Como bailarina y cantante, tendrá en febrero próximo otra gran cita además de la de la academia: encabezar el Super Bowl junto a Shakira.
«Todo es posible» era el abracadabra de la Cenicienta moderna a la que Jennifer Lopez dio vida en aquel tiempo de comedias románticas y fábulas de ascenso social. Pero aun en la exitosa Sueño de amor (2002) -cuyo título original era el más literal Maid in Manhattan-, esa película concebida bajo la fórmula del príncipe azul convertido en un seductor candidato a senador y la chica del Bronx, en una mucama de hotel con sueños y ambiciones, la gracia de JLo trascendía los límites del cuento de hadas.
Demasiado terrenal para cualquier varita mágica, demasiado guerrera para acobardarse frente a los desafíos, amiga leal y acaso única representante de la clase trabajadora entre las estrellas de Hollywood, su figura ha resistido películas mediocres, ha lustrado con su singular acento los diálogos más esquivos y se ha apropiado de un lugar que parecía destinado a su presencia. El estreno, pasado mañana, de Estafadoras de Wall Street viene a confirmar que Jennifer Lopez todavía nos tenía reservada la interpretación de su carrera, aquella que solo podía nacer de ese singular estatuto de estrella del que nunca se atrevió a renegar.
«Creo que tenemos algunas cualidades en común, Ramona y yo -dijo en una reciente entrevista con The New York Times sobre su personaje, por cuya composición suena fuertemente como candidata al Oscar desde el estreno de la película en el Festival de Toronto-. Su poder, su manera de hacerse cargo de un escenario, su esfuerzo por salir adelante. En eso me sentía identificada. Luego había partes de ella que, para interpretarlas, tenía que ir a buscar a otro lugar, más incómodo. Esa tentación que implican la codicia, sentirse casada con el dinero y creer que aquello que se interponga en su camino supone un problema. Lo que verdaderamente me atrajo del papel es que era algo que nunca había hecho. Creo que siempre he interpretado a la chica buena. Con algunos problemas, sí, pero nunca a la mala». Ramona es una de las protagonistas de esta tercera película de la actriz, guionista y directora Lorene Scafaria ( Buscando un amigo para el fin del mundo, Una madre imperfecta), que cuenta la crisis de 2008 desde la perspectiva de un grupo de strippers en el corazón financiero de Nueva York.
Ramona, como JLo, es una sobreviviente, no solo de los golpes del mercado, sino también de los de la vida. Su historia está narrada desde la mirada de Destiny (Constance Wu), amiga y discípula de una fraternidad de mujeres que encuentran en la dinámica del baile de cuerpos y billetes la mejor metáfora de la economía de los Estados Unidos. Son tiempos difíciles (está ambientada en la crisis financiera de 2008) y Ramona tiene todo lo que se necesita para salir adelante: coraje, ingenio, determinación. Scafaria le dedica una de las mejores presentaciones cinematográficas del último tiempo: subida al caño en el centro del escenario, al ritmo de «Criminal», de Fiona Apple, cautivadora y feroz debajo del visón que descubre su cuerpo dispuesto a conquistarlo todo.
JLo ensayó durante varias semanas las rutinas de baile del caño para interpretar a Ramona con autenticidad, para darle su reinado ejemplar en ese mundo de gritos y apuestas, en una Wall Street nocturna y sin pudores. «Fue como aprender a andar en bicicleta a los 40 años. No solo tenía que aprender a subirme al caño, sino también a realizar las pruebas y los trucos. Tuve que ejercitar en seis semanas lo suficiente como para hacer una rutina de tres o cuatro minutos que dejara en claro que mi personaje había bailado así toda su vida».
Esa dedicación con la que Jennifer Lopez asume todos sus desafíos profesionales ha definido su carrera. De la tragedia popular en Selena (1997), película que la puso en el radar de Hollywood en pleno ascenso de la comunidad latina como fértil terreno de representaciones, hasta la conquista de un lugar propio en el desfile de heroínas de la comedia romántica -siempre en sintonía con sus raíces en el Bronx, donde nació hace 50 años-, con su cofradía de amigas leales, con sus aspiraciones de triunfo aun frente a las más hostiles adversidades.
En medio de la crisis financiera de 2008, un grupo de strippers liderado por Ramona (Lopez) decide separar a sus clientes de su dinero Crédito: Diamond Films
Esa aura difícil de definir, más cerca del encanto que de la excelencia, es lo que hace queribles películas que no siempre están a su altura, en las que sus personajes asoman estoicos entre guiones imposibles y puestas en escena con poca imaginación. Así, podía ser una seductora instructora de baile de salón para ejecutivos estresados en ¿Bailamos? (2004), junto a Richard Gere, o una nuera en plena disputa con la villana de dibujo animado que interpretaba Jane Fonda en Una suegra de cuidado (2005), o una empleada de supermercado devenida en líder creativa de una marca de cosméticos en la más reciente Jefa por accidente (2018).
