La pregunta «¿qué querés ser cuando seas grande?» -y a menudo sus respuestas más tradicionales- ha estado instaladas durante décadas en la cultura popular e incluso familiar. Muchos padres se sienten decepcionados e intentan alterar las respuesta ingenuas de sus hijos. Esta podría ser una de las razones por las que aunque muchos padres dicen que el valor que más les importa que sus hijos desarrollen es la consideración por los demás, los hijos crean que el éxito es más apreciado.
Cuando se utilizan los empleos para definirnos, nuestra valía depende de lo que logremos. «Cuando el ideal es muy alto, la diferencia entre este y las posibilidades reales de alcanzar esta profesión es tan grande que lo que aparece es la frustración y como cuadro psicopatológico las depresiones», advirtió en diálogo con Infobae Agustina Fernández,psicoanalista, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina, especialista en adolescentes.
El segundo problema es la implicación de que todos tenemos una sola vocación. Aunque esta pueda definirse como una gran fuente de felicidad, hay estudios que indican que la búsqueda de una vocación hace que los estudiantes se sientan perdidos y confundidos. Y aunque estos tengan la fortuna de encontrarla, tal vez no se trate de una carrera profesional viable.
«Los chicos de hoy responden que quieren ser exitosos, reconocidos o famosos, como si hoy el valor estuviera puesto en la fama o en el éxito económico más que en la profesión. Deberíamos preguntarnos qué valores les estamos inculcando o incluso qué estamos haciendo con ellos», aseveró la especialista.
Toda profesión toca al ser individual y se va a convertir en parte de la identidad de cada personas. Hay un juego de ideales donde los actuales están puestos en el éxito. Para la especialista, «en esta cultura exitista, el sujeto contemporáneo persigue un éxito económico. Escuchan y observan a sus padres, a sus maestros, a sus hermanos y a todos los agentes formadores secundarios, insertos en este mundo que valora el éxito por sobre todas las cosas».
Para Felisa Lambersky de Widder, pediatra, psicoanalista y coordinadora del departamento de niños y adolescentes de la Asociación Psicoanalítica Argentina, a menudo los niños se identifican con los adultos exitosos. Sin embargo, la fantasía vocacional sobre aquellos que ellos mismos, desde su pensamiento infantil, consideran héroes, a medida que van creciendo se dan cuenta de que algunas profesiones no coinciden con sus propios ideales.
Si se logran superar estos obstáculos, existe una tercera barrera: las profesiones rara vez cumplen con las expectativas de la infancia. Según un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Columbia, buscar el trabajo ideal provocaba que los estudiantes del último año de la universidad se sintieran ansiosos, estresados, abrumados y deprimidos a lo largo del proceso, así como menos satisfechos con el resultado.
La ventaja de las expectativas modestas es que eliminan la brecha entre lo que se quiere y lo que se obtiene. La evidencia demuestra que, en lugar de tener una imagen «color de rosas» de cómo será un trabajo, es mejor tener una visión realista, con todos sus defectos. Claro, a lo mejor no sea tan emocionante, pero en general cuando lo hacen los seres humanos suelen ser más productivos y tienen menos probabilidades de renunciar.
Los seres humanos poseemos múltiples intereses. En el momento de elección de una carrera, que ocurre entre el cuarto y quinto año del secundario, se priorizan intereses y se eligen los que se van a profesionalizar. Los que no, quedan en la figura de hobby.
«Cuando son chicos, el 50% de los niños quiere ser futbolistas. Llegada la adolescencia se dan cuenta de que no pueden hacerlo, eligen realizar la actividad como un hobby y profesionalizar algún otro interés. La elección vocacional no es de una vez y para siempre, es continua. Existen reelecciones. Ni siquiera a los 18 años un joven obtiene todas las herramientas para elegir sobre su futuro», concluyó la especialista.
Las aspiraciones deben ir más allá de la vida profesional. Preguntarles a los chicos qué quieren ser de grandes hace que asuman una identidad profesional que tal vez nunca les interese. Mejor, los expertos sugieren invitarlos a que piensen qué tipo de persona quieren ser, y todas las cosas que les gustaría hacer.
Fuente: Infobae