Me van a tener media hora al teléfono, contándome penas. O me van a pedir que vaya a algún sitio, o peor aún, que les haga un favor. Puede que incluso me llamen para echarme la bronca. Y seguramente todo el mundo lo va a oír». Éste es el bonito panorama que, según el estudio ‘Generation Mute’ Millennials Phone Call Statistics [Estadísticas de telefonía móvil de los milenials de la Generación Muda], publicado por la organización Bank my Cell, se pintan los jóvenes estadounidenses nacidos entre 1981 y 1996 cada vez que suena el teléfono.
Y no se hagan ilusiones: que en la pantalla aparezca que quien llama es la madre, un primo querido o un hermano, no mejora la cosa. Más bien la empeora. Según el mismo estudio, un 50% de estos jóvenes, bautizados ya con el mencionado ‘Generación Muda’, reconoce que son precisamente éstas las llamadas que más evitan.
¿Es este estudio extrapolable a la población española? ¿Están igual de mudos los jóvenes españoles que los norteamericanos? Miren Altuna es madre de dos adolescentes de 17 y 14 años. «Mis hijos hablan por teléfono, o más bien por videollamada, pero no conmigo. Ni con ninguna otra persona de la familia. Sólo con sus amigos«.
Sociedad Digital en España 2018, de Telefónica, uno de los estudios más exhaustivos sobre hábitos de comunicación realizados hasta el momento en nuestro país, ponía cifras a este silencioso fenómeno. Más concretamente, señalaba que un 96,8% de los jóvenes de entre 14 y 24 años utilizaba WhatsApp para comunicarse con familiares y amigos y era poco amigo de las llamadas de voz. Y recogía así mismo ese gusto por las videollamadas a las que un 39% de los chavales y chavalas de entre 14 y 19 son especialmente adeptos -dependiendo de la cara que aparezca en pantalla-. «Sí, es cierto», continua Miren. «Hablan con los amigos y amigas por videollamada desde su habitación y en momentos determinados, como cuando juegan a la play. Pero si le llamo yo por teléfono, si me contesta, me tengo que preparar para un ¿por qué me llamas? o ¿qué quieres?».
Llamar ¿es invansivo?
Según Ferran Lalueza Bosch, profesor e investigador de Comunicación y Social Media en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), «los milenials han perdido el hábito de hablar por teléfono en directo. Hacer o recibir una llamada telefónica tradicional les incomoda y puede llegar a resultarles violento por dos motivos. Por un lado, lo perciben como una estrategia comunicativa más arriesgada dado que las palabras pronunciadas no se pueden borrar, a diferencia de lo que sucede, por ejemplo, con las notas de voz de WhatsApp; esta opción les permite repetir la grabación tantas veces como sea necesario antes de enviarla. Y, por otro lado, la llamada de toda la vida les parece intrusiva puesto que puede hacerse o recibirse en un momento que resulte del todo inadecuado».
E inadecuado es, al parecer, cualquier momento. Un 81% de los encuestados -1.200- por Bank my Cell reconoce que llamar por teléfono les produce ansiedad, pues, respaldando el análisis de Lalueza, les impide preparar el mensaje como les gustaría -toda una oda a la espontaneidad-. Esto es, apuntan los expertos, consecuencia de la llamada comunicación asíncrona propiciada por las pantallas con la que han crecido: aquella en la que mensaje y respuesta tienen lugar en momentos diferentes, que se produce en diferido.
A resultas de ello, la comunicación síncrona, en directo, les hace sentirse vulnerables dado que no controlan de la misma manera la impresión que van a dar ni lo que van a decir. No pueden en definitiva, borrar el mensaje y pulirlo cual eslogan. Como Photoshop a nuestra imagen, la asincronía pone filtro a nuestras emociones.
Las llamadas no se pueden borrar
«Me gusta hablar por teléfono con amigos o gente muy cercana. Pero no que me llame gente a la que no conozco demasiado o directamente no conozco. En general, prefiero WhatsApp porque es más rápido y directo», explica Álvaro, estudiante de bachillerato de 17 años. «Si me llaman de un teléfono que no conozco, por descontado, no contesto».
Lo ha comprobado el investigador Cristóbal Fernández Muñoz, vicedecano de Comunicación y Relaciones Institucionales de la Universidad Complutense de Madrid: «Tener que responder una llamada en el momento en que ésta se produce les genera cierta ansiedad, incluso pánico«, explica. «La comunicación asíncrona deja menos posibilidades a la improvisación y se puede preparar mejor». Pero Fernández Muñoz considera también que ésta es una tendencia lógica e imparable. «Hace una década que se impuso el chat móvil, la mensajería instantánea, y realmente sólo se llama para lo más importante. Y es que, en realidad, las llamadas son bastante disruptivas, no se producen necesariamente en el momento adecuado».
