La tendencia global que crece en nuestro país: repensar la arquitectura de las escuelas para fomentar el desarrollo de las habilidades del siglo XXI.
Los modelos edilicios de las escuelas actuales son, en su mayoría, herederos de las instituciones que surgieron en el siglo XIX durante la Revolución Industrial. Pasillos largos y despojados que conectan aulas en las que varias filas de bancos miran al frente hacia el escritorio del docente, con un patio central que funciona de espacio de recreación y encuentro. Es una forma de organización centenaria, que hoy busca expandirse para contemplar necesidades que emergen de un nuevo contexto histórico y sociedades diferentes.
Desde hace tiempo, con énfasis en la última década, el sistema educativo se está pensando mucho más allá de la adquisición de conocimientos. Se persigue hacer crecer al individuo, desarrollando habilidades de pensamiento y autonomía, potenciando sus cualidades innatas y el desarrollo de la capacidad de trabajar con otros. El docente también transforma su rol y ya no es el que imparte el conocimiento, sino el que acompaña a adquirirlo, promoviendo un lugar más protagónico del alumno en la toma de decisiones responsables sobre su camino de aprendizaje. Un enfoque por competencias e interdisciplinario, que abraza tanto al avance de la tecnología como a la revalorización de la naturaleza. Una clave para que esto ocurra es contar con un contexto físico nuevo que lo habilite.
“Si ves los planos, la mayoría de las escuelas son edificios pensados para el control, pero hoy sabemos que se aprende a través de la experimentación, cuando se está motivado y en colaboración con otros. Cuando el alumno está en el centro del diseño y la arquitectura de los espacios educativos, se siente habilitado a diseñar junto a sus pares y docentes su propio viaje de aprendizaje dentro de la escuela”. La que lo dice es la diseñadora neerlandesa Rosan Bosch, cuyo estudio de diseño y arquitectura es considerado uno de los más innovadores del mundo. Allí trabaja hace 30 años al frente de proyectos arquitectónicos disruptivos en el ámbito educativo, en países como Bélgica, Dinamarca, España, Uruguay, China, Abu Dabi y también la Argentina. Uno de sus proyectos es la Escuela Técnica Roberto Rocca (ETRR), situada en Campana, que está estrenando un rediseño integral de sus espacios. Recorrimos junto a Bosch y los directivos de la escuela todas las instalaciones en un día de clases para conocer el impacto que tiene el nuevo entorno en la comunidad educativa.
Para Bosch, el actual sistema educativo “es ineficaz, porque en muchos casos desmotiva a los niños y jóvenes, y los lleva a ver el aprendizaje como algo negativo, en lugar de ser algo inspirador y positivo. ¿Cómo puede ser que tengan que pedir permiso para ir al baño y queremos que entrenen la autonomía como habilidad?”. Bosch es energética, observa, acomoda, critica, muestra. Se les encienden los ojos cuando ve a los niños adueñarse de los espacios, arrastrando banquetas, copando pasillos o metiéndose en un espacio de silencio en el que recuperan su individualidad en medio del bullicio.
Ludovico Grillo, director de la ETRR, asegura que el diseño y la arquitectura de los espacios potencia el Aprendizaje Basado en Proyectos, modelo educativo que la escuela promueve desde 2017. “Se trata de una metodología activa que les permite a los y las alumnas adquirir conocimientos y competencias mediante la elaboración de proyectos que dan respuesta a problemas de la vida real. Sin embargo, la digitalización del sistema de enseñanza motivada por la pandemia marcó un antes y un después. Cuando regresamos a un esquema de cursada presencial, reorganizamos la currícula para canalizar nuevas curiosidades y aptitudes que el alumnado traía desde casa. Comprendimos que íbamos a necesitar reformar las aulas y los espacios comunes, migrando a un diseño que favorezca la innovación, la autonomía y el trabajo colaborativo”, describe.
De esta manera, se fomenta la incorporación del conocimiento no solamente a través del estudio, sino también a partir de la problematización de conceptos, la investigación, la elaboración de maquetas, podcasts o apps y, finalmente, la posibilidad de compartir los resultados en distintas instancias abiertas con la familia y la comunidad en general.
Las reglas de oro
El método de Rosan Bosch parte de la idea de poner al alumno en el centro del aprendizaje y potenciar su autonomía, ofrecerle espacios mediante el diseño que le ayuden a motivarse; lugares en los que concentrarse, zonas en las que pueda interactuar con las cosas que le interesan. “Se trata de maximizar la capacidad de aprendizaje, ofreciéndoles distintos escenarios para inspirarse, ya que cada persona se motiva de un modo diferente. Si somos capaces de descubrir cuál es la manera que mejor nos funciona para aprender, nos servirá también para el futuro y para todos esos aprendizajes que debemos ir haciendo en la vida”, dice.
