Brenda Sander, instagrammer y youtuber especializada en belleza. Foto: Lucía Merle
Los tres saben que esos ruidos serían demasiado difíciles de amortiguar durante la edición del video y que por eso conviene repetir los últimos segundos de sus testimonios, justo desde donde habían puesto -en el aire- el último punto seguido. No es casual que lo sepan:aprender por las suyas a estar delante de una cámara y a editar sus videos es parte de todo lo que aprendieron mientras ser instagrammers, youtubers y blogueros se les volvió un trabajo.
La detectora de motores ruidosos es Brenda Sander: tiene 21 años, un canal de YouTube con su nombre. / Lucia Merle
La detectora de motores ruidosos es Brenda Sander: tiene 21 años, un canal de YouTube con su nombre en el que -sobre todo- habla de moda y de belleza, 202 mil suscriptores en esa red social y 32 mil seguidores en Instagram. Algunos de sus videos superaron el medio millón de vistas. Algunas de las fotos que postea en su Instagram les costaron a las marcas que apuestan a publicitarse por esa vía entre 3.000 y 7.000 pesos. La primera vez que hizo una «juntada» -«así les decimos los youtubers», aclara- con sus seguidoras creyó que iban a ir diez o quince chicas: «Pensé que iba a ser una merienda chiquita, pero fueron doscientas personas al Planetario». Cinco meses después organizó otra: «Éramos setecientas», cuenta.
El chico que lamenta el chirrido de una pata de madera contra el piso se llama Luis Escobar y tiene 28 años. Tenía poca plata cuando le llegó el momento de amueblar su casa, y se cruzó además con lo que él mismo llama «la moda que hubo de hacer todo con pallets». Buscó tutoriales en YouTube y los encontró en inglés y en idiomas nórdicos. «En castellano no había nada, así que se me ocurrió que los podía hacer yo«. De carpintería no sabía nada y de producir, grabar y editar videos tampoco. Pero ahora lo siguen 182 mil usuarios de YouTube y 77 mil en Instagram. El video de siete minutos en el que explica cómo se hace una alacena para la cocina fue visto 1,4 millón de veces.
La chica que reacomoda el micrófono es María Sol Luccisano. Tiene 27 años y está de novia hace unos seis con Federico Skrbec, de su misma edad. La primera vez que viajaron juntos, en 2015 al Sudeste Asiático, compartieron algunas fotos en su cuenta de Instagram, algo así como avisarles a sus amigos por dónde andaban, dicen ahora, que los siguen más de 87 mil personas en esa red social y que canjean noches de alojamiento que cuestan 400 dólares por posteos en sus redes sociales.
Esto no es (solamente) una habitación. Las dos camas y la mesa de luz van en ese sentido. Pero la lámpara potente apuntada al centro de este ambiente, el trípode en un rincón, las letras B y S hechas con venecitas espejadas y algo parecido a la brillantina dorada puestas de fondo convierten esta pieza en un estudio de grabación.
«Las letras me las regaló una seguidora, yo les digo ‘brendiciones’», cuenta Brenda. Encima de su placard hay canastos enormes: «Ahí está lleno de regalos que me fueron haciendo. Los peluches gigantes también son regalos», cuenta. Un oso blanco y enorme parece a punto de caerse de esas alturas.
El verano que vino justo después de terminar la escuela secundaria fue el puntapié inicial: «Tenía pensado formarme en asesoría de imagen, y finalmente lo hice, pero en el medio empecé a probar hacer videos porque yo los consumía. Me gustó cada vez más y algunos meses después llegó un primer trabajo: una marca de productos para el pelo me propuso ser parte de una publicidad grabada especialmente para Internet. Ahí obtuve mi primera remuneración monetaria«, explica Brenda.
