Hace un año y mientras se turnaba con su hermano para revolver la basura en busca de cosas de valor, a Alejandro Sabater le sonó el celular. Si bien tenía programada una entrevista laboral como desarrollador web, ese día necesitaba trabajar sí o sí, por lo que esa reunión lo encontró en la calle.
Le pidió permiso al dueño de un bar para sentarse y hacer la llamada. Aunque hacía mucho frío, se sentó afuera porque le daba vergüenza hacerla adentro, pero no consumir nada. Una parte de la charla la hizo ahí y la otra en la estación de Devoto, mientras esperaba el tren para volver de la Ciudad de Buenos Aires a su casa en José C. Paz, donde vive con Estefanía, su esposa, y sus dos hijos, de 3 y 16 años.
Después de dos semanas que vivió con mucho nerviosismo, lo contrataron. Hoy, cerca de cumplir un año en la empresa, una multinacional británica con sede en 28 países,Alejandro pudo desarrollar gran parte de su potencial.
Su historia podría ser una más entre tantas otras de personas y familias que superan situaciones de mucha vulnerabilidad económica a partir de una oportunidad que les permite acceder a un trabajo formal. Lo extraordinario surge al explicar por qué le llegó esa propuesta. Todo comenzó gracias a una serie de videos que compartió en TikTok y en los que describió su trabajo como recuperador urbano. El contenido, publicado bajo el usuario @el_cartoneroinf, fue visto por más de 170 mil personas y su historia fue contada en sitios de noticias, radio y televisión de todo el país.
Hoy, conserva esa cuenta en TikTok, pero la usa para hacer tutoriales de programación. Además, abrió un canal en YouTube en el que lleva publicados 42 videos. Y se creó una cuenta en Instagram para compartir su historia, sus trabajos y ayudar a otras personas a entender aspectos básicos de la programación, algo parecido a los contenidos que, antes de llegar a la posición en la que está, le permitieron sumar los primeros aprendizajes de programación.
Unos meses antes de ese llamado definitorio y de empezar a cartonear, Alejandro, que tiene 30 años, trabajaba en una fábrica en la que reconoce que “no era feliz”. Pero que no se animaba a dejar porque necesitaba el dinero para sostener la economía familiar junto a Estefanía, que es maestra jardinera.
Pero en la fábrica, donde tenía un contrato eventual y trabajaba 12 horas diarias, no le renovaron el acuerdo. Y Alejandro aprovechó la situación para no insistir con un nuevo trabajo de operario. Y se dedicó a juntar cartones y papeles por CABA. A este nuevo trabajo le destinó cuatro horas, por lo que podía dedicarse a lo que le realmente lo apasionaba: estudiar programación y empezar a hacer sus primeros diseños de páginas web.
Ese interés había nacido dos años antes. Mientras alternaba entre distintos trabajos en fábricas, le dedicaba una hora diaria a informarse de un rubro del que se había interesado gracias a un compañero de trabajo. Los demás lo cargaban por querer dedicarse a algo en lo que, según ellos, “no tendría futuro”. Pero no los escuchó: “Hoy estoy en un lugar en el que nunca me imaginé”, dice en diálogo con LA NACION.
Cuando empezó a subir videos de su nuevo trabajo de cartonero, hubo momentos en los que la respuesta de los usuarios lo angustió: “Recibía muchos comentarios negativos”, cuenta. Por ejemplo, leía frases que decían que “no quería trabajar” o que “vivía de los planes sociales”. Eso lo puso muy triste. Sobre todo porque si bien no sentía vergüenza por lo que hacía, a veces le costaba hablarlo. De hecho, la familia de su pareja no estaba al tanto de su nuevo trabajo y se enteró de “la situación económica” que estaban pasando recién cuando Alejandro se volvió viral.
Sin embargo, la mayoría de los mensajes eran positivos y lo entusiasmaban. Dos empresas tecnológicas nacionales le propusieron una entrevista laboral. Las tomó, pero al final no volvieron a llamarlo. Luego llegó la tercera y fue la vencida: en julio del año pasado Alejandro se sumó como desarrollador web en Hogarth Argentina, un empresa británica de producción creativa líder a nivel global y con presencia en 28 países.
Este nuevo empleo le permitió pasar más tiempo con su familia y seguir formándose, ya que tiene una jornada laboral mucho más reducida que la que tenía en las fábricas y mucho menos agotadora que juntar cartón en la calle. Además, Alejandro cuenta que pudo empezar a darse gustos que antes no se podía permitir, como los videojuegos y que juega con un joystick que encontró en la basura. “Me motiva muchísimo avanzar en mi nuevo trabajo y poder ganar más dinero por mi conocimiento”.
