Ya lo dijo el historiador francés Roger Chartier: «La lectura es siempre una práctica encarnada en ciertos gestos, espacios y hábitos». Cada época ha tenido -y tiene- un modo particular de leer. La nuestra, marcada por la inmediatez, la falta de tiempo y el exceso de estímulos audiovisuales llamados a entretener, también lo tiene.
En este sentido, los expertos señalan que estamos inmersos en una era de lecturas fragmentadas, en la que libros y pantallas interactúan no siempre en oposición sino, muchas veces, potenciando el hábito de la lectura. ¿Quién no ha buscado, en la mitad de una lectura apasionante, material adicional sobre el autor en Google, o bien algún fragmento de la versión cinematográfica del libro en YouTube?
«El lector contemporáneo medio es un DJ de fragmentos. Todo el tiempo está sampleando textos. Vamos del libro a las pantallas, de las pantallas a la carta de café y otra vez a las pantallas, sobre las que tipeamos palabras que irán a parar a las superficies de papel», reflexiona Juan José Mendoza, doctor en Letras con máster en Filología Hispánica, quien sostiene que esta es la era de la «literatura expandida»: texto + imagen + sonidos. «No sé si es una época de lectores de obras completas -se pregunta-. Están los círculos de lectura, los grupos de estudio, pero no creo que eso persista como una costumbre propia de la actualidad».
Las múltiples maneras en que lo digital atraviesa el hábito de leer plantean, sin embargo, muchos enigmas difíciles de resolver a nivel local. Buena parte de la industria librera cuenta, básicamente, con las estadísticas de ventas de ejemplares como principal insumo para analizar el presente y las perspectivas del libro. Y lo mismo para detectar los gustos y costumbres del público lector.
En ese sentido, los datos más recientes son bastante desalentadores. Según la Cámara Argentina del Libro, el primer trimestre de este año se consagró como el más flojo de los últimos cinco. Las tiradas de ejemplares cayeron prácticamente a la mitad. En 2015, se habían producido 83 millones de ejemplares de nuevos títulos, mientras que en 2018 ese número se redujo en 43 millones. Por otra parte, la cantidad de ejemplares cada diez mil habitantes pasó de 6600 en 2016 a 4400 en 2018.
Los responsables de la medición hablan de una crisis estructural, agravada por supuesto por la crisis económica que atraviesa el país. Pero ¿el hecho de que se compren menos libros quiere necesariamente decir que se lee menos? ¿Son las cifras de ventas de ejemplares el indicador más adecuado para analizar cómo es la relación de las obras con sus lectores?
Al menos, esta perspectiva se reveló limitada el jueves último cuando, durante el día de la inauguración de la 45.a Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, la organización Entre Editores presentó los resultados de la encuesta «Mujeres que leen». El relevamiento, realizado sobre un universo de 5000 lectoras, comenzó a dar pistas más certeras sobre los gustos, hábitos y preferencias del público lector femenino mayor de 18 años.
«Siempre me ha desesperado la falta de información específica en nuestro sector. Nos metimos dentro del universo de las mujeres, que son siempre las que más consumen cualquier tipo de bien, para ella y para otros, con la perspectiva de un editor. Algo así no se había hecho antes, al menos de manera pública», explica Trini Vergara, fundadora de Entre Editores, entidad creada para promover la capacitación y actualización permanente en el mundo editorial.
- Trini Vergara
De acuerdo con el informe, las lectoras más jóvenes -entre los 18 y los 25 años- son las que más libros leen: entre 4 y 5 por mes. Le siguen las mayores de 46. La mayoría se informa y elige sus próximas lecturas en Internet, con la ayuda de blogs o siguiendo a los mismos autores. El 57% continúa yendo a la librería a comprar sus libros, mientras que el resto -un nada despreciable 43%- lo hace por Internet, ya sea en el sitio web de la editorial, en alguna librería online o a través del sitio Mercado Libre, entre otras alternativas. El género favorito es la ficción literaria, seguido del género romántico. Según la encuesta, la noche es el momento del día en que se lee con mayor frecuencia, en tanto -como es previsible- se lee más durante las vacaciones y los fines de semana.
La investigación también revela que hay una gran distorsión entre lo que las encuestadas creen que deberían costar los libros y lo que efectivamente cuestan: mientras que durante enero y febrero de este año -meses en los que se realizó la consulta- el precio real promedio de un libro de alrededor de 400 páginas estaba en 650 pesos, la mayoría esperaba pagar no más de 400. Por otra parte, si bien el libro físico es el soporte más escogido (86,2%), el libro electrónico concentra el 11,6%, mientras que el 2,2% corresponde al audiolibro, dispositivo que ha crecido notablemente en los últimos años en mercados como el español.
De acuerdo con Javier Celaya, fundador de la consultora española dosdoce y una de las voces de referencia a la hora de pensar la transformación digital del mundo editorial, el caso del audiolibro echa por tierra la afirmación que sostiene que los dispositivos digitales le restan lectores al libro papel. «Las estadísticas muestran que el 50% de los usuarios de audiolibros no habían leído textos durante el último año. Son lectores poco frecuentes, pero les encanta que les cuenten historias. El resto es gente que lee, pero que se vale del audiolibro para leer más allí cuando es el único dispositivo posible, por ejemplo, mientras va manejando», explica el especialista, responsable para América Latina de Storytel, plataforma de suscripción mensual a la manera de Netflix, en la que el usuario puede acceder a un menú de libros, para bajarlos y oírlos. Se estima que, para fin de año, unos 10.000 títulos en español estarán disponibles en este formato.
