El Palacio Muñiz tenía su entrada en donde hoy sería la mitad de cuadra de la calle José Mármol, entre la avenida Rivadavia e Hipólito Yrigoyen, a 500 metros del Parque Rivadavia
Hay un loco que encuentra cosas desde el aire. Hay otro loco que identifica al fotógrafo detrás del retrato. Alejandro Machado integra un grupo de diez locos de la historia circundante: son los recuperadores de la escenografía anónima sin clasificar. Su locura -o su especialización- es la autoría. Es un obsesivo de la arquitectura de autor. Su psicosis por el patrimonio de los inmuebles tiene su germen en 1983: en Punta Alta, su ciudad natal ubicada a 24 kilómetros de Bahía Blanca, demolieron el único castillo cuando tenía trece años.
Se mudó a Buenos Aires en 1992. Extasiado por el paisaje arquitectónico de la gran ciudad, empezó a sacar fotos por la calle. Dijo que hacía terapia fotográfica. Sin ser un catedrático ni un académico de la arquitectura, se convirtió en la infantería del patrimonio. Era un investigador de la Buenos Aires derrumbada, un obstinado del legado de los arquitectos franceses en el país. Padecía, desde hace varios años, la extraña angustia de no acreditarle la autoría a un palacio demolido: la quinta de Muñiz, una estancia que de haber sobrevivido a los edificios de renta hoy ambientaría el barrio de Almagro.
En la calle José Mármol 30, 34, 38, 42 y 44 estaría la entrada al Palacio. A su derecha creció la avenida Rivadavia, a la izquierda surgió la avenida Hipólito Irigoyen, detrás interrumpió la calle Treinta y Tres Orientales. La quinta, hacia 1841, era una gran parcela en forma de triángulo escaleno delineada por los caminos Estebarena (actual Quintino Bocayuva), Victoria (actual Hipólito Yrigoyen) y General Quiroga (actual Rivadavia) que cerraba su ángulo más agudo en la plazoleta hoy llamada Paseo de la Victoria, en diálogo con la Avenida La Plata. Según apunta el blog Historia y misterios de Buenos Aires, administrado por Susana Eva Muldowney, no existían aún las calles transversales Treinta y Tres Orientales, Mármol y Muñiz, que hasta su inauguración en 1893 se denominaban Génova, Bayona y Segunda Bayona.
Un plano de época: en el medio de la manzana el chalet del doctor Ramón Baldomero Muñiz. A mediados de siglo XX fue demolido y hoy hay edificios de renta y el tinglado de un estacionamiento
La dueña era doña Juana Isidora de González, viuda de don Andrés Díaz. La quinta tenía un caserío cerca de la intersección entre Hipólito Yrigoyen y Quintino Bocayuva: disponía de sala, dormitorio, comedor, cocina y un patio “sombreado por parras y adornado por rosales”. La cita encomillada pertenece al escribano Carlos Rezzónico, publicada en su libro Antiguas Quintas Porteñas y replicada por la revista vecinal Periódico ABC. Su muerte originó sucesiones, pujas hereditarias y fragmentaciones de la superficie. La porción oeste de la quinta fue comprada en 1871 por el doctor Ramón Baldomero Muñiz, hijo del sabio naturalista Francisco Javier Muñiz.
Adquirió fragmentos de territorios linderos hasta valerse de un campo de 70 metros sobre Rivadavia, 108 metros sobre Mármol, 68 metros sobre Hipólito Yrigoyen y 137 metros Treinta y Tres Orientales. En 1982, en el centro de la estancia se levantó un distinguido palacio: el historiador Ricardo Llanes decía que la construcción “armonizaba el señorío de su artística figura con los cuadros de la opulenta jardinería que tras de la primorosa verja de hierro forjado, se brindaba a la admiración del transeúnte en toda la cuadra de la calle Mármol”.
