En su casa, siempre se le agregó sal a las comidas. A todas. También, y aunque la mayoría de las preparaciones de su mamá eran caseras, se consumía mucha crema, mucha azúcar y mucha harina. Los platos fritos eran frecuentes.
Hoy, ya casado y con dos hijas en edad escolar, Sebastián Recanati, de 42 años, le pone sal a su plato, casi a escondidas, para que sus pequeñas de 8 y 11 años no lo vean. O, mejor dicho, para que no lo “reten”. Él es el único que va a contramano de varios de los hábitos que hoy rigen en su familia. “Siempre se genera una polémica cuando agarro el salero, aunque sea sal del Himalaya, que es la única que hay en la alacena -cuenta Sebastián-. Pero yo no puedo comer la carne sin sal, por ejemplo, y para mí las milanesas son fritas.
Pero mis hijas las comen al horno, así les gustan más, y repiten como loros que son mucho más sanas. La piloteamos como podemos, pero hay noches en que la grieta gastronómica no solo es tema de conversación, sino de pelea”. ¿Qué ocurre cuando los principios de los healthy kids chocan con la cultura de consumo y alimentación de sus padres?
En la práctica, son muchos los adultos que, con algo de culpa, se adelantan a pergeñar un plan B cada vez que sus hijos llegan con una nueva idea a la cocina. Los expertos en nutrición celebran que los chicos empiecen a cambiar los hábitos en la casa en función de lo que aprendieron sobre alimentación saludable en el colegio, en talleres o, incluso, a través de los medios de comunicación y las redes sociales.
Por otro lado, los chicos, los adolescentes y los jóvenes suelen ser más intransigentes con sus convicciones, aseguran los especialistas, por lo que las grietas en la mesa se hacen más profundas. En los hogares en los que no hay brecha o en los que lograron superarla, las nuevas generaciones igual toman la delantera. Es lo que ocurre en la casa de Ángeles Conturbi, en Coghlan, donde las recetas más saludables llegan de la mano de la hija adolescente.
La mesa de los argentinos se complejizó
Soledad González Ferrín, socióloga e investigadora de Chacra Experimental Integrada Barrow del INTA, traza una analogía con lo que sucede en otros procesos, como el cuidado del medio ambiente. Así como sucede con la clasificación de la basura, el reciclado o el desperdicio de agua, también son los chicos los que promueven nuevos hábitos relacionados con el consumo responsable y la alimentación consciente. Según un estudio reciente, del que participó González Ferrín, la ingesta de frutas y hortalizas de proximidad o “km 0” es una tendencia en auge, marcada por las nuevas generaciones, que también apuntan a restablecer una conexión directa con los productores de cercanía y el consumo de alimentos frescos, seguros y saludables. Se trata de una práctica que, como refuerza González Ferrín, se convierte en un modo de contribuir con la reducción del daño ambiental porque, entre otras cosas, minimiza las pérdidas y desperdicios.
Para la investigadora, la mesa familiar se complejizó, y eso es una buena noticia. En este cambio, apunta, participan varios factores. “Si vamos unos años hacia atrás, la pandemia brindó a la población la posibilidad de una dieta diferente, impulsada en cierta medida por el aislamiento. Esto permitió que la gente se volcara al consumo de productos de cercanía, que tenga más tiempo para experimentar con nuevas recetas y otras formas de alimentarse. Pero no fue solo la pandemia, creo que el fin de esta homogeneización de la globalización sobre lo que comemos facilitó la reconfiguración de nuevas subjetividades. Y desde las nuevas generaciones vemos que hay mayor compromiso con los procesos y el medio ambiente. Hay una responsabilidad de cuidado frente al otro, y eso abre la posibilidad de nuevos territorios. Repensar los hábitos de consumo en relación con la historia productiva y revalorizar ciertas producciones que se fueron dejando de lado”, reflexiona la experta, con una maestría en Desarrollo Local de la Universidad Nacional de San Martín.
