El reconocido médico español, que en julio dará una conferencia en Buenos Aires, considera que su misión en la vida es ayudar a los demás a hacer un viaje interior y a tomar conciencia de sus potencialidades
Más de dos millones de followers en Instagram, famosísimo coach global, presente en treinta y cinco países, once libros escritos y reconocida autoridad en cursos y entrenamientos en liderazgo y desarrollo personal y profesional. Después de años de profesor en Harvard y hoy chairman del Center of Health & Well-Being del IE University (universidad privada española), el doctor Mario Alonso Puig (68) tiene una trayectoria vastamente conocida en estos campos, aunque de lo que no se sabe tanto es acerca de la apasionante historia que dio origen a este presente y que nada tenía que ver con el coaching y el autoconocimiento. De muy joven amaba los animales, le apasionaban la etología y la zoología y su héroe era el conocido naturalista español Félix Rodríguez de la Fuente.
“Pero se cruzó en mi camino una experiencia de sufrimiento, no de manera directa, aunque me afectó como si lo fuera, y entendí entonces que mi propósito en la vida era aliviar el sufrimiento humano. Por eso elegí medicina. Pero no se me había pasado nunca por la cabeza. Fue el primer paradigma que tuve que vencer: me di cuenta de que mi propósito de vida no tenía que ver con lo que más me gustaba hacer”, recuerda ahora.
Pero ya convertido en médico gastroenterólogo y “fellow” en cirugía por Harvard University Medical School, lo esperaban más desafíos: “Cuando entendí que la génesis de las enfermedades no era solo física sino también mental y relacional, decidí seguir una ruta paralela para entender cómo conectar con mis enfermos. Tiempo después sentí la llamada a dejar la medicina, la cirugía, luego de veintiséis años, y dedicarme por completo a transmitir, investigar y escribir sobre estos nuevos temas. No fue un momento fácil. Yo creía que si dejaba la cirugía me esperaba un gran vacío. Sentía angustia vital. Pero precisamente en meditación me fue revelado de una forma incuestionable que lo que iba a suceder era el descubrimiento de un mundo de oportunidades. Y así fue”.
Entusiasta de sus temas, claro y conciso y con una ajustadísima agenda, mantuvo una larga charla con LA NACION, donde anticipó de qué irá la conferencia que dará en Buenos Aires el próximo 29 de julio.
–En poco tiempo estará en Buenos Aires con un encuentro que se llama “Creer es crear”…
–Bueno, eso es tan sencillo como decir que las personas no vivimos de acuerdo con lo que pensamos sino con lo que creemos. Si yo pienso que soy capaz de hacer algo, pero en el fondo, a nivel inconsciente, no me lo creo, cualquier éxito que tenga lo autosabotearé.
–¿Por qué hacemos eso?
–Ya lo decía Ortega y Gasset, nosotros tenemos ideas, pero en las creencias vivimos. Tenemos una autoimagen que no corresponde con la realidad, y que se ha ido formando desde pequeños, pero que no refleja lo que somos y los verdaderos recursos y potencial que tenemos. Por eso en “Creer es crear”, que da nombre a la conferencia de julio, yo busco que las personas tomen conciencia y hagan aflorar ese potencial.
–¿Cómo transmite esta idea? ¿Cómo los convence?
–Yo no busco nunca convencer a nadie, jamás. Cuando alguien quiere convencer a otro de algo, aunque sea muy bueno para ese otro, la persona se resiste automáticamente. No doy consejos, doy propuestas de mejoras y las personas exploran si tienen sentido o no.
–¿Cómo lo hace?
–Uso dos caminos. El primero apela al razonamiento, es decir, con mi base científica y mis treinta años de investigación en estos campos, yo puedo sustentar lo que digo. En segundo lugar, los invito a vivir conmigo experiencias, sentimientos, sensaciones y es esa combinación de elementos dirigidos al intelecto y al corazón lo que hace que una persona, si está en disposición de mejorar su vida, si tiene ese anhelo, notará que algo se mueve en su interior. Yo no puedo dar a la audiencia nada, porque ya lo tienen todo. Mi misión es sencilla y a la vez apasionante: ayudarles a descubrir esas cualidades o potencialidades. Me gusta definirme como un despertador de posibilidades. Porque cuando se expande la mente y vemos lo que no estamos viendo, advertimos que podemos hacer lo que antes pensábamos imposible.
