De regreso al teatro con Juegos de amor y de guerra, la actriz leyenda de las telenovelas hace un repaso sobre su vida y sus papeles más emblemáticos
¿Te preguntás para quién hacer teatro hoy, en tiempos de crisis?
-El trabajo siempre parte de una necesidad expresiva. Yo necesito contar esta historia porque creo en el teatro como la posibilidad de ver el reflejo de la realidad en un escenario, de comprenderla desde otro ángulo. De lanzar una alerta. Me siento digna contando historias: soy actriz y hago mi aporte con las herramientas que tengo. ¿Cómo acercar al público si no sabemos si van a poder comer primero? No lo sabemos. Una vez le preguntaron a Oliver Sacks -el gran neurólogo británico- qué consideraba una persona ‘normal’. Y él respondió que normal es aquel que puede contar su propia historia. El que sabe cómo nace, de dónde viene, hacia dónde va y también sabe que al final viene la muerte. Se está vulnerando ese tránsito: si no podemos tener salud, educación y además entretenimiento (con la posibilidad de crecer, como en el arte), estamos en riesgo como sociedad. Nosotros hacemos nuestra parte de la tarea: este grupo de trabajo es una cooperativa (mis tres trabajos previstos para el año son cooperativas). Y el valor de la entrada es el mismo que hace un año y medio
Luisa Kuliok volvió a escena con la misma obra que marcó su despedida hace algo más de un año: Juegos de amor y de guerra, dirigida por Oscar Barney Finn y acompañada por Diego Mariani, Sebastián Holz, Walter Bruno y Sebastián Dartayete. Ganadora de dos Premios María Guerrero, la obra se presenta en su tercera temporada los domingos, a las 20, en el Centro Cultural de la Cooperación (Av. Corrientes 1543).
Juegos de amor y de guerra describe el clima belicista de la sociedad argentina durante 1942, entre los golpes de Estado, la grieta entre aliadófilos y nacionalistas y un escándalo sexual que involucró a un grupo de cadetes del Colegio Militar. Tiene además una alegoría concreta: es la antesala de los cambios sociales que se avecinan.
«Mi personaje es bastante macabro: ofrece la ambigüedad del juego del amor y de la guerra. Y en el juego hay algo de manipulación -reconoce Kuliok, reflexionando sobre su composición escénica-. Tiene un hijo en el Colegio Militar y una hija, de novia con un teniente, que a la vez es su amante. La obra transita los mundos de la oligarquía y del Ejército. Y está rodeada de un mundo de perversión, de violencia y de sexualidad. El ‘escándalo de los cadetes’ nos cuenta cómo funcionaba nuestra Argentina».
-Esta posibilidad de contar tu propia historia ¿te hizo preguntar qué era de tu familia en 1942?
-Mi abuela paterna se tuvo que ir de Rusia durante la guerra. Mis abuelos siempre estuvieron a favor del socialismo. Viví hasta los 9 años en la casa de ellos, con mis padres y mi hermana menor. Me formé escuchando a mi abuela hablar de Alfredo Palacios y del socialismo. Crecí creyendo en la posibilidad de una sociedad inclusiva, para todas y todos.
-¿Tus reflexiones acerca de las libertades individuales y la igualdad de posibilidades están en vos desde siempre?
-Desde mi educación. Vengo de una familia humilde: mi madre trabajó desde los 14 años (estudió corte y confección en la Academia Pitman); mi papá, astrólogo, era técnico electrónico. Fuimos formados en esa concepción: en la necesidad de los libros, de instruirse, de crecer. Mi madre me introdujo al mundo de lo poético antes de los cinco años. Algo que tiene que ver con lo esencial estaba desde el vamos muy fuertemente.
-¿En ese crecimiento descubriste tu vocación por el arte?
-Sí. Mi madre de alguna manera había sido una bailarina frustrada, una actriz frustrada, una pianista frustrada (ríe) y yo, como hija mayor, pasé a ser el receptáculo de todo eso, ¡felizmente! Ahí había una semilla. Se ve que con mi madre tenía un vínculo muy fuerte desde lo emocional.
-Hasta que llega el momento de ser independiente. ¿Padeciste los abusos?
-¿De poder? No tuve, realmente, momentos extremos. Pero en un mundo manejado por la masculinidad y por el sistema patriarcal, el poder se percibe hasta en cosas pequeñas. Está metido en todos los rinconcitos. Incluso las mujeres lo consienten. Por eso hay que deconstruirnos para comprender, comprendernos y tomarnos el derecho que nos corresponde.
-Hollywood no perdona. ¿Por qué no preguntar también si es posible que en el mundo del espectáculo pueda existir un Harvey Weinstein ?
-Desde hace más de dos meses no puedo dejar de pensar en eso. Hay mujeres que van a programas de televisión, se les pregunta y la pregunta es un problema. ¿Sabés por qué no hay que preguntarlo? Porque si hubo un abuso real, solamente la mujer puede decidir cuándo habla. Cada una lo cuenta como puede. Si me preguntás si yo sufrí un abuso -no es mi caso, pero si lo hubiera tenido-, me estás poniendo en un brete. Porque si no quiero hablar todavía, te voy a tener que mentir. Eso también resulta invasivo.