«Ese es otro de los cambios de esta época: los consumos culturales ya no se realizan mediante compras unitarias sino mediante modelos de suscripción a la manera de Spotify o Netflix, que se van consolidando como patrones de consumo y, en consecuencia, comienzan a replicarse en otras áreas, lo que amplía las posibilidades de uso», agrega Celaya, quien apoya su afirmación con la siguiente cifra: en el mundo, el 70% de lo que se mira en Netflix ocurre en movimiento, por ejemplo, desde un smartphone durante el viaje al trabajo. Si ya no necesitamos estar sentados en el sofá para mirar una serie, un documental o una película, ¿por qué no admitir otras formas de lectura, como la que proponen los audiolibros, mientras no podemos leer de otra manera?
Las posibilidades cada vez más amplias de los teléfonos inteligentes instalan otras preguntas. Por ejemplo, ¿qué espacio le dejan a dispositivos como el Kindle, iniciadores de una verdadera revolución en el mundo del libro cuando fueron lanzados en 2007? ¿Será que la avanzada de los smartphones terminará fagocitándolos, a la manera de lo que ocurrió con las cámaras digitales o los GPS?
Mariano Vilar, doctor en Letras y secretario académico del departamento de Letras de la UBA, se considera un gran lector de libros electrónicos. «Es un error pensar que el ebook carece de materialidad a la manera del libro en papel. Cuando uno se vuelve lector en este formato, descubre que tiene una materialidad propia. De todas maneras, la uniformidad de la experiencia, la sensación de que todos los libros que se leen son iguales, puede ser un poco frustrante», reconoce Vilar, miembro del Grupo Luthor, que edita la revista literaria del mismo nombre. Por lo demás, tiene algunas dudas sobre la supervivencia de los e-readers cuando los teléfonos inteligentes ya ofrecen mayores posibilidades de inmersión digital, es decir, mayores alternativas de entretenimiento y distracción.
Vergara, economista de formación pero con reconocida trayectoria en el mundo editorial, cree que, más allá de las distintas modalidades, en esta época leemos más. Y le adjudica a los teléfonos celulares una gran responsabilidad al respecto. «Si sumamos todas las posibilidades contemporáneas de lectura, el resultado nos da que hay más lectores. En ese sentido, el celular se ha consolidado como un soporte fundamental porque va con uno a todos lados y a través suyo sucede buena parte de nuestras experiencias de comunicación e información».
Además, dice, están los hijos de Harry Potter: » Tenemos una generación completa en el mundo entero, que hoy tiene alrededor de 30 años, que despertó a la lectura con la saga de J. K. Rowling y no se fue más. Y eso no significa que hoy sean lectores exclusivos de sagas. Yo he conversado con muchos y pude comprobar que tienen gustos amplios, que leen clásicos y autores consagrados».
Hace algunos años, el filósofo y antropólogo argentino Néstor García Canclini escribía, junto a otros autores, Hacia una antropología de los lectores. Allí, el autor sostiene la necesidad de ampliar la mirada tanto al hablar de la lectura como a la hora de establecer jerarquías: «Que se compren menos libros en papel no significa que no se lea en formatos electrónicos [?]. Los estudiantes que han ido pasando en dos décadas de los libros de texto a las fotocopias y en años recientes al PDF y la lectura directa en línea ejemplifican la dirección de este proceso. [?] Esta antropología de los lectores, al reconocer la diversidad de escenas y soportes en que se lee, replantea la cuestión de qué es leer». Y pregunta, provocador: «¿También hay lectura cuando leemos las instrucciones de un electrodoméstico?»
Otra de las cuestiones que habría que revisar, observa Juan José Mendoza, tiene que ver con el vínculo entre los lectores y los libros. A su entender, mientras que el lector de la modernidad iba construyendo su biblioteca a lo largo del tiempo como una suerte de itinerario personal y biográfico, para el nuevo lector la lectura es una experiencia en tiempo presente. «Los libros de la época anterior a la edad de la imprenta eran un bien suntuoso, inaccesibles para cualquier lector. La pregunta es si este no es un momento en el que las bibliotecas personales no comienzan a ser nuevamente bienes suntuosos. No necesariamente por su valor económico, que también lo tienen, pero sí por el valor simbólico que comportan».
Mendoza, autor del libro Los archivos. Papeles para la nación (Eduvim), que se lanzará el mes próximo, cree que en el ancho universo de los lectores contemporáneos hay un grupo que parte de la idea de que lo literario habita en el pasado. Los llama remodernistas. «Serían más bien aquellos lectores que continúan leyendo los textos del presente como si todavía no hubiésemos salido de la modernidad, como si el posmodernismo, el poshumanismo o la era digital no hubieran astillado muchas de las coordenadas de nuestro tiempo», reflexiona el especialista, que desarrolla en el Conicet el proyecto de investigación «Maneras de leer en la era digital».
En medio de la profusión de celulares, todavía es posible observar a muchos que, en el transporte público o las plazas, siguen sosteniendo en sus manos libros de papel. Y entre ellos, muchos jóvenes. Imposible saber si se trata de los «remodernistas» de los que habla Mendoza o si acaso son lectores «multiplataforma».
Pero, ya sea suscribiendo al remodernismo, o bien como DJ de citas, lo que es claro es que, al momento de leer, nunca estamos tan solos como creemos. Así lo expresaba García Canclini hace unos años en una entrevista. «Contrariamente a la idea tradicional de que hay que leer en silencio, cada individuo en relación con un texto, en realidad eso puede ocurrir, sigue sucediendo, pero leemos libros que nos han recomendado, o leemos para preparar un examen, o una clase. Siempre hay sociedad en la lectura.»