–¿Su mensaje es el mismo en el Primer Mundo que en zonas que viven realidades más complejas, como Latinoamérica?
–Mire, afortunadamente estoy en treinta y cinco países. He estado en India, en Bután, en Camboya, en Singapur, en Japón, en China y en muchos sitios de Europa. Todos tenemos algo que nos hermana: queremos sufrir menos y ser más felices. Por lo tanto yo puedo adaptar el mensaje desde el punto de vista de la forma a las culturas, al modo de vida, pero el núcleo es el mismo: lograr que vibren esas cuerdas que todos tenemos en nuestro corazón. Y eso puede ser igual de útil para una persona que esté pasando por una situación económica difícil, un duelo, la pérdida de un trabajo, la empresa que se vino abajo o alguien que ha perdido la ilusión por la vida. Al final todo lo hacemos las personas y un mensaje que habla del encuentro de unos con otros para buscar el bien común, en general y en particular también, es muy bien recibido. Puede haber personas que tienen más dinero que otras, o ser más joven, o más viejo, no importa, yo no hablo al mundo del tener, sino del ser. No hay ningún ser humano que sea más que otra persona. Claro que tengo ojos y oídos y sé que a veces parecemos enemigos tremendos unos de otros, enfrentados, por eso yo hablo al mundo del ser, porque ese mundo es el que nos hermana y no nos enfrenta.
–Usted habla de un despertar, ¿qué debe despertar en el hombre de hoy?
–Tiene que despertar el amor y la capacidad de perdón, mientras no despierte esa conciencia no vamos por buen camino.
–¿Cómo se logra?
–Cuando una persona llega al centro, a la esencia que lo constituye, se empieza a generar una agitación y eso invita a una nueva acción. Yo trabajo mucho con equipos que quieren alcanzar alto rendimiento, alto desempeño, alta performance. A veces esos equipos no lo consiguen, no porque cada uno individualmente no sea brillante, sino porque no se llevan bien, no se facilitan el trabajo, no se ayudan, no celebran el éxito colectivo como un éxito individual. Pero cuando se les abre el corazón comienzan a descubrir en el otro cosas que antes no veían y que los hacen merecedores de respeto. Y entonces, de manera natural, empieza una colaboración y todos lo sabemos porque es de sentido común. Cuando se activa la inteligencia colaborativa, lo que se obtiene supera mucho lo que se obtenía antes. Lo mismo puede pasar dentro de una familia. Imagine que en lugar de esa ira empieza a aparecer el perdón, a sí mismo y hacia otras personas, que no quiere decir que no existe la herida, sino que la persona ha decidido que ese lastre no lo llevará más en el corazón. Esto tiene una base científica: la liberación de ese resentimiento, de ese rencor, tiene un impacto brutal en la salud. Por eso no hablo de cambio, sino de transformación.
–¿Cuál es la diferencia?
–Muy sencillo. La transformación es un cambio en la raíz, y ¿la raíz qué es? ¿Lo que uno tiene? No, la raíz es lo que uno es.
–¿Qué pasos hay que seguir para llegar a ese lugar interior?
–Lo primero es la decisión de viajar hacia adentro. Es muy fácil acusar a los demás como la causa de todos los problemas. Es verdad, ese viaje interior no es fácil, lo sé y yo lo estoy haciendo cada día, ¡cómo no lo voy a conocer! Pero hay que hacerlo con enorme ternura, con amabilidad y respeto. No se puede forzar a nadie a hacerlo, pero cuando muestras los beneficios, las personas empiezan a experimentar y son ellos los que no quieren ya dejar ese viaje. Porque ven las posibilidades que se abren para sus vidas. Me pasa mucho en cursos para empresas. Me dicen: “Te doy las gracias porque veo cómo esto lo puedo aplicar con mi familia”. Yo propongo y cada uno tiene la libertad de elegir si quiere hacerlo o no. Como decía muy bien Epicteto en el siglo I d. C., el gran estoico: “Yo no veo el mundo que es, yo veo el mundo que soy”. Cuando yo cambio todo cambia.
