Así que tuve que resolver el problema por mi cuenta. Poco a poco, ajusté mi configuración de privacidad en Twitter, Facebook e Instagram. En general, dejé de compartir actualizaciones personales, no relacionadas con el trabajo, y borré las fotos de mis hijos; desde hace un año no he publicado fotos nuevas.
Soy periodista de temas tecnológicos, entonces quizá soy extremadamente consciente respecto a los peligros de internet. Sin embargo, muchas mujeres comparten mis inquietudes.
Varios estudios han revelado que a las mujeres les preocupan más los riesgos de privacidad en línea que a los hombres, además de que es más probable que mantengan sus perfiles privados y que borren a contactos no deseados. Es menos probable que las universitarias italianas compartan en internet sus opiniones políticas y su situación sentimental que los varones, y les preocupan más los riesgos que representan otros usuarios y terceros. Las mujeres noruegas publican menos selfis que sus conciudadanos hombres.
En otras palabras, la privacidad digital es un problema de mujeres. Claro que no lo conceptualizamos así, ni hablamos del asunto en esos términos. La privacidad es un aspecto importante para todos, por supuesto; el punto es que, en este tema, al igual que en el de los servicios de salud, las mujeres tienen un enfoque particular. Por ejemplo, las mujeres saben qué significa en realidad el consentimiento: no se limita a recorrer toda la pantalla en la que aparecen términos y condiciones de servicio que parecen interminables, solo con tal de llegar al final y marcar una casilla. El consentimiento en línea, al igual que con respecto a nuestro cuerpo, debe ser claro y consciente y las plataformas deben establecerlo como requisito.
Esta postura está determinada por la sencilla realidad de que la experiencia de las mujeres en internet es diferente a la de los varones; igual de diferente que caminar por un callejón en penumbras o incluso en una calle transitada. Un estudio del Centro de Investigaciones Pew descubrió que es mucho más probable que las mujeres sean víctimas de acoso en línea y describan las interacciones como extremadamente molestas. Según datos del Departamento de Justicia estadounidense, alrededor del 75 por ciento de las víctimas de acecho físico y acoso cibernético son mujeres. Algunas mujeres tenemos que mirar por encima del hombro cuando estamos en línea, igual que hacemos en la vida real.
El problema no solo es que el acoso de la vida real se traslade a nuestras actividades en línea, sino que internet no está diseñado para las mujeres, con todo y que la mayoría de usuarios de algunas aplicaciones muy populares son mujeres. De hecho, algunas funciones de la vida digital se construyeron —ya sea de manera deliberada o no— de modo que hacen sentir menos seguras a las mujeres.
Por ejemplo, no se puede usar con facilidad el servicio de mensajería WhatsApp de Facebook sin dar tu número telefónico, algo que muchas mujeres preferirían no compartir de ese modo. El director ejecutivo de Facebook, Mark Zuckerberg, prometió incorporar comunicación encriptada en todas sus plataformas. Es igual de importante ofrecer a los usuarios la opción de que los mensajes desaparezcan, de modo que, si una expareja hostil logra tener acceso a tu teléfono, no pueda ver nada.
Incluso acciones con las mejores intenciones para transparentarle al usuario cómo se usan sus datos no siempre funcionan así para las mujeres. El servicio de transporte colectivo Lyft comparte el nombre registrado de los pasajeros con todas las demás personas que abordan el vehículo si es un viaje compartido. El nombre de pila del pasajero recién llegado parpadea en el tablero, una función que tiene el propósito de confirmarles a los pasajeros que se encuentran en el vehículo correcto. Una investigadora de privacidad me contó que en una ocasión que abordó un servicio compartido de Lyft llevaba puesta una sudadera con el logotipo de su empresa. Cuál fue su sorpresa cuando, al día siguiente, recibió un correo electrónico de un pasajero que decía: “¡Te encontré!”. Evidentemente, con solo su nombre de pila y el de la empresa, ese pasajero logró rastrearla en línea.
