Algunos se descubren sin oficio y otros se aferran al suyo para salir distintos de esta cuarentena. Algunos encuentran amor en su pareja, otros en los vecinos, otros en las videollamadas. Y algunos, simplemente, aprenden a llevar la soledad. Historias mínimas de intimidad y encierro para un tiempo singular, fotografiadas por sus protagonistas.
Bautista, Marina y Jorge – La Rioja
Bautista tiene 12 años y vive en La Rioja junto a su madre y su padre. Hace poco se enteró que es diabético. Pocos meses después de la noticia, y tras volver de sus vacaciones, el mundo entró en cuarentena. Un nuevo término se impuso en su vida: grupo de riesgo. Sobre su mundo ya cambiado, todo volvía a cambiar. El año pasado estuvo tres días internado en terapia por la diabetes. “Estuvo grave, y luego comenzó todo un proceso de reeducación y cambios de vida muy marcados”, cuenta Marina, su madre.
“Si hay una persona con diabetes en la familia, todos tenemos diabetes”, agrega. Sin embargo, y a pesar de extremar medidas sanitarias, decidieron no dejarse ganar por el pánico. Jorge se encarga de hacer las compras indispensables y buscar las insulinas de Bautista, y en la casa aprovechan para tener el tiempo de calidad que antes no tenían
Bautista pasa muchas horas jugando con su máscara de stormtrooper, los soldados del imperio en la saga de Star Wars.
“Le buscamos la vuelta al tiempo libre. Por ejemplo, Bautista tenía el pelo muy largo, inmanejable, y el domingo dijimos: ‘Que sea lo que Dios quiera, ¡cortamos!’. Mamá con tijera, papá con maquinita, pasamos una hora a puras risas. Nunca habíamos planteado siquiera ser nuestros propios peluqueros”, dice Marina.
“Bautista usa un medidor de glucosa, que es un parche que se coloca cada quince días en su brazo, nos tocó ya cambiar tres en lo que va de la cuarentena, y decidimos hacer algo con los parches usados. Los lavamos, desinfectamos, buscamos figuritas en internet, imprimimos un tablero y entre los tres hicimos nuestro propio Tateti con los botoncitos descartados”, cuenta Marina.
Lo vivieron como un desafío luminoso. A veces cortan el pasto y corren por el jardín. Por la diabetes, Bautista tiene que hacer ejercicio. En cuarentena, ese ejercicio se convierte en juegos y esos juegos en rituales que la familia, cuando ya no estén obligados a estar todo el día juntos, probablemente recuerden con añoranza.
Rodrigo Mendoza – Parque Chas
“Desde el 20 de marzo estamos transitando la cuarentena con Romina, mi pareja, y nuestras dos gatas: Preta y Pantufla”, dice Rodrigo Mendoza, fotógrafo. Pasado el verano -su temporada baja de trabajo-, debió atravesar la internación de su madre en un geriátrico por problemas de salud. Su padre, por otro lado, tuvo que aprender a vivir solo. Y entonces, sin preparación para nadie, llegó el aislamiento social obligatorio.
“Las visitas al geriátrico se prohibieron y a mi papá se redujeron a las necesarias para asistirlo. A los pocos días se nos suspendieron todos los trabajos… el 90% de mi labor profesional como fotógrafo son eventos masivos, deportivos, empresas, editoriales. Todo se fue literalmente a cero”, cuenta Rodrigo.
“La cuarentena que sería por un tiempo corto se fue estirando cada vez más. Mientras que muchos usaron el encierro para ponerse al día con libros, ejercicio físico, cocina, o lo que sea, yo intenté reinventar mi oficio haciendo fotos”.
“En esa reinvención de mi trabajo estoy, pero es algo que lleva mucho más que unos meses. Pero en este encierro descubrí que mi oficio me permite encontrar luz de día en todos los rincones por donde puede filtrarse: sombras, texturas…”.
“Y a su vez ser fotógrafo me permite salir y cubrir algunas notas, y encontrarme con luces de noche, encendidas en los insomnios de muchos o de los que vuelven de trabajar. Y hay otras luces, todas revelando algo”, afirma Rodrigo Mendoza. Sus fotos pueden verse en su cuenta de Instagram (@rodrigomendozafoto).
“Mis fotos de cuarentena son una composición entre la luz de día en los espacios de encierro de la casa, en contraposición con la luz externa de noche. También me encontré descubriendo el cambio de la luz entre marzo y mayo, cómo el sol fue variando en sus horarios, proyectando sombras que antes no tenía tiempo para detenerme a observar”.
