Aunque el origen del metegol se disputa entre Inglaterra y España, podemos decir con certeza que es un clásico argentino. Mientras que años atrás el futbolito se jugaba en clubes y kioscos (o a lo sumo en la casa de algún afortunado que tenía uno propio), hoy el panorama es otro. Cada vez más bares de Buenos Aires tienen metegol, desde clásicos en Villa Crespo hasta propuestas más nuevas en Palermo.
Romina Rascovan empezó a jugar al metegol a los 24 años en un bar cerca del Abasto como una alternativa a salir a bailar, que no le divertía tanto. Pronto, la pasión por el fútbol de mesa le despertó la idea de organizar competencias y en 2012 creó Encuentro de Metegol. Unos años después, encontró en el Café San Bernardo un hogar para sus torneos. El histórico club social y bar de juegos había adquirido nuevos metegoles tras el boom de la película de Campanella (aunque cabe aclarar que, en otros tiempos, el hito de Villa Crespo ya había tenido fulbitos) y contaba con tres clásicos: el Barrial (Atlanta vs. Chacarita), el Nacional (River vs .Boca) y el Europeo (Barcelona vs. Real Madrid). Hasta entonces, la dinámica era como la de las mesas de pool y ping-pong: se alquilaban por hora para jugar con amigos. «Al principio, se reunía el grupo de la Asociación Argentina de Fútbol de Mesa y, casi al mismo tiempo, se acercó Romina con la propuesta de Encuentro de Metegol. Deporte, destreza, vínculos, amigos, equipos y sana competencia han caracterizado a todas las reuniones que se organizaron, siempre en un ambiente de inclusión y pasión por el metegol», explica Laura, desde Café San Bernardo. Y agrega: «Acá siempre se vive un clima de encuentro y de reforzar vínculos a través del juego. Es muy común ver equipos de abuelos y nietos, padres e hijos, hasta matrimonios. Hemos conseguido agrupar a gente con una misma pasión, que antes no tenía con quién jugar».
La competencia
Los torneos organizados por Romina empezaron a funcionar súper bien y se convirtieron en un clásico de todos los miércoles en el Sanber. La comunidad fue creciendo y en los encuentros se forjaron amistades, surgieron parejas y se organizaron viajes. Tan bien les iba a los torneos de los miércoles, que comenzaron a gestarse distintas dinámicas en torno a este juego. Los jueves se instauraron torneos de metegol femenino, el Día del Padre se convocaron equipos de padre e hijo, el Día del Niño hubo competencia para chicos, se hicieron torneos de trasnoche y hasta equipos mixtos. «Como mujer y creadora de Encuentro de Metegol, quiero fomentar que no es un juego de hombres. Hace poco se está deconstruyendo eso de que el fútbol es cosa de varones. El fútbol femenino va ganando terreno y el metegol le sigue los pasos», cuenta Rascovan.
A raíz de una vieja ordenanza porteña que limita el uso del metegol en el Café San Bernardo, la competencia pasó de Villa Crespo a Palermo (la idea es retomar los torneos semanales también en el Café San Bernardo en cuanto se modifique la legislación). Por estos días, Encuentro de Metegol es un clásico semanal de Diggs. Con su apertura hace cuatro años, el bar instaló un metegol y, desde que es sede de torneos, sumó dos mesas más. La dinámica es siempre igual: la inscripción incluye media pinta de cerveza y el torneo sucede en la terraza del bar de Plaza Serrano todos los miércoles a las 10 de la noche. Tanto el primero como el último puesto reciben premio, y todos los que compiten participan en sorteos. De este modo, se fomenta el juego en sí, más allá de la competencia.
Alejandro Boichetta tiene 28 años y estudia Ciencias Ambientales. Después de pasar su infancia jugando al metegol en el club al que iba con su papá, se reencontró con el juego cuando unos amigos le contaron de Encuentro de Metegol. Hace tres años que es habitué de los torneos organizados por Romina. «A veces juego con amigos de la facultad, pero es algo casual. El juego habitual y más picante está en Encuentro de Metegol, porque ahí nos juntamos con el propósito de jugar y pasarla bien», relata. «Los partidos más difíciles son los mejores porque me obligan a concentrarme y dar lo mejor de mí. Algo que me gusta mucho de la movida metegolera es la posibilidad de juntarme con gente a charlar, tomar una cerveza y comer unas papas. Aunque esto no tiene nada que ver con el metegol per se, lo asocio a ese ámbito porque es lo que siempre hacemos cuando nos juntamos», dice acerca de su experiencia. El caso de Thomas Barbaresi es similar porque también volvió a conectarse con su pasión de la infancia. Aprendió a jugar al metegol en un kiosco cerca del colegio primario y no fue hasta hace 3 años que se encontró en el Café San Bernardo con la comunidad de la que forma parte desde entonces. «Conocí un grupo de gente que veo casi todas las semanas y con quienes comparto una pasión. Cuando juego, siento que me reencuentro con mi niño interior, porque todos los problemas y las responsabilidades de la vida cotidiana quedan a un lado. Lo disfruto mucho y a la vez conozco gente y comparto una cerveza, unas papas, una historia», cuenta este contador público de 30 años.
A Alejandro Domingo, todos los conocen como El Rolfi. «Hace años que voy a los torneos de Encuentro de Metegol que se realizan en el Café San Bernardo y en Diggs. Me gusta compartir momentos con otras personas que tienen la misma pasión. El metegol es una forma de despejarme de los problemas de todos los días y salir de la rutina. Me gusta jugar pero también juntarme a compartir un trago, dialogar, conocer gente y -lo más importante- disfrutar. No hay que olvidarse de que es un juego. A veces se gana y a veces se pierde», aclara este chofer de 34 años, que se reconoce competitivo y sincero. Pareciera que el encuentro con el otro es un denominador común entre los aspectos preferidos del metegol. Para Luis Dante Coria, de 62 años, los encuentros semanales son sagrados. «Me gusta jugar con mis amigos, compartir momentos alegres y conocer gente nueva. Muchas veces, se acercan extranjeros a jugar y la pasan tan bien que vuelven a la semana siguiente», comenta entusiasmado este plomero de profesión que empezó a jugar al fulbito a los 18 años en Isidro Casanova.
Encuentro de Metegol se transformó en un grupo de pertenencia, que crece cada día más. «Mi propuesta se llama así porque el metegol genera contacto con el otro. El juego invita a conocer gente y genera una dinámica lúdica y recreativa», dice Romina. Es cierto que son varios -y cada vez más- los bares en Buenos Aires en los que se puede jugar al metegol. Incluso Pan, el evento de percusión con señas que sucede todos los jueves en Chacarita, tiene una mesa de metegol gigante en la que pueden jugar 20 personas en simultáneo. «Lo más lindo del metegol es que la suerte siempre puede jugarte una buena pasada. No importa si sos bueno o malo, siempre podés meter un gol de suerte», concluye Romina. Un incentivo más para animarse a jugar.
Fuente: Olivia Torres Lacroze, La Nación