Los memoriosos recuerdan el término flora intestinal, de uso corriente para referirse a las bacterias presentes en el intestino. Desde hace unos años el término dio lugar a su acepción más correcta y científica, la microbiota y todo aquel que persigue una alimentación consciente y saludable la tiene en cuenta como condición indispensable para el buen funcionamiento del organismo.
Mucho se oye hablar de microbiota, incluso desde la publicidad. Pero, en concreto, ¿de qué se trata? “El término microbiota hace referencia a la comunidad de microorganismos -en su mayoría bacterias- que se encuentran generalmente asociados a tejidos sanos, especialmente en el colon, aunque también se encuentran en la piel y en otras mucosas.
La gran mayoría de las bacterias, más del 90%, residen en el colon, habiéndose estimado previamente en torno a unos cien billones. Esto representa una cantidad diez veces mayor que el número total de todas nuestras células del cuerpo”, explica Diego Wappner, médico especialista en medicina interna y clínica médica (MN 82.448) y director de la diplomatura universitaria en Riesgo Cardiometabólico y Renal en Diabetes en UCES (Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales).
Gabriel Vinderola, doctor en química, investigador del Conicet y profesor de microbiología de la Universidad Nacional del Litoral, señala que la microbiota o los microorganismos que colonizan el cuerpo, cubriendo la piel y las mucosas, están presentes “en todo el tracto digestivo, en el tracto reproductor femenino y en el árbol respiratorio. Es decir que estamos cubiertos de microorganismos por fuera y por dentro. Y estos microorganismos son bacterias, principalmente levaduras, hongos, virus y también arqueas, que son parientes lejanos de las bacterias. Son, esencialmente, microorganismos”, sintetiza.
En las primeras investigaciones que se desarrollaron sobre el tema, se hacía referencia a la entonces llamada flora intestinal, pero, “si hablamos del conjunto de microbios que habitan en nuestro organismo, es más correcto hablar de microbiota.
Hoy, con un mayor conocimiento de la materia, sabemos que el término correcto era microbiota”, aclara Wappner. Es importante aclarar que, si bien las bacterias están normalmente asociadas a distintos tipos de enfermedades, sólo el 1% de las que están presentes en el organismo las produce, gracias al sistema de defensas, responsable de que la mayoría de ellas sean inofensivas o, incluso, beneficiosas. “Ejercen diversas funciones en forma colaborativa con nuestro cuerpo. Las bacterias que habitan el intestino producen sustancias, logrando un efecto positivo en el humano. Incluyen la producción de vitaminas, así como acciones antiinflamatorias y antioxidantes”, señala el médico.
El profesional considera bacterias buenas o beneficiosas a aquellas que tienen la capacidad de modificar ciertos alimentos, como los derivados de la leche -yogurt, queso o manteca-. En este caso, mejoran sus propiedades sumando beneficios sobre la salud.
Tras años de estudio, se sabe que la función del sistema digestivo excede el procesamiento de los alimentos, ya que la microbiota intestinal es fundamental para el correcto funcionamiento de los más variados órganos, desde los pulmones, pasando por los riñones y hasta el hígado, el corazón y el cerebro. Si bien la microbiota intestinal actúa, en primer término, sobre el tracto digestivo, “como todos los sistemas están interconectados actúa también sobre el resto. Hay una conexión intestino-cerebro a través del nervio vago, otra intestino-piel y todas las cuestiones intestinales pueden repercutir en la piel. Otra conexión es entre el intestino y el hígado. La microbiota por fermentación produce más de 400.000 moléculas que entran al medio interno y estas pueden llegar a cualquier órgano, impactando en él”, apunta Vinderola.
