Muchos de nosotros aprovechamos las largas y solitarias horas de los confinamientos de 2020 por el Covid-19 para sacar de nuestros clósets, cajones y gabinetes la ropa de una era pasada, alimentos empacados que hace mucho caducaron y archivos que ya no son relevantes. Al principio, yo estaba entre esas personas y con entusiasmo completé tareas sencillas y me deshice de vestidos y trajes que ya no me quedaban bien, zapatos en los que ya no podía caminar, cientos de contenedores de plástico y vidrio vacíos.
Se sintió bien al principio, pero pronto perdí el interés en deshacerme de cosas y carecía de la energía física y mental para encargarme de lo que faltaba.
Personas como yo, que llenan las áreas de almacenamiento mientras los espacios de la vida cotidiana se mantengan ordenados, no llegan a ser unos acumuladores, una categoría que tiene su propio diagnóstico psiquiátrico. Sin embargo, tener muchas cosas conlleva sus propios riesgos, como el estrés crónico y repetido que puede provocar; por ejemplo, cuando se busca con frenesí un documento importante entre montones de misceláneos o se corre a toda velocidad para arreglar pilas de basura antes de que lleguen visitantes. Eso sin mencionar el riesgo de tropezarse con objetos que no están en el lugar que les corresponde.
Además, el desorden distrae, roba tu atención de pensamientos y tareas que valen la pena. Consume tiempo y energía y disminuye la productividad. Aunado a eso, un estudio de 2015 de la Universidad Saint Lawrence descubrió que una habitación en desorden está ligada con el mal dormir.
La carga del desorden ni siquiera termina cuando morimos. Cuando mi amigo Michael y sus hermanos limpiaron la casa de su madre de 92 años en Florida después de su fallecimiento, entre las muchas cosas repetidas que encontraron estaban ocho frascos idénticos de mostaza, 60 latas de trozos de ananá, 72 rollos de toallas de papel, 11 andadores y cuatro sillas de ruedas. Hubo que llevarse camiones cargados de cosas, algo que resultó muy costoso. Me gustaría que mi familia tuviera mejores cosas por las cuales preocuparse o reírse cuando yo muera.
Razones
Quizá te preguntés por qué personas como yo o la madre de mi amigo guardamos tantas cosas que quizás nunca necesitaremos. El temor de quedarnos sin ese artículo en la casa es una razón por la que compro al mayorista, en especial cuando los productos deseados están en oferta. Sin duda, un miedo similar resultó en las compras de pánico de papel higiénico, pasta y alimentos enlatados al principio de la pandemia.
Cuando me siento triste, no me resisto a la terapia de las compras, a menudo compro otro traje de baño o una campera para agregar a mi extensa colección. Scott Bea, un psicólogo clínico en la Clínica Cleveland, ha destacado que nuestra sociedad de consumo impulsa a mucha gente a coleccionar cosas que no necesita.
Algunas personas también se sienten obligadas a aferrarse al pasado, como un amigo que conserva el programa de cada evento al que ha asistido durante las seis últimas décadas. Por culpa o sentimientos, a algunas se les dificulta dejar ir los regalos inútiles de personas que aman o admiran. “¿Qué pasa si un día vienen y descubren que ya no lo tengo?” es un razonamiento común.
Tengo muchas razones para no tirar un artículo que no uso desde hace tiempo. Si es algo que he atesorado durante un largo período de tiempo, como los cubiertos y la porcelana que mi esposo y yo compramos con nuestros regalos de bodas hace 46 años, quiero dárselos a alguien que sé que los apreciará y los usará. Además, tengo un miedo casi irracional de que tan pronto como me deshaga de algo, descubriré que lo necesito.
Aun así, con frecuencia me armo de valor y dono a organizaciones benéficas que recolectan ropa y artículos del hogar en mi vecindario. Vivo en una cuadra con mucho tráfico peatonal y dejo “regalos” (desde champús y zapatos hasta macetas y marcos para fotografías) en el frente de la casa; los artículos suelen desaparecer en horas.
Cuando me di cuenta de que era momento de decir adiós a archivos profesionales con décadas de antigüedad, solicité la ayuda de asistentes, les instruí que no me dejaran ver nada de lo que tirarían de mis cajones. ¡Ahora haré lo mismo con los cientos de libros relacionados con mi trabajo que nunca volveré a abrir!
Consejos para ordenar
- Establecer un plan. Puede que quieras ir habitación por habitación o centrarte en una categoría como los abrigos o los zapatos, pero evita cambiar de rumbo a mitad de camino antes de haber terminado la tarea que empezaste.
- Establecer objetivos razonables en función del tiempo y la resistencia que tengas. Si un armario entero es demasiado intimidante, incluso una tarea tan pequeña como limpiar los artículos de un solo cajón o estante puede hacer que empieces en la dirección correcta.
- Si un enfoque más gradual es más manejable, considerá la sugerencia de mi amiga Gina: mantener un contenedor en cada habitación para guardar las cosas de las que te querés deshacer. Cuando te probés algo que ya no te quede bien o no se vea bien, irá directamente a la bolsa de donaciones, no volverá al armario.
- Si es necesario, pedí ayuda a un amigo, a un familiar o a un asesor pagado que no tenga el mismo apego a tus posesiones.
- Crear tres pilas: conservar, donar y descartar. No te equivoqués en tu evaluación inicial; tirá inmediatamente la pila de descartes y programá una cita para que vengan a buscar las donaciones o llevalas a un destino que valga la pena.
- Si el desorden incluye objetos que guardás para otras personas, considerá la posibilidad de darles un plazo para que los busquen, o sugeriles que alquilen un depósito.
- Por último, evitá la reincidencia. Resistite a rellenar los espacios que has despejado con más cosas.
Fuente: Jane E. Brody, The New York Times, La Nación