Equipo. Los científicos Natalia Andersen, Diego Rayes, Tania Veuthey, María José De Rosa, en el laboratorio. Estudian el “estrés oxidativo”.
“Dicen que el pelo de María Antonieta se puso totalmente blanco justo antes de que la ejecutaran en la Revolución Francesa. Es una leyenda porque obviamente el efecto no puede ocurrir tan rápido… pero sí le pasó al ex presidente Barack Obama: había asumido con el pelo negro y en la mitad de su gestión estaba lleno de canas”. El que habla es Diego Rayes, bioquímico de Bahía Blanca, investigador del Conicet, que dirige el trabajo diario de siete científicos en un laboratorio que hace cuatro años se dedica a estudiar gusanos. No de cualquier tipo: unos en particular ( caenorhabditis elegans) que, dicen, tienen procesos comparables a los de los mamíferos; o sea, a los nuestros. Pero, ¿qué tienen que ver el cabello de la frívola archiduquesa de Austria, el de Obama y unos gusanos de Bahía Blanca?
El hallazgo fue publicado en la prestigiosa revista Nature, autoría de un grupo de científicos del Laboratorio de Neurobiología de Invertebrados del Instituto de Investigaciones Bioquímicas de Bahía Blanca (INIBIBB- Conicet), de esos equipos que “la reman” en el accidentado mundo de la ciencia básica argentina. Los investigadores (bajo la dirección de Rayes y de la bioquímica María José de Rosa) entendieron el complejo proceso molecular que hace de puente entre dos hechos conectados: que altos niveles de estrés durante un tiempo prolongado pueden producir efectos negativos en la salud. E, incluso, acortar la vida.
El concepto “respuesta de escape”, cuando ante una situación de estrés el cuerpo genera una respuesta de lucha para lograr la adaptación, a través de una hormona llamada adrenalina, en el caso de los humanos, y tiramina, en los gusanos, es esencial para entender. Es que, en los humanos, la adrenalina aumenta la frecuencia cardíaca, contrae vasos sanguíneos, dilata vías aéreas, en fin, todo para garantizar, precisamente, el éxito del escape.
“La pregunta que nos hacíamos era por un hecho que está reportado en muchos animales, desde simples invertebrados, hasta aves, mamíferos y, claro, humanos. Y es por cómo se producen esos efectos particulares ante una respuesta de escape a una experiencia prolongada de estrés agudo. En esos casos, los animales empiezan a manifestar enfermedades relacionadas con la edad e incluso viven menos. Nos interesaba entender cómo se producía molecularmente ese proceso”, explicó Rayes.
Parece complejo, pero temas de todos los días, como la recomendación de ingerir alimentos y complejos vitamínicos con efecto “antioxidante” está vinculada al de estudio de este equipo bahiense, que en este informe trabajó en colaboración con científicos de la Universidad de Massachusetts. Precisamente, Rayes habló del estrés, a partir de dos dimensiones: por un lado, el estrés “convencional”, por el cual se generan respuestas de escape. Pero además está el estrés oxidativo, que es una de las causas por las que los seres vivos envejecen. Según Rayes, “hay un interruptor, una neurona que libera la hormona de escape, que si bien debe ‘prenderse’ cuando el animal tiene que huir de una situación de estrés, también debería apagarse para responder al estrés oxidativo. Pero si se prolonga el tiempo del estrés, el cuerpo del animal no logra responder al estrés oxidativo”.
¿Cómo se presentan estos efectos en los seres humanos? “Hay que aclarar que no fue el objetivo de nuestra investigación transpolar estos conceptos a las personas: nosotros hacemos ciencia básica. Pero para que la gente lo vea, en los últimos cinco o seis años surgieron estudios epidemiológicos que muestran que los individuos con estrés postraumático o ataques frecuentes de pánico, lo que hace que sus niveles de adrenalina estén altos, son más propensos a tener enfermedades neurodegenerativas más tempranamente, y tienen mayor prevalencia a la hipertensión, entre otras consecuencias”, explicó.
Desglosar en estas líneas el proceso molecular descubierto no es tarea sencilla, pero sí se puede hablar de las aplicaciones que podrían venir: “Entender estos mecanismos podría permitir ver si se pueden modular los efectos. O sea, no podemos prevenir que haya activación de respuesta al estrés continuo pero probablemente se puedan diseñar fármacos para aminorarlo”.
En este punto, sostener un círculo virtuoso entre la ciencia básica y la tecnología es clave. Pero no fácil, dijo Rayes: “Además de que algunos insumos se compran en el exterior y tenemos subsidios en pesos, cuyas cuotas a veces se cobran con atrasos y tenemos que poner plata de nuestro bolsillo, otros reactivos, como en este caso la compra de adrenalina o tiramina, cuestan muchísimo más -comparados en dólares- en Argentina que, por ejemplo, en Estados Unidos”.
Y, hablando de estrés prolongado, concluyó: “Nos cuesta mucho convencer a los alumnos de que se quieran dedicar a esto. Claro que nadie espera hacer plata con la ciencia: sólo tener salarios medianamente competitivos”.
Fuente: Clarín