Cualquier interrupción del equilibrio de la microbiota, “o disbiosis, da como resultado el mal funcionamiento de estos órganos afectados y la progresión de muchas enfermedades relacionadas. Existe lo que la comunidad científica denomina el eje microbiota-intestino-cerebro, siendo este un sistema bidireccional. El cerebro puede afectar indirectamente a la microbiota intestinal mediante cambios en la secreción, motilidad y permeabilidad intestinal, o puede influenciar directamente la microbiota por vía neuronal, mediante la liberación de sustancias que comunican las células intestinales, con las células encargadas de las defensas”, detalla el médico clínico.
La interrupción de equilibrio de la microbiota, o disbiosis, se vincula con la progresión de enfermedades “a través de las conexiones interorgánicas más importantes, como los ejes intestino-pulmón e intestino-cerebro”, añade. Es el caso de trastornos metabólicos como la diabetes, la obesidad, distintos tipos de cáncer, trastornos de la piel como psoriasis o acné o, “inclusive, enfermedades cardiorrespiratorias como el asma o la insuficiencia cardíaca, o neurológicas, como la enfermedad de Alzheimer”, enumera Wappner.
En una investigación realizada en el Departamento de Metabolismo y Nutrición del Instituto de Ciencia, Tecnología y Nutrición de Alimentos (ICTAN) de Madrid se detalla que “si un factor externo es más fuerte que la estabilidad del ecosistema intestinal en un grado que excede las capacidades de resistencia y resiliencia, el regreso de la comunidad microbiana al estado anterior puede verse comprometido, lo que lleva al desarrollo de estados disbióticos permanentes”.
¿Cómo se transmite la microbiota?
Desde el primer minuto de vida es posible adquirir la inmunidad que provee la microbiota, siempre que se den ciertas condiciones que no siempre dependen de la madre o del médico. La microbiota se transmite de madre a hijo en el momento del parto. “La vagina está colonizada por lactobacillus, estos son un 99,99% de las bacterias que allí se encuentran, predominando. Cuando el bebé pasa por el canal vaginal, arrastra esos lactobacillus que van a ingresar por la boca y van a llegar al intestino del bebé, donde van a empezar a fermentar, es decir, a consumir nutrientes. El parto vaginal hace que el bebé se colonice primero con lactobacillus, que dan lugar a las bacterias anaerobias estrictas”, destaca Gabriel Vinderola.
En un parto vaginal normal, “se produce una contaminación por la microbiota vaginal y rectal de la madre hacia su hijo. Este contacto con microorganismos que ocurre en el tracto digestivo en el momento de nacer es muy importante para el desarrollo del futuro bebé”, afirma Wappner. En el caso de los bebés de menos de un año, nacidos por cesárea, cuentan con grupos dominantes de bacterias que son distintos de aquellos que nacieron por vía vaginal. “La microbiota vaginal materna proporciona al neonato una mayor variedad de microorganismos colonizadores que luego serán responsables en diversos procesos metabólicos y colaborarán en la mejor adecuación de su sistema inmunológico”, destaca Diego Wappner.
El bebé nacido por cesárea adquiere otras bacterias, que son más parecidas a las que están en la piel de la mamá y “le cuesta más colonizarse con las bacterias anaerobias estrictas y eso tiene consecuencias en el sistema inmunológico. Además tienen mayor predisposición a desarrollar todo un espectro de enfermedades crónicas, que pueden ser diabetes, sobrepeso, obesidad, autismo, alergias alimentarias de todo tipo, incluso cuestiones conductuales”, advierte Vinderola.
En un estudio realizado por investigadores del Departamento de Pediatría de la Universidad de Washington, del Instituto de Enfermedades Infecciosas y Medicina Molecular de la Universidad de Ciudad del Cabo y del Departamento de Salud Global de la Universidad de Washington, publicado en la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos, se destaca que “se sabe que la microbiota de varios sitios maternos, incluidos el intestino, la vagina y la leche materna, influye en la colonización de los bebés.
