Monserrat: la historia del colegio más antiguo del país que aún conserva cofradías, enseña latín y esgrima

Un recorrido por el pasado y el presente de la institución que se convirtió en un emblema de la educación pública y fue fundada hace 337 años en la Manzana Jesuítica de Córdoba con la firma del rey Carlos II de España.

  

Sentados en el piso o en cuclillas, entre los pasillos y el patio, los alumnos y alumnas hablan fuerte, repasan sus apuntes y se hacen chistes. El gong de la campana –no un timbre– marca el final del recreo y los chicos vuelven al aula. No hay solemnidad, no hay pompa, ni rigidez, a pesar de los 337 años de historia que ostenta el Colegio Nacional de Monserrat. Entonces, con la calma del patio vacío, todo está dado para empezar a deshilvanar el pasado y entender el presente del colegio más antiguo de nuestro país.

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Alumnos de la camada que egresó en 1900, cuando faltaban casi cien años para que el colegio pasara a ser mixto.

“La mayoría de los congresales que firmaron la Independencia de 1816 eran monserratenses”, desliza de arranque Federico Sartori, director del Archivo Histórico del Colegio Nacional de Monserrat y orgulloso guía de nuestra visita a este emblema de la educación pública nacional. “Los monserratenses tenemos un gran sentido de pertenencia. A mí me dio una formación extraordinaria y grandes amigos. Por eso cuando me recibí quise trabajar acá”, agrega Sartori, que es egresado del Monse, como sus bisabuelos y sus tíos. Él es camada 1998, además de licenciado y doctor en Historia (UNC). El Monserrat es un colegio preuniversitario que pertenece a la Universidad Nacional de Córdoba, como el Nacional Buenos Aires (que es posterior, de 1863) y la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini (1890), que son de la UBA. “Aquí, con quinto grado aprobado, cualquier joven puede dar el examen de ingreso al colegio. Algunos lo hacen con 11, otros con 12 e incluso con 13 años. Como en todos los colegios preuniversitarios, hay un cupo acotado y un examen sumamente exigente”, explica Sartori. “Para entrar al Monse, todos los años se presentan cerca de 2000 estudiantes y, por orden de mérito, solo ingresan 230. Una vez dentro, cursarán de primero a séptimo año. Porque al colegio no se puede entrar en segundo o tercer año”, detalla sobre la institución que tiene dos turnos (mañana o tarde), con materias que se aprueban con 7.

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El colegio está ubicado en plena Manzana Jesuítica de Córdoba.

De formación netamente humanista, en el Monserrat todavía se dictan latín y griego antiguo, además de historia del arte, antropología, biología, matemáticas y literatura, como materias clásicas de una propuesta muy completa, donde además se editan y publican sus propios manuales. La mayoría de los egresados sigue sus estudios en la Universidad Nacional de Córdoba, esa que le valió el mote de La Docta a la ciudad. –¿Por qué está en Córdoba el colegio más antiguo de nuestro país? –Córdoba fue fundada en 1573 por Jerónimo Luis de Cabrera, general del Ejército Español, que contaba con un permiso del virrey Toledo. Tenía que instalarse cerca de Salta, pero se extralimitó y llegó hasta acá. Esta fue una de las últimas ciudades que establecieron los conquistadores. Eran 70 manzanas fundacionales, que muy pronto se convirtieron en un punto neurálgico de Sudamérica. Córdoba era zona de cruce de caminos, y también de comechingones y sanavirones, gran recurso humano de la época. Estaban junto a las sierras, que eran ideales para producir mulas (una especie de commodity de la época). Y, como siempre, detrás de los conquistadores se instalaban las órdenes religiosas: franciscanos, dominicos, mercedarios y jesuitas.

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Federico Sartori es director del Archivo Histórico del Monserrat. Con las visitas guiadas se pueden recorrer los pasillos del colegio.

