Sin embargo, este pionero de la «teoría de cuerdas» (cuando ni siquiera había sido bautizada con ese nombre) acaba de ser galardonado con la prestigiosa «medalla Dirac», que otorga el Centro Internacional para la Física Teórica Abdus Salam (ICTP, según sus siglas en inglés), junto con sus colegas y amigos André Neveu, de la Universidad de Montpellier, y Pierre Ramond, de la Universidad de Florida.
El galardón le llega a 50 años de que publicara lo que hoy se conoce como «Álgebra de Virasoro», que tiene aplicaciones en la gravedad cuántica y en el estudio de los agujeros negros, un avance matemático revolucionario. «Fue un golpe de fortuna que sí, tiene su importancia, pero que estaba en la teoría que estábamos construyendo», agrega. El trabajo en el que la desarrolla se publicó el 15 de mayo de 1970 en Physical Review D.
Sin embargo, este pionero de la «teoría de cuerdas» (cuando ni siquiera había sido bautizada con ese nombre) acaba de ser galardonado con la prestigiosa «medalla Dirac», que otorga el Centro Internacional para la Física Teórica Abdus Salam (ICTP, según sus siglas en inglés), junto con sus colegas y amigos André Neveu, de la Universidad de Montpellier, y Pierre Ramond, de la Universidad de Florida.
El galardón le llega a 50 años de que publicara lo que hoy se conoce como «Álgebra de Virasoro», que tiene aplicaciones en la gravedad cuántica y en el estudio de los agujeros negros, un avance matemático revolucionario. «Fue un golpe de fortuna que sí, tiene su importancia, pero que estaba en la teoría que estábamos construyendo», agrega. El trabajo en el que la desarrolla se publicó el 15 de mayo de 1970 en Physical Review D.
Acerca de la distinción, se limita a señalar: «La ciencia avanza por un esfuerzo de muchos. El premiado es el que llega antes en tiempo, en general no por mucho. Este premio, en particular, representa un reconocimiento al grupo de científicos que construyó la futura teoría de cuerdas en los años 68-70 y al hacerlo encontró nuevas simetrías. Eran muchos, el jurado tuvo que elegir a tres y eligió a aquellos que llegaron antes a algún resultado».
Pero confiesa que lo hace feliz. «Fundamentalmente porque me da la ocasión de saber de tantos amigos de los que no tenía noticias. No tengo la posibilidad de ir a verlos, porque no se puede viajar, pero nos estamos prometiendo encontrarnos el año que viene en ocasión de la ceremonia. Me gustó que premiaran a tres personas de los inicios de la teoría de cuerdas. André es un gran amigo y hacía muchísimo tiempo que no escuchaba de él. Pude escribirle y celebrarlo juntos. Además de gran cocinero (una vez, estábamos en Princeton y me invitó a comer una sopa de langosta que era exquisita), es un gran científico, un calculador infinito. Me acuerdo que en 1968 o 1969 nos hablábamos por teléfono para comentarnos resultados nuevos. Encontraba identidades, cosas increíbles. Me puso muy contento que fuera reconocido».
Hijo del destacado filósofo del mismo nombre, después de dar un año libre, Miguel ingresó al Colegio Nacional de Buenos Aires y luego a la Facultad de Ciencias Exactas de la misma universidad, de la que llegaría a ser decano. Fue alumno de figuras legendarias como Rolando García, Juan José Giambiaggi y Carlos Bollini. Estaba terminando su tesis cuando se produjo la noche de los bastones largos, en 1966, y aceptó una invitación para ir a trabajar a Princeton, en los Estados Unidos, con lo que iniciaría un periplo que lo llevó a vivir más años en el extranjero que en su propio país. Actualmente, es profesor honorario de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS).
Una elección por casualidad
Sobre su decisión de dedicarse a la física recuerda: «Fue una verdadera casualidad, porque aunque en el Buenos Aires no teníamos que hacer curso de ingreso a la universidad, como se dictaba cerca del colegio, decidí asistir al que estaba dando Rolando García sobre lógica simbólica y ahí me entusiasmé. Tuve mucha suerte, porque a mi papá lo había echado de su cátedra la Revolución Libertadora y estábamos en una situación económica muy mala. De alguna manera, no sé cómo, Rolando García y Manuel Sadosky me ayudaron muchísimo. Me dieron una beca de la Fundación Einstein. Eso me permitió estudiar, porque mi familia no quería que hiciera algo tan abstracto».
Tras los sucesos de la noche de los bastones largos, pudo terminar su tesis merced a la ayuda de la Fundación Bariloche, se graduó y al día siguiente se fue al Instituto Weizmann, en Israel. Volvió a la Argentina para casarse y partió a los Estados Unidos. En 1971 volvió por un breve período al país y en 1973 fue nombrado decano de Exactas, pero debió renunciar al poco tiempo. Tras unos meses turbulentos en los que tuvo que buscar refugio en el Instituto de Tecnologías Hídricas para no perder su puesto en el Conicet, decidió aceptar una invitación de la Universidad de Princeton. Allí conoció a Tullio Regge, «una persona absolutamente incomparable, increíble», que lo convenció para trasladarse a Italia, donde desembarcó después de trabajar durante un año en L’Ecole Normále Supérieure. En Italia, investigó y enseñó en La Sapienza y, durante 1995 y 2002, fue director del ICTP.
Sobre su estadía en el centro internacional de física teórica recuerda: «Llegué a conocer [al premio Nobel] Abdus Salam. Ya vivía en Cambridge. Se estaba muriendo y no podía hablar. Fui a verlo y me di cuenta de que sus ojos se abrieron cuando le dije que quería mantener el espíritu del centro en su memoria, me emocionó mucho». Y agrega: «Fue muy lindo trabajar allí. Conocí a tanta gente, aprendí de tantos temas, inclusive de economía. A veces me colaba en algunos cursos de ecología. Ayudamos mucho; en especial, a países que en ese momento estaban en vías de desarrollo y hoy ya son potencias científicas y tecnológicas, como China y la India».
Junto con Gabriele Veneziano, Virasoro también realizó contribuciones seminales en unos sistemas magnéticos conocidos como «vidrios de spin». «En un momento, me desencanté de la teoría de cuerdas, porque, bueno, vale en un número de dimensiones muy particular, no puede probarse experimentalmente. De hecho, lo discutí con alguno de los grandes ‘cuerdistas’ posteriores, como Edward Witten. Cuando llegué a Roma, me enamoré de los ‘vidrios de spin’, nos pusimos a trabajar y encontramos nuevos métodos para llegar a los mismos resultados. Es un tema que no tiene ya la elegancia extraordinaria de la teoría de la relatividad de Einstein o de la mecánica cuántica fundamental, pero ataca otros problemas y me entusiasmó más porque era más cercano de la realidad. La teoría de cuerdas es importante desde el punto de vista de la matemática. Como se demostró con la identidad de Maldacena, que no tuvo aplicaciones en la cuantización de la gravedad, pero sí en materia condensada. Es una matemática muy profunda que va a tener aplicaciones en otros campos».
En 2011, decidió volver. «Cuando apareció la oferta de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS) me dije que sería mas útil en la Argentina que en Roma. Aquí organicé un programa interdisciplinario en Sistemas Complejos y una colaboración con el INA (Instituto Nacional del Agua) para modelizar los ríos de nuestras pampas. No sé cuán útil fui, pero pienso que más que si me hubiera quedado en Italia».
Fuente: Nora Bär, La Nación