El 21 de mayo de 1982 una carta le cambió la vida al soldado Daniel Verón. Estaba en una trinchera en Puerto Argentino, en las islas Malvinas , mientras las bombas inglesas destruían todo a su paso. «Si te daban a elegir entre comida y una carta, no había dudas, elegíamos la carta», recuerda. Las palabras de una niña de 11 años de un pueblo perdido de Buenos Aires le dieron esperanza y fuerzas para regresar con vida al continente. Treinta y siete años después son vecinos y mejores amigos.
«Recuerdo lo que veía en los noticieros: una fila de personas entregando cadenitas y joyas», rememora Suárez. Villa Cacique es un pequeño pueblo rodeado de cerros donde se respeta la siesta y la actividad se centra en la planta cementera. Los autos tienen sus llaves dentro, las bicicletas quedan en la vereda y los vecinos se cruzan en animada procesión a hacer las compras. Hoy tiene 5000 habitantes. Desde el correo de este pueblo se despachó una carta que le cambiaría la vida a un soldado a miles de kilómetros de distancia.
El 7 de abril de 1982, Verón fue convocado al Regimiento de Infantería Mecanizada 6 de la localidad bonaerense de Mercedes . «Tenés que irte, te están llamando», le dijo su padre cuando lo fue a visitar en la carpintería donde trabajaba en Merlo. Fueron pocas palabras, pero suficientes. Al día siguiente estaba en Campo de Mayo, a una hora y media de su casa. Estuvo tres días ahí. Su familia no tenía teléfono y cuando fueron a visitarlo, él se acababa de tomar el avión rumbo a las islas. «Mi madre me había llevado pan casero; no nos pudimos despedir», confiesa, con un nudo en la garganta.
El 13 de abril llegó a las Malvinas. Su posición estaba en el aeropuerto. Su trabajo era descargar las municiones que llegaban desde los aviones. «No entendés que estás en la guerra hasta que no escuchás una bomba», resume. Aquellos sonidos bélicos cruzan sus pensamientos. La artillería inglesa fue implacable y rutinaria. El 5 de mayo lo enviaron a una primera línea a cinco kilómetros de Puerto Argentino. Allí cavó su pozo y permaneció la mayor cantidad de su tiempo en las islas. «En 70 días me pude sacar una sola vez los borceguíes», señala. «En la guerra rezás para ver otra vez el amanecer», agrega.
Los recuerdos de la guerra lo llevan a aquellos días plomizos en donde siempre llovía, y el hambre se hacía sentir. «A la noche parecía estar viendo una película, el cielo se volvía anaranjado por las bengalas y el humo de las bombas», sostiene. Los Sea Harrier y Vulcan sobrevolaron sobre su cabeza más de una vez. En las islas, a medida que se acercaba el invierno, el clima se volvía más hostil. «En la trinchera estabas todo el tiempo mojado», afirma.
Las provisiones eran escasas. «Aprendimos a comer pato», dice. Todos los días iban a cazarlos. Un mediodía mientras desplumaba uno, vio pasar un Harrier y un misil Roland que lo alcanzó. «Vi cómo recorrió todo el cielo, era un día hermoso, soleado, y la explosión fue tremenda», sostiene.
El 21 de mayo, día de su cumpleaños, sus camaradas en Puerto Argentino lo esperaban para saludarlo y tomar una copa de leche caliente. Recuerda bien esa caminata. «Hablaba con Dios, le pedía por mi madre, que no sufriera por mí», dice. El furriel, soldado encargado de repartir el correo, lo vio al llegar. Le dio un telegrama de su familia que decía: «Feliz cumple, estamos bien». Este soldado percibió que Daniel quedó esperando algo más y le dio tres cartas «al soldado anónimo», como se conocían las escritas en las escuelas.