–Son fundamentales los jesuitas en la historia de Córdoba… –Totalmente. Los jesuitas hicieron mucho en nuestra provincia. La Compañía de Jesús es una de las órdenes más tardías de la iglesia católica. Data de 1540 y fue una herramienta de la Contrarreforma Católica. Del mundo religioso europeo, los jesuitas siempre fueron los más instruidos. Grandes humanistas y profesionales. Tenían dos objetivos: formar y evangelizar. Por eso llegaron hasta Japón. Fueron exitosos porque aprendían la lengua de los nativos que evangelizaban. Y, si bien protegían a los pueblos originarios para que no cayeran en el sistema de servidumbre, también ellos eran esclavistas. –¿Cuándo llegaron acá? –En 1599. Lo primero que hicieron fue solicitar una manzana en la ciudad, que es donde nos encontramos ahora. Levantaron la capilla, el convento y, en 1608, se estableció que Córdoba fuera la capital de la gran Provincia Jesuítica de la Paraguaria. Por eso, en 1610, erigieron el Colegio Máximo, que era una especie de universidad que convocaba jóvenes de Córdoba, del noroeste argentino, de Chile… Y más adelante, de toda Sudamérica. El tema empezó a ser dónde alojar a tantos estudiantes.

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Patio central del Monserrat, que también se visita.


“En un principio, solo podían entrar hombres de la elite tras dar probanzas de sangre: demostrar que eran españoles de los cuatro lados y sin nada de sangre de indios, negros, ni moros”.

Federico Sartori, Director del Archivo Histórico del Colegio Nacional de Monserrat

–¿Dónde? –Según las Leyes de Indias –ordenanzas de la Corona Española para manejar los territorios de América– para establecer un colegio convictor (para que los alumnos se quedaran a vivir) había que tener un fundador que otorgase la suma de 40 mil pesos fuertes. Para la época, era muchísima plata considerando que un esclavo valía 200 pesos, una casa alrededor de 2000 y una mula estaba en 20. Fue entonces que apareció Ignacio Duarte y Quirós, un sacerdote del clero secular que vivía –su casa todavía se conserva– en escuadra con la iglesia de la Compañía de Jesús y tenía una gran fortuna. Él puso el dinero para fundar el Monse, que nació como un colegio convictor que no pertenecería a los jesuitas, sino al rey de España. La fundación fue el 1 de agosto de 1687, bajo el nombre de Real Colegio Convictorio de Nuestra Señora de Monserrat y tras la rúbrica Carlos II. –¿Esto está documentado? –Perfectamente. En el Archivo conservamos los permisos reales, con todas las firmas. Pero, en ese entonces, el colegio no funcionaba acá, sino en la casa de Duarte y Quirós. Se eligió como patrona a la virgen catalana de Monserrat porque Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas, le había entregado sus armas de soldado cuando se hizo religioso. “Que los jóvenes que ingresen al Monserrat dejen en la puerta las armas de la conquista, para tomar el libro de la virtud y de las letras”, dijo Duarte y Quirós. Los instaba a dejar atrás la violencia conquistadora para abrazar el espíritu humanista.

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El Monserrat tiene alumnas mujeres desde fines de los años ‘90.

–¿Siempre fue una institución tan selecta y prestigiosa? Sí. En un principio, solo podían entrar hombres de la elite que tenían que dar probanzas de sangre. Es decir, demostrar que eran españoles de los cuatro lados y no tenían nada de sangre de indios, negros, ni moros. –¿Y cómo los afectó la expulsión de los jesuitas? –En 1767, cuando Carlos III echó a los jesuitas de todos los territorios españoles porque se habían vuelto demasiado poderosos, el colegio y la universidad pasaron a ser administrados por franciscanos. En 1782, ellos mudaron el colegio a su emplazamiento actual, que era claustro del antiguo convento, y lo unificaron con la universidad, que estaba justo al lado. Pero los franciscanos no administraron bien el Monserrat, y en 1808, a pesar de que se oponían, tanto el colegio como la universidad pasaron a integrar el clero secular. Recién en 1853, tras las guerras civiles, cuando se creó la Confederación Argentina pasaron a la órbita nacional, como instituciones laicas. Desde 1870 es un colegio secundario, como lo entendemos ahora, y no solo residencia. Y desde 1907 depende de la Universidad Nacional de Córdoba, y no es nacional, ni provincial.

“Que los jóvenes que ingresen al Monserrat dejen en la puerta las armas de la conquista, para tomar el libro de la virtud y de las letras”.

Ignacio Duarte y Quirós, sacerdote fundador del Real Colegio Convictorio de Nuestra Señora de Monserrat

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Alumnos en la biblioteca, en 1929.

