Ante la inminencia de un nuevo año, las perspectivas generales no son especialmente promisorias para el mundo en 2023 ni para el futuro cercano, y eso dificulta imaginar cómo será la vida cotidiana en el mediano plazo. Así, aunque la Humanidad disfruta en este siglo XXI de logros tecnológicos, científicos y sociales jamás soñados en las más fantasiosas utopías, al hombre actual le resulta mucho más creíble imaginar en películas y libros un futuro distópico, incluso más primitivo.
Pero ¿cómo creían que iba a ser el “mundo del mañana” en el pasado? ¿En qué se diferencia de la realidad? ¿En qué momento y por qué se produjo el quiebre para imaginar que el futuro puede ser más oscuro?
“Las distopías son siempre más populares en los tiempos de crisis económica”, comentó el historiador social y cultural Joseph Corn. En 1984 Corn, junto a su colega Brian Horrigan, abrieron en el Museo Nacional de Historia Estadounidense, en Washington, una exhibición llamada “Yesterday’s Tomorrows” (”Los futuros del ayer”), la primera recolección de artefactos y publicaciones sobre “cómo imaginaba el futuro la gente del pasado”, según recuerda su anuncio publicitario.
La exhibición incluía más de 300 modelos, juguetes, ilustraciones, fotografías y otros artefactos que dieron un vistazo al futuro en los primeros años del siglo XX.
“La idea de pensar que el porvenir podía ser diferente nació en gran parte con la Revolución Industrial, en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando la gente vio cómo cambiaban delante de sus ojos las viejas formas de hacer las cosas”, comentó Corn.
Durante la mayor parte de la Historia, con una economía rural basada en la agricultura, los oficios y el comercio, nadie imaginaba para sus hijos un futuro distinto de su propio presente o del de las generaciones anteriores. La única duda era si habría más o menos prosperidad. Pero la Revolución Industrial significó el mayor conjunto de transformaciones económicas, tecnológicas y sociales de la historia con el nacimiento de una economía urbana, industrial y mecanizada.
Las máquinas empezaron a realizar tareas que por siglos hicieron los hombres. Y a partir de aquel momento, las siguientes generaciones continuaron soñando hasta qué punto los aparatos reemplazarían la labor humana. En 1899 el artista francés Jean-Marc Côté, plasmó sus ideas sobre cómo pensaba que sería el año 2000 (el equivalente a un hombre actual tratando de avizorar el mundo de 2123). Sus obras se encuentran en la Biblioteca Nacional de Francia.
Algunas de las predicciones de Côté se ajustaron bastante a lo que hoy es la realidad, y otras no. Trató de intuir, por ejemplo, cómo serían las labores rurales e imaginó una máquina en la que se introducían huevos en un extremo y por el otro ya salían polluelos criados. Respecto de la educación, soñó que los alumnos serían instruidos en una sala en la que el profesor metía libros en una máquina y los pequeños recibían la información a través de cables y auriculares.
La vida social
Sin embargo, los historiadores destacan que aunque los sueños sobre el futuro fueron más o menos acertados en cuanto a avances técnicos o científicos, generalmente tuvieron la limitación de estar basados en una proyección social y cultural de su presente.
“La gente puede pensar fácilmente en cambios materiales, pero le es más difícil proyectar transformaciones culturales: que las personas actúen y se comporten de manera diferente”, señaló Corn.
El norteamericano Matt Novak, creador del blog paleofuture.com, lo explicó con un ejemplo televisivo. “Las predicciones están sesgadas por el momento en que fueron creadas. Así dieron lugar a algunas ideas bastante extrañas. Por ejemplo, una serie de televisión como Los Supersónicos, que se estrenó en 1962, tenía mucha tecnología brillante, pero se construyó en torno a cómo era la vida familiar en los Estados Unidos a comienzos de los 60, donde las mujeres de clase media no tenían trabajo fuera del hogar. Y la función de la tecnoempleada doméstica, Robotina, era entonces ayudar a la mujer ama de casa”.
La vida laboral
Otra de las proyecciones en general no muy ajustada a lo que es hoy la realidad fue el efecto que tendría el reemplazo de las personas por máquinas en el ámbito laboral. Se pensaba que, al disponer de tiempo libre y dinero, la sociedad disfrutaría más del ocio y del lujo mientras los aparatos trabajaban.
“Eso no sucedió porque nunca se dieron los cambios sociales y políticos requeridos para ese futuro. Si un trabajador fabricaba un aparato por hora en 1960, y ahora hace diez por hora, el jefe no le paga diez veces más ni le da tiempo libre adicional. Lo que se espera es que un empleado fabrique tantos aparatos como sea posible, y siga trabajando por el mismo salario y el mismo número de horas, porque el jefe quiere extraer la mayor riqueza posible. Por eso, para la mayoría de las personas, no existe esa sociedad del ocio y del lujo que soñaban en el pasado”, comentó Novak.
La tecnología permitió efectivamente cambios económicos enormes en este último siglo. En un mundo donde la población se multiplicó por cuatro (de 2000 a 8000 millones de habitantes) el PBI per capita global aumentó más de siete veces (de 2000 dólares a alrededor de 15.000 dólares). O sea, cada persona produce muchísimo más. Así se pudo reducir la pobreza extrema del 40% al 25%. Pero el 1,1% de la población del planeta concentra en este momento el 45,8% de la riqueza. O sea, en un mundo muchísimo más rico, especialmente los ricos son más ricos.
Predicciones acertadas
Sin embargo, hubo predicciones que asombran por su parecido con el presente, desde cómo se ilusionaban en los años 30 con la posibilidad de hojear el diario en una pantalla.
En los años 40 también llegaron a avizorar lo que es hoy el “delivery” de alimentos, pese a que eran épocas en que no había demasiada conexión entre la comida hogareña y los restaurantes.
Y más tarde, en los años 50, tuvieron una fantasía bastante ajustada respecto de lo que es actualmente un GPS.
Un presente distópico
Aunque en todas las épocas la ilusión sobre un futuro mejor coexistió con los temores sobre el porvenir, la distopía resulta hoy más creíble. En 1932 el británico Aldous Huxley creó la icónica distopía de Un mundo feliz (Brave new world).
Y en 1998 el director de cine australiano Peter Weir pensó para The Truman Show, un mundo feliz que terminaba siendo una realidad de pesadilla.
Más recientemente, la serie norteamericanaWestworld volvió a mostrar el temor a un futuro en el que la convivencia entre las personas y los robots se convierte en una amenaza para el género humano.
“Siempre hubo distopías. Ya en la década de 1930 se temía que los robots esclavizaran a la humanidad. Muchos empleados vieron cómo la automatización les quitaba el trabajo, y en la cultura popular consideraban a los robots como una amenaza. Pero en general la gente de hoy es más propensa a creer en las distopías”, comentó Novak.
Sin embargo, el investigador concluyó que ninguna predicción, ni utópica ni distópica, puede ser definitiva. “Lo único que sé con certeza es que difícilmente alguien pueda predecir con precisión el porvenir. Podemos intentarlo, pero el futuro siempre seguirá siendo un misterio. Eso es lo que lo hace tan fascinante de estudiar y lo que muchas veces le da sentido a la vida”.
Fuente: Rubén Guillemí, La Nación.