–Ya que habla de un estoico, ese camino exige una metodología y una disciplina…
–La conferencia que daré en Buenos Aires es un programa de entrenamiento. Entrenaré en una metodología que los va a ayudar a ese despertar; está basada en lo que he venido estudiando y explorando durante tantos años. Por ejemplo, enseñar el poder del lenguaje: cómo a través del lenguaje se puede conectar con el inconsciente, la utilización de metáforas que impacten en el inconsciente, metodologías para reducir las huellas emocionales que afectan nuestra vida, cómo generar nuevos circuitos neuronales aprovechando ciertas experiencias emocionales, etc. Y, por supuesto, el silencio, determinados movimientos que ayudan a tener contacto con el cuerpo y eso aporta confianza y serenidad. Es una estrategia concreta, una serie de pasos definidos y un entrenamiento.
–¿Se trata de prácticas o ejercicios que luego deben hacer a diario?
–Ah, claro. Esto no es que luego sales y reflexionas sobre este tema y buscas libros. No, lo único que tienes que hacer es aplicar lo que hemos hecho en el programa. Ahí hemos puesto un cuerpo en movimiento en otro sentido diferente al que se estaba moviendo para obtener nuevos resultados. Lo que tienes que hacer es aplicar estas estrategias que son sencillas, pero aplicarlas todos los días, así como nos lavamos los dientes a diario. No se puede pretender que lo escuches una vez y eso ya funciona. Es un proceso de desaprender y de aprender simultáneamente.
–¿Cómo despierta en esas personas condiciones como la constancia y la voluntad?
–Para mí hay dos conceptos importantes. El primero es la formación de nuevos hábitos que se convierten, claro, en nuevos circuitos neuronales a través de un proceso que dura toda la vida, y que se llama neuroplasticidad.
–Pero generar un hábito nuevo es muy difícil…
–Si, es verdad que no es fácil generar un nuevo hábito. Hace falta algo más. Yo no busco en la conferencia la generación de un hábito. Eso viene después. Busco que hagan clic, y cuando hacen clic y lo ven, mantener ese hábito que propongo es más llevadero.
–¿Qué sería hacer clic?
–Pillarlo, darse cuenta. Caray, lo acabo de entender, ahora sí sé la importancia que tiene eso. Y en ese momento, claro, tiene que tener la decisión de hacerlo y mantener una disciplina, pero es una tarea que viene acompañada de un montón de entusiasmo. Yo no sabía inglés, no lo aprendí en el colegio y era un problema para mí. Pero en un momento hice clic, me di cuenta de que si lo hacía se me abría una ventana enorme y podía acceder a uno de los mejores hospitales del mundo. Me llevó bastante tiempo y no fue nada fácil, pero le puedo asegurar que cada vez que me sentaba todos los días mis diez minutitos a estudiar, no decía: “Ah, que rollo, tengo que estudiar inglés”. Decía: “Qué bien, estoy construyendo un nuevo hábito a futuro”. El hábito solo a base de disciplina o voluntad no lo aguanta nadie. Pero cuando hay ilusión y entusiasmo porque sabes dónde te está llevando, eso es muy tolerable, y llega un momento que generas el hábito.
–Usted ha contado que le fue revelado en meditación el camino a seguir…
–Estoy convencido de que el propósito de la vida nos es revelado, pero esta revelación requiere que estemos dispuestos a recibirla. Te llegará de todos modos, tarde o temprano. El propósito responde a la pregunta para qué estoy en este mundo, no por qué. Y ahí vas a descubrir que estás acá para despertar y ayudar a despertar a otros. No estás para vivir para ti, sino para vivir para los demás. Y cuanto más vivas para los demás, más estarás viviendo para ti.
–¿Cómo encontrar ese propósito?
–Hay diversas formas. Hay personas que los han encontrado en la escritura, en la enseñanza, en un colegio, en la universidad o a través de la medicina, como ha sido mi caso. Otros lo encontrarán quizá a través de una enfermedad, otros a través de una pérdida. Pero todos lo encontraremos. Cuando uno lo descubre, la vida toma una nueva dimensión. Porque te sientes guiado en una determinada dirección.