Todo el inglés que aprendió desde chica, dice, «sirve para cuando llegan contratos desde distintos países, que se firman digitalmente con el celular». Le mandan ropa desde China y maquillajes desde Francia: «Pruebo todo y trato de recomendar lo que me gusta, porque si es una recomendación que no es honesta, los seguidores se dan cuenta«, explica. «Por ahora vivo de esto: en general, pueden llegar unos tres o cuatro contactos de marcas por mes, pero a veces hay más y a veces hay menos, por eso hay que saber ahorrar», suma. Con esos ahorros, por ejemplo, compró una cámara de fotos que grabara mejor.
Cuando esa cámara se prende, Brenda sonríe más de lo habitual: «Antes era más solemne, más seria, pero me di cuenta de que a la audiencia le gusta más que sea risueña, más descontracturada, y hay que estar atenta a lo que va queriendo el público». Desde el living de la casa, su mamá da cuenta de la atención que Brenda les presta a sus seguidoras: «A veces se le hacen las tres de la mañana respondiendo mensajes. Uno por uno«, cuenta.
Con orgullo, esa mamá muestra el dispositivo de iluminación que armaron en familia. Forraron con papel de aluminio la caja de un viejo televisor de tubo para lograr un efecto fotográfico: que se suavice la luz de un foco potente. La colgaron de lo que alguna vez fue un perchero, y todo eso ilumina a Brenda cada vez que graba. Es la parte más artesanal de su emprendimiento, que a veces cotiza en pesos y otras en dólares, euros o yuanes.
«No tenía nada», se acuerda Luis. Acababa de mudarse solo y necesitaba muebles. «Compré herramientas, miré tutoriales, y los hice. Y como había estudiado publicidad y marketing, me metí de lleno a fusionar esos conocimientos con la carpintería, aunque no sabía nada».
Cuando empezó a grabarse y compartir sus videos tutoriales en Proyecto Mueble -su canal de YouTube-, Luis trabajaba como emprendedor en una fábrica de gaseosas. Pero las cosas cambiaron: cuando tenía 500 suscriptores en YouTube una marca de herramientas le ofreció usarlas en sus videos. Fue su primer canje. «Vos tenés algo, te va a ir bien», dice que le dijo la chica que llamó para ofrecer el intercambio.
Luis Escobar: aprendió carpintería para transformarse en youtuber. Foto: Constanza Niscovolos
«La decisión bisagra fue a mediados del año pasado: me echaron del trabajo y pensé si me buscaba otro o si apostaba enteramente a esto. Y me decidí, dediqué todo mi tiempo a esto, y las cuentas crecieron muchísimo: se empezaron a acercar más marcas». Entre otras, dice el carpintero digital, una pinturería y un hipermercado especializado en materiales para la construcción. Con algunas de esas marcas Escobar ya no hace canjes sino contratos anuales. «Me da pudor decirlo, pero esto me permite vivir mucho mejor que mi trabajo anterior: gano entre tres y cuatro veces más que cuando vendía gaseosa», explica.
La interacción con el público, cuenta Luis, «es fundamental: para eso hay que hacer concursos, encuestas y responder mensajes«. Muchos de los muebles que fabrica mientras graba sus tutoriales los sortea entre las miles de personas que se suscribieron a sus cuentas de Instagram y YouTube. Su casa es, además de su casa, un taller y un estudio de grabación.
«Me echaron del trabajo y pensé si me buscaba otro o si apostaba enteramente a esto».
«Hago todo solo. Me lleva dos o tres días armar un mueble, y al cuarto día edito. Entre viernes y sábado subo el video al canal de YouTube, y en Instagram, donde la gente se entretiene mirando más tu día a día, le pongo más humor», cuenta Luis. Y se autodefine: «Soy un generador de contenidos. Aposté a esto y tuve que aprender mucho porque no sabía ni de carpintería ni de edición, pero en Internet está todo disponible para ese aprendizaje».