Entre los principios con los que trabaja, aparece el concepto de cima de la montaña, en la que el alumno le transmite a un grupo lo aprendido, entrenando sus habilidades de comunicación. Para esto hay unas lomas con distintas formas, texturas y alturas, gradas y desniveles para explorar y elegir. Otro lugar novedoso dentro y fuera de las aulas son las llamadas cuevas, espacios resguardados para lograr la concentración y momentos de soledad en contextos donde, en general, siempre se está en grupo. Los patios externos son también posibles aulas a cielo abierto. “Si no nos movemos, aprendemos peor y baja nuestra atención; mejor tener que acomodarte cada unos minutos en una banqueta, pero respirar el aire fresco bajo los árboles, algo que sabemos que tiene muchos beneficios”, explica.
La escuela Rocca presenta un circuito de aprendizaje para sus estudiantes y comunidad organizado en torno a un sistema de cinco áreas, que llaman nodos, que configuran áreas de aprendizaje para trabajar fomentando el trabajo multidisciplinario y por proyectos. Estos nodos son identificables por distintos colores y texturas que se desprenden del suelo y trepan columnas y paredes hasta tomar el mobiliario y los objetos. Se dividen en: Innovación tecnológica; Salud y movimiento; Naturaleza y sostenibilidad; G-local (desarrollo como ciudadanos globales para actuar local), y Lenguajes, comunicación y medios interactivos. A través de estos se trabajan en el desarrollo de habilidades fundamentales de Lengua, Matemáticas, STEM, Cultura Cívica y TIC, conocimientos técnicos en electromecánica, electrónica, mecatrónica, programación. En conocimientos de cultura cívica, herramientas digitales, cuidado de la salud, integración social y global. La solución de problemas, creatividad, calidad, ética y seguridad. Y, finalmente, las habilidades más señaladas para los trabajos del siglo XXI según el Foro económico Mundial: La autogestión, relación con otros, pensamiento crítico, toma de decisiones, curiosidad, conciencia global, persistencia, liderazgo.
El relanzamiento encabezado por Bosch en la ETRR está inspirado en la escuela high-tech-high de California y las escuelas de Barcelona, y el proyecto prioriza, además, la generación de nuevos ámbitos de encuentro con la comunidad, poniendo a disposición las instalaciones y recursos educativos de la ETRR al resto del tejido educativo de Campana y Zárate. Mariana Albarracín, la vicedirectora, ejemplifica cómo son los chicos y chicas de la escuela quienes más rápidamente se apropian de los nuevos espacios y exploran las oportunidades que estos entornos les ofrecen para aprender.
“Por ejemplo, los espacios de aprendizaje autónomo permitieron a dos alumnos de tercer y cuarto año crear y poner a prueba un motor de cohete experimental. En los proyectos, los chicos pusieron en juego conocimientos en diseño mecánico, física y química, más conceptos de termodinámica que adquirieron sumándose a la cursada de la materia que tienen los estudiantes de años superiores. También fue clave el apoyo de docentes fuera de la currícula habitual. La ignición del motor la vivimos con mucha emoción en la escuela”, relata.
También en el marco de estos espacios de trabajo autónomo, un grupo de estudiantes de séptimo año tuvo la idea de crear el Departamento de Diseño y Automatización (D.D.A.) para ayudar al resto del alumnado de la escuela en el diseño y producción de los proyectos en desarrollo, tanto escolares como personales. Además, proveen capacitación opcional de las máquinas, programas y procesos que tenemos a disposición, como las impresoras 3D y tornos CNC. “Y como el grupo sabe lo importante que es contar con un lugar propio, flexible y adaptado a sus necesidades, reacondicionó un aula auxiliar para usar de base”, cuenta Albarracín.
En una tarde de clases se pueden ver esos ejemplos. Hay niños y jóvenes reunidos en boxes de los pasillos, otros que leen recostados en una cueva, otros que corren mamparas y arman una montaña a la que se suben, y otros que cierran una cortina pesada que corta el sonido, para poder grabar un podcast. Es un caos vibrante que funciona, se autoregula y encuentra su forma. Los pasillos no son espacios muertos, sino que tienen mesas y puffs de colaboración, espacios de concentración y descanso. En las aulas hay espacios coloridos y multiforma: gradas, banquetas, bancos y mesas altas, bancos bajos, lomas acolchonadas con formas, cuevas de concentración (dentro y fuera de las aulas y acustizadas), mesas que se ensanchan y angostan. No hay un lugar específico para el docente.
