El pueblo andino de Chinchero, que se encuentra sobre el valle de Urubamba, es uno de los paisajes más hermosos que existen. Las majestuosas terrazas hechas por los incas se extienden hacia la vasta meseta. Sembradíos de quinua, amaranto, papa y maíz forman un tapiz de tonalidades verdes, rojas y doradas. Las extensas vistas de los picos cubiertos de nieve, conocidos como Apus, el nombre dado a los espíritus de las montañas en la mitología inca, dominan el horizonte.
Sin embargo, el presidente Martín Vizcarra está decidido a destruir este lugar sagrado. Las excavadoras comenzaron a limpiar el terreno en enero para construir un aeropuerto internacional en Chinchero. Este proyecto dudoso dañaría de manera irreparable el corazón de la civilización inca. Sus sitios arqueológicos ancestrales y su abundante flora y fauna se verían afectados por el ruido, el tráfico, la contaminación y la urbanización descontrolada.
Resulta desconcertante por qué alguien elegiría construir un aeropuerto “internacional” de miles de millones de dólares en este lugar idílico cercano a las nubes. A una altitud aproximada de 3 760 metros —a una altitud que rebasa la del aeropuerto de Cusco por más de 300 metros, que se encuentra a unos 30 kilómetros de ahí—, sería uno de los aeropuertos comerciales situados a mayor altitud. Las montañas que rodean Chinchero, sin mencionar la neblina, los vientos cruzados y las granizadas habituales en estas altitudes pueden hacer que sea peligroso despegar y aterrizar.
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Una oleada de artículos en revistas científicas y de viajes han condenado el proyecto. Casi doscientos arqueólogos, historiadores y antropólogos peruanos y de otras partes del mundo le han enviado cartas a Vizcarra en las que lo exhortan a cancelar el proyecto. Incluso la exministra de Cultura, Ulla Holmquist, firmó una petición de Change.org en contra del proyecto.
Las críticas que ha despertado este aeropuerto en todo el mundo no son una sorpresa; la antigua ciudadela de Machu Picchu, que se encuentra en la región de Cusco, fue elegida en 2007 como una de las Siete Nuevas Maravillas del Mundo. Es uno de los pocos ejemplos que sobreviven de la extraordinaria arquitectura paisajista de los incas. Se construyó hace seis siglos y después fue abandonada. Luego, un explorador estadounidense, Hiram Bingham, la redescubrió todavía intacta en 1911. El sitio atrae hasta a 5 600 visitantes diarios, más del doble de los 2 500 que recomienda la Unesco. El nuevo aeropuerto podría cuadruplicar el número de turistas: de 1,5 millones a 6 millones de personas al año, lo cual podría significar una carga letal de 22 000 visitantes al día, casi diez veces más del límite establecido por la Unesco.
La Unesco ya no puede permanecer impasible ante un coro en aumento de indignación mundial. Debería añadir a Machu Picchu en la Lista del Patrimonio de la Humanidad en Peligro hasta que Perú cumpla su compromiso de conservar la reliquia precolombina más importante del continente americano.
La idea de construir un aeropuerto en Chinchero se remonta a 1980, cuando un prominente senador y terrateniente de Cusco con vastos terrenos cercanos convenció al presidente de ese momento, Fernando Belaúnde, de la necesidad de hacerlo. Belaúnde casi muere durante un vuelo de observación en 1981. Según el piloto, el coronel Jorge Manrique, el proyecto fue desechado después del incidente. Sin embargo, la aspiración de construir un aeropuerto en Chinchero no desapareció. El presidente Vizcarra respaldó ese proyecto insensato con la idea de ganar apoyo en el sur de Perú, donde tiene bajos índices de aprobación.
El país tiene sitios arqueológicos espectaculares, en especial en la costa norte, paisajes majestuosos en la cordillera de los Andes y una enorme extensión de reservas naturales no exploradas en el Amazonas. En lugar de otro aeropuerto, Perú debería desarrollar prácticas turísticas sostenibles e invertir en infraestructura para que esas áreas sean más accesibles.
Perú es cuna de una de las civilizaciones más antiguas, junto con Egipto, Mesopotamia, China, India, Guatemala y México, pero parece que los peruanos se han propuesto arruinar en una generación lo que los conquistadores españoles no pudieron destruir en trescientos años de gobierno colonial. A solo tres cuadras de la plaza principal de Cusco, en la que alguna vez fue la capital del Imperio del Sol, se construyó un monstruoso hotel de siete pisos, en evidente violación de las normas de patrimonio cultural de la ciudad, frente a las oficinas locales del Ministerio de Cultura. Tras las protestas, la construcción se detuvo en 2015, pero los constructores ya habían destruido preciosos muros de piedra incas. A pesar de las amenazas de despojar a Cusco de su designación como Patrimonio de la Humanidad, el hotel a medio terminar todavía sigue en pie y sus propietarios aún deben pagar una multa.
La construcción del aeropuerto podría diezmar la cuenca del laguna Piuray, una fuente de agua fundamental para Cusco. También dividiría a Chinchero en dos y dejaría la escuela y el centro de salud del lado donde vive poca gente.
No se ha consultado a las comunidades de Chinchero sobre el impacto que el aeropuerto tendría en su manera de ganarse el sustento. No han tenido la oportunidad de expresar sus preocupaciones. Antes de la reforma agraria de principios de los setenta, que otorgó derechos de tierra a los pueblos indígenas, las poblaciones rurales en los Andes seguían siendo explotadas por una minoría privilegiada que poseía la tierra. No obstante, el país todavía no se ha congraciado con sus raíces indígenas. En la actualidad, los derechos de sus pueblos indígenas todavía se violan en beneficio de unos cuantos corruptos.
Rocío Cjuiro, una joven mujer de la comunidad de Willa Willa de Chinchero, lloró mientras veía el enorme cráter donde más adelante estará el aeropuerto en la sagrada pachamama, la madre tierra en el idioma quechua. “Mi mundo entero está siendo destruido”, me dijo.
La venalidad alimenta esta mentalidad depredadora. Sin embargo, aunque México, Guatemala y casi toda América Latina, incluidos Colombia, Ecuador y Bolivia —los países vecinos de Perú—, también son naciones corroídas por la corrupción endémica, hacen un mejor trabajo en conservar sus monumentos y tesoros históricos. Los peruanos estamos orgullosos de nuestra gastronomía y de nuestro equipo de fútbol, pero no respetamos nuestro pasado. El país debe adoptar políticas estatales estrictas y firmes para proteger y preservar su legado arqueológico para las generaciones futuras.
Fuente: The New York Times