Con la misma potencia visual del retrato que Alberto Korda hizo del Che Guevara, Pinélides Aristóbulo Fusco imprimió en la película de su cámara a una Evita única. Así como detrás de cada persona hay una historia para ser revelada, cada fotografía tiene una génesis por descubrir.
Esta imagen la tiene. Me la refirió mi tío abuelo, Ricardo Ibarren, (al que simplemente llamamos Bochi) una tarde en la que interrumpí su tarea en una oficina de la zona del Congreso, para convocarlo a recordar a mi abuelo Pinucho; Fusco, el fotógrafo de Perón. Fue una larga charla viendo fotos, hasta que llegó el momento de tomar el retrato. La imagen de Esa Mujer. Fue él, quién me confirmó que esa serie de unas veinte fotos se habían hecho el mismo día y para la misma cobertura.
Y fue él porque ese día estuvo. Con pantalones cortos como correspondía a un pibe de 15 años en esa época, Bochi llegó junto al fotógrafo en un auto que Fusco manejó desde su departamento hasta la quinta. Tío y sobrino ingresaron y en las escaleras que minutos después Fusco inmortalizará con el matrimonio más poderoso de la Argentina junto a su caniche, Perón los está esperando. El fotógrafo estacionó y es el propio Presidente el que se acerca a ayudarlo a descargar los bolsos, trípodes, cámaras y luces que usará.
El adolescente Bochi quedó enmudecido cuándo vio al presidente que en su casa socialista denostaban. Fue en ese momento cuándo advirtió que su tío se codeaba con el Presidente de la Nación y su esposa. «Fusquito», los recibió el General. Él, que llegó hasta ahí para ser el asistente del fotógrafo, que tenía el rol de sostener los flashes o cargar los bártulos que Fusco trasladaba como si fuesen los canastos de una mudanza, miraba como Perón tomaba en sus manos los bolsos y caminaba tres metros delante suyo.
¿Pero por qué Fusco tuvo que ir a fotografiar a Eva y Perón? Hasta el día de hoy conviven en la familia (mi familia) dos versiones que juzgo coincidentes: según mi tío, su padre estuvo ese día porque vinieron al país un grupo de periodistas brasileños a entrevistar al matrimonio y como no enviaron un fotógrafo, el medio contrató a Fusco. Cuándo las fotos se publicaron, Evita las vio y pidió que lo incorporen al equipo de fotógrafos de Presidencia.
Bochi, el único testigo de esa jornada, sostiene una versión diferente pero en algunos aspectos similar. Un hijo de Getulio Vargas llegó de Brasil para hacer una entrevista íntima con los líderes del movimiento y como vino sin fotógrafo y Fusco ya formaba parte del staff de reporteros gráficos que lideraba Emilio Abras a la orden del secretario de Información Pública, Raúl Apold, el abuelo fue designado para hacer esa cobertura. Sea como fuere, en el archivo de fotografías que mi abuelo escondió durante décadas en la curtiembre de su hermano, hay dos decenas de esa tarde en San Vicente.
El fotógrafo tomó la iniciativa y le pidió a Eva que pose con una flores, que se acerque a una ventana y hasta que se siente al piano. Ella puso sus manos sobre las teclas y se rió con ganas junto al presidente.
En un momento, el General se dirigió hacia su heladera para tomar algo fresco y el fotógrafo tomó su cámara y apuntó, pero Perón lo detuvo: «Tu abuelo lo mira como preguntándole por qué y Perón le dice ‘esta heladera es una General Electric y yo debería tener una Siam’; que eran las primeras heladeras argentinas. Eso yo siempre me lo acordé, nunca me lo pude olvidar», me cuenta Bochi setenta años después.
El escenario fotográfico se trasladó al jardín. El telón de fondo es el cielo y ahí quedan solos, ella y Fusco. Los ojos y el lente no se cruzan. En el instante preciso disparó y en menos de un segundo consiguió la foto más famosa de Evita. Con el fondo de un cielo infinito, sonríe con dientes blancos y perfectos. No mira a cámara.
O, mejor dicho, el fotógrafo no la tomó de frente porque sabe que en ese paso en falso se pierde lo que está buscando. No hay una mirada frontal porque el fotógrafo consideraba que cuándo eso ocurre se pierde la espontaneidad de la imagen. Quiso tener su imagen como al pasar, como si no estuviera ahí, congela ese momento sin tener consciencia de lo que esa imagen significaría, de cómo se multiplicaría hasta el infinito. No hay en él aspiración de eternidad, ni siquiera se siente el artista que ya es, se percibe a sí mismo apenas como un intermediario entre ella que mira al futuro y un pueblo que comienza a adorarla.
Es una Evita distinta a la que el peronismo prefería mostrar en su comunicación oficial. No es la de los vestidos largos, el pelo recogido y los aros con brillantes. Luce una camisa sencilla y está abrigada con un saco que le sobra por todos lados. Los botones son grandes y resaltan en ese plano corto. Es una imagen que, como dice la investigadora Cora Gamarkic, no será parte de la imagen del gobierno o del Partido hasta los 70, cuándo fue apropiada por la militancia revolucionaria peronista como una bandera.
Sin embargo esa foto será tapa de Mundo Peronista, la revista que era un «órgano de adoctrinamiento y difusión de la Escuela Superior Peronista» que se publicó entre julio de 1951 y septiembre de 1955. Tampoco es la foto en blanco y negro que hizo Fusco, alguien eligió colorear la imagen para llevarla a la portada en enero de 1952, cuatro años después de haber sido tomada.
Algunas de esas fotos también se publicaron en la revista Mundo Agrario después de la muerte de Eva. En el número 39 que salió en el mes de agosto de 1952, la nota lleva como título «Su gran pasión por la Patria la hizo interesar en los problemas de la tierra» y en el margen izquierdo de la página par aparece la foto de Eva y Perón con un caniche en la puerta de San Vicente. «Unos días tranquilos en la vida de la dinámica Dama de la Esperanza, días dichosos al lado del esposo admirado, por quién ella penetró en el corazón del pueblo argentino», dice el epígrafe de la foto.
De esa jornada en San Vicente, son algunas de las pocas imágenes que existen de Evita con el pelo suelto y largo, incluso una en la que se está peinando mirando al espejo. El fotógrafo elige el ángulo exacto para que en el centro quede la sonrisa de ella en el espejo.
Es posible conjeturar que una vez que guardó todos sus materiales en el auto y encaró hacia su departamento para comenzar a revelar, Fusco haya sentido lo mismo que el protagonista del cuento de Rodolfo Walsh: esa mujer es mía
El autor escribió Fusco, el fotógrafo de Perón (Aguilar, 2017)