Esta acción, que quizá a él le pareció un buen detalle, para ella fue atemorizante. “¿Tengo algún tipo de control sobre este tipo de interacción?”, cuestionó la investigadora. “Creo que todas queremos tener control sobre nuestra presencia en línea, el mismo control que queremos tener sobre nuestro cuerpo”. Nota para Lyft: algunos pasajeros estarían más seguros si fueran anónimos.
Ahora que el Congreso de Estados Unidos estudia la posibilidad de redactar nuevas normas de privacidad, es importante que en el proceso de debate tome en cuenta las preocupaciones específicas de las mujeres.
La nueva ley sobre privacidad de California es un buen ejemplo: aunque como legislación es enérgica, no es suficiente para las mujeres. Por ejemplo, en caso de una filtración de datos, los consumidores de California tendrán derecho a demandar si es que se revela cierto tipo de información de identificación personal, como su número de Seguridad Social o el de su licencia para conducir. No obstante, es posible que eso no incluya material como correos electrónicos íntimos o fotografías explícitas. La versión actual de la ley es tan confusa que no es posible determinar con claridad si la actriz Jennifer Lawrence, a quien le robaron fotos de su cuenta de iCloud en las que aparecía desnuda y que hicieron públicas en 2014, podría demandar a Apple si ocurriera algo similar tras la entrada en vigor de la legislación el año próximo.
El “derecho al olvido” (medida para exigir que se elimine tu información personal de cierto servicio o plataforma) de California tampoco tiene el mismo alcance que la nueva legislación europea en materia de privacidad web, la reforma más radical de la historia en cuestiones de datos. Conforme a la ley de California, los consumidores tienen derecho a borrar información que le proporcionen a las empresas. Pero si alguien más, como un exnovio enfadado, publica algo sobre mí en línea, no podría pedir que lo borraran. Sin embargo, según la nueva legislación de Europa, sí tendría por lo menos el derecho a solicitar que se elimine una publicación de ese tipo.
Si bien algunos grupos de mujeres se han manifestado en defensa de la privacidad en temas relacionados con el aborto, hasta ahora no ha habido expresiones generalizadas con respecto al problema de la privacidad digital. Entre los contados grupos que han hecho declaraciones públicas a este respecto se encuentra una organización popular llamada Catalina’s List, que ha respaldado la ley de California. “Cualquier cosa que te deje en desventaja frente a una empresa grande en cuanto a decisiones individuales va en contra de las elecciones personales, la libertad y la privacidad”, me comentó una de las fundadoras de Catalina’s List, Bobbi Jo Chavarria.
Es posible que las disposiciones menos estrictas de la legislación federal estadounidense lleguen a ser aplicables por encima de la ley de California. Amazon, Facebook, Google y Microsoft aportaron dinero a grupos opositores a la ley de California; tan solo en 2018, estas empresas y Apple destinaron más de 64 millones de dólares a actividades de cabildeo dirigidas al Congreso estadounidense en relación con varios temas, como la privacidad. Las empresas tecnológicas apoyan lo que les conviene; como lo demuestran las investigaciones, sus intereses no siempre coinciden con lo que quieren las mujeres.
Entonces, ¿qué podemos hacer los ciudadanos estadounidenses? Para empezar, debemos elegir a más mujeres para que ocupen puestos de poder y participen en la elaboración de leyes sobre privacidad. No creo que sea coincidencia que dos de las principales figuras en materia de legislación digital en Europa sean mujeres: Margrethe Vestager, comisaria de Competencia de la Unión Europea, y Elizabeth Denham, comisaria de Información del Reino Unido.
Es lógico que la legislación siempre vaya rezagada con respecto a las empresas tecnológicas. Así que estas últimas deberían desarrollar productos y servicios que por diseño respeten la privacidad. Para lograrlo, es necesario que contraten y consulten a más mujeres. Solo un 25 por ciento de los trabajos en la industria tecnológica emplean a mujeres y esta participación es todavía menor en los puestos más altos de ingeniería.
Lo más importante es que todos comencemos a pensar en la privacidad como un tema feminista. No podemos darnos el lujo de sentarnos de brazos cruzados y esperar que se dé respuesta a las inquietudes de las mujeres. Hay demasiado en juego.
Fuente: Emily Chang, The New York Times