Miradas feministas. El matrimonio, en el centro de la discusión

Una inesperada novela póstuma de Simone de Beauvoir levanta una acusación contra su época y Despojos, descarnada crónica ensayística de Rachel Cusk, explora con lucidez y sin corrección política los alcances de su separación

Andrée es vivaz, alegre, brillante. Deslumbra a Sylvie, que la admira y secretamente envidia la libertad de movimientos de su flamante compañera de escuela. Tienen nueve años, acaban de conocerse y forjarán una amistad que se consolidará con el tiempo, signada por las indagaciones intelectuales, la camaradería y las zozobras ante el despertar de la sexualidad.

Son las protagonistas de Las inseparables, novela que Simone de Beauvoir (1908-1086) escribió poco después de dar a conocer su decisivo ensayo El segundo sexo (1949), pero que prefirió no publicar en vida y ahora sale a la luz de manera póstuma. Probablemente, la decisión de la escritora francesa se haya debido a que la ficción está demasiado atada a lo real: tras el personaje de Andrée emerge Élisabeth Lacoin, a quien todos llamaban Zaza, figura trascendente en la educación sentimental de Simone de Beauvoir, la Sylvie del relato. La filigrana de lo íntimo está al alcance de la mano, más allá de que en la dedicatoria del libro, dirigida explícitamente a Zaza, De Beauvoir aclare: «Usted no era Andrée y yo no soy esa Sylvie que habla en nombre mío».

Recuperada por Sylvie Le Bon de Beauvoir (hija adoptiva y albacea literaria de la escritora feminista), Las inseparables se publica junto a un apéndice documental con fotos y fragmentos de cartas de aquellas dos chicas singularmente formales que nunca dejaron de tratarse de «usted» ni de influenciarse mutuamente. La prematura muerte de Zaza (murió poco antes de cumplir veintidós años) marcó para siempre a Simone, y no solo en el terreno de lo afectivo.

Sin pontificar, a través de una narrativa ágil, Simone de Beauvoir levanta una acusación. La muerte de Andrée/Zaza en su momento fue un enigma clínico porque aquello que la mató era intangible, imposible de ver aunque letal en sus efectos.

Para Andrée, la entrada a la adolescencia significó una suerte de catástrofe. De una infancia mimada y permisiva -asexuada- pasó al corsé de la restricción social. A través de la mirada de Sylvie descubrimos el engañoso encanto de la poderosa, sólida y antigua familia de Andrée; un clan en el que cada integrante tenía desde el momento mismo del nacimiento un lugar asignado. En el caso de las mujeres, una precisa misión a cumplir allí donde matrimonio, tradición, economía y estrategia confluían.

Simone ya era De Beauvoir cuando escribió Las inseparables. Eso se nota tanto en la atención a la maquinaria de ciertas instituciones sociales como en la inquietud ante las implicancias de la femineidad, la maternidad, el sexo. Si bien, como estableció a través de todo su trabajo, «no se nace mujer, sino que se llega a serlo», allí están también los cuerpos con su propio hacer, su no decir, su más allá de lo simbólico; su manera de irrumpir en una Sylvie que permanecía cómoda en la asepsia de lo idílico y una Andrée para la que el deseo resultaba perturbadoramente tangible.

Podría decirse que el matrimonio, sus esquirlas y las discusiones que inevitablemente plantea dentro del pensamiento feminista, es uno de los grandes temas que atraviesan esta novela de tiempos precursores. En esta línea, una autora bien contemporánea que sin duda conoce el pensamiento de De Beauvoir pone al matrimonio en el centro de un demoledor libro de no ficción. Se trata de Despojos. Sobre el matrimonio y la separación, donde Rachel Cusk (Toronto, 1967) describe los efectos devastadores del divorcio con el padre de sus dos hijas, al tiempo que se cuestiona -podría decirse que disecciona al límite de la crueldad- su propia posición en tanto feminista, mujer, madre, escritora.

«A veces hay en el feminismo tantas críticas a los modos de ser de las mujeres que se podría perdonar a quien piensa que una feminista es una mujer que odia a las mujeres, que las odia por ser tan ingenuas», escribe.

Cusk no revela cuáles fueron los detonantes de su separación. Ni siquiera da una pista. ¿Para qué hacerlo? Lo que cuenta es el vendaval, el torrente de odio y contradicciones que sobreviene luego de la ruptura.

El suyo había sido un matrimonio que muchos considerarían de avanzada. Habían acordado que el marido se quedaba en casa a cuidar a las hijas y ella salía a trabajar. Con la disolución de la vida conyugal, él exige recibir una cuota alimentaria. Y ella, de manera imprevista, se niega. Tampoco acepta ceder parte de la custodia de las hijas. Un impulso posesivo, arcaico, la gobierna. «Y tú te llamas feminista», lanza con desprecio el exmarido. Ella se desgarra, se hunde en cavilaciones, no cambia de parecer. «Es posible que algún día le diga: Sí, tienes razón. No debería llamarme feminista. Tienes razón. Lo siento muchísimo», escribe.

Se plantea incluso que una feminista no debiera casarse nunca. Quizás tampoco debiera tener hijos. Descubre que en la trama más secreta de la domesticidad hay un poso de desigualdad inevitable. No hay lucidez que no implique dolor, y Despojos, con su tenaz derrumbe de cuanto velo haya sobre los lazos amorosos, lo demuestra.

Si el feminismo aparece en el libro como pregunta y como ejercicio -la escritura autobiográfica ha sido el gran recurso de la reflexión sobre lo femenino-, la tragedia clásica emerge como pulso conceptual. Cusk considera que vivimos un tiempo demasiado blando, que el vínculo de los seres contemporáneos con sus propias emociones es demasiado cobarde. Para compensarlo, busca el «equivalente intelectual de una bebida fuerte». Y se sirve unos cuantos tragos de esas historias donde «no hay madres entregadas ni hijos perfectos ni padres responsables y protectores ni moral pública. Únicamente hay emoción, y el intento de domesticarla, de darle definitivamente la forma de una fuerza».

La autora, entonces, habla de la intemperie, de la indefensión en carne viva, del oscuro goce de no comer aunque se sienta hambre y el espejo devuelva una imagen cada vez más traslúcida. Y habla también del cuchillo de Agamenón suspendido sobre el corazón de Ifigenia, de la sangrienta recepción de Clitemnestra a su marido, de la podredumbre que infecta el reino de Creonte. La familia, el lecho conyugal: eso que en la tragedia siempre se entrelaza con cierta escena del crimen; un dolor largo, eterno. En su propio recorrido, sin esfinge ni oráculo, Cusk se reconoce en el más universal de los legados de Edipo («no somos plenamente conscientes de lo que hacemos ni de por qué lo hacemos») y apuesta a la aceptación de una realidad habitada por despojos, restos de relatos desvencijados y una normalidad que nunca es tal.

LAS INSEPARABLES

Por Simone de Beauvoir

Lumen. Trad.: M. T. Gallego Urrutia y Amaya García Gallego. 160 págs./$999

DESPOJOS

Por Rachel Cusk

Libros del Asteroide. Trad.: C. Martínez Muñoz. 176 págs./ $985

Fuente: Diana Fernández Irusta, La Nación