Sin embargo, la evidencia emergente sugiere que estos sitios pueden ejercer su influencia antes del parto, lo que a su vez influye en el desarrollo inmunitario fetal. El dogma de un útero estéril continúa siendo cuestionado. Independientemente, existe evidencia convincente de que la microbiota intestinal durante el embarazo es un determinante crítico de la salud de la descendencia”.
También la leche materna cumple un rol importante en la formación de la microbiota del recién nacido. “Son conocidas las diferencias en la microbiota de lactantes alimentados con leche materna versus fórmula, ya que la leche materna contiene componentes bioactivos que son importantes para la óptima colonización microbiana del intestino del niño, además de fortalecer el sistema inmune. Un bebé que toma, por ejemplo, unos 800 mililitros de leche al día, ingiere entre 100.000 y 10 millones de bacterias diariamente. La leche materna contiene diversos tipos de bacterias que pueden actuar como probióticos, lo que significa que ejercen un efecto antiinfeccioso, antiinflamatorio y potenciador de las defensas y acciones metabólicas sobre el bebé, entre otros efectos”, añade Diego Wappner.
Vinderola enfatiza en la importancia del uso racional de los medicamentos, sin importar la edad, ya que todos, en alguna medida, impactan negativamente sobre la microbiota, “sobre todo los antibióticos y los antiácidos. El uso tiene que ser muy racional, solamente cuando son estrictamente necesarios”, advierte. La ingesta de antibióticos debe respetar las indicaciones médicas para no dañar la microbiota. No se discute el uso del antibiótico para eliminar al microorganismo capaz de causar una enfermedad. “Sin embargo, su uso puede originar alteraciones que afectan la relación de equilibrio que hay entre la persona que los ingiere y la microbiota, aumentando la susceptibilidad a una enfermedad y derivando en una desregulación de nuestro sistema de defensas”, señala Wappner.
Por esta razón, advierte que el uso de antibióticos en forma prolongada o inadecuada tiene efectos en la estructura de la comunidad microbiana. “Estas alteraciones muchas veces son duraderas en la microbiota del intestino e interfieren en la relación, mediante la interrupción de las asociaciones entre el huésped y la microbiota”, describe.
Una buena microbiota puede también actuar preventivamente, evitando infecciones agudas gastrointestinales, respiratorias, también en cuestiones crónicas como la diabetes, el sobrepeso, la obesidad, las alergias alimentarias, la endometriosis, el ovario poliquístico y las enfermedades neurodegenerativas. “Esencialmente porque todas estas enfermedades tienen una especie de inflamación, y la microbiota puede controlar esa inflamación”, explica Vinderola
¿Qué alimentos ayudan a la microbiota?
Para mantener una microbiota saludable, se recomienda recurrir a ciertos alimentos, como el brócoli, la cebolla, el ajo, el alcaucil, las legumbres, las papas y el arroz, cocidos y luego enfriados. También a cereales integrales, cuya fibra alimentaria es luego fermentada por las bacterias del intestino, promoviendo el desarrollo de ciertas especies, como bifidobacterias, que colaboran en el mantenimiento y formación de una microbiota saludable.
Wappner destaca a la dieta mediterránea -rica en frutas, vegetales y hortalizas con bajo consumo de carne y alto de legumbres-, para mantener sana la microbiota. Recomienda, además, consumir ácidos grasos omega 3 “que el organismo no fabrica por sí mismo y que se deben conseguir a través de la alimentación, por medio de pescados azules, como la sardina, la caballa, el atún y el salmón, entre otros, o de frutos secos naturales”. En cambio, aconseja disminuir la ingesta excesiva de alcohol, azúcar, alimentos ultra procesados, con mucha grasa, carnes procesadas, edulcorantes artificiales o azucarados en exceso o ricos en grasas trans.
