Nadie espera que pueda perecer alguna de las millones de obras de arte creadas a lo largo de la historia de la humanidad para ser eternas. Ni piezas de la Antigua Roma, del Imperio egipcio ni del Renacimiento. ¿Es posible que un museo pueda prescindir de ejemplares del posimpresionismo o del surrealismo porque carece de lugar para almacenarlas? ¿Alguien imagina que el MoMA pueda desprenderse de Las señoritas de Avignon, de Picasso? ¿O el Louvre de la Victoria de Samotracia, diosa alada cuyo mármol del 190 a.C. es una gran obra del período helenístico?
Para albergar el patrimonio, los museos deben idear nuevas estrategias. El conflicto es dónde almacenar las piezas no exhibidas en sala. ¿Deben dejar de adquirir obra o desprenderse de alguna para hacerle lugar a una nueva? Algunos, en Estados Unidos, harán espacio en sus bodegas en lugar de ampliarlas, como recientemente decidió el Museo de Arte de Indianápolis.
Pero ¿puede el método Marie Kondo aplicarse al arte? La popular gurú japonesa, que edificó un emporio económico con su prédica de conservar solo aquellas prendas que nos hacen felices -hay que doblar y doblar, para hacer espacio-, sostiene que hay que descartar aquello que no aporta dicha. ¿Es viable el descarte en el arte? Cómo desprenderse si es su conservación misma la que aporta regocijo.
Había demasiado arte en bodega. A esa conclusión llegaron en Indianapolis al anunciar la cancelación de 14 millones de dólares de inversión destinados inicialmente a duplicar el espacio para almacenamiento. Al revés, encara la revisión de 54.000 piezas de su colección; un 20% llevará la etiqueta de «descarte» o «duplicados». Esas obras serán puestas a la venta o donadas, precisó su director, Charles Venable. «La tendencia a construir depósitos tras depósitos ya no es sostenible», dijo. Desde 2011, el museo desechó 4615 objetos, y vendió la mayoría de ellos; 124 fueron transferidos a otras instituciones.
La práctica busca liberarse de bienes adquiridos de modo compulsivo o regalados sin intención de la institución. «No es una ventaja para nadie tener millones de obras que languidecen en las bodegas: nos cuesta muchísimo, mientras que sería mejor permitir a otros adquirir obras de arte que pueden ser mejor apreciadas», opinó el director del MoMa, Glenn Lowry. La misma institución, que en 2017 vendió un mural de Leger al Museo de Houston, encara un proyecto para ampliar sus almacenes.
Para la Galleria degli Uffizi, en Florencia, edificio ordenado en 1560 por Cosimo I de Medici, y cuya colección se amplió con nuevas adquisiciones hasta la extinción de la familia de mecenas, en el siglo XVIII, «desprenderse de obra es algo que escapa a la misión del museo», dice a la nacion Andrea Acampa, a cargo del departamento Opera Laboratori Fiorentini, que tutela las piezas de los museos florentinos. Caravaggio, Botticelli, Leonardo o Miguel Ángel viven allí, entre 2409 obras en exposición, otras 2633 en depósitos propios y 2450 repartidas en bodegas externas.
«No es tan sencillo desprenderse de una pieza. El ingreso de una obra es algo consensuado con el board», señala la mexicana Miriam Káiser, exdirectora del Museo del Palacio de las Bellas Artes de México y de la Sala de Arte Público Siqueiros. «Me pregunto qué pasa si desborda el Louvre. Para algo hizo ?sucursales’, al igual que el Guggenheim, que le son bastante redituables. Hay maneras de no deshacerse de obra», dice. Y sostiene que la bodega es algo que debiera contemplarse como uno de los principales espacios de un museo. «Uno no hace un museo para ahorita, para lo que tienes hoy. Ocurre que los arquitectos piensan en lo que queda bonito y no en las entrañas de un museo», observa Káiser. Los depósitos tienen costos altos, admite.
Cuahtémoc Medina, director del Museo Universitario de Arte Contemporáneo, que depende de la UNAM y custodia de artistas radicados en México desde 1952, advierte que dar de baja una obra es una práctica común en Estados Unidos. En el MUAC las bodegas son «óptimas y generosas» -guardan tres automóviles intervenidos- y sin embargo la cuestión de generar espacio siempre está presente para la institución, que cuenta con 2500 obras de las que 100 están en exhibición. «Sería razonable que una institución que desea albergar arte contemporáneo requiera ampliar espacio en el futuro», opina.
Decisiones sustentables
El Museo Nacional de Bellas Artes, «lejos de proyectar desprenderse de obras, continúa con una política activa de adquisiciones», remarca su director, Andrés Duprat. Con 13.000 obras -la mayor colección de arte del país-, sus políticas «apuntan a aumentar su visibilidad, a través de exposiciones itinerantes en todo el país». Además, en su sede de Neuquén, se exhiben permanentemente numerosas piezas de la colección del Bellas Artes, dice Duprat, tras la inauguración y remodelación de salas para «importantísimas piezas del período precolombino que durante años estuvieron en depósito».
El MNBA cuenta con depósitos en sus instalaciones, que ocupan casi todo el subsuelo. Pero evalúa posibilidades de ampliación de reservas, dentro del edificio o fuera, por las exigencias de formatos. «Una obra sobre papel debe ser retirada del marco y guardada en una planera; un óleo sobre tela puede ser colgado en una parrilla, una escultura precisa de un espacio acorde con su volumen», ejemplifica.
«Un museo debería reflexionar sobre su misión y la pertinencia de obras que adquiere», opina Rocío Boffo, a cargo del Museo Nacional de Arte Oriental; un caso particular: concebido en 1965, el Estado argentino nunca le asignó sede propia. Depende de las salas que de buena voluntad le ceden para exhibir. Su patrimonio en sí mismo es un depósito.
Para el Malba, la desposesión o cese de adquisiciones es impensable, aunque las 600 obras de su colección suponen pensar cómo se stockea. «Cada obra que ingresa al patrimonio requiere pensar en gastos anuales: seguro, costos de restauración, conservaduría, un nuevo legajo, la adquisición de papel libre de ácido para su archivo? no es un problema, es una ocupación», dice Victoria Giraudo, jefa de curaduría. El museo tiene su depósito en sede y la utilería en un espacio de alquiler en Barracas. Si quedara chica la bodega propia, especula, habría que alquilar otro sitio. «Pero siempre está la pregunta de cuánto podemos guardar, porque existen piezas, sobre todo las de arte conceptual, cuya volumetría ocupan más espacio que otras. ¡Claro que si nos dan el Guernica, de Picasso, no vamos a decir que no lo queremos por una cuestión de lugar! En el fondo, el museo es como tu casa: si te ponés más ordenado, se optimiza el espacio, como un Tetris».
Fuente: Gisela Antonuccio, La Nación