Volviendo a sus tiempos de cartonero, dice que “lo más difícil era meterse dentro de los tachos y tirar de un carro tan pesado por muchas cuadras”. En esos momentos, dice, solía soñar con lo que hoy está viviendo: “Qué lindo sería tener un trabajo que me gustara”. Eso lo motivaba a seguir juntando cartones y a estudiar. “El tema de cirujear nunca nos fue ajeno”, comparte. Hubo una época en que los días que después de la Navidad y Año Nuevo, mientras otras familias seguían juntándose a festejar, Alejandro y su hermano Brian salían a buscar objetos que consideraran útiles en sus tachos de basura.
Alejandro tuvo una infancia y adolescencia complicadas. De hecho, empezó a trabajar a los 15 años: “Hacía de todo: albañilería, reparaciones o repartir volantes”. Había dejado el colegio y en esa época su familia no tenía “muchos recursos”. “Desde chico tuve una vida muy humilde”, dice. Para él “conseguir un trabajo en una fábrica era lo máximo a lo que podía aspirar”.
Según un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) junto a UNICEF y el Ministerio de Trabajo de la Nación, en Argentina, en 2021, el 23% de los niños, niñas y adolescentes de entre 13 y 17 años trabaja.
A principios de 2022, cuando trabajaba como cartonero, Alejandro juntaba unos 25 mil pesos al mes. Según el mapa interactivo de basurales en Argentina, coordinado por Latitud R y Fundación Avina, había pasado a engrosar el número de cerca de 200 mil cartoneros y cartoneras que hay en todo el país.
No era mucho lo que ganaba, pero ese “sueldo” informal les permitía, como familia, mantenerse con lo mínimo. Pero ahora Alejandro podía pasar más tiempo estudiando programación desde la computadora que su pareja usaba para su trabajo como maestra jardinera. Miraba YouTube y hacía cuanto curso gratuito se le cruzara.
El primer día que pasó como cartonero encontró entre la basura unos auriculares “como los que usan los jugadores de videojuegos”. “No creí que alguna vez pudiese comprar unos así”, cuenta. Encontrar un tesoro como ese, del que se enamoró al instante en que lo vio, le dio una idea: compartir sus hallazgos en TikTok. Así, Alejandro comenzó a mostrar sus experiencias como cartonero al mismo tiempo que aprendía sobre el desarrollo web y aprovechaba a contar en sus videos que se estaba capacitando como programador.
Cuando sus videos comenzaron a hacerse más virales, las oportunidades empezaron a llegarle. Para entonces, mientras “cartoneaba”, incusionaba en el mundo de la programación freelance haciendo un par de trabajos. “El primero que hice lo cobré al precio mínimo que puede ganar un programador y no sabía cómo hacerlo, pero lo resolví investigando y estudiando”, dice. La tarea que le encargaron fue resolver los errores que tenía una página web. La clienta era una chica que lo encontró en las redes.
Si bien contaba con la computadora que tenía su esposa para el trabajo, eso no era suficiente. Ella la necesitaba y no era la adecuada para lo que él tenía que hacer. Por suerte, su historia comenzó a hacerse más conocida y muchos seguidores le escribieron preguntando cómo lo podían ayudar. “Me facilitaron cosas que nunca en mi vida pensé que tendría”, afirma con una sonrisa. Entre ellas, el escritorio y la computadora que utiliza ahora. Además, no se despega de esos auriculares que encontró entre la basura.
Alejandro siguió estudiando y amplió sus redes. Estefanía fue una de las grandes motivaciones que tuvo para que se decidiera a cursar el primer año de la Licenciatura en Gestión de Tecnologías de la Información en la Universidad Nacional de José C. Paz. No se trata de su primera experiencia universitaria: hace cinco años, cuando completó el secundario, comenzó la Tecnicatura en Química. “Fue una carrera que empecé pensando en que iba a seguir en una fábrica”, explica. Sin embargo, no le gustó y terminó dejando.
Nunca se había imaginado que terminaría en la calle para ganar plata pero cuando lo hizo, vio que las personas pueden estar llenas de prejuicios: “Hay una idea de que el cartonero no estudia porque no quiere. O que no quiere trabajar”, dice. Ahora, con un empleo estable que jamás imaginó tener y el tiempo suficiente para dedicarse a estudiar y compartir más momentos con sus hijos, Alejandro se siente “muy orgulloso” de sí mismo. “Solía sentirme limitado por la infancia que tuve”, explica, “pero ya no más”.
Fuente: Ana Paula Quiroga, La Nación