“Al trabajar independientes mi pareja y yo, el encierro nos encontró con una dinámica donde cada uno tiene sus espacios y momentos. Hablamos mucho sobre cómo transitamos este contexto, en lo individual y como familia, viendo si podemos juntos pensar cosas comerciales, o en mi caso retomando las clases y talleres que había dejado de dar por tener muchos horarios ocupados, y ahora estando en cuarentena veo que puedo retomar ese espacio”.
Aldi Vega / Villa Transradio – Provincia de Buenos Aires
“¿Cuánto me influyeron estas semanas de cuarentena?”, se pregunta Aldana Vega, diseñadora de ropa y artista multifacética, conocida por muchos por ser quien le hace el vestuario a Cazzu, una de las traperas más reconocidas del país. “Arranco todos los días con esperanza, con ganas de hacer muchas cosas. En medio de esa euforia llegan las limitaciones y la frustración. No importa: persistimos, seguimos un poco más, no hay que aflojar, me digo. Entonces alguien prende el televisor, el mundo ya no es el que era, y el miedo a lo que puede llegar a pasar después te deja con mil preguntas. De pronto se hace de noche, mi día productivo no fue más que poner mi cabeza a responder muchas preguntas”, escribe Aldana, en un ejercicio de reflexión especial para esta nota.
Hoy por hoy no se siente ni la diseñadora de Cazzu, ni la creadora de su marca de ropa Bualichero, ni las otras descripciones con las que habitualmente se identifica. Hoy es solo una chica de 23 años con muchas preguntas en la cabeza viviendo en un barrio humilde que ve detenido desde su terraza, su lugar favorito en el mundo.
“A la tarde le abro el portón a mi vieja. Ella se siente muy orgullosa de poder salir a trabajar y prestar un servicio: labura en una sodería que distribuye agua, que además está donando mucho a diferentes lugares que lo necesitan”.
“Mamá se llama Mabel. Cuando llega me abraza y me alegro, porque en el abrazo la inspecciono un poco y se ve bien: no hay síntomas, no hay fiebre, no hay ni una tos. Entonces encuentro algo de calma que me reconforta”.
“Sobre el final del día decido parar, jugar una partida de lol con mis amigos, escuchar un poco los mambos de mis amigas, consumir un poco de tristeza ajena, un poco de nostalgia… Nada que tres boludeces y dos memes no calmen un poco. Al final todos están bien”.
“Hoy más que Aldi artista, Aldi emprendedora, Aldi lo que sea… soy hija, sobrina, prima, amiga. Y decidí poner mi arte en eso, en ser lo mejor persona que pueda ser para cuidar a los que me rodean. El otro arte ya vendrá”.
Juan Cruz y Sofía – Hospital de Clínicas, Buenos Aires
Juan Cruz Márquez Chada tiene 26 y es residente de tercer año en el Hospital de Clínicas. Sofia Perrotta tiene 27 y es residente de primer año del mismo servicio en el mismo hospital. Se conocieron trabajando, pero empezaron a salir recién después de un viaje a un congreso, hace pocos meses. De manera vertiginosa, como casi todo lo que pasa en la vida de los médicos por estos días, comenzaron una relación que se intensificó con el coronavirus.
“En este contexto de pandemia, ser médicos y además compañeros de trabajo influyó en la pareja. Nos llevó a compartir mucho en poco tiempo: convivencia, guardia, cirugías, series… También aprendimos a acompañarnos y contenernos en un momento de gran incertidumbre. A su vez, vamos aprendiendo día a día de la relación y también del coronavirus. Incluso nos sirve de apoyo estar juntos ante la distancia de nuestras familias, ya que ambos somos del interior”, cuenta Juan Cruz.
Juan Cruz y Sofía, tras una larga jornada en el Hospital de Clínicas. “Estamos 24 horas de guardia. Es algo que vamos a recordar siempre… esta experiencia de trabajar juntos, y de hacerlo durante una pandemia”, dice Juan Cruz.
“Trabajar con mi pareja es aprender de él, apoyarnos en la vida cotidiana y en el hospital, lidiar con la vida y con la muerte. Juan me enseña muchas cosas. Es admirarlo como persona y como profesional”, dice Sofía.
