«A veces pienso que soy una camarera sin bragas. Cada vez que me inclino para servir a un cliente alguien me acomete por detrás. Como este oficio constituye mi único medio de vida, no tengo elección».
La que así habla es Sadie, una de las mujeres que contó sus fantasías a Nancy Friday, escritora norteamericana que, en 1973, publicó el libro Mi jardín secreto, donde recopilaba imaginaciones excitantes de mujeres. El libro, que se ha convertido en un clásico, sirvió para normalizar la existencia de fantasías eróticas en la población femenina, cosa que no era necesaria en hombres ya que su deseo sexual nunca se puso en duda.
Las fantasías eróticas nos fascinan porque son imágenes íntimas de lo que nos excita que, en apariencia, se saltan el filtro de lo socialmente correcto. La posibilidad de obtener una descripción de cómo somos hombres y mujeres en nuestra erótica las ha convertido en objeto de estudio frecuente.
Según recoge el artículo «Fantasías y pensamientos sexuales: revisión conceptual y relación con la salud sexual«, de Nieves Moyano y Juan Carlos Sierra, investigadores de la Universidad de Granada, sabemos que «la mayoría de personas admite que incluye fantasías en su actividad sexual, durante la masturbación o cuando sueñan despiertos».
Los estudios y artículos que recopilan fantasías nos muestran una diversidad inmensa. Mientras las imágenes eróticas de Sadie estaban relacionadas con ser objeto sexual, en este artículo de Icon encontramos muchos otros ejemplos. Silvia, funcionaria de 30 años, afirmaba que la idea de enrollarse con su psicoanalista le producía excitación: «Es algo que Woody Allen plantea muchas veces en sus películas y yo también en mis fantasías». A cada uno le pone lo que le pone.
Pero dentro de esa variedad, hay algunas coincidencias. En muchas culturas, «los hombres indican significativamente una mayor frecuencia de pensamientos y fantasías sexuales en comparación con las mujeres», afirman Moyano y Sierra. Las fantasías de los hombres, en comparación con las de las mujeres, incluyen más variedad de prácticas y más encuentros de sexo en grupo y con desconocidos. En las de ellas hay más presencia de temas íntimos y románticos, con un menor número de parejas. Las fantasías de sumisión suelen ser más frecuentes en las mujeres.
Estas diferencias de género llevan a pensar que hay una relación entre lo que social y culturalmente se espera de hombres y mujeres en su papel sexual y lo que fantasean. Es más, en el artículo de Moyano y Sierra se especifica que «el contenido de las fantasías sexuales suele ser congruente con las normas y roles que generalmente son reforzados». Es decir, socialmente se ve mejor que un hombre se muestre predispuesto para la actividad sexual a que lo haga una mujer y eso se refleja en las fantasías.
En ocasiones nuestro imaginario sexual recibe pensamientos que, a uno mismo, le resultan inaceptables, molestos y desagradables porque provocan conflictos con los valores aprendidos. «¿Por qué me pone eso?» –nos preguntamos extrañados–. Estas fantasías que valoramos como negativas suelen ser las que reflejan sexo con personas desconocidas y las que hacen referencia a actos sexuales con violencia, dominación o sumisión, según se recoge en Exploring the frequency, diversity and content of university students’ positive and negative sexual cognitions, de las investigadoras C. A. Renaud y E. Sandra Byers, de la Universidad de New Brunswick (Canadá). Pese a que sean negativas, su contenido sexual no deja de excitarnos.
El estudio de Renaud y Byers también nos ofrece algunos datos sorprendentes. Los hombres califican sus pensamientos de dominación más a menudo como negativos y los de sumisión como positivos, mientras que las mujeres experimentan los pensamientos de dominación como positivos y los de sumisión como negativos. Esto puede sugerir un cierto rechazo, tanto en unos como en otras, respecto a los papeles tradicionales.
Las fantasías sexuales, pues, nos hablan de la sociedad en la que vivimos, pero también de nuestra personalidad. Las personas más extrovertidas, curiosas y con interés en probar cosas nuevas son las que valoran más positivamente las fantasías. Y aquellas más inseguras emocionalmente, que se preocupan en exceso o con tendencia a la culpabilidad tienden más a valorar las fantasías como negativas.
En Fantasías sexuales, el psicólogo Enrique Barra trata el asunto desde una perspectiva cognitiva. Por ejemplo, apunta que las fantasías eróticas forman parte de un proceso de aprendizaje estímulo–respuesta. Es decir, la presencia de fantasías provoca excitación y esa reacción refuerza que dicha imagen la consideremos excitante. Cuantas más veces ocurra esa relación, la fantasía adquirirá propiedades excitantes aún más intensas. El placer es un gran reforzador.
En las fantasías también funcionan otros principios del aprendizaje, como el de la primacía. Por ejemplo, puede que alguien tuviera su primera experiencia de excitación sexual intensa mientras leía una historia sobre sexo grupal. Ese estímulo, al ser el primero que le excitó, puede adquirir un valor erótico particular.
Las fantasías mejoran nuestra vida sexual
Las fantasías se consideran un indicativo de nuestra vida sexual. Para empezar, quién es objeto de deseo en el imaginario erótico es uno de los indicadores para definir la orientación sexual. Esto no quiere decir que imaginar una práctica erótica con una persona del mismo sexo convierta automáticamente a quien la tiene en homosexual o bisexual. La orientación sexual no es una cuestión de qué hacemos (o imaginamos hacer) sino, más bien, de quién nos enamoramos y por quién sentimos atracción.
Por otro lado, una mayor frecuencia de pensamientos sexuales positivos se relaciona con mayor deseo sexual, mejor funcionamiento y mayor satisfacción, aunque la existencia de fantasías negativas tampoco se relaciona necesariamente con un peor ajuste sexual, según se desprende del estudio Positive and negative sexual cognitions: Subjective experience and relationships to sexual adjustment, de Renaud y Byers.
En cambio, la ausencia o disminución de fantasías eróticas de manera persistente se considera un criterio, entre otros, para diagnosticar que una persona tiene un trastorno por bajo deseo sexual, según aparece en el Manual Diagnóstico y Estadístico (DSM-V). Un bajo deseo o interés sexual puede convertirse en trastorno cuando causa malestar a la propia persona y no es debido a una causa significativa o a medicación.
Y, después de las fantasías, surge la cuestión de si ponerlas en práctica o no. «Si eso es algo que me excita, ¿lo hago?» –piensan algunos–. Nancy Friday da la respuesta en Mi jardín secreto cuando dice que solo la propia persona «sabe si la puesta en práctica de su fantasía enriquecerá o no su vida. Pero nada le garantiza que lo que tenía éxito al nivel fantástico, lo tenga también en la realidad. Es una jugada de poker. Algunas mujeres me han confesado que el sólo hecho de contar sus deseos secretos –sin ni siquiera pensar en vivirlos– destruía la credibilidad».
Fuente: El País, España