Romina Polnoroff es creadora de @mamasanablog, una cuenta que tiene casi 245.000 seguidores, en la que sube contenidos de vida saludable en familia y cientos de recetas. Hace años que investiga el tema y siempre le transmitió a sus hijos – Joaquín, de 16 años, Esmeralda, de 12, y Federico, de 7- la cultura de una alimentación equilibrada. “Es un tema que traen desde chiquitos, elegir lo que vamos a meter en nuestro organismo. Ahora sí, desde que Joaco empezó a entrenar más fuerte y a ir al gym, es él quien me dice cómo quiere comer.
Con las redes aprenden un montón y, si bien es cierto que hay mucha desinformación circulando, nosotros tenemos que actuar como reguladores de lo que ellos escuchan”, aconseja. La influencer reconoce que también su hija Esmeralda comenzó a preocuparse un poco más por su alimentación. “Le importa el pelo, la piel, los granitos….pero a ella, como a muchas de sus amigas, le gusta cocinar. Creo que que cuando ellos exploran cosas nuevas, desde un hábito más saludable hasta líneas más determinantes como el vegetarianismo, el veganismo o [la dieta] keto, nos desafían a nosotros a aprender cosas nuevas, a acompañarlos y ver si realmente es un camino que les sirve -plantea- También veo que cuando los cambios vienen de parte de ellos es más fácil que los sostengan”.
El licenciado en nutrición Hugo Benítez, especializado en metabolismo y deportes, comenta que hay muchos pacientes inquietos por el vegetarianismo, el veganismo y los ayunos intermitentes. “Creció mucho la demanda de jóvenes y adolescentes que plantean un cambio en su alimentación y como adultos hay que acompañarlos. Porque más allá de que se intente poner a la alimentación saludable en el centro de la escena, los últimos datos de la Encuesta Nacional de Salud no son alentadores: se evidencia el impacto juvenil por falta de nutrientes”.
Benítez explica que en el marco de la consulta, cuando recibe a un paciente, también recibe a su familia. “Al cambio de comida a veces se lo estigmatiza con una dieta, y no es así. Hay que tratar de que se coma rico y variado. Y para eso hay que planificar la semana, el listado de compras y organizarse. Si el consumo de carne se quiere bajar, por ejemplo, hay que encontrar las recetas para suplantar lo que la carne aporta”, indica.
Efecto contagio
En relación al deporte, Benítez agrega: “Muchos jóvenes quieren cambiar algunos hábitos y reemplazar alimentos por otros como un factor preventivo de lesiones. Sacar el azúcar refinada, el gluten, las harinas o, mejor dicho, el factor inflamatorio que tienen ciertos hidratos de carbono. También las grasas saturadas y todo lo que es prefrito, embutido y chacinados”. El efecto derrame hacia el resto de los integrantes de la mesa es recurrente. “Ese impulso que traen a la consulta termina contagiando al resto de la familia. Me pasa con muchos padres que me dicen: ‘Finalmente, nos pusimos las pilas para cocinar y está buenísimo´”, cuenta el especialista.
Reemplazar la tostada de la mañana por una galleta de arroz o un budín sin gluten ni azúcar, eliminar el consumo de azúcar a la noche y comer fruta durante el día y dejar los snacks envasados cuando hay ganas de picotear algo para reemplazarlos por bastoncitos de zanahoria o tomate cherry son algunas de las sugerencias que plantea el experto. “Lo ideal es hacer un plan para cambiar pequeños hábitos que puedan beneficiar a todos, que la mesa no esté fragmentada y se comparta. Siempre trato de dejar afuera la necesidad de armar platos divididos, y a los más chicos siempre hay que incentivarlos a cocinar”, cierra Benítez. Para la nutricionista Liliana Papalia, la alimentación está íntimamente relacionada con lo social, y está claro que los paradigmas cambiaron de una generación a otra. “Los que tenemos 40 y un poco más recordamos que en nuestras casas no se discutía demasiado el menú. Lo que se servía en el plato se comía porque la realidad es que no había muchas otras opciones. Hoy, los niños y los adolescentes están criados por padres más permisivos y hay posibilidad de discutir qué les gusta y qué no. Hay un diálogo mucho más abierto que tiene que ver con una dinámica parental más moderna”, describe la especialista.
