Por ejemplo, la figura que está frente a la estatua de Atlas: está mirando hacia arriba, le sobresale el codo, tiene una cámara en la mano. En una versión de esta imagen, trae puesto un bléiser; en la otra, un rompevientos, un sombrero de fieltro y una mochila.
Cuando se ponen una al lado de la otra, estas fotos —y otras, todas tomadas con 68 años de diferencia— parecen un espejo con truco, pues cambian de blanco y negro a color, de trajes a ropa casual, de cámaras de rollo a formato digital. Solo el trasfondo de la ciudad de Nueva York —Rockefeller Center, Central Park o la Catedral de San Patricio— en gran medida permanece invariable.
El fotógrafo de base Sam Falk tomó las fotografías en blanco y negro el 2 de abril de 1951 para The New York Times Magazine. Las fotos a color son obra de Tony Cenicola, un actual fotógrafo de base en The New York Times, y fueron tomadas el 2 de abril de 2019 (además del 1 y el 3 de abril). Juntas, crean un experimento sin ningún rigor científico que formula la siguiente pregunta: ¿cómo se ve la fotografía amateur hoy en comparación con la de hace 68 años?
Cuando George Eastman, el fundador de Eastman Kodak Company, presentó la cámara Kodak #1 en 1888, la fotografía se volvió mucho más práctica. Con un precio de venta de 25 dólares (unos 700 dólares de la actualidad), la cámara se precargaba con un rollo de película de cien cuadros. Una vez que se terminaban de usar, el rollo y la cámara se enviaban de regreso a Kodak para el revelado. Como decía un anuncio de Kodak de 1889: “Cualquiera puede tomar fotografías con la Kodak”.
Once años más tarde, la cámara Brownie entró al mercado. Con un precio mucho más accesible de tan solo un dólar, cualquiera podía usarla para documentar lo que fuera. Para la época en que Falk realizó la sesión fotográfica, el romance de Estados Unidos con la fotografía ya estaba consolidado. “Según el último conteo, hay más de treinta millones de usuarios de cámaras en toda la nación”, se leía en el artículo que acompañaba las fotos: más o menos el 20 por ciento de los estadounidenses.
En la actualidad, más del 75 por ciento de los habitantes de Estados Unidos poseen un celular y, por consiguiente, una cámara. Cada día, se suben más de 1800 millones de fotografías al internet, y la mayoría se toma con teléfonos, nuestros omnipresentes, demandantes e irresistibles compañeros. “Fue raro porque había gente que tenía cámaras réflex o compactas automáticas y estaba tomando fotos con su teléfono”, mencionó Cenicola.
En un teléfono, las imágenes se pueden tomar, evaluar, editar, compartir o desechar en un instante. Ha desaparecido la espera febril y optimista que experimentaban los fotógrafos de 1951 antes de recoger un rollo revelado. Ahora, el júbilo —o la decepción— de ver por fin una fotografía que se planeó con esmero es instantáneo.
Sin embargo, no se pierden ciertos comportamientos. Mientras instalaba su trípode, Cenicola se percató de que la gente no pasaba enfrente de su cámara, una demostración de cortesía fotográfica arraigada. “No dejaba de pensar: ‘Eres la foto. No te preocupes. Ni siquiera me prestes atención’”, recordó. Además, en los dos conjuntos de imágenes, hay fotógrafos que, con confusión en el rostro, entrecierran los ojos para observar por el visor de la cámara y se contorsionan para conseguir el ángulo perfecto.
“Me encanta observar esa especie de ballet, esa danza, que se realiza al momento de tomar una foto”, comentó Cenicola. Ese es el aspecto universal. Todo el mundo intenta captar un momento, un lugar, un grupo de amigos, sin importar qué tan imposible sea el ángulo o qué tan brillante sea la luz.