El avance de estos nuevos modelos abre un mundo de posibilidades, pero también presenta muchos desafíos, que varían según el país. En algunos casos ocurre que los procesos de licitación no permiten ligar el diseño con la pedagogía, la resistencia al cambio cultural y la gran articulación que se precisa para que un nuevo modelo educativo funcione.
Que los chicos no quieran irse
Mariana Maggio es directora de la Maestría en Tecnología Educativa de la Universidad de Buenos Aires y escritora. Es autora de trabajos como: Creaciones, experiencias y horizontes inspiradores; Enriquecer la enseñanza. Reinventar la clase en la Universidad, y Educación en pandemia: Guía de supervivencia para docentes y familias. En sus clases es una gran precursora de la transformación permanente de las aulas. Según ella, hoy hay un enorme acuerdo respecto de la importancia del rediseño del espacio físico para sostener prácticas de la enseñanza más potentes e interesantes, y para acompañar procesos de aprendizaje diversos. “Para que las interacciones se vean favorecidas, necesariamente hay que mover el aula, mover los bancos, reacomodar, correr. Hace años que quienes estamos en las aulas, trabajamos haciendo esto con mucho esfuerzo, pero en la última década se entendió que esto puede ser hecho desde una mirada profesional, en articulación con quienes piensan el tema técnicamente”, describe el panorama actual.
Maggio señala que, cuando vemos estos rediseños, muchas veces advertimos la gran inversión que hay detrás, sin embargo cree que hay algo subyacente para entender y tiene que ver con que es posible conseguir rediseños que a veces son bastante sencillos e incluso de bajos costos, pero que mueven cosas muy importantes a la hora de enseñar y aprender. A veces alcanza con sacar los bancos al pasillo, generar en el aula un espacio más confortable poniendo almohadones y mantas, generar otra iluminación. “Se crea otro clima y todo esto abre el juego a que sucedan cosas distintas. Muchas veces vemos el aula como algo que no se puede tocar, sin embargo, los proyectos más innovadores en este momento, tanto en el mundo como en la región, incluso en la Argentina, muestran que cada movimiento que se produce en término del espacio genera oportunidades muy interesantes para aprender y están, además, mucho más atentas a la diversidad e inclusión”.
Por supuesto, esto requiere de consensos y un cambio de cultura que puede generar fricciones y necesitar un reacomodamiento de roles que lleva tiempo aprehender y desarrollar. “En la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, donde trabajo con un rediseño permanente del aula, suelen decirnos que hacemos mucho ruido. Y es cierto, hacemos ruido, pero ni más ni menos que el ruido de un aprendizaje distinto donde la gente colabora, interactúa, en algunos casos se ríe a viva voz y qué mejor que pensar que en nuestras aulas puede pasar eso”, opina Maggio, que pone el acento en los acuerdos: “Se tiene que entender el sentido de lo que está pasando. Por supuesto, es mucho mejor y más potente cuando estas definiciones de alteración se dan en lo institucional, como parte de un proyecto amplio que empieza a pensar la enseñanza y el aprendizaje en un sentido contemporáneo y profundamente inclusivo que desarma la alteración del espacio, de esa posición tan homogénea donde pareciera que todos tienen que estar haciendo lo mismo al mismo tiempo. Hoy, lo que prima es nuestra búsqueda de colaboración, de interacción, de negociación, de pensamiento crítico, y eso necesita un aula que promueva el encuentro y sea mucho más móvil”, opina. Según la investigación de la especialista, todas las escuelas que rediseñaron los espacios empezaron a poner en movimiento otras cosas que tienen que ver con los vínculos, el sentido de comunidad, el encuentro y el diálogo. “No se rediseña una vez, es algo permanente. Y lo que se crea fundamentalmente es ganas de estar y de ser protagonistas de esta experiencia de aprendizaje”.
En 2021, Rosan Bosch publicó su libro Aprender jugando. Diseñar para la incertidumbre, resultado de su experiencia profesional de más de 30 años en el ámbito de las artes, el diseño y la arquitectura, donde despliega las numerosas investigaciones que avalan que su enfoque mejora los resultados a la hora de aprender. Su formación básica es en Letras y fue su experiencia como madre, luego de ver el aburrimiento que su hijo sentía en su paso por la escuela, la que la llevó a preguntarse cómo cambiar esos entornos. “En el diseño tradicional no hay muchas opciones: vas por un pasillo y entras en un aula donde te tienes que sentar en fila y estar quieto durante horas, pero sabemos, gracias a la neurociencia, que nuestra atención disminuye pasados unos minutos y que necesitamos nuevos estímulos para mantener la concentración”, presenta su trabajo.