La historia de Jennifer Lopez está signada por esas travesías en río revuelto, como el escandaloso romance con Ben Affleck a comienzos del milenio, coronado con el apodo de Bennifer y los fracasos de Gigli (2003) y Padre soltero (2004), con peleas públicas y compromiso suspendido. Pero después siempre vinieron las resurrecciones. Luego del triunfo en el baile y la música, llegó el reconocimiento como una de las voces autorizadas en la industria discográfica, su presencia como jurado estelar en American Idol y, en febrero próximo, el codiciado número musical del entretiempo del Super Bowl junto a Shakira.
Luego de sus fracasos amorosos, consiguió formar una familia junto a su exmarido Marc Anthony pese a la separación y disfrutar de un noviazgo duradero con el exbeisbolista Alex Rodríguez pese a los malos augurios de la prensa. «Hoy he aprendido que una nunca está sola, por eso es mejor no apresurarse en matrimonios y relaciones. No es que me arrepienta de lo que he vivido, siento que ese fue mi viaje. Pero siempre hay muchas cosas que aprender, muchas cosas que sanar. No hay que tener miedo de enfrentarlas una misma».
Ese también es el mandato de Ramona a sus jóvenes aprendices en el oficio del baile y la estafa. El empoderamiento que gesta la película de Scafaria es mucho más audaz que su costado criminal. Su universo femenino es complejo y lleno de matices, y en ningún momento cae en la fácil tentación de la competencia femenina como artilugio para peleas y desencuentros.
Sus mujeres ponen en escena los roles que les asigna ese intercambio de dominio y seducción, que reescribe la dinámica de ese otro escenario que es donde juegan los corredores de bolsa. Y Ramona emerge como la dueña absoluta de ese teatro de impostura con la única verdad que le brinda la solidaridad con sus compañeras. Leal hasta las últimas consecuencias, sus diálogos condensan las mejores reflexiones políticas que Scafaria extrae del extenso artículo de la revista New York que inspira la película, y la condición de ave fénix de JLo fortalece la extraña transparencia de esa representación.
La actuación de Jennifer López en Estafadoras de Wall Street resulta tan deslumbrante que ya parece haberla impulsado en la carrera para el Oscar como mejor actriz de reparto. ¿Será posible? Nunca había quedado tan claro su talento como en esta ocasión. Quizás la vez que más se acercó a ese brillo fue en Un romance peligroso (1998), una de las primeras películas de Steven Soderbergh sobre un simpático ladrón de bancos interpretado por un George Clooney para la vidriera, adaptado de la novela de Elmore Leonard. No solo la química entre la pareja es perfecta -como demuestran las escenas en el baúl del auto en la primera fuga o las miradas cruzadas en el lobby de un motel-, sino que Jennifer López consigue convertir a su alguacil Karen Sisco en un personaje inolvidable (Carla Gugino retomó el personaje en un serie que apenas duró una temporada en el aire).
Hay una escena al comienzo de Estafadoras de Wall Street que sintetiza el vínculo decisivo entre Ramona y la actriz que le da vida. Luego de su deslumbrante performance en el escenario, Ramona y Destiny se encuentran en la terraza del club para fumar. Hace frío en la invernal Nueva York, Destiny apenas soporta la inclemencia del clima, la desazón de los primeros días en ese juego de disfraces que necesita para su supervivencia. Pero ahí está Ramona para cobijarla bajo su cálido tapado, para enseñarle los movimientos en el caño que maneja como una experta, para convertirse en su amiga y protectora, en su compañera de aventuras. Tal vez en ella pensaba la actriz cuando decía que nunca hay que tener miedo de los desafíos, que nunca estamos solas. Inteligente, audaz y desbordante de carisma, Lopez encontró el personaje a su medida después de un largo y arduo camino, lo vistió de sus mismos orígenes, de su fuerza y su encanto, y bajo un velo de plumas y glitter consiguió su postergada consagración.
Una colección de mujeres fuertes
Lopez no es una actriz camaleónica: su potencia dramática suele estar atada al realismo de sus personajes, que no suelen ser muy lejanos en temperamento e historia del suyo, y a los que suele dotar de una cuota extra de sensatez.
Fuente: Paula Vázquez Prieto, La Nación