Las Dinas y vegetarianos), papas fritas como las de paquete pero caseras, quesos, unas aceitunas marinadas, jugos en botellas de medio litro y varios dulces individuales como cookies, y alfajorcitos», explica Emmanuel Paglayan, dueño de Ninina, el café y deli con tres sucursales en la ciudad. Todo esto es parte de su Kit Pícnic, que viene para dos y cuatro personas, todo en una caja para trasladar al lugar elegido. «Son excusas que pensamos para mover la cocina y sumar propuestas. Estamos viviendo un proceso de pruebas que nos retroalimentan, viendo qué funciona mejor. Y todos nuestros locales tienen un espacio verde cerca: el del Malba está directamente sobre el parque, el de Holmberg está a un par de cuadras de una plaza y lo mismo el de Palermo».
Un mundo adaptado
La idea de los pícnics no suele ser parte del clásico imaginario porteño. El típico mantel de cuadrillé y las canastas de mimbres con vasos y platos descartables que abundan en infinitas películas y fotos parisinas o inglesas, son difíciles de encontrar en Buenos Aires. Quien quiera comprar algo así puede optar en cambio por las que venden desde la provincia de Córdoba la empresa Espacity, con venta a través de Mercado Libre y entregas en todo el país. «Las importamos de China; tenemos con y sin vajilla, algunas con espacios térmicos para mantener la temperatura de la comida. La mayoría la vendemos en Buenos Aires y en el Sur», dice María Elena, a cargo del e-commerce de esta casa.
De todas maneras, más allá de no ser una tradición local, tras tantos meses de estar en casa la posibilidad de sentarse sobre el pasto cobró un valor inimaginable. A la vez, nunca antes hubo una oferta gastronómica tan amplia y fácil de adaptar al formato take away y comida al paso. Hoy es posible conseguir cócteles embotellados como los de Inés de los Santos, 878, Tres Monos, Presidente y Florería Atlántico, entre otros. Aparecieron los vinos en lata, desde los refrescantes Dadá espumantes hasta el flamante Tintillo de Santa Julia; y se suman las cervecerías artesanales, que comenzaron a ofrecer latas y botellas ideales para llevar a plazas y parques. Del lado comestible, las propuestas son aún más numerosas, con decenas de cajas, bolsas y combos diseñados para comer con la mano, minimizando el uso de cubiertos y vajilla necesaria.
«Somos un catering creado hace diez años por todas personas que venimos del mundo hotelero; antes trabajamos en Duhau, Faena y Alvear. La coyuntura actual nos obligó a reinventarnos, y así lanzamos nuestras boxes. Todo el tiempo estamos pensando qué nueva box hacer. Tenemos de cumpleaños, de aniversario, de fechas patrias como el 9 de julio, la del Día del Padre y del Día del Niño. Cuando vimos que venía septiembre diseñamos la de Pícnic», cuenta Matías Álvarez, uno de los socios detrás de esta marca. «Nos dimos cuenta de que empezaba a haber reuniones de cinco, diez personas en espacios abiertos, y nos pareció una buena idea poder ofrecerles algo que les resuelva esa situación». El producto que lanzaron es súper completo: una linda bolsa de arpillera fácil de trasladar, que contiene nachos caseros, quesos y pastas untables; sándwiches como la ciabatta con pollo crispy de semillas, queso provoleta y rúcula o los de pan de molde con lomito ahumado, pategrás, huevo asado y mayonesa. Suman dulces (garrapiñadas, cuadrados de coco y banana, budines de zanahoria), limonadas, mantel de tela, vasos de polipapel y servilletas. «Buscamos que todo el packaging sea compostable, con porciones muy generosas: si es para dos, alcanza para que piquen cuatro personas», agrega.
Una belleza del pícnic es que cada grupo puede armar el formato ajustado a sus necesidades. Hay opciones de lujo, como la de Casa Cavia, con delicias creadas por Julieta Caruso incluyendo alfajores de dulce de leche y almendras, tarta de nueces pecan y ne´ctar de sau´co, chipa´s, sa´ndwiches, Baron B Rose´, y opcionales como la lona de Tienda Mayor realizada en telares antiguos, flores de Blumm Flower Co y almohadones de De Arrieta. Todo es precioso, en envases reciclables o reutilizables, para simplemente cruzar la calle y sentarse en Plaza Alemania, frente a la casona de Casa Cavia. Pero también es posible un plan mucho más modesto, comprando en una panadería debarrio unos fosforitos de jamón y queso y unas palmeritas para el postre. En el medio, el abanico de posibilidades es inmenso, desde pedir un cóctel en Verne Club para tomar en la plaza que tienen enfrente o buscar un brunch o merienda en Moshu y llevarlo al vecino Parque Saavedra. «No hay necesidad de calentar nada ya que todo viene en formato individual, para que no nadie toque la comida del otro. Hay cosas que claramente no funcionan bien, como una tostada con huevo revuelto, que se humedece todo. Por eso rediseñamos las propuestas a la nueva situación, por ejemplo envolviendo cada elemento por separado», dice Lucas Villalba, dueño de Moshu. Desde sus inicios, hace tres años, Moshu fue pionero en el armado de picnis. «Antes prestábamos una canasta y una lona; ahora las quitamos para evitar el manoseo. Pero nuestros clientes siguen buscando este tipo de cosas: el 21 de septiembre vendimos unos 30 combos para el pícnic», afirma.
El domingo pasado, en los bosques de Palermo, Crioio organizó su primer pícnic pop up. Creado por tres amigos colombianos, Crioio es una propuesta de arepas intervenidas por distintos cocineros en la búsqueda de sumar sabores y versiones más allá de la tradición. «No nos metemos en esa discusión de si la arepa es colombiana o venezolana, sino que la pensamos de manera multifacética. Una vez inlcuso hicimos arepas con kimchi. Por ahora somos un lugar a puertas cerradas; publicamos el menú los miércoles, nos piden de manera anticipada y el domingo hacemos el delivery», explica Carlos, uno de los organizadores. «En estas semanas nos dimos cuenta de que, tras tanto encierro, la gente tenía necesidad de salir. Y ahora que está permitido pensamos que en lugar de llevar las arepas a domicilio, las podíamos entregar en un parque. Así nació la idea del pícnic. Pusimos unas telas como manteles, unos cajones como mesas, armamos tres horarios de reserva y convocamos a los Bosques de Palermo. Estuvo a full, con tres turnos de 20 personas cada uno, en cinco espacios separados. Incluso mucha gente que no reservó, se acercaba igual. Tenemos todavía mucho que aprender, para que sea lo más organizado y seguro posible. Pero sin duda volveremos a hacerlo, anunciándolo antes las redes de Crioio BA».
Un poco de pasto, el aire libre, el sol, la sombra de los árboles. Una empanada o un almuerzo de lujo. Mates individuales, latas de vino, limonadas y una bolsa de basura para juntar los residuos y dejar todo limpio al irse. El año de la pandemia será también el año en que Buenos Aires, finalmente, caerá rendida a la seducción de los pícnics.
Direcciones útiles:
- Baez:@baez.catering
- Casa Cavia: @casacavia
- Crioio:@crioioba
- Espacity:@espacityok
- Moshu:@compartimoshu
- Ninina:@ninina.arg
Fuente: Rodolfo Reich, La Nación