Hace pocas semanas, en el Museo Jumex de la capital mexicana, inauguraron una exposición que une las obras del artista vivo más cotizado del mundo, Jeff Koons, con las del genio dadaísta, Marcel Duchamp. Se trata de “Apariencia desnuda, el deseo y el objeto en la obra de Duchamp y Koons”, donde los organizadores afirman que el punto en común es que “cuestionaron el siglo del consumo, la función de los objetos y la fascinación por los bienes”.
Todo eso es materia opinable, especialmente en el caso de Koons. Pero lo cierto es que la exposición se inauguró casi en simultáneo con la subasta de Christie’s en Nueva York, donde nuevamente Jeff Koons recuperó su cetro de creador contemporáneo en superventas. Su escultura “Rabbit”, realizada en Nueva York hace más de tres décadas, fue adjudicada en US$91,1 millones durante la velada dedicada al arte contemporáneo y de posguerra. La crítica de arte Georgina Adam (Financial Times) señaló que el éxito de esa escultura se debe a que es “un adorno rutilante y es lo más para los multimillonarios”. También apuntó que “las obras de Koons demostraron ser excelentes inversiones, no se compran fácilmente y son un anuncio para el propietario de que tiene dinero. Trofeos en toda regla”. Pero advierte: “Sería negativo que la gente creyera que estos grandes precios —los de Koons y otros artistas— son importantes en la historia del arte. Solo el tiempo lo dirá”.
El comprador fue un marchante de arte, Robert Mnuchin, nada menos que el padre del secretario del Tesoro estadounidense, Steven Mnuchin, aunque se cree que actuó en nombre de un cliente reservado. Koons había ostentado aquel cetro de número 1 en 2013, cuando su “Balloon Dog (Orange)” se vendió en US$54 millones, pero en los últimos tiempos (entre retiros y controversias, como una acusación de plagio) había pasado a un segundo plano. Y el primer puesto lo ocupaba la “Piscina con dos figuras”, una obra del británico David Hockeny, que se vendió en US$90,3 millones en noviembre pasado.
Los resultados de las últimas subastas, en la cuales también se vendió un cuadro impresionista (“Meules” de Monet) en cifra récord de US$110 millones, alentaron a los expertos a considerar que ese mercado —en el que intervienen los ricos entre los ricos— podría experimentar un repunte en estos tiempos de crisis.En el caso de Monet, estimaban un valor de US$55 millones, pero se duplicó en la noche de Sotheby’s, revalorizando ese maravilloso cuadro de 1890, que se consideró revolucionario por su paleta de colores. Un dato: sólo había salido tres veces a la venta y la anterior fue en 1986, por US$2,5 millones. En las recientes veladas de mayo, Sotheby’s recaudó casi US$350 millones, con Monet y Picasso como estandartes.
Muchos consideran que Koons es un nombre que marca tendencia en el mercado del arte y si sus ventas están bien, todo el mercado acompaña. Pero si Koons es codiciado por los multimillonarios, no resulta tan accesible para los museos y son muy pocos los que cuentan con sus piezas. Aun así gozó de retrospectivas en el Whitney of American Art, en el Pompidou de París o en el Guggenheim, por ejemplo. Sus exhibiciones aparecieron en centros públicos como la Piazza dell Signoria en Florencia, el Palacio de Versalles o el Palacio Papal de Aviñón.
En Buenos Aires, hace tres años, la explanada del Malba exhibió durante varios meses su “Bailarina sentada”, inspirada en artistas rusas. Claro que desde tiempo antes, la Fundación Klemm, frente a la Plaza San Martín, también contaba con varias obras de Koons, como la escultura “Pareja francesa en carroza”, compradas por el recordado Federico Klemm, un admirador del artista.
«Bailarina sentada», de Jeff Koons, expuesta en la explanada del Malba.
Al inaugurarse la muestra actual en la capital mexicana, Koons destacó que “cuando era joven no podía entender el poder del arte hasta que me crucé con el trabajo de Monet y Duchamp. Ellos me demostraron que hay que abrirse al mundo que te rodea”. Para el comisario de esa exposición, Massimiliano Goini, “el erotismo y la sexualidad bullen bajo la superficie de la obra de Koons y constituyen un elemento fundamental de su estética. El objetivo de su obra es alentar al espectador a aceptar todas sus necesidades humanas, por muy carnales o comunes que sean”.
Oriundo de York, Pennsylvania, Koons adquirió celebridad a partir de los años 80. Trabajó en la Bolsa y conoce el significado de ganar dinero. También, cómo llegar a la fama mediática: a principios de los 90 estuvo casado con la Ciccolina, tuvieron un hijo y rápidamente disolvieron su matrimonio. A los 64 años obras suyas como “Rabbit” y “Ballon Dog” ya son íconos. Trabaja con objetos cotidianos y afirma que su obra “gira en torno a temas como la autoaceptación y la trascendencia”.
Verdaderamente popular, pero también muy cuestionado por quienes lo llaman “el príncipe del kitsch”, afrontó numerosas controversias. La más fuerte entre las últimas fue su proyecto “Ramo de tulipanes”, que le ofreció al gobierno francés después de los atentados de 2016: se lo rechazaron. Pero un informe de Artprice, una consultora sobre índices de arte, resalta que “los ataques contra Koons siempre le traen una publicidad que a la larga le resulta beneficiosa”.
Para Thierry Ehrmann, titular de esa consultora, los escándalos con las obras de Koons le recuerdan a los que provocaba Andy Warhol, medio siglo atrás. Para otro experto, Jean-Phillippe Domecq, “Koons es un fenómeno en el que el aura del artista cuenta más que el aura de su obra”. Y dice que es el máximo exponente del “financial art”, el arte financiero: “En Koons se compra arte teniendo en cuenta menos su calidad estética que su inflación financiera”.
Benjamín Buchloh, historiador de arte y profesor de Harvard, sentenció: “No me gustaría sonar como un profeta, pero dudo que Jeff Koons le interese a nadie dentro de veinte años”. Lo cierto es que “Rabbit”, su pieza de un conejo, realizada en acero inoxidable en 1986, con un tamaño de 1,04 metro, ha colocado a Jeff Koons en la frontera de los US$100 millones. Para un artista contemporáneo, esos montos hasta hace poco eran impensables.
Fuente: Clarín