–Además, ¿el colegio fue parte del movimiento reformista de principios del siglo pasado? –Sí, en 1912, un grupo de estudiantes tomó el colegio con el reclamo de rendir libre algunas materias. Esa fue la antesala de lo que ocurriría en 1918, con Deodoro Roca como ideólogo de la gran Reforma Universitaria. Eran tiempos del Manifiesto Liminar, que impulsaba que los estudiantes participaran de la elección de las autoridades de sus instituciones, entre otras muchas cuestiones. –Y hubo más momentos de tensión en los años 90 con el ingreso de mujeres… –Totalmente. En los años 80 y 90 todavía se percibían resabios de la dictadura en parte de la institución. E Incluso hubo un gran conflicto, que se mediatizó mucho. Fue en 1997, cuando se presentó un proyecto para que entraran mujeres al Monserrat. Esto generó mucha oposición en un sector conservador. El debate trascendió al colegio y se instaló en buena parte de la sociedad, donde todavía había mucha misoginia. El planteo generaba una gran tensión entre dos paradigmas. Hubo marchas a favor y en contra. Los que estaban en contra, lo hacían más que nada por una cuestión de “costumbre”. No era un argumento fuerte, porque, de hecho, se descubrió que en el siglo XX había habido mujeres que rindieron libre en el Monserrat, como Margarita Zatzkin, que era hija de obreros rusos y fue la primera doctora en medicina de la Universidad Nacional de Córdoba.

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Un proyector antiguo es parte del Museo de la institución.

–¿Cómo lograron resolver el conflicto? –Internamente, porque, felizmente, el consejo superior de la universidad aprobó el proyecto. Entonces, tras rendir el examen de ingreso, en 1998 ingresaron las primeras mujeres a este Monserrat irrestricto e inclusivo que tenemos hoy. Y ya no quedan dudas de que el colegio ha trascendido aquella decisión de manera extraordinaria. Sobre todo en cuestiones de ética y tolerancia. Hoy podemos asegurar que es un colegio abierto y plural, además de transversal, que recibe alumnos de todas las clases socioeconómicas. Acá funciona la movilidad social ascendente. Es un colegio gratuito, laico, público y solidario. –¿Y no volvieron a tener grandes discusiones de este tipo? –Sí, hay un conflicto bastante reciente, que también tuvo impacto mediático. Está vinculado a la presencia de crucifijos en las aulas del Monserrat. Yo fui uno de los docentes que presentó una queja por esto, porque tenemos muchos alumnos de muchos credos que no tienen por qué tener un crucifijo arriba del pizarrón. Esto generó gran revuelo entre los que bregaban por conservarlos, que eran menos. El conflicto empezó pre pandemia, estuvo pausado, pasó al Consejo Asesor del colegio y luego a Jurídicas de la Universidad de Córdoba que está dirimiendo la situación. Lo más probable es que salga favorable para los que pedimos que se retiren, porque es un colegio público y laico. Creo que lo notorio, en este sentido, es que el colegio funciona como una especie de arena donde se debaten cuestiones cotidianas, fundamentales y complejas de la sociedad.

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De 1807, cuaderno con el registro de gastos del colegio y los ingresos de la estancia que permitía su financiamiento. Pupitres de época en una de las aulas actuales.

Orgullo nacional

Mientras avanza por los pasillos, Sartori se jacta de que el Monserrat es el claustro mejor conservado de la Manzana Jesuítica, una especie de museo en movimiento. “Así como en las antiguas ciudades de Italia había guías para los recorridos, aquí tenemos los cicerones del Monserrat, que se forman para guiar a los turistas por el edificio, así como yo estoy haciendo con ustedes ahora”, dice. Mientras lo escuchamos, vemos los restos de una antigua celda de castigo donde los franciscanos ponían granos de maíz para que los alumnos se arrodillaran. En la Sala de Profesores hay docentes que corrigen exámenes, bajo la mirada que, desde un retrato, ejerce Ignacio Duarte y Quirós. Está también el escudo del colegio. “El ciprés representa a la familia monserratense. Dos llaves en cruz abren las puertas de la virtud y de las letras. Hay flores de lis y rosas, que en la heráldica son virtudes de pureza y caridad. La estrella matutina evoca a la virgen de Monserrat y las cruces de San Andrés son el equilibrio espiritual y moral. El yelmo caballeresco habla de la pertenencia al rey de España. Más abajo, muy jesuíticos, hay dos ángeles con rasgos guaraníes”, señala Sartori. Comenta que además de un escudo hay un himno, que tiene cien años y todavía se canta en los actos. Otra de las tradiciones es la práctica de esgrima. Y el uniforme, color bordó y azul, que fue creado a principios del siglo pasado y aún usan los alumnos (a diferencia de sus pares de colegios preuniversitarios porteños, que dejaron de utilizarlo hace años).