Y ojo que, además de esto, según el informe ‘Generation Mute’, los jóvenes consideran que llamar es presuntuoso, porque se da por sentado que las propias necesidades son tan importantes como para interrumpir al otro. Que es ineficiente, pues la mensajería o el email permiten elegir el momento de leer los mensajes y generalmente van directos al grano, sin tener que hablar antes del tiempo. Y, para acabar, nunca se sabe cuánto va a durar la ‘chapa’ telefónica. «Con los mensajes me comunico de manera más rápida y directa», opina Álvaro. «Y puedo hacerlo mientras estudio o veo la tele. Una llamada telefónica te exige plena atención y requiere tiempo…que igual no tienes».
Si me llamas, la gente me oye
«Mamá, la gente me está oyendo, qué quieres«, explica Mireia G. que le espeta su hija de 15 años en las afortunadas ocasiones en las que le contesta al móvil. «Le gusta hablar poco y rápido, y nada de cómo estás ni cosas de esas. Directa al grano». Para Carmen García Galera, directora de la Unidad de Cultura Científica e Innovación de la Universidad Rey Juan Carlos, la necesidad de privacidad es, precisamente, uno de los aspectos que ayudan a entender porqué los adolescentes y los jóvenes se inclinan por la comunicación asíncrona.
E invita a no demonizar las tecnologías. «No lo olvidemos, nunca ha habido una generación que se comunique tanto como los adolescentes de hoy en día», nos recuerda. «La adolescencia es una etapa de inseguridad, y la tecnología les proporciona seguridad. Creo que quizás les resulta más fácil expresar cosas por escrito que verbalmente».
Sin embargo, también cree que «la pérdida de soltura en la comunicación verbal va en detrimento de estas generaciones, y se debería reforzar en escuelas y universidades». En EEUU, añade, «la dialéctica es una asignatura, y los resultados se pueden ver en la soltura con la que se expresan después profesores o periodistas, por ejemplo. Eso es algo que se está perdiendo».
Por otro lado, apunta que estos hábitos de comunicación asíncrona cada vez más instaurados entre los jóvenes pueden responder al constante juicio al que se ven sometidos los jóvenes en las redes sociales, que los lleva a querer controlar todas las expresiones de sí mismos. «Esto es lo que tenemos que trabajar con los jóvenes, reforzarlos para que no se sientan sometidos a ese juicio ni afecte demasiado su autopercepción. En este sentido, padres y profesores tienen que hacer una labor de alfabetización».
Menos espontaneidad, menos calidez, menos autenticidad
Lalueza opina que con la mensajería «no sólo perdemos espontaneidad, sino también calidez y autenticidad. La asincronía es más fría e impostada, como una foto con exceso de filtro. Lo real casi nunca casa con la perfección, pero nos permite mantener nuestra esencia e interactuar con los demás de un modo mucho más dinámico, sincero, enriquecedor y gratificante».
Pero, ¿es éste, quizás, un punto de vista de generación ‘teléfono fijo’? ¿Ha cambiado lo que consideramos gratificante? El propio Lalueza reconoce que «quienes tenemos más edad somos reticentes a abandonar por completo la comunicación de viva voz por más que la asincronía también vaya ganando terreno. Esto es, en parte, por la inercia de una época relativamente reciente en la que no existían otras alternativas y en parte por la convicción de que la calidez y autenticidad de una conversación en vivo compensa con creces cualquier riesgo o incomodidad que se le pueda asociar».
Sin embargo, cabe plantearse si no son sólo las generaciones X e Y, sino la sociedad en general, las que se están quedando mudas: según eMarketer, 9 de cada 10 españoles por encima de los 64 años utiliza WhatsApp. España es, de hecho el país europeo donde más se utiliza WhatsApp -e Instagram-, según BEREC [Body of European Regulators for Electronic Communications].
«Los milenials, y más aún la generación Z (de 7 a 22 años), lo tienen totalmente asumido, pero es algo que inunda poco a poco a perfiles más adultos. Y es que las ventajas son muchas. Yo soy generación X y entiendo perfectamente las bondades. Una llamada puede ser más molesta que práctica», acaba Fernández Muñoz. Seguramente el temor a descolgar por tener que aguantar estoicamente el chaparrón siempre estuvo ahí. Solo que antes, si no levantabas el receptor, siempre te quedaba la duda de si te había tocado algo.
Fuente: El Mundo