El año pasado, los arqueólogos en Perú anunciaron el descubrimiento de una masacre ritual de hace siglos que, según creían, era el caso más grande de sacrificio humano encontrado hasta la fecha.
Enterrados entre la arena de un sitio del siglo XV, denominado Huanchaquito-Las Llamas, había casi 140 esqueletos de niños, como así también los restos de 200 llamas. Como el razonamiento detrás del horrible asesinato masivo de niños y niñas, de entre 5 y 14 años, no se puede determinar definitivamente, ahora los investigadores dicen que fue llevado a cabo por la desesperación en respuesta a un evento climático desastroso: El Niño. “Lo que parece que tenemos en Huanchaquito-Las Llamas es un sacrificio para detener las lluvias torrenciales, las inundaciones y los aludes de barro”, armó John Verano, antropólogo en la Universidad Tulane y autor del trabajo, que fue publicado el miércoles en PLOS One. El hallazgo provee una visión de los rituales de la antigua civilización Chimú que habitaba la costa norte del Perú. También intenta juntar las piezas de la historia detrás del por qué los habitantes asesinaron a estos niños, presumiblemente abriéndoles el pecho y extrayendo sus corazones.
Un día en 2011, un hombre llamado Michele Spano Pescara se acercó a Gabriel Prieto, arqueólogo en la Universidad Nacional de Trujillo en Perú. Le dijo que sus hijos habían excavado unos huesos cerca de su casa. Cuando Prieto siguió al hombre hasta ese lugar, quedó anonadado. “Había tantos restos humanos y cadáveres completos en perfecto estado de conservación por todos lados”, dijo Prieto, quien dirigió el estudio. Prieto convocó a una colega, Katya Valladares, que investigó los esqueletos e identificó marcas de cortes en muchos de los esternones de los niños.
Eso indicaba que el sitio de entierro no era un cementerio grupal, sino más bien la ubicación de un evento de asesinato organizado. Desde 2011 hasta 2016, Prieto y sus colegas excavaron hasta 137 esqueletos completos y los restos de más de 200 llamas, en un área que se extiende por aproximadamente 700 kilómetros cuadrados. Algunos cuerpos estaban enterrados envueltos en trapos, algunos tenían tocados de algodón, y otros tenían pintura de cinabrio rojo conservada en sus calaveras. Enterradas junto a muchas de las víctimas, había algunas llamas jóvenes, cada una de ellas de menos de 18 meses de edad. También habían sido sacrificadas.
El equipo observó que los niños fueron enterrados mirando hacia el oeste, a la costa, mientras que las llamas miraban hacia el este, a la Cordillera de los Andes. Mediante el uso de datación por carbono, el sitio fue fechado en aproximadamente el año 1450 d.C., que lo ubica en una época anterior a que el Imperio Inca fuera invadido. El equipo también intentó recolectar ADN de los dientes de algunas víctimas. Lo que extrajeron fue suficiente como para determinar que había tanto niños como niñas, demostrando que el sacrificio no era específico de ningún género. Otros análisis de ADN podrían ayudar a determinar si los niños eran locales o si provenían del estado de Chimú, aunque, basándose en algunos detalles morfológicos, el equipo cree que las víctimas provenían de todo el imperio.
Una pista importante para descifrar por qué los chimú sacrificaron a los niños llegó en la forma de una capa gruesa de barro conservada sobre la arena donde estaban enterradas las víctimas. Como el área es un desierto, la capa de barro indicó que alguna vez hubo un período de lluvias torrenciales, como las que se ven durante El Niño, o un calentamiento natural de las aguas de la superficie del Pacífico que tiene efectos de cascada sobre el clima. Dicho diluvio habría devastado el estado de Chimú, inundando los cultivos, matando a los peces y barriendo a los habitantes.
También en esta capa de barro, los científicos encontraron pasos conservados de adultos en sandalias y niños descalzos, y signos de que las llamas fueron arrastradas hacia allí. Parecía que los niños hubieran marchado hacia el lugar, en las afueras de la ciudad capital de Chimú, Chan Chan. Los asesinatos, sugieren los autores, fueron realizados como una orden del estado de Chimú como un llamado a sus dioses o espíritus ancestrales de mitigar las lluvias. “La imagen que comienza a emerger es que bajo condiciones de disrupción climática severa, el sacrificio de niños podría haber sido el medio de comunicación más poderoso con lo sobre-natural”, armó Haagen Klaus, bioarqueólogo de la Universidad George Mason en Virginia, quien no participó del estudio.
Fuente: Clarín