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El escudo del colegio, repleto de simbología jesuítica, filosófica y monárquica.

¿Más símbolos? Las cofradías, cual saga de Harry Potter. “Son cuatro, como en la época colonial. Por sorteo, cada nuevo alumno entra a una. Son para competir en deportes y juegos intelectuales. Cada cofradía tiene un patrono que le da nombre. La azul es de los gertrudianos, por la hermana de Duarte y Quirós. Los amarillos son los imprenteros, por Ladislao Orosz, rector que trajo la primera imprenta de nuestro país. Los verdes son los boticarios por Thomas Falkner, el científico y discípulo de Newton, que dio clases en el colegio. Y el rojo por Jerónimo de Ceballos, el primer monserratense inscripto en el colegio”, señala Sartori. Luego nos invita a pasar a un sector protegido, donde el piso permanece vidriado para que podamos observar los restos de tuberías del siglo XVII. Lo más antiguo del edificio es del siglo XVII, pero todo el primer piso es del XVIII. Mientras que la fachada y la Torre del Reloj son de 1927, obra del arquitecto Jaime Roca. “La torre está cerrada, pero en algún momento, cuando yo era alumno, se podía acceder… Y la mejor de las travesuras era subir hasta el campanario a riesgo de recibir sanciones. Todavía quedan grafitis”, evoca Sartori sobre sus días como alumno.

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El Archivo del colegio conserva obras manuscritas de más de 300 años y documentos invaluables. Microscopio del laboratorio.

Patrimonio Mundial

A unos pasos del Colegio Monserrat está la Iglesia de la Compañía de Jesús, que data de 1671 y es la más antigua en pie de Córdoba. Junto con la Universidad Nacional de Córdoba, integran esta Manzana Jesuítica que la UNESCO declaró Patrimonio Cultural de la Humanidad en el año 2000. “El legado de los jesuitas fue descollante. Hicieron un gran aporte educativo, pero también político y económico”, señala Blanca Kuki Peralta, guía y directora de Productos Turísticos de la ciudad de Córdoba. “Esta universidad es la más antigua de Argentina y la tercera de toda Latinoamérica. La primera fue la de San Marcos, en Lima. Al igual que el colegio, empezó siendo para nobles, pero tras la Reforma Universitaria, se democratizó. Hoy es nacional y gratuita. Aquí se dictan 70 carreras de grado para 165 mil alumnos”, detalla sobre lo que alguna vez fue “la casa de Trejo”, por Fray Hernando de Trejo, obispo de Córdoba, que donó bienes para levantarla en 1614. Entonces, sobre este punto Sartori hace una aclaración. “En 2014, cuando se cumplían los supuestos 400 años de la Universidad Nacional de Córdoba, participé de un debate junto a un grupo de historiadores. Si bien no tenemos dudas de que la Universidad Nacional de Córdoba es la más antigua del país, no hay documentación suficiente como para afirmar que date de 1614. Podemos asegurar que, efectivamente, Fray Trejo dejó establecido en su testamento de 1614 que quería que sus bienes fueran para la Universidad, pero recién en 1622 los jesuitas empezaron a otorgar grados académicos”, señala Sartori y reaviva el debate sobre los orígenes de la universidad que, de cualquier manera, ya superó los 400 años de vida.

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Acto en el patio mayor, en 1944.

Fuente: La Nación

Colegio Nacional Monserrat

Hay visitas guiadas al patio, museo, sala de profesores y más espacios de la institución. El punto de encuentro es la entrada y el recorrido dura alrededor de media hora. Lunes a viernes, a las 15 y 16 horas; sábados, a las 11 y a las 12 horas. Gratis.