Juan Cruz es de Victoria, Entre Ríos; y Sofía de Santa Rosa, La Pampa. Están de novios hace pocos meses. Como sus familias están lejos y no tienen a nadie en Buenos Aires, solo ellos se acompañan en estos tiempos difíciles.
Juan Cruz está hace más tiempo que Sofía en el hospital. Él la ayuda mucho a lidiar con las emociones a las que están expuestos todos los trabajadores de la salud.
Bárbara Peano – Policía en Belgrano, Buenos Aires
“Siempre miro los balcones. Los más altos. Hace poco vi a una mamá que estaba jugando con un nenito. La llamé y le pregunté si le podía tomar una foto. Porque era lindo lo que se veía desde donde estaba. Me dijo que sí. Son esas pequeñas cosas que tienen algunos días buenos”. Habla Bárbara Peano, oficial de la Policía de la Ciudad de Buenos Aires. Su barrio de trabajo es Belgrano. Todos los días viaja desde su casa en Gregorio de Laferrere hasta allá, donde ya es parte de la vida de los vecinos.
Lo más fuerte que le pasó en la última semana sucedió después de una discusión. Vio a un hombre caminando con sus dos hijas chiquitas y le preguntó a dónde iba, un control de rutina. El hombre al principio la ignoró. Bárbara insistió hasta que “el masculino” se detuvo. No quería responderle, se sentía en su derecho de ignorar a la oficial. “Yo le expliqué que era parte de mi trabajo y que estaba ahí para cuidarlos, y para evitar que los menores salgan salvo en caso de necesidad. Pero él estaba muy ofuscado y me hablaba de muy mala manera”, cuenta.
La cuestión es que llevaba la debida autorización porque no tenía con quien dejar a las nenas. Mientras se iba, una de ellas le preguntó al papá por qué le había hablado en ese tono si la oficial no había hecho nada malo
La plaza con los juegos infantiles del barrio, siempre vacía. Es una de las imágenes que ve Bárbara todos los días en su jornada. Cada vez que aparece un chico, ella piensa en Bastián, su hijo de cinco años, que queda en la casa todo el día al cuidado de su familia.
“Yo me quedé parada en la esquina y un tiempo después volvieron. Se me acercó el hombre y me pidió disculpas. Me dijo que había hablado con las nenas y les había dicho que estuvo mal, que el encierro tal vez le provocó el enojo, pero se arrepentía. Le agradecí y le dije que ese sí era un lindo ejemplo para darle a sus hijas”.
“Esto es un poco lo que provoca el estrés en las personas. No está bueno que nos perdamos el respeto, pero lo que rescato es el claro ejemplo de que siempre que uno se equivoca puede volver atrás y corregirse. Eso me parece lo importante acá”, cuenta Bárbara.
“Un tiempo después volví a ver al hombre y a las hijas. Ellas vinieron corriendo hacia mí y me dieron un dibujo. Él me volvió a pedir disculpas. Son muchas emociones las que nos atraviesan en este trabajo. Se me cayeron unas lágrimas y el hombre me dijo que se iba porque también iba a llorar y le daba vergüenza”.
Mimi y Barry – Irlanda y Buenos Aires
“Él es Barry y yo soy Mimi, y con la pandemia después devenida en cuarentena, estamos viviendo un amor a distancia. Él vive en Londres y en Galway, Irlanda, y yo en Palermo”, cuenta Míriam Matilde Rimonda. Barry es su historia de amor separada por miles de kilómetros desde antes que el coronavirus obligara el cierre de frontera y pusiera en pausa los reencuentros. La pandemia llegó en el momento justo en que por fin iban a viajar juntos. No pudo ser.
“Nos conocimos en Buenos Aires por las redes sociales, pero no nos vimos hasta el 2019 en Londres, pues una de mis hijas vive allá hace 6 años. Desde ahí comenzamos una hermosa relación llena de proyectos y aventuras. Pero la cuarentena nos frustró un bellísimo viaje que él había programado para los dos. Desde ese 21 de marzo en que no pude partir tenemos una relación increíble. Todas las mañanas nos despertamos y nos comunicamos por Whatsapp con mensajes, videollamadas o audios. Nos contamos y fotografiamos lo que cocinamos y comemos, la cantidad de cosas que se nos rompen y cómo arreglarlas, o cómo renovamos espacios para combatir el encierro”.
La vista desde la casa de Barry en Galway, Irlanda. No tiene que realizar cuarentena obligatoria así que puede salir a caminar y pasear por su ciudad.
