Las redes sociales están llenas de selfis. Y estos han llegado a ser objeto de debate en los museos, que no saben cómo gestionar el exceso de visitantes que buscan inmortalizar su viaje delante de una de sus obras maestras. Muchos ya han tomado las primeras medidas, como la prohibición de los palos de selfi o restricciones en la toma de fotografías de su interior. Pero hace muchos años que los selfis entraron en las colecciones de arte, aunque no fue por los visitantes, sino por los artistas.
El ser humano ha sentido la necesidad de dejar constancia de su existencia desde que tiene uso de razón y la sociedad actual le ha dotado de la tecnología más avanzada para poder hacerlo. Pero, en realidad no hemos inventado nada: los primeros fotógrafos ya intentaron capturar su propia imagen con mayor o menor éxito. Se considera que el primer selfi de la historia fue tomado en 1839, de la mano de Robert Cornelius, pionero de la fotografía. Pero el concepto que acompaña al acto de hacerse un selfi ya había surgido muchos años antes de las primeras fotografías.
Se considera que esta fotografía hecha por Robert Cornelius en 1839 es el primer selfi de la historia.
Jugar a Dónde está Wally con grandes pintores
Antes de siquiera plantearse las primeras investigaciones fotográficas, el hombre ya empleaba los medios a su alcance para capturar el reflejo más fiel posible de su apariencia. Al principio, solo algunos artistas se atrevieron a hacer los primeros selfis, ocultos entre el resto de los personajes de sus obras. Un valiente Andrea Mantegna se autorretrata en su Presentación en el templo, como un curioso que observa la escena desde el ángulo derecho. Y lo mismo hizo después su cuñado Giovanni Bellini, que prácticamente reproduce la obra añadiendo su propio autorretrato.
Fueron muchos los artistas que recurrieron a este recurso para inmortalizarse de forma sutil. Sin ir más lejos, El entierro del Conde de Orgaz esconde no solo el autorretrato de El Greco, sino el rostro de su propio hijo. Y tampoco hemos inventado las foto-espejo. Artistas como Van Eyck utilizaron este recurso para ocultar su propio retrato, como lleva a cabo en El matrimonio Arnolfini, en el que se coloca a la altura del espectador, como si fuera uno más.
El avance del Renacimiento trajo consigo una mejor consideración para los artistas. Además, aparecieron los espejos tal y como lo conocemos en la actualidad, ya que hasta el momento los más extendidos tenían forma convexa y deformaban las figuras que se reflejaban en ellos. Es en ese momento cuando los autorretratos de artistas se convierten en un tema independiente, pero eso no impidió que algunos nostálgicos hicieran uso del recurso del espejo para seguir ocultando su retrato entre sus obras.
Los artistas más amantes de los selfis
En distintas actitudes, estilos y formatos, los artistas han optado muchas veces por protagonizar sus propias obras. Muchos pintores recurrieron al autorretrato con variedad de razones, desde la intención de darse a conocer hasta la necesidad de plasmar sus emociones, pasando por el deseo casi vanidoso de inmortalizar su grandeza eternamente. Algunos coleccionistas fueron conscientes de ello: el primero fue Leopoldo de Medici, que consiguió reunir la que es la colección de retratos más importante del mundo, hoy guardados en la Galería Uffizi. En enero reabrirá 14 nuevas salas para exponer algunas de estas obras, como explica este reportaje.
Más tarde, la aparición de la fotografía empujó a la pintura en su búsqueda de nuevos caminos, dado que la captación exacta de la realidad parecía estar más que cubierta. Muchos pintores se nutrieron de las fotos para seguir con sus experimentaciones, como bien hicieron los impresionistas, que supieron sacar provecho de las fotografías para su estudio de la incidencia de la luz sobre los objetos. Sin embargo, esto no hizo desaparecer la importancia del autorretrato como género pictórico.
Sin duda, si alguien supo manejarse en el ámbito de las selfis, ese es Rembrandt. El genio del barroco holandés inmortalizó su propio rostro en más de 80 ocasiones a lo largo de su vida, ya fuera empleando el óleo, el dibujo o el grabado. Además, estos retratos tienen un profundo estudio psicológico que permite conocer, no solo el avance de los años en su fisionomía, sino los cambios en su ánimo. Fue un pionero en el mundo de los selfis, y se atrevió con todo tipo de poses: poniendo morritos, sonriendo, serio y con pose desenfadada.
En la última etapa de su vida, Van Gogh recurrió al autorretrato, llegando a protagonizar más de 30 pinturas en apenas tres años. Estas nos presentan al pintor como un hombre solitario y atormentado, e inmortalizan momentos tan célebres de su vida como en el que decidió rebanarse el lóbulo de su oreja izquierda
Los autorretratos de Edvard Munch, aunque menos numerosos, permiten explorar su cambio de técnica y la evolución de su ánimo hasta los tomentos que le llevarían a pintar El Grito. Aunque para hablar de evolución estilística, no hay nada como los selfis de Pablo Picasso, un reflejo fiel de su coqueteo con los diferentes estilos hasta afianzarse en el cubismo.
Las mujeres artistas no se quedaron atrás en esa necesidad de autoplasmarse. Artemisia Gentileschi, célebre pintora barroca con un episodio vital bastante tormentoso, utilizó figuras muy semejantes a sí misma para protagonizar sus obras, como hace en su Santa Catalina de Alejandría, en la que se presenta con la iconografía típica de esta mártir. Pero la reina de los selfis es sin duda Frida Kahlo, que protagonizó un gran número de sus obras con el fin de plasmar varios de sus episodios vitales y dar visibilidad a los dolores que le producía la enfermedad que llegó a dejarle postrada en su cama.
El arte de hacerse un nude
Algunos artistas dieron un paso más en la representación de sí mismos. Egon Schiele, pintor expresionista y discípulo de Klimt, se autorretrató en múltiples ocasiones, pero decidió hacerlo de una manera más atrevida que sus compañeros de profesión: en muchos de sus autorretratos se presenta totalmente desnudo. En general, sus obras suelen ir acompañadas de una alta carga erótica, que las ha convertido en víctimas de la censura incluso hoy en día.
El caso de Sarah Goodbridge es incluso más llamativo. Esta pintora estadounidense especializada en retratos en miniatura decidió inmortalizar sus pechos y hacérselos llegar a su amante, como quien decide hacerse un nude y enviársela a su crush. ¿El resultado? Sara acabó siendo soltera y su amante se casó con una mujer con más dinero que ella, pero eso no le impidió ser una gran artista y dejarnos una obra curiosa y delicada.
Fuente: El País, España