No le da miedo que las redes en las que acumula millares de seguidores pierdan popularidad: «Sos vos el que se adapta a la plataforma, y no la plataforma a vos. Si vos sabés qué contenido querés crear, lo adaptás a la red que sea. Lo importante es que sepas cuál es tu idea«. Uno de sus objetivos era ser su propio jefe: cumplió.
«Esto nos va a servir para algo», pensó Federico cuando en la casa de electrodomésticos de Vietnam en la que acababa de pagar 500 dólares por una cámara de fotos le dijeron que la promoción incluía 36 cervezas. «Esa noche volábamos, así que les íbamos a decir que no nos llevábamos las cervezas, pero al final las llevamos al hotel y arreglé con la chica de la recepción que se las dejaba a cambio de pagar la mitad del hospedaje», cuenta. Ese fue el primer canje que él y Sol hicieron: el que los habilitó a pensar que podría haber otros. Ella es psicóloga y él es abogado, pero sus redes sociales les abrieron otra puerta laboral que convive con los trabajos que ya hacen.
Momento selfie en el aire. Sol y Federico son influencers de atracciones turísticas. Foto: Germán García Adrasti
«Nos gusta viajar. Empezamos subiendo fotos como cualquiera que viaja y de repente empezamos a buscarle la vuelta, a saber que estábamos generando contenido. Empezaron a llegar respuestas y cada vez más seguidores», cuenta Sol. Para saber qué iba a interesarles a los seguidores de su cuenta @argentinayelmundo se preguntaban qué les interesaba a ellos: dónde comer rico y barato, por ejemplo, o a qué hora conviene visitar algunos lugares turísticos para no quedar en medio de un cardumen de gente. Alcanza con ver la historia de Instagram que compartieron en la que recomiendan ir al Louvre después de las nueve de la noche para poder ver de cerca la «Mona Lisa».
«Al principio los seguidores llegaban porque usábamos hashtags, pero ahora los usa demasiada gente, así que lo que hacemos es poner la ubicación de donde estamos en la foto: estando en Dubai usamos esa herramienta y nos contactaron desde un puesto de waffles para invitarnos a comer, y ese canje ya implicó que publicáramos en nuestra cuenta», dice Federico.
La cuenta tiene sus «reglas» de funcionamiento: «En un momento posteábamos dos fotos por día, después pasamos a una obligatoria por día y ahora puede pasar un poco más de tiempo. Sólo editar la foto y redactar lo que va a Instagram nos puede llevar dos o tres horas diarias. Pero si planteamos alguna interacción con los seguidores, como un sorteo o una encuesta, puede llevarnos ocho o nueve horas sin soltar el celular», explica Sol.
La cuenta tiene sus «reglas» de funcionamiento: «En un momento postéabamos dos fotos por día. Foto German Garcia Adrasti
Desde que empezaron a viajar y publicitar hoteles y restoranes cuentan varias conquistas en su haber: un viaje a Japón con todo pago, otro a San Petersburgo, y uno a un hotel recién inaugurado en Cancún. «Haciendo números, el de Cancún habría salido unos 5.000 dólares para los dos: nuestro trabajo es publicar fotos e historias allí, mostrar el lugar, las actividades, su gastronomía», explica Federico. Además de lo que publican en la cuenta de Instagram, hacen reseñas en un blog: «Entre que editamos las fotos y escribimos el texto, son otras dos horas», estiman.
«Hay que aprender todo de cero: desde editar hasta adaptarte a lo que va pidiendo la audiencia. Se trata de entender qué les interesa: lo bueno y barato siempre atrae. Les prestamos atención a otras cuentas que ya se dedican a esto de viajar y contarlo en redes desde hace tiempo: mirás todo, desde qué interacciones hacen con los seguidores hasta qué colores predominan en sus fotos», dice Sol y suma: «Lo único negativo es que ya no son vacaciones del todo, no terminamos de relajarnos, pero la cercanía de los seguidores, cuando te agradecen alguna recomendación o te mandan fotos para decirte que los inspiraste para un viaje, compensa todo eso».