La cuarentena a Barry lo encontró en Galway. “Él vive frente a la unión del río y el mar, y tiene una vista increíble. En su ciudad no hay cuarentena obligatoria y puede caminar a una distancia de dos kilómetros alrededor de su casa. Así que todos los días salimos a caminar juntos por esos increíbles paisajes y me hace visitas guiadas por sus espacios. Él es mis pies y mis ojos».
“Es muy reparador en estos momentos de cuarentena tener a alguien al que amás, aunque esté a la distancia. Ambos nos sentimos acompañados”.
Como está llegando de a poco el calor, Barry ahora puede sumergir los pies en el agua, pero solo un poco, porque aún es fría. La semana pasada le contó emocionado a Mimi que vio un delfín que nadaba cerca de la costa. Las pequeñas cosas que hoy son inmensas.
Mimi pasó su cumpeaños número 62 puertas adentro por la cuarentena. Ese día, Barry la esperó hasta las cuatro de la mañana despierto para acompañarla vía videollamada mientras soplaba las velitas. Ellos se sintieron muy juntos, a pesar de la distancia.
Susana Pappalettera – Palermo, Buenos Aires
“Estuvimos muy enamorados. Cuarenta años casados. Y ahora estoy sola, qué le voy a hacer. Lo extraño mucho pero no me voy a poner a llorar, no tiene sentido”, dice Susana sobre su marido, que murió hace ya 16 años. Hoy ella vive en su departamento de Palermo, frente a Plaza Italia. Tiene 75 años y no sale a la calle, salvo para hacer compras grandes. Dice que añora pasear, pero “qué se le va a hacer”. Para ella, mujer de carácter, esta pandemia es otro golpe más de los que uno puede tener en la vida.
No le gusta hacer videollamadas ni sabe lo que es un Zoom. Llama por teléfono de línea fija a sus amigas y les pregunta cómo están. Habla con sus dos hijos o con su hija. Lee el diario de papel, lee libros. Casi no ve la tele ni se interesa por la afición a las series que brotó en la cuarentena. “A mí me gusta ir al cine, ese es el problema”, dice.
“Lo que más extraño es ir a pasear. Me gusta mucho cocinar y lo hago. Hablo con amigas, nos preguntamos cómo estamos y eso. Hay una chica que me ayuda con la limpieza de la casa, que como vive en el mismo edificio puede seguir viniendo. Y es una gran ayuda y compañía”
León – Las Cañitas, Buenos Aires
En la casa viven Analía, Juan Pablo y su hijo León. El nene tiene dos años y disfruta la cuarentena porque le gusta estar en la casa más que nada en la vida. A veces, cuando el encierro es demasiado, sale al balcón y le habla a la gente. Les pregunta cosas, se hace amigos de ocasión que probablemente nunca recuerde, pero le llenan el instante de alegría. También, le pregunta a su madre qué hay en cada balcón. “Le gusta que le cuente que en cada ventana que él ve, vive otra familia”, cuenta Analía.
León se despierta todos los días entre las seis y las siete de la mañana. Antes dormía siesta, pero ahora en cuarentena no lo hace más. “Durante el día nos turnamos para todo con mi pareja”, dice Analía. “Para cocinar, para jugar con él, a la hora de bañarlo. Nos ayudamos en familia y el día se nos pasa volando. Aprovechamos estos momentos para hacer cosas productivas y compartir tiempo con nuestro hijo”.
“Él trajo mucha paz a la casa y eso ayuda a que la pasemos bien. Tenemos una perra que se llama Lupita y a quién León le presta mucha atención. Y en muchos momentos del día, acaso los más alegres, nos ponemos a la altura de nuestro hijo y terminamos los tres jugando como nenes alrededor de la casa”. Ahí encerrados, jugando vaya a saber uno a qué juego, se están asegurando de tener un recuerdo feliz de esta época extraña.
Analía, Juan Pablo y León, los tres integrantes de la familia, en el sillón de su casa. Los padres no están felices con el confinamiento, pero dicen que encontraron la manera de disfrutar gracias a los juegos que propone su pequeño hijo todos los días. La mirada inocente del niño frente a un mundo que cambia vertiginosamente los ayuda a que el drama del coronavirus no entre en su casa.
Producción
Estefanía Carlojeraqui y Mariana Dahbar.
Fuente: Infobae