La microbiota fermenta la fibra de los alimentos. Aquellos ricos en fibras son las legumbres, las verduras, las frutas y los cereales integrales. Al fermentar la fibra, “se producen ácidos grasos de cadena corta, que son tres esencialmente: ácido acético, ácido propiónico y ácido butírico. El último es un potente antiinflamatorio. Entonces, la microbiota puede controlar la inflamación crónica de bajo grado y evitar la inflamación del intestino. Para eso, hay que darle de comer y el alimento de la microbiota son las fibras. El ciclo es, entonces, alimentos ricos en fibras, fermentación y producción de ácido butírico que es antiinflamatorio”, aclara el investigador del Conicet.
Una forma de mejorar la microbiota naturalmente es “mediante la ingesta de alimentos que contengan probióticos naturales, como el chucrut, el yogur natural, el natto -alimento japonés elaborado con porotos de soja que se fermentan-, el kimchi -preparación de origen coreano en base a verduras fermentadas, con repollo y cebolla-, el kéfir -producto lácteo similar al yogurt líquido- y los encurtidos -alimentos que se sumergen y se conservan en una solución de sal o de vinagre”, indica el médico clínico.
Gabriel Vinderola sostiene que todos los yogures son beneficiosos para la microbiota, sobre todo aquellos naturales y sin endulzantes. En el caso de inclinarse por aquellos que contienen probióticos “el beneficio puede ser adicional, pero no para la microbiota -no se ha estudiado tanto su efecto en ella-, sino para la activación del sistema inmunológico. Tiene un diferencial sobre el yogurt tradicional, que contiene dos bacterias: estreptococos termofilus y lactobacillus bulgaricus. Los que vienen con probióticos pueden tener una tercera o cuarta bacteria”, aclara. A estos grupos de alimentos, la licenciada en nutrición Laura Romano (M.N. 5992) agrega los posbióticos “por ejemplo el pan de masa madre, que tiene microorganismos que no están vivos pero que se sabe que pueden generar un efecto benéfico en el intestino”.
No solo es importante comer alimentos de origen vegetal, sino que estos deben ser variados para “contribuir a darle variedad a la microbiota. Hay estudios que hablan de darle treinta plantas por semana. Si uno come una ensalada con rúcula, zanahoria, cebolla, lechuga, tomate y nueces, ya está aportando seis plantas. Se habla de una planta por cada variedad o especie de alimento de origen vegetal. Entran las frutas, las verduras, las legumbres, los cereales, las semillas y los frutos secos. No sólo cantidad sino variedad y colores en todas las comidas: desayuno, almuerzo, merienda y cena”, destaca la licenciada en nutrición.
La actividad física también impacta muy positivamente en la microbiota. Así como el reposo digestivo, llamado a veces ayuno intermitente “que tiene un impacto positivo en la microbiota”, afirma Vinderola; el sueño y respetar los ciclos circadianos también influyen positivamente. “Pero, si uno tuviera que elegir un factor, es, sin dudas, la alimentación”, destaca el doctor en química. Es importante también seguir los ciclos circadianos, los ciclos de luz. “Conviene consumir los alimentos dentro del período en los que hay luz, no cenar a las once de la noche”, agrega Vinderola. Además, no estresarse “y saber que tenemos conexión del intestino al cerebro así que siempre que nos estresemos mucho puede haber cambios en la microbiota y en cómo nos sentimos de la panza”, añade Romano.
¿Cuáles son las señales de alerta acerca de que algo no está bien en la microbiota?
“Inflamación, dolor de panza, comidas que caen mal, hinchazón, gases con mal olor y un tránsito intestinal que no funciona como de costumbre si uno nota, por ejemplo, que va al baño muy frecuentemente”, detalla Laura Romano.
Los buenos hábitos son siempre los mejores aliados de la salud. Como en una máquina perfecta, lo que se desajusta en un lado repercute también en otro. Por eso es aconsejable cuidar la microbiota y estar siempre atentos a los avisos que puede dar el cuerpo en cualquier momento.
Fuente: Manu Pandolfo, La Nación