–Habló de meditación y aplica el mindfulness…
–Cuando era cirujano en Boston tuve la fortuna de conocer al profesor Herbert Benson, el primer médico que trajo la meditación a Occidente. Era cardiólogo en un hospital que estaba enfrente del mío, en la misma universidad. Llevo más de treinta años conectado con la meditación, pero no sabe lo que me costó hacer el hábito. Si alguien me hubiera forzado, no la practicaría como la practico. Cada uno tiene su tiempo. Nosotros hacemos propuestas. El que escucha está en su derecho de aceptarlas o dejarlas pasar.
–Usted habla del amor, ¿de qué amor?
–No es una cosa blandita, rosita, tipo merengue. Eso es no entender la fuerza transformadora del amor. Hablo de amor sin condiciones, gratuito y perdonando al otro porque estoy viendo solo un error en esa otra persona, no malicia o mala intención. Aceptando al otro aunque pensemos distinto, o seamos de una cultura distinta. Entender que somos iguales en lo que queremos: ser felices, superar las dificultades, tener menos miedo. Es ver la humanidad en el otro, sin etiquetas. Lo que le puedo decir, por las veces que he podido experimentar esto, es que el impacto es de no creer. No solo a nivel personal, que es muchísimo, porque no es lo mismo sentirse mirado como persona a sentirse mirado bajo una etiqueta. El impacto a nivel fisiológico es increíble. La calma, la relajación, la serenidad… Lo decía muy bien el paleontólogo y filósofo francés Teilhard de Chardin: “El día que el ser humano descubra el verdadero poder transformador del amor habrá descubierto por segunda vez el fuego”.
–¿Es necesaria la fe, la espiritualidad?
–Tienen mucho que ver, entendiendo por espiritualidad lo siguiente: es la relación que tengo con el misterio. Aquello que no puedo nombrar y que, sin embargo, entiendo que está íntimamente conectado a mí y a los demás. La espiritualidad es ver en la otra persona y en su esencia un ser extraordinario aunque externamente con su conducta haga todo lo contrario para que yo piense eso. Es no ser indiferente al dolor de los demás, no juzgar ni acusarlos y condenarlos, sino buscar comprenderlos y ayudarlos. A veces se ayuda desde la firmeza y otras, desde el abrazo empático y compasivo. Su marca es vivir en el amor y el perdón. Por eso todo ser humano, lo sepa o no, está en un viaje espiritual, porque forma parte de nuestra esencia.
–¿Incluso los ateos?
–Por supuesto, porque a veces confundimos espiritualidad con religión. No es lo mismo. La espiritualidad es una relación personal que tengo con el misterio, con la vida en mayúscula, con Dios. En cambio, la religión es una serie de prácticas de rituales de liturgias de instituciones que lo que buscan es el religare, es decir, volver a ligar al ser humano con aquello de lo que se separó aparentemente, porque esa separación no es real. Volver a unirlo con la vida, con Dios o como quieran llamarle. Pero si una persona en su práctica religiosa sigue siendo indiferente a los demás, puede estar siguiendo una religión pero no un camino espiritual.
–¿Qué fe profesa usted, doctor?
–Soy cristiano. Mi figura absolutamente referencial, aunque esté a años luz, es Jesucristo.
–¿Cómo afectan emociones como la rabia, la ira?
–Hay que distinguir la rabia de la ira. La rabia es cuando una persona ve que algo está mal, o es injusto, o no es noble y verdadero, y quiere corregirlo. Ahí sale una fuerza que es positiva y que expresa un deseo y un compromiso por cambiar algo que está mal, sin dañar o herir a los que lo están haciendo. Es separar el hecho de las personas. Pero la ira es diferente. Uno va contra la persona, y eso es muy dañino y provoca una caída muy pronunciada en el sistema de defensa del organismo.
– ¿Y la queja?
–Hay una queja constructiva, buscando una mejora en algo y con disposición a formar parte de esa mejora. Y hay otra que solo destruye porque no aporta ninguna solución. Ahí la persona toma la posición de víctima. Conozco la anécdota de un famoso endocrino americano que fue a una empresa como vicepresidente y vio que el anterior, que había muerto de infarto, recibía quejas todo el tiempo de todo el mundo. Entonces este hombre puso un cartel en la puerta: “Antes de venir a quejarte hazte las siguientes preguntas. Uno: ¿qué alternativa de mejora propongo? Dos: ¿qué parte estoy jugando yo en la generación del problema? Tres: ¿cómo puedo ser parte de la solución?” ¿Y qué ocurrió? Nadie más fue a quejarse.
