«La indómita luz/ se hizo carne en mí/ y lo dejé todo por esta soledad». Un padre se acerca a su bebé que está en una incubadora del Hospital Fernández, en la ciudad de Buenos Aires. Se inclina con todo cuidado y le canta, a un nivel apenas audible, casi le susurra, versos que escribieron y cantaron en su momento Charly García y Luis Alberto Spinetta de «Rezo por vos».
En este caso, el acercamiento no es algo espontáneo, sino fruto de una hipótesis científica: la idea de que el contacto musical estimula al bebé y los tranquiliza a ambos. «Se usa siempre la misma melodía, una canción que generalmente es de cuna, o que puede ser alguna en particular que los emocione (como la de Charly). Se adecuan los tonos y decibeles que debe tener, no más de 35 o 40», explica Gladys Saá, jefa de la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales del hospital y una de las líderes de la fase argentina del estudio que se hace a la vez en otros cuatro países: Colombia, Polonia, Israel y Noruega (el Norwegian Research Centre es el equipo que origina el plan de investigación).
«Son sesiones de 30 a 45 minutos, tres veces por semana durante la internación. Y después, cuando se le da el alta al bebé, la conducta sigue, aunque se va espaciando. La idea es que el tratamiento lo haga la familia, por eso entrenamos a los padres», agrega Saá al describir la pesquisa que se engloba con el extenuante título sintetizado en las siglas LongStep ( Longitudinal study of music therapy’s effectiveness for premature infants and their caregivers: International randomized trial).
La intención del experimento, ya que aún no es un tratamiento estandarizado, consiste por un lado en ver a largo plazo (24 meses) cómo se desarrolla el bebé que nació en condiciones precarias (entre 500 y 1500 gramos, entre la semana 26 y 35 de gestación), y cómo esa actividad casi lúdica mejora y relaja a los padres que se enfrentan a la delicada situación de tener a su bebé en una incubadora. La investigación -hasta ahora con ocho familias, pero que intenta llegar a reclutar 50- se hace con un grupo control que no recibe la terapia, para estar seguros de que los resultados diferenciales se deben al efecto musical. La prematurez es la primera causa de mortalidad infantil en la Argentina en menores de un año y afecta a unos 3000 bebés por año.
«Capacitamos a los papás para que tengan contacto a través de la voz, les enseñamos cómo usarla para conectarse con su hijito o hijita en la incubadora, algo que debe hacerse con mucho cuidado para que el bebé no quede sobreestimulado», dice Marcela Lichtensztejn, la otra cabeza del estudio, directora de la licenciatura en Musicoterapia de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES); el equipo de investigación local se completa con Paula Macchi y Graciela Basso.
A diferencia de los adultos, los chicos tienen un rango sonoro más estricto y una tonalidad predeterminada. «Las canciones de cuna son todas muy parecidas, incluso en distintos grupos étnicos. Es casi como el vaivén de una mecedora. Son suaves, como susurros», agrega Saá. El sustento teórico es que la música, como estímulo organizado, ayuda al desarrollo neuronal y promueve la reducción del riesgo de discapacidad.
El tema del plazo de seguimiento de los bebés, esos dos años, no es menor, menciona Lichtensztejn: «En los estudios disponibles hasta ahora se reportaron los beneficios inmediatos de la musicoterapia; en este caso además de anotar la información de los monitores, de los cambios en la frecuencia cardíaca, en saturación de oxígeno, se hacen escalas de observación de conducta, de agitación o percepción de dolor, y el plus es el seguimiento de las familias durante 24 meses».
Para Gastón Ofman, neonatólogo e investigador de la Fundación Infant, que no participa en la investigación, este estudio es «valioso». «Los bebés prematuros no están preparados para la transición de la panza de la mamá al mundo de la terapia intensiva neonatal. Los órganos tienen su máximo desarrollo durante el último trimestre de embarazo, y muchos de los bebés prematuros transitan gran parte de este tiempo en una incubadora, con luces brillantes, ruidos fuertes, con el tacto frecuente y abrupto del equipo médico (muchas veces necesario). Estos estímulos son estresantes para el bebé», afirma y agrega: «Se sabe que la música afecta los signos vitales y puede mejorar el vínculo entre los padres y el bebé, o que disminuye el estrés asociado al tiempo en la terapia. Qué tipo de música, en qué momento y situación del bebé, y en qué circunstancias clínicas sigue siendo un área poco explorada por la investigación médica».
¿Sufren los musicoterapeutas prejuicios o el escepticismo de parte de la comunidad médica? «Un poco existe», reconoce Lichtensztejn, «tanto en instituciones públicas como en privadas». Además de que no todos los padres se animan a cantar en la sala de neonatología. «No olvidemos que ellos también tienen una tristeza enorme y están en una situación delicada. Les damos apoyo para empoderarlos en momentos de máxima vulnerabilidad y tristeza en que la voz misma está afectada. Analizamos cómo ayudarlos y acompañarlos para que se reencuentren con ellos mismos, puedan transitar el momento y que cuenten con la voz para hacer algo por su bebé», dice.
Susurro: de papá y mamá
Distintos estudios sugieren que la música afecta los signos vitales y puede mejorar el vínculo entre los padres y el bebé. Además, disminuye el estrés asociado con la terapia intensiva neonatal. Lo que investigan científicos argentinos, de Noruega, Colombia, Polonia e Israel es qué tipo de música, en qué momento y situación del bebé, y en qué circunstancias clínicas debe aplicarse la música como terapia.
Por: Martín De Ambrosio, La Nación