Localizada en una zona de franco progreso, el Palacio Muñiz hospedó a renombrados actores de la política, la banca y la cultura de la sociedad porteña. El palacete de estética versallesca y sus delicados apliques del fastuoso jardín atraían a la creme de Buenos Aires. Fue casa de opulentas fiestas, festejos y tertulias: “el centro preferido de lo más significativo del mundo social y político, de cuyas fiestas y resonantes bailes quedan memorias en álbumes y carnets”, según la visión de Llanes.
En 1917, el diario La Nación publicó un artículo de venta del Palacio Muñiz. Informaba que era una construcción «casi única en Buenos Aires»
La esposa del doctor Muñiz era doña Isabel Frías, la rama patricia de los Frías, un linaje ilustre con exponentes del calibre de -según apunta el historiador- Félix Frías, secretario del general Lavalle, y Eustaquio Frías, héroe militar de las guerras por la Independencia. Su apellido reforzaba la reputación de su finca. Un recorte de la edición número 991 de Caras y Caretas del 29 de septiembre de 1917 (un hallazgo del usuario de Twitter @74fac) aporta que la señora Frías habilitaba el parque de su quinta para recoger a la niñez desvalida del barrio, dado que en la zona no había plazas públicas.
El dueño murió en 1909: la viuda y sus cinco hijos heredaron la residencia señorial. Su devenir fue desprolijo. Una hipoteca impaga, una subasta, un banco acreedor, lotes ejecutados y una sucesión que carece de información oficial. Doña Isabel se retrasó en el pago con el Banque Hypothécaire Trasatlantique, que le había trabado una hipoteca por 770 mil francos oro. La entidad le ejecutó la garantía para luego venderle el terreno en 500.000 pesos de la época al rentista Lorenzo Raggio. Hubo loteos consecutivos y la disgregación de una parcela que se adecuó al progreso feroz sin resguardo por el patrimonio.
El mapa interactivo de Buenos Aires recuerda a la quinta en 1940 con su superficie recortada. Solo sobrevivía el Chateau y la extensión del patio con salida a Hipólito Yrigoyen. Su desmembramiento era el preludio de su destino. Un clasificado de 1917 del diario La Nación anunciaba la venta de una señorial propiedad, “casi única en Buenos Aires”, con salida a tres arterias con insólita minuciosidad: “Calles Rivadavia, Mármol y Victoria, 8932 metros 19 centímetros, o sea 11.191,85 v.c.”. Además, brinda detalles de la distribución de cada piso, las instalaciones de la parquización, “invernáculo de hierro y vidrio”, “invernáculo de madera” ,»molino Hércules premiando en la exposición de 1900″, glorieta, pileta, aljibe y la verja perimetral.
El Palacio Muñiz fue una copia exacta de la Villa Sidonia, un chateau ubicado a la vera del Canal de la Mancha, en la región de Normandía
En el registro del mapa interactivo de la ciudad de 1965 la residencia ya no aparece. En base a los cálculos, se presume que en 1950, el Palacio Muñiz fue demolido. El catastro actual lo domina un edificio de siete pisos y el tinglado de un estacionamiento. La calle José Mármol no tendrá más la finca de estilo chalet renacentista pero respeta el adoquín y los rieles del tranvía.
Esa desidia por el conservacionismo arquitectónico patrimonial es lo que mueve a Alejandro Machado. La quinta de la familia Muñiz era una de sus piezas inconclusas: una referencia en su devoción por encontrarle la firma y el quién a las grandes piezas de cemento urbanas. El dato que empezó a cicatrizar su duda se la entregó otro de su grupo de locos: “Esteban Güerri estaba peinando La Nación cuando encontró un perfil de Caballito. Le sacó fotos a dos recortes de 1894 en el que un cronista habla de las quintas de Almagro”.
La crónica tenía por título “Alrededores de Buenos Aires, apuntes de un reporter”. Decía que había sido la primera quinta de Almagro y ofrecía otros datos orientativos: “Era antes de 1900 lo que nos reducía el número de arquitectos posibles. A veces se llega por default, a veces la pelota va al jugador”, consignó el investigador. La nota informaba que el palacio, “con sus dos torreones, original connubio de la torrecita cuadrada y de la redonda”, había sido construido por Grou Dupatty según los planos de Charles Garnier, el arquitecto de la Ópera de París, y según el modelo del castillo de Thiers en Trouville.
