Más allá de la broma, esta es apenas una muestra de expresiones que tuvieron su origen en hechos históricos –algunos de los cuales ocurrieron muchos siglos atrás– que todavía se siguen usando en la vida cotidiana.
«No hay moros en la costa» es una frase muy popular que se utiliza para señalar que no hay peligros a la vista. Su surgimiento es curioso. Del latín maurus (oscuro), los moros invadieron la península ibérica en el año 711 y la que llamaron Al-Andalus.Estuvieron cerca de ocho siglos.
Cuando fueron expulsados, hubo un tiempo en que las costas españolas del mediterráneo fueron asoladas por piratas musulmanes. Para controlar el peligro se establecieron puestos militares para vigilar y alertar sobre los ataques piratas. Cuando no había novedad se decía «no hay moros en la costa» y esa expresión quedó, hasta hoy, como sinónimo de que está todo tranquilo.
«A cada chancho le llega su San Martín» es otro dicho que llega hasta nuestros días. El 11 de noviembre es la festividad de San Martín de Tours, un militar húngaro que, en cierta ocasión, al ver a un pobre desamparado y aterido, cortó al medio el manto que vestía para que se abrigase. Esa noche, en sueños, Jesucristo le dijo: «Hoy me cubriste con tu capa». Desde entonces el hombre abandonó la milicia y se dedicó al sacerdocio, algo que lo llevaría a la santificación.
Por aclamación popular, fue obispo en Tours y llegó a ser uno de los santos más venerados. La Iglesia impuso el 11 de noviembre como su día. A lo largo de los siglos se impuso como costumbre que en la celebración de esa festividad, diversas comunidades mataran cerdos para hacer embutidos. De ahí que «a cada chancho le llega su San Martín».
Otra curiosidad: cuando los españoles fundaron la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires cumplieron con la costumbre de determinar cuál sería el patrono. En el sorteo salió San Martín de Tours pero lo rechazaron por ser francés; repitieron el procedimiento dos veces más y en ambas ocasiones volvió a salir San Martín. Así fue el que finalmente quedó.
Hay también dichos bélicos muy extendidos. ¿Cuántas veces oyeron a alguien decir, ante algo que es demasiado fácil, que se trata de una «bicoca»?.
En el siglo XVI en la Guerra del Milanesado, España -dirigida entonces por el Emperador Carlos I- disputaba contra el rey de Francia Francisco I y la República de Venecia la ciudad de Milán, considerada la puerta de entrada a Italia. El 27 de abril de 1522 Bicocca, un punto en la campiña cercano a Milán, fue el escenario de una batalla. Los 4000 arcabuceros españoles se parapetaron y esperaron el ataque, llevado adelante por entre 4000 y 7000 mercenarios suizos, ansiosos por luchar, triunfar y, de paso, cobrar la paga atrasada.
Los españoles los dejaron acercar y comenzaron a disparar sus arcabuces. Luego de que una primera abría fuego la reemplazaba otra línea de arcabuceros. De esta manera, descargaron sobre los suizos una ininterrumpida lluvia de balas que los hizo retroceder luego de sufrir muchas bajas. No hubo ningún español muerto: de ahí que cuando algo es muy fácil se le dice «bicoca».
Años más tarde, las peleas entre España y Francia por diversas posesiones en Europa continuaban. Fue así que Francia invadió el reino de Nápoles, en manos españolas, y España devolvió el golpe. Entonces el rey Felipe II ordenó invadir Francia y el ejército, al mando del Duque de Saboya, tomó la ciudad de San Quintín. El 10 de agosto de 1557 los franceses quisieron recuperarla, pero su intento fue tan poco efectivo que perdieron miles de soldados. Fue una gran batalla. Por eso, ante un hecho escandaloso, de grandes proporciones se lo grafica diciendo que «se armó la de San Quintín». ¿Qué recuerdo queda de este enfrentamiento? En su homenaje, el rey Felipe II ordenó la construcción del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Si el lector piensa que vivimos en el país del «viva la pepa» (posiblemente tenga razón), también le encontraremos un sentido histórico. La Pepa era el apodo con que el ingenio popular conocía a la Constitución liberal de Cádiz, que entre sus disposiciones le imponía un freno a la monarquía y, para los que vivían en América, colocaba en un pie de igualdad de ciudadanos tanto a los españoles nacidos en la península como a los americanos que vivían en las colonias de ultramar, incluídos los indígenas.
Fue promulgada el 19 de marzo de 1812, el día de San José Obrero, y como a los José se los llama «Pepe», a la Constitución, por ser de género femenino, se le decía «Pepa». Cuando en 1814 regresó al poder el rey Fernando VII restituyendo el absolutismo, abolió aquella carta magna. Así fue que los liberales, cuando manifestaban contra el monarca, para evitar ser reprimidos gritaban «Viva la Pepa» en lugar de «viva la Constitución». Con el correr de las décadas, en Argentina dicha expresión se fue asociando con el desorden, la alegría, y que nada importa.
¿Cuántas veces habremos escuchado que a «seguro se lo llevaron preso»? La historia detrás de esa expresión se sitúa en Jaén, en un lugar donde primero hubo una fortificación que habían levantado los romanos. Sobre esos cimientos, los musulmanes, por orden de Ibrahim ibn Hamusk, en la segunda mitad del siglo XII, construyeron la fortificación que sería el Castillo de Segura de la Sierra -ellos lo conocían como «Saqura»- que sería tomado por los cristianos en 1241. El lugar fue habitado durante muchos años por la Orden de Santiago, y también se dice que se usaba como cárcel. Entonces, cuando se preguntaba por alguien a quien no se veía regularmente, se contestaba «a Segura lo mandaron preso». Nuevamente, el boca a boca y la tradición transformaron la frase a «a seguro se lo llevaron preso», para denotar que no es posible garantizar nada.
Con toda justicia el lector podrá pensar que lo hasta acá leído le importa «un pito», un dicho que también tiene su origen en la historia. En los Tercios Españoles, creados a mediados del siglo XVI y considerados como el primer ejército moderno de Europa ejército español, la paga más baja era la del chico encargado de hacer sonar el pito o el pífano para transmitir las órdenes que impartía su capitán. «Me importa un pito» entonces denotaba algo de poca importancia.
Esto, sin embargo, no tiene que ver cuando alguien quiere hacer notar que algo es realmente costoso: algunas personas solían decir que determinada cosa era más cara que «negro con pito y todo». Nacida del lunfardo, la expresión remite a las vergonzantes épocas del tráfico de esclavos. Cuando se hacían las subastas, los esclavos más jóvenes y fornidos eran los más caros. Y solían llevar colgado de su cuello un silbato de plata que el dueño usaría para llamarlo.
¿Quién te dio vela en este entierro? La costumbre era entregar una vela a cada persona que se acercaba a un velatorio. Pero si esa persona no era bienvenida, los deudos demostraban su rechazo negándole la vela.
Por último, los que deseaban denigrar o descalificar a personas humildes, usaban la palabra «chusma». Vocablo de origen genovés, se denominaban de esta manera a los prisioneros que eran condenados a remar en las galeras que, por lo general, eran personas de clase baja, sin educación.
Hay muchas más frases que muestran una radiografía de una cotidianidad que ha logrado trascender los siglos. Y que las conocen y las usan hasta quienes se consideran como el último orejón del tarro.
Fuente: Infobae.