–Hablemos de la alimentación y cómo se relaciona con la emocionalidad…
–El capítulo siete de mi último libro, El camino del despertar, está destinado al segundo cerebro, el aparato digestivo, y a la relación del primer cerebro, el intracraneal, con la microbiota, es decir, la población bacteriana que vive en el tubo digestivo. Allí explico hasta qué punto los desajustes del tubo digestivo y los de la microbiota por mala nutrición están en la base de muchas enfermedades, entre ellas degenerativas, distintos tipos de diabetes, enfermedades inflamatorias de bajo grado que van generando un destrozo en el cuerpo, y estados como la depresión y la ansiedad por inflamación del cerebro. Saber esto hoy es importantísimo para la salud. Hay formas de la alimentación que mejoran los estados depresivos, otras no solo retrasan el envejecimiento y el deterioro de los tejidos, sino que además favorecen la energía y la vitalidad. Todo esto se conoce ya. Por lo tanto no solo se trata de comer, sino de estar mejor.
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–¿Y la actividad física?
–Hay que entender que todo está conectado, y esto lo hemos descubierto gracias a los avances de la ciencia en los últimos años. La situación psicológica, emocional, biológica de una persona no son tres entidades separadas sino que están interrelacionadas. Por eso el ejercicio físico y la nutrición hoy son piezas fundamentales. Durante el ejercicio no solo ocurren cosas a nivel de los músculos sino a nivel del cerebro. Se liberan cinco neurotransmisores en más cantidad de lo que normalmente se liberan, son hormonas intracerebrales que producen cambios muy importantes en el estado emocional de una persona. En el mundo que vivimos, tan cambiante, mantener el equilibrio en medio de la tormenta es crucial. Potencia la memoria porque aumenta una sustancia que se llama BDNF que favorece la conexión entre las neuronas. Mens sana in corpore sano, ese antiguo axioma de los griegos, es más actual que nunca. En el paleolítico los hombres caminaban 25 kilómetros diarios y las mujeres, 19. Hoy, el sedentarismo causa enfermedad física y deterioro psicológico profundo. La depresión mejora con ejercicio porque en ese estado se produce una alteración en el hipocampo, que reduce su volumen; el ejercicio, al liberar esta sustancia, fortalece la zona. El hipocampo también regula el miedo.
–Dicen que Finlandia es el país más feliz del mundo, ¿qué dice usted al respecto?
–No creo que sea el más feliz del mundo, aunque he estado becado en el Hospital Central de Laponia y solo tengo palabras de agradecimiento hacia Finlandia. Donde se apuesta realmente por la felicidad de los niños es en Dinamarca y Bután. Si bien no he estado en contacto con el sistema educativo danés, sé que pone énfasis en estos conceptos. Pero sí estuve en las escuelas felices de Bután, donde hice un programa de un año, y ahí sí que se apuesta a que los niños se quieran, se apoyen, sean generosos, sepan resolver sus conflictos, no favorecer que nadie se sienta desplazado. Algo como el bullying no les cabe en la cabeza.
–¿Y usted encontró la felicidad?
–Yo encuentro la felicidad y me pierdo de la felicidad. La encuentro en aquellos momentos en los que soy capaz de amar y de perdonar. Cuando me olvido de la importancia del amor, cuando en lugar de perdonar acumulo algún rencor, me alejo de la felicidad. Si yo fuera una persona iluminada, viviría permanentemente en el amor y en el perdón, pero no es así. Hay veces que me cuesta ese amor y ese perdón. Pero cuando consigo integrarlos a mi vida, y afortunadamente cada vez lo consigo con más frecuencia, en esos momentos soy tremendamente feliz.
Seis claves para ser más feliz
- Gestionar la expresión facial para que se gestionen las emociones
- Usar el diálogo interior para apoyarse y no para anularse
- Recargar las pilas
- Nadie tiene tanta influencia en uno como uno mismo
- Si se puede imaginar, se puede crear
- No hay felicidad sin el otro
Fuente: El camino del despertar, último libro de Mario Alonso Puig
Fuente: Ana D’Onofrio, La Nación