“Lo regalaba en reuniones de trabajo y me llamaba la atención el feedback que generaba”, cuenta el empresario Jörg P. A. Thomsen sobre el libro Viven. Uruguayo de ascendencia alemana y experto en aislamiento térmico y acústico, cuando viajaba a Europa lo llevaba “para romper el hielo”, como quien regala un zapatito holandés o un mate argentino. El libro de Piers Paul Read (1974) era su souvenir para hablarle al mundo de su Uruguay natal.
Jörg P. A. Thomsen es experto en aislamiento térmico y acústico, además de curador y director del museo.Xavier Martín
Apasionado y comprometido, Thomsen es el director del Museo Andes 1972 que conmemora el accidente aéreo que hace 50 años se llevó la vida de 29 personas, pero que trascendió por la supervivencia de 16. Entonces esa dualidad entre “la tragedia de los Andes” y “el milagro de los Andes” se cuela en todo momento mientras charlamos al recorrer el edificio montevideano que alberga la colección de objetos donados, cartas, infografías y mapas. Todo aquí gira alrededor de lo que empezó aquel viernes 13 de octubre de 1972, cuando un Fairchild de la Fuerza Aérea Uruguaya que se estrelló contra una montaña de la cordillera de los Andes, en Mendoza.
“Los primeros muertos en mi vida fueron mi padrino y su esposa, cuando yo tenía diez años, en un accidente de Lan Chile. Sé lo que es el síndrome del desaparecido”, confía Thomsen sobre su motivación primaria para montar este museo movilizante y muy bien armado, que inauguró en octubre 2013 en el centro de la Ciudad Vieja, pero que había presentado en una exposición un año antes. “Me fastidiaba que se hablara poco de los muertos de los Andes”, agrega el hombre que trabajó en la recolección de información y de objetos donados con el beneplácito de tres áreas fundamentales en esta historia –familiares de muertos, sobrevivientes e integrantes de las Fuerzas Armadas– a quienes conocía bien por vivir en Montevideo y por su trabajo.
Junto a Valentina y Lucía, guías del museo, el recorrido empieza por el subsuelo, donde se proyecta un video que repasa informes televisivos de la época y entrevistas actuales. Aquí hay, entre otras cosas, recortes de diario en gigantografía, un gran mapa inteligente que permite marcar con luces los puntos claves del accidente en las montañas. Hay también una estatua que homenajea a Sergio Catalán, el arriero chileno que encontró a dos de los sobrevivientes –Fernando Parrado y Roberto Canessa– y salió a buscar ayuda para rescatar al resto. Y hay, en todo momento, sensación de recogimiento. No es un museo cualquiera.
“Han venido familiares de aquellos que no volvieron de los Andes… Los recibo, pero los dejo solos para que recorran el museo tranquilos. Una vez uno de ellos, con los ojos llorosos, me dijo que aquí se sentía contenido para largar lo que sentía. Y otra vuelta, la hermana de uno de los chicos muertos escribió un comentario en redes sociales. Decía que visitar el museo había significado un cierre en su vida: le había dado mucha paz”, asegura Thomsen mientras subimos a la planta baja.
“Las mujeres tuvieron un rol muy importante allá arriba. Tal es el caso de Liliana, la mujer de Methol, que tenía 34 años cuando ocurrió el accidente. Era, junto a su marido, de las más grandes del grupo. Los sobrevivientes la recuerdan con afecto”, reflexiona el director y curador del museo, mientras observamos objetos cotidianos de las 45 personas que iban a bordo. Hay vitrinas con carnets de conducir, relojes y anteojos. Está la camiseta de rugby de Gustavo Zerbino, entre otras cosas sorprendentes. Los objetos que volvieron de la montaña están bien catalogados con un cartel que “original”, mientras que las réplicas están señaladas.
La sala de la planta baja repasa la historia de forma cabal y didáctica. Tiene carteles con los nombres y ubicación de pasajeros y tripulación en el avión, cartas que escribieron en la montaña algunos de aquellos que no volvieron, y restos de fuselaje. Está estratégicamente diseñada para homenajear a los muertos como nunca nadie antes lo hizo públicamente. Sin embargo, está también configurada para celebrar el lado más luminoso de esta historia: el de los 10 días de caminata por los Andes que terminaron con los 72 días de supervivencia de 16 personas.
Entonces, tras destacar Alive –Viven, en castellano– como el mejor libro sobre esta historia –hay decenas–, el uruguayo Thomsen lamenta que sean pocos los coterráneos que llegan hasta el museo. Cuenta que europeos, americanos, brasileños y argentinos son los más interesados por esta epopeya humana que cumple 50 años. “Como muchos museos, es difícil sostenerlo. Seguimos adelante con esfuerzo, para no defraudar a los familiares de los que no volvieron”, revela este experto en aislamiento que tiene una empresa isotécnica y da conferencias de sustentabilidad por el mundo entero.
“Por deformación profesional, digo que los sobrevivientes se salvaron porque encontraron aislante térmico. Sin embargo, un católico dirá que los salvó la fe. Y un rugbier, el buen estado físico. Esta historia satisface distintos puntos de vista para un sufrimiento universal. ‘Si estos uruguayos lograron salir, yo también voy a poder con esto’ sienten muchos de los que llegan después de vivir alguna tragedia personal”, dice Thomsen y vuelve a poner en valor este episodio increíble que puso Montevideo en los ojos del mundo.
Datos útiles
Museo Andes 1972. Sobrecogedor, revelador y muy bien montado, recibe visitantes en un edificio de mediados del siglo XIX. Abre de lunes a viernes de 10 a 17 y sábados de 10 a 15, pero conviene chequear los horarios antes de ir. En vísperas del 50 aniversario del accidente habrá eventos especiales. La entrada cuesta UYU 300. Rincón 619. T: (+598) 2916-9461.
Fuente: La Nación