Formulada en 1965 por el fundador de Intel, la denominada «ley de Moore» estableció que la capacidad de cómputo se duplicaría cada 18 meses y se convirtió desde entonces en una suerte de mantra para el credo de la singularidad y el avance exponencial de las tecnologías.
A pesar de su popularidad y de su aparición en infinidad de investigaciones académicas y artículos de divulgación sobre innovación, el vaticinio de Gordon Moore tiene un problema: no aplica a la gran mayoría de los procesos disruptivos. Es más, hay otras funciones matemáticas -menos famosas- que describen mejor las grandes oleadas de cambio.
Un reciente estudio del Instituto Santa Fe comparó la eficiencia de seis modelos de predicción de futuros con series de costos a valores históricos durante décadas de 62 tipos de tecnologías disruptivas -la mayor base de datos compilada hasta ahora sobre este campo-, que incluye transistores y hardware químicos y otras categorías que hayan atravesado una revolución tecnológica.
El resultado: la función matemática que mejor describe los procesos disruptivos es la ley de Wright, formulada en 1936 por Theodore Wright en un trabajo sobre los «factores que afectan los costos de los aviones». La variable clave en la ley de Wright es la cantidad de unidades acumuladas de un producto (la escala) más que «el tiempo» que predomina en la ley de Moore, que de hecho puede verse como un caso específico de su modelo antecesor.
«La ley de Moore hace rato que se rompió para los transistores y la exponencialidad es algo que se ve más en el discurso de innovación que en la realidad», afirma Alejandro Repetto, ingeniero especializado en diseño de futuros, quien añade: «Lo que predomina en este terreno son funciones en ‘S’ -que crecen exponencialmente por un tiempo y luego de achatan- para pasar a otra ‘liana’, a la ‘S’ de una nueva tecnología». Por ejemplo, de la «liana» de la computación tradicional, que ya no tiene espacio para duplicar cada 18 meses su capacidad de procesamiento, se podría saltar a la «liana» de la computación cuántica.
Repetto, quien tiempo atrás hizo funcionar el primer vehículo autónomo en la Argentina, en los bosques de Palermo, es alumno y embajador en la Argentina, junto a su socio Enrique Cortés Funes, del Institute for The Future (IFTF), una institución de la costa Oeste de los Estados Unidos que desde hace 50 años se dedica a perfeccionar métodos de prospectiva. Entre otros productos, el IFTF le acerca a cada nuevo presidente de EE.UU. un documento con claves para la toma de decisiones que lleven a un futuro deseable para la sociedad en las próximas décadas.
Desde el capítulo argentino del IFTF, que fue bautizado «extendidos por la tecnología», Repetto y su equipo tratan de «organizar el conocimiento para orientar un plan de acción». Como investigador principal del Ministerio de Defensa, viene estudiando estas metodologías desde su origen: los pioneros en «diseño de futuros», en el mundo, fueron los ejércitos que formulan «hipótesis de conflicto» de aquí a varias décadas.
Pero a pesar de esta historia acumulada en sectores muy específicos como la defensa, el «diseño de futuros» se empezó a extender como disciplina de manera muy reciente. Su costado más mediático tiene que ver con consultoras como «Experimental Design», entre otras, que en países como EE.UU., Inglaterra, Dubai o Australia subcontratan autores de ciencia ficción para que le den profundidad en distintos planos (política, economía, tecnología) a «futuros» a pedido de gobiernos y grandes empresas.
Una lógica que explica este boom emergente de nuevas metodologías es que en la medida en que el ciclo tecnológico se acorta, muchas predicciones de la ciencia ficción se acercan en el tiempo. La película Blade Runner original, filmada por Ridley Scott en 1982, transcurre en diciembre de 2019. El film contempló los vehículos autónomos y humanos «de diseño» que remiten a la técnica de edición genética Crispr, que este año ya se usó en China con bebés (también vaticinó el uso de hombreras en varios de sus protagonistas, como Harrison Ford: tenemos hasta diciembre para volver a ponerlas de moda).
Pero la ciencia ficción es solo una parte de la película. «El diseño de futuros es una disciplina en continua formación, que toma y recombina herramientas de prospectiva, estrategia, ciencia ficción, diseño, psicología y otras tantas disciplinas que nos permiten imaginar futuros posibles sobre la base del crecimiento acelerado de la tecnología», cuenta a LA NACION Angeles Cortesi, especialista en innovación y representante del capítulo argentino de Speculative Futures.
«Creo que, como dice Harari, ‘si queremos entender nuestro futuro, tenemos que descifrar las ficciones que dan sentido al mundo’ -continúa Cortesi-. El ‘diseño de futuros’ busca sobre todo darle un ‘shock eléctrico’ a nuestro mindset [esquema mental], para permitirnos conexiones neuronales nuevas».
Las metodologías que se utilizan son variadas. Martín Rabaglia, creativo y CEO de la agencia digital Genosha, recurre con algunos clientes a estrategias desarrolladas en The Future Today Institute a partir de juegos de cartas en las cuales se manejan cuatro grupos: arco, terreno, objeto y estado anímico, «que permiten crear escenarios y jugar un poco con diferentes formas de entender cómo pasarán las cosas en el futuro».
Contrariamente a lo que se piensa, el diseño de futuros no solo sirve para crear nuevos productos, sirve también para adaptar las estrategias actuales. «Por ejemplo -dice Rabaglia-, en alimentos vemos diferentes escenarios, donde hay nuevas leyes que protegen la salud (para celíacos, por caso) o a los niños contra marketing tóxico (como la ley packaging de Chile), que terminan creando escenarios posibles de obtener de una metodología de diseño de futuros. ¿Por qué? Porque dan lugar a situaciones posibles de ser anticipadas, como el consumo de marihuana legal, la baja extrema en consumo de alimentos azucarados, el proteccionismo de animales (y el veganismo) o la desaparición de combustibles fósiles».
Más allá de los «próximos adyacentes», que llevan a explorar el futuro inmediato, que está a uno o pocos pasos, imaginar situaciones apocalípticas o ridículas lleva al encuentro de ideas que traídas a escenarios actuales dan lugar a posibles cambios, mejoras o innovación de procesos y productos que con enfoques tradicionales hubiesen sido imposibles de descubrir. «La clave es que de estos ejercicios surjan preguntas y enseñanzas provocativas, que son las que llevan a la acción», completa Repetto.
Claro que las especulaciones sobre futuros están llenas de trampas, sesgos y puntos ciegos. Por cada acierto de la ciencia ficción hay cien escenarios que no se cumplieron. Un detalle al respecto: de las 62 tecnologías disruptivas relevadas por el Instituto Santa Fe, la que peor se adapta a la ley de Moore es la de la evolución de los transistores. En casa de herrero, cuchillo futurista de palo.