El día del desembarco en Normandía, el operativo militar más complejo y gigantesco de la historia bélica, del cual se cumplen 75 años, contó con el protagonismo de varios argentinos, que integraban las fuerzas aliadas, tanto aéreas como navales. En particular, del Escuadrón Argentino-Británico 164, que volaba en aviones de ataque Typhoon y que realizó numerosas misiones contra columnas de vehículos y blindados alemanes.
Entre los argentinos se encontraban Federico Arturo Greene, quien pudo regresar a la Argentina y siguió trabajando como hombre de campo; el bahiense Kenneth Charney; los porteños John Gordon Davis y Guy Westley y Henry Venn; Raúl Casares y el rosarino Luis Horacio Fortín.
En Calvados, a 24 kilómetros de Caen, se encuentra uno de los cementerios de guerra y allí descansan los restos del teniente Henry Albert Venn, muerto el mismo 6 de junio de 1944, a los 29 años. Era oriundo de Quilmes y formaba parte de la tripulación del buque inglés HMS Copra, que realizaba fuego ofensivo sobre una de las cabezas de playa.
Estas intervenciones de argentinos, muchos de ellos hijos de familias inglesas radicadas en nuestro país, fueron recopiladas por el investigador bahiense Claudio Meunier, autor del libro «Alas de trueno», de próxima edición.
«Federico Greene era uno de los pilotos del famoso escuadrón conformado con el aporte de familias argentinas y tuvo varias misiones de apoyo a las fuerzas terrestres aliadas. Federico perdió un compañero del escuadrón cuando su ala fue arrancada literalmente por un disparo de la artillería alemana. Una sala del aeroclub de la localidad de Vedia, provincia de Buenos Aires, lleva su nombre. Greene falleció hace poco tiempo. Desgraciadamente como es usual en estos casos, jamás se conoció la historia de estos hombres», relató Meunier a LA NACION.
Otro voluntario argentino que combatió con bravura junto al regimiento Cork fue el teniente Guy Westley, de 25 años, de Olivos. Durante una de las tantas refriegas, un disparo lo hirió y quedó inconsciente, pero sus soldados lograron hacer retroceder al enemigo. En el combate hubo varias bajas, entre ellas Westley. Por su parte, Raúl Casares, paracaidista de un regimiento aerotransportado británico, se lanzó desde un avión de transporte C-47 Dakota.
El capitán Thomas Dawson Sanderson, un argentino que había sido estrella del golf nacional, debió ser evacuado desde Normandía hasta Inglaterra, donde le amputaron una pierna. El Día D fue herido de gravedad en una batalla con divisiones alemanas. Su hermano formaba parte del staff del general Bernard Montgomery.
El bahiense Kenneth Charney patrulló ese día junto a su escuadrón 602 de Spitfires IX las cabezas de playa, para dar cobertura aérea a los tenaces infantes que se adentraban en tierra normanda. El teniente Luis Horacio Fortín llevó sus bombarderos del escuadrón 342 «Nancy» de las Fuerzas Aéreas Francesas Libres para combatir contra los alemanes en la tierra de sus ancestros.
Los datos aportados por Meunier están documentados con las órdenes de vuelo y la conformación de las escuadrillas para aquel día de las fuerzas aliadas y de las alemanas. Cotejar esos datos permitió tanto a él como al coautor del libro, Oscar Rimondi, hallar los restos de James Stanley Watt en Holanda; durante cinco décadas se creyó que su avión había caído al mar. Watt y sus tres hermanos eran pilotos de la Real Fuerza Aérea británica (RAF, por su sigla en inglés).
No menos descollante fue la actuación del Escuadrón 78 de bombarderos Halifax. Al mando de una de esos cuatrimotores se encontraba John Gordon Davis, nacido en Buenos Aires.
La mayoría de los argentinos que combatieron como voluntarios y se enroló en las filas de la RAF lo hizo por el hecho de ser descendientes de ingleses, por ser amigos de los hijos de ingleses que iban a la guerra y porque en ese entonces el objetivo era ayudar a las fuerzas aliadas a evitar la expansión de la Alemania nazi.
«Los mejores pilotos morían antes»
«Mi padre hablaba lo menos posible de la guerra. Si lo hacía, era sólo para recordar los momentos alegres», cuenta, desde Río Cuarto, Juan Greene, hijo de Federico Greene, el argentino que participó en el desembarco de Normandía como piloto de la Real Fuerza Aérea (RAF, por su sigla en inglés) británica.
¿Existieron momentos alegres en aquellos años de horror y pérdida?
«Bueno, el espíritu de amistad y camaradería que reinaba en el grupo era para él lo más rescatable de aquella experiencia, que yo llamaría «de emoción violenta»», precisa Greene hijo, de 46 años. E insiste en que las misiones bélicas de su padre siempre fueron un misterio en la familia.
«Repetía tan sólo que los mejores pilotos, aquellos de maniobras prolijas y sincronizadas, eran los primeros en morir, porque encuadraban perfecto en el ángulo de tiro del enemigo.»
Por otro lado, Greene conoce de memoria el derrotero que llevó a su padre a enrolarse en el ejército británico. «Tenía 18 años y estaba a punto de comenzar sus estudios de medicina en Boston -había nacido en Buenos Aires, aunque era descendiente de irlandeses-, cuando estalló la guerra. Entonces decidió abandonar todo para ayudar al ejército aliado.»
Luego de la guerra, Federico trabajó como piloto comercial en Inglaterra -donde conoció a su mujer, una rosarina que era traductora de la BBC- y más tarde en la Argentina, antes de mudarse al campo para dedicarse a la producción agropecuaria. «Murió en la austeridad y el anonimato en 2001, a los 81 años. Y aunque nunca lo recibió, jamás reclamó reconocimiento. Nunca se sintió un héroe», concluye.