-¿Elegís los papeles por afinidad con tu forma de pensar?
-Nunca hice de mala: esta es la primera vez. Lo elegí porque me interesa esa complejidad de las almas humanas. Pero siempre me interesó contar vidas de mujeres han tenido una enorme fortaleza y rebeldía. Que aun sufriendo mucho trabajaban y luchaban por su propia identidad. Como la protagonista de Venganza de mujer (basada en Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos), que luego de sufrir una historia trágica de abusos dice que nunca más le va a pasar eso y aprende a fortalecerse.
-¿Tus heroínas de telenovelas también estaban atravesadas por tu línea de pensamiento?
-Las heroínas también tienen una ética: deben contar lo bueno. En Venganza… cierta vez le dije a (Alejandro) Romay (propietario de Canal 9): «No podemos enterrar caballos vivos, no está bien». Y me dio la razón. Por eso ella busca la justicia, pero no se venga. En la ficción, lo expresivo contagia. Hay que contar que somos muy poderosas, que podemos hacer cosas. Y también decir qué queremos hacer con el poder.
-Hablando de telenovelas…
-(Canta). «La extraña daaaamaaaa».
-La misma. ¿Extrañás?
-No, no, no. Fueron años intensos, de mucho trabajo. Me di el lujo de hacer grandes historias. La televisión es un medio extraordinario, muy masivo y que además ahora tiene otras plataformas. Pero no se dan las condiciones. O lo que me ofrecen no me interesa.
-¿Te cansás de que te pregunten por los cachetazos?
-Nunca me voy a cansar. Aunque diga cosas reiteradas, tengo que agradecer que me pregunten: significa que sigo en la memoria de la gente. ¡Pasaron 35 años! (Milan) Kundera decía que los personajes del hoy cambian el pasado. O, como decía Tennessee Williams, en la memoria todo acontece con música. ¡Que me pregunten lo que quieran!
-Bueno, entonces pregunto… ¿A quién se le ocurrió?
-Fue pensado para una pauta publicitaria. La novela estaba por salir al aire y al productor, Raúl Lecouna, se le ocurrió que quería recrear la cachetada de Gilda en los cortes comerciales. Había poco tiempo para una campaña de difusión: ¡la novela salió al aire un lunes a la noche y al mediodía de ese mismo día estábamos grabando el último bloque! Después, en los cortes comerciales, la repetían como cinco veces. Fue una argucia publicitaria. Pero no había violencia de género: es un revisionismo que no corresponde. La realidad es que yo no estaba sometida y devolvía las cachetadas. Había mucha pasión: era 1984, pleno regreso de la democracia. Pero lo tomábamos como Los tres chiflados: era un juego de niños.
-¿Te la llegaste a creer?
-Nunca. Yo empecé a estudiar teatro a los cinco años, con Blanca de la Vega. Tomaba clases en la escuela Nicolás Avellaneda, en un salón enorme, gigante. Me pasé más de un año sin hacer absolutamente nada, salvo un día que bailé el cuándo solo porque tenía un traje de dama antigua (que me había hecho mi mamá). Y para peor, como era alta me pusieron atrás de todo. Se hacían funciones en hospitales, escuelas, orfanatos. Yo iba a clases los sábados y domingos con mi papá. Hasta que me cansé y quise abandonar. Él me dijo que tuviera paciencia, que ya me iba a tocar mi oportunidad. Hasta que un día se enfermó la nena que hacía el protagónico (que era la favorita). Blanca de la Vega preguntó quién sabía la letra y yo tímidamente levanté la mano: sabía la letra de todos los personajes. Eso pasó gracias a que seguí yendo, me banqué ese lugar desolado y esperé mi oportunidad. Entonces ¿cómo me la iba a creer?
Tres éxitos televisivos memorables
Amo y señor (1984)
- «Quiero que hagas Lo que el viento se llevó del subdesarrollo», dice la leyenda que le pidió el productor Raúl Lecouna al libretista Carlos Lozano Dana. Y cumplió: el romance de Victoria Escalante y Alonso Miranda (Arnaldo André), hombre fuerte de la ficticia Puerto Caliente, es recordada aún hoy por los cachetazos recíprocos entre sus protagonistas.
La extraña dama (1989)
- Como Gina, la madre soltera que se refugiaba en un convento y penaba por su hija Fiamma (Andrea Bernardi), Kuliok llegó a medir 46 puntos de rating junto a Jorge Martínez. Dirigida por Diana Álvarez, la tira contaba con un elenco de excepción (Lautaro Murúa, María Rosa Gallo, Dora Baret) y grandes escenas en exteriores.
Más allá del horizonte (1994)
- Con aún más lujo que La extraña dama y Cosecharás tu siembra -costó 10 millones de dólares-, y el mismo éxito de audiencia, la novela de época de Omar Romay (aquella con el Catriel de Osvaldo Laport y Grecia Colmenares) fue la primera en emitirse en Canal 9 en el horario central de las 21 y en estrenarse en enero.