Uno de los referentes en diseño de contextos que Rosan Bosch cita en su libro es al argentino Pepe Sánchez, exjugador de la NBA, oro olímpico y director del innovador centro de alto rendimiento Dow Center, situado en Bahía Blanca. Juntos trabajan en ideas que unen el deporte y el diseño. “Con Rosan compartimos la pasión por la importancia del entorno en los contextos y nuestras miradas confluyen en que son fundamentales para el desarrollo de las personas. No importa si es en la educación más formal, el deporte o el trabajo, el diseño de los espacios es clave para inspirar conductas y alimentar o desalentar ciertos comportamientos y, sobre todo, es necesario para inspirar la creatividad”, dice Sánchez. Con esa lógica, cuenta, construyeron el Dow Center, priorizando una cultura de bienestar según principios que permitan construir un contexto a fin de sentir el bienestar. Sánchez trabaja con nuevos talentos para entrenar su capacidad de reacción en situaciones de estrés, como las que se dan en medio de un partido. Para él, lo importante es ver a la persona que hay detrás del atleta, detectar sus puntos fuertes y convertirlos en el foco de atención del entrenamiento. “Todo esto comienza con el diseño de los espacios. Si el espacio no está, es difícil que eso suceda”, dice.
Melina Furman, doctora en Educación e Investigadora del Conicet, es una abanderada de la relevancia de estos nuevos espacios en la transformación de la pedagogía. Profesora Asociada de la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés y autora de libros como Enseñar distinto, guía para innovar sin perderse en el camino y Cómo criar hijos curiosos, está trabajando con el gobierno de Uruguay en rediseños edilicios con sentido pedagógico. “En los últimos años se está investigando mucho en relación con el contexto físico y hay autores midiendo con intervenciones controladas los grandes cambios que esto genera –dice–. Desde cosas obvias, pero muy importantes, como la ventilación, la luz natural y la resonancia, hasta que se puedan o no mover las mesas y que el docente pueda recorrer el aula”.
Furman cita a David Thornburg, futurista en diseño de contextos educativos, que habla de “paisajes de aprendizaje” en relación con los nodos y principios con los que trabaja Bosch. Por ejemplo, la fogata, con alguien exponiendo, que puede ser el docente o un par, mientras todos alrededor escuchan, como un momento para sistematizar la información. Otro espacio es el arenero o manos a la masa, que incentiva a investigar y explorar, como si fuera un laboratorio o un atelier de arte. También existe el abrevadero, como un pozo común de encuentro grupal de conversación y colaboración, y toma los conceptos de cima de la montaña y cueva que Bosch trabaja en sus diseños. Además de la ETRR, Bosch ha intervenido en el rediseño del jardín de infantes del Colegio San Andrés, en Victoria, donde se puede encontrar este singular paisaje educativo.
Como Maggio, Furman vuelve a la base de estas propuestas. “No siempre hace falta algo gigante para pensar en buenos espacios de aprendizaje, en principio lo importante es tener en cuenta cómo son estas distintas instancias que los chicos y los grandes necesitan y también cómo poder mover el mobiliario y organizar los grupos”. Junto a la Administración Nacional de Educación Pública de Uruguay (ANEP), Furman está trabajando como asesora pedagógica con un grupo de escuelas que están en plan de reforma edilicia para que las mismas contemplen un nuevo diseño con mejores espacios para aprender. “Lo más lindo del proyecto es que trabajamos con una metodología participativa junto con arquitectos, en la que toda la comunidad involucrada participa desde el comienzo antes de que los espacios se construyan”. El proyecto incluye talleres con directivos, alumnos, familias y docentes, donde se reflexiona sobre “la escuela soñada. Qué se valora y se quiere conservar, qué se desea y todavía no está. Furman opina que una de las cosas que menos hay en las escuelas son espacios de bienestar para los docentes. “Un grupo que ha quedado muy golpeado luego de la pandemia, que necesita espacios donde encuentren comunidades de aprendizaje junto a los directivos, para pensar, cuidar su bienestar y trabajar colaborativamente”.
Mientras en la ETRR acomodan los almohadones coloridos, barren algunos escombros del patio nuevo, prenden los abrojos de los techos acolchonados de las cuevas acustizadas y dos aulas se transforman en una inmensa con solo mover unos panales para el evento que da inicio a esta nueva etapa educativa, Bosch cierra con una invitación: “Imagínate lo que podríamos llegar a conseguir, lo que podríamos aprender, si todos fuésemos más libres y empezáramos a jugar más”.
Fuente: Martina Rua, La Nación