Machado ya tenía por dónde indagar. El rastro de Grou Dupatty le sonaba familiar. Recuperó de su bagaje intelectual la semejanza sonora que lo vinculaba con Théodore Jean de Groux de Patty. Ya tenía la firma: el ingeniero y arquitecto francés ya había proyectado el primer Palacio Municipal de Lomas de Zamora, había concursado en los proyectos para la construcción de la sede de la Casa Matriz del Banco de la Provincia de Buenos Aires, para la apertura de la Avenida de Mayo y para el Mausoleo del Libertador General Don José de San Martín en la Catedral Metropolitana. Groux de Patty también había sido el fundador de la primera publicación de arquitectura de la Argentina, entre 1874 y 1893: se llamaba “Revista de Arquitectura y de Trabajos Públicos, periódico de los arquitectos, arqueólogos, industriales y propietarios”.
Automáticamente corroboró su segunda estimación: Charles Garnier no realizó obras en Trouville-sur-Mer, según aprendió tras una rápida lectura de sus biografías. Le quedaba confirmar si el Palacio Muñiz estaba inspirado en un castillo de la comuna del norte de Francia, situada en la región de Normandía, departamento de Calvados. Con más ilusiones que certezas, exprimiendo un dato secundario de un artículo que ya había arrojado dos errores, se dispuso a caminar con el cursor por las costas aristocráticas del norte francés.
“Si te parás enfrente del Palacio Pereda, en Arroyo 1130, vas a ver que la fachada es igual al Museo Jacquemart André, la única diferencia es que allá tienen el patio de entrada que el nuestro no. Si te fijás el Palacio Bosch, la residencia del embajador de los Estados Unidos en Buenos Aires, tiene una parte que es muy parecida al castillo de Bénouville de Normandía, obra de Claude Nicolas Ledoux. Es más, el Palacio Paz tiene un frontis que es igual al Museo del Louvre y una referencia al Palacio de Luxemburgo, la sede del senado francés. Pero copias exactas nunca había visto en vida”, contrastó.
Una postal antigua donde se distingue las construcciones sobra la costa de Trouville-sur-Mer. Uno de esos palacios fue replicado en Buenos Aires por un arquitecto francés llamado Théodore Jean de Groux de Patty
Machado estuvo siete minutos paseando por Street View hasta que se sorprendió con el mismísimo Palacio Muñiz que había sido demolido hace 70 años en el barrio porteño de Almagro. “El parecido era inocultable: el porche con arcada, la torrecilla circular, la cuadrada, la ventana doble, las de la mansarda. Todo estaba en el mismo lugar”, comparó. Había encontrado el chateau original, los planos genuinos que Groux de Patty había llevado a Buenos Aires. “4 Rue Pasteur, Trouville-sur-Mer, Normandía” es la referencia de su ubicación en el mapa interactivo de Google.
“Los dos edificios son idénticos en volumen, entradas, ventanas, con mínimas variaciones, la misma torreta cilíndrica, la cúpula de base cuadrada, el techo en crucero, la puerta de entrada en el mismo lugar”, repitió Machado con admiración. El Palacio Muñiz de Argentina es Villa Sidonia en Francia. Una obra proyectada en 1868 por el arquitecto Dèsiré Devrez por encargo del banquero Alfred Honoré en estilo Luis XIII. Según el investigador, la villa francesa, de cara a las costas del Canal de la Mancha, era un destino habitual de la clase alta argentina en la Belle Époque, hacia fines del siglo XIX.
Trouville es una ciudad tallada en el pasado. La permanencia del chateau original con 152 años de antigüedad es un ejemplo de conservación. Machado, aún contento con su descubrimiento y con haberle encontrado la autoría a un palacio que ya no existe, lamenta que la copia haya durado menos que el verdadero. “Es una radiografía del desastre que hicimos con nuestro patrimonio”, expresó.
Fuente: Infobae