Miguel Borghi canta y sonríe en simultáneo. Avanza durante siete cuadras a paso firme, elegante, festivo. Sus ojos brillan más que sus lentejuelas. Este año cumple medio siglo con Samba Samba, la agrupación que dirige. Tenía 18 años cuando formó el grupo y saltó a «la pasarela», que entonces era solo calle, sin gradas, vallas ni «espectadores». Todos eran protagonistas: iban juntos mascaritas, carrozas, muñecos y público. El pueblo. Aunque no era necesariamente un espacio de libertad. Miguel desfilaba con el rostro pintado con carbón quemado, para que no lo reconocieran. «Lincoln era un pueblo con. mentalidad de pueblo. No fue fácil para mí. Había prejuicios que, gracias a Dios, con el tiempo se fueron superando», cuenta en su casa de la Av. Alem, donde vive desde siempre.
Junto al portón de entrada, una placa revela su profesión: odontólogo. De padre médico y mamá docente, junto con su hermano veterinario, Marcelo, llevan las riendas de la comparsa. Pero Marcelo hoy no desfila. «Yo sí porque el Carnaval para mí se vive desde adentro», dice Miguel, que empezó como pasista y hoy es maestro de sala. También se ocupa de las coreografías, el despliegue y el vestuario.
En estos días de pleno corso -son nueve jornadas; quedan las de hoy, mañana y el martes-, cada rincón de la casa desborda de ropa de Samba Samba, no sólo de este año, también de los anteriores. Miguel guarda sus trajes preferidos y elige dos para mostrar, el de Rusia imperial y uno de Moulin Rouge. Son dos de las temáticas que mayor repercusión tuvieron. Otros de sus trajes están exhibidos ahora en el Museo de Bellas Artes Manuel Balarino, junto a la estación de ómnibus local, donde se realiza la muestra Ilusión: 50 años de magia y color.
Miguel celebra la decisión de que este año todas las categorías estén en competencia, en coincidencia con la promulgación de la ciudad como la Capital Nacional del Carnaval Artesanal. «El Carnaval es lo que identifica a Lincoln. Hoy es una industria sin chimenea; ha crecido mucho», agrega. Y destaca que su agrupación tiene gente de todas las edades. «La escuela de samba es eso; no mostrar 90-60-90. Al mismo tiempo, ahora la gente se pelea por entrar. En especial muchos jóvenes, que participan sin inhibiciones. Tienen otra mentalidad. Antes éramos muy pacatos», se ríe.
Atrás quedó la pacatería de antaño. O como escribió Arturo Jauretche: «El corso de mi pueblo era escenario de cortesías amaneradas en las que hombres y mujeres intercambiaban serpentinas y perfumadas varas de nardo, la flor que en esta época está en su apogeo. Advierto que nadie sospechaba allá el signo erótico del nardo, del que oí hablar después, pues de lo contrario lo hubieran prohibido las castas costumbres locales.»
Tributo a Batata
El otro gran homenajeado en esta edición es Daniel Fernández, artesano de la cartapesta, que también cumple 50 carnavales. «Batata», dice al estrechar la mano en su casa-taller, horas antes de salir otra vez al ruedo. Trabaja contrarreloj para dejar en perfectas condiciones su carroza, que irá en busca del premio mayor. Lleva creadas 60 carrozas, 77 minicarrozas, 11 máscaras sueltas, cuatro carrozas de reina y la carroza del Bicentenario. También, seis cabezudos. Aprendió la técnica de cartapesta de Enrique Alejandro Urcola: asistió a sus hoy míticos talleres.
Las principales herramientas de Batata son unas tijeras y una abrochadora. «La cartapesta es el sello de este carnaval, es lo que nos identifica», dice. En el centro cultural La Sportiva se puede visitar la muestra titulada El Rey Batata: Alquimista de la cartapesta; es una retrospectiva de su obra. Si bien los premios son importantes, él asegura que no se puede vivir de esta actividad; ni siquiera en su caso, que ha obtenido las mayores distinciones. «Solo en 1980 pude hacer una diferencia, que me permitió construir este galpón», señala. De aquel año, todos recuerdan su carroza con César Luis Menotti, como un titiritero gigante que digitaba los movimientos de Diego Armando Maradona.
Fernández cuenta que solía vender sus carrozas para otros carnavales, cuando terminaba el de Lincoln. Pero que eso sucede cada vez menos. «Venían, por ejemplo, de Independiente de Chañar Ladeado y me compraban los muñecos de una carroza. Después, ellos se juntaban en el club y construían la suya, entre todos, pero con los muñecos ya hechos. Ese espíritu compartido ya casi no existe.»
En su galpón, resguarda un carro con Papá Noel, por si puede vendérselo a un shopping en alguna Navidad. También, una máscara de Sandro, como recuerdo de su ídolo. Este año decidió construir un dinosaurio patas hacia arriba, con un bebe sentado sobre su panza. Como una casualidad increíble, otro artesano construyó un dinosaurio. patas para arriba. «Es pura coincidencia -se ríe-, no hay espionaje entre los artesanos. Sí, competencia, pero nos llevamos bien. Algunos se visitan; yo no soy de visitar, no me gusta. Pero si alguno viene, lo recibo y le muestro en qué estoy trabajando».
Los temas elegidos para las carrozas y los cabezudos suelen basarse en temas de actualidad, cuestiones de coyuntura vinculados al año anterior. Este año, por ejemplo, la temática que más se repite en la pasarela es La casa de papel. La serie española motivó dos carrozas y los escenarios móviles de dos grupos musicales.
Para conocer más de la cartapesta, que empezó a utilizarse en este corso en 1928, la visita al museo dedicado a Urcola es inevitable. Fue él quien introdujo esta técnica que utilizaba en el Taller de Escenografía del Teatro Colón, modelando las figuras con papel y engrudo. Urcola creó en Lincoln los «Peliculeros», que luego conformaron uno de los grandes atractivos del encuentro: las figuras mecánicas.
Urcola (1908-1985) es uno de los máximos referentes del encuentro y su hija es quien mantiene su legado en el museo. Hubo otros, porque cada artesano transmite su técnica a quienes quieren escucharlo. «En otoño e invierno, las fogatas, en primavera los barriletes y en verano el carnaval -escribió Jauretche-. Enseguida que aflojaba el tiempo del barrilete, empezaba la construcción del carro de carnaval, que también se hacía en lo de Gangoiti, donde teníamos un papel mixto de colaboradores y colados. Pancho Gangoiti era ya casi hombre y estaba provisto de imaginación y habilidad manual. Era una especie de ingeniero en carros de carnaval y todos los años salíamos en ellos convencidos de que el corso esperaba expectante nuestra presencia, y siempre con la aspiración de un premio que sólo ganó mucho más tarde hasta que se hizo casi rutina».
Datos útiles
Cómo llegar: Lincoln está a 325 kilómetros de Capital. Se llega por la RN7 y la RN188.
Carnaval: El desfile comienza a las 21.30. Este domingo 3 toca Abel Pintos y el lunes, Coty. Grilla y localidades, en www.carnavalincoln.com