Sin embargo, apunta Papalia -que es especialista en nutrición clínica, obesidad y trastornos alimentarios-, hay situaciones en las que los supuestos hábitos saludables que impulsan los adolescentes y los jóvenes van más allá de las buenas prácticas y están vinculados a problemas de la conducta alimentaria. Por eso, la consulta con un profesional para dialogar sobre los pro y las contras de determinados hábitos es fundamental. “Más allá de los pedidos o los cuestionamientos que puedan hacer los hijos, el adulto es el que debe orientar. Hay muchas chicas y chicos que hoy quieren ser vegetarianos o veganos, y es un camino que debe transitarse con una guía adecuada, porque una chica que de repente deja de comer proteína de alto valor biológico y hierro puede tener problemas de suplementación en lo que tiene que ver con la menstruación, trastornos ovulatorios o futuros problemas de osteoporosis”, advierte la experta.
La nutricionista Georgina Alberro plantea que la preocupación más notoria sobre los alimentos, impulsada sobre todo por las nuevas generaciones, corresponde a un sector restringido de la sociedad. Desde la experiencia clínica y basada en los datos de las últimas encuestas de factores de riesgo en la Argentina, la especialista señala que el consumo de frutas y verduras, por ejemplo, sigue siendo bajo, en torno a un 6%. “Y cada vez tenemos más personas obesas o con problemas de sobrepeso. Sí es cierto que bajó el consumo de sodio, y es una buena noticia. Pero estamos lejos de una alimentación saludable teniendo en cuenta las estadísticas”, apunta la autora del libro GABA: un método para cambiar los hábitos alimentarios, sentirse mejor y disfrutar más de la vida.
Las recetas que unen
En la casa de Ángeles Conturbi todos llevan una alimentación saludable. Su marido, por una convicción ética y en contra del sufrimiento animal, decidió ser vegetariano. Ella, por su colon irritable, mantiene una dieta lo más alineada posible. Con su hijo menor, que tiene 10 años, buscan el equilibrio, porque la comida chatarra sigue siendo una de sus preferidas. Y Juana, que tiene 17 años, es la que impulsa los cambios en la mesa con preparaciones saludables y la que, gracias a su destreza en la cocina, termina seduciendo a todo el grupo familiar para incorporar nuevos productos y alimentos a la rutina diaria.
En la dinámica de los Conturbi, los hombres son los que se van más temprano de la casa y, como siempre están corriendo, se llevan para el camino una banana y una ración de frutos secos para arrancar el día con energía, cuenta Ángeles. Ella y Juana suelen tener la mañana más disponible y aprovechan ese tiempo para armar la mesa con huevos, palta y pancakes de avena y fruta. “Juana trajo a casa millones de recetas nuevas y muchas las adoptamos. Cuando se juntan con las amigas, les encanta cocinar. Ayer mismo volvió de la casa de un amigo con un muffin de cacao vegano y harina integral. Estaba todavía calentito, un lujo”, cierra Ángeles. Para los expertos, se trata de un fenómeno interesante que replantea la manera de consumir y el modo de hacer las compras, de elegir determinados productos -y productores- y de cocinar. El principio de un cambio en la alimentación tiene un efecto directo en la salud y repercute positivamente en la mesa: el momento familiar por excelencia donde se comparte, se socializa, se dialoga y se afianzan los vínculos.
Asesoramiento: Hugo Daniel Benítez, médico nutricionista
Fuente: Soledad Vallejos, La Nación.