«La carta de María Gabriela me cambió mis días en la guerra», afirma. Escrita en una hoja rayada de carpeta, la niña le contaba que vivía en un pueblo chico, pero hermoso y que seguramente no conocería nunca las Malvinas. Al pie cerró con una frase que determinó la vida de Verón en la isla: «Todos los días rezo por ustedes».
«Me fortaleció, me dio ganas de volver», sostiene. A la noche, en su trinchera, junto a un candil le contestó. Aquella carta cruzó las heladas aguas, estuvo en Santa Cruz y de allí sobrevoló hasta llegar a la oficina de correos de Villa Cacique. Los padres de María fueron cautelosos, pero llamaron a su hija. «No podía creer que un soldado me hubiera contestado», rememora. En el pueblo, las noticias de la guerra llegaban a cuentagotas. Durante mucho tiempo, esa carta de Verón se mantuvo en secreto. «Tenían miedo», cuenta entre lágrimas María. La posibilidad de que ese lejano soldado no regresara con vida, era cierta.
Contención
El 14 de junio de 1982, Verón entregó su FAL y sus pertenencias a un Royal Marine. Entre ellas estaba la carta de María. La vuelta al continente fue dura. «No me querían llevar en tren porque no tenía dinero para el boleto», dice. Las palabras de aquella niña no lo dejaban dormir. La familia Tomasi, que vivían -y lo siguen haciendo- enfrente de la casa de María, sabían de la carta que había recibido. Ante el silencio familiar, decidieron involucrarse. Le escribieron una respuesta a Daniel ofreciéndole ayuda y la posibilidad de venir a Villa Cacique para conocer el pueblo y a la niña que le había escrito aquella carta inspiradora.
La Pascua de 1983 lo encontró a Daniel caminando por primera vez aquí. Llegó en tren a Tandil, y allí lo fue a buscar Oscar Tomasi. En Villa Cacique fue recibido como un héroe. La historia que comenzó en Puerto Argentino una helada mañana de mayo un año atrás, mientras leía una carta de una alumna de sexto grado, cerró al conocer a María y su familia. «Yo no podía creer que mi carta había llegado a Malvinas, todavía hoy es muy fuerte para mí», afirma ella.
«Corrí para verlo», recuerda María. Sus padres, que habían elegido la precaución, invitaron a dormir a su casa a Daniel. Todos esperaban su relato de lo vivido en las islas. Lo despertaron con un café con leche y un huevo de pascua. «Primero, sentí el alivio por poder agradecerle, y por haberme cambiado mi vida», aclara Daniel. A partir de esta visita, la relación con la familia Suárez, y especialmente con María, fue fluida. «En mi cumpleaños de 15, en mi casamiento, siempre estuvo Daniel», confiesa ella.
Desde aquel marzo de 1983 hasta 2006, Verón vivió en Merlo. Cuando se divorció, regresó donde sus pasos habían hallado contención. Se fue a vivir a Villa Cacique. Aquí formó una nueva familia, tiene cinco hijos. Hace tareas solidarias, es concejal y da charlas sobre Malvinas en las escuelas. María vive a menos de seis cuadras de su casa, está casada, tiene dos hijos y trabaja de cajera en un mercado, todos la conocen como «la nena de la carta» y se ven todos los días.
«Haber leído esa carta en la trinchera es lo mejor que me pasó en mi posguerra», reconoce Daniel.
El borrador de la primera misiva
La original fue incautada por los soldados ingleses
Villa Cacique, 22 de abril A los soldados de la patria.
Queridos soldados desde acá les hago llegar esta carta de agradecimiento por defender las islas Malvinas.
A mí me gustaría conocerlos, pero no puedo ir tan lejos.
Yo todas las noches rezo por ustedes, mi familia también reza.
Villa Cacique no es tan grande, pero es hermoso. Todo lo que veo por televisión me da pena y también alegría según lo que veo.
El grado 6° B de la escuela N°19 Luciano Fortabat les agradece lo que están haciendo.
Me despido cariñosamente y les deseo la mejor suerte para todos.
Un corazón argentino
María Gabriela Suárez