Serena y sensual, así suena siempre Graciela Borges del otro lado de la línea telefónica. Y coloquial, antidiva, genuina y simple. El halo monárquico que algunos le endilgan no es suyo. Ella da notas como si estuviera en pantuflas. Tal vez lo esté. Y tal lo haya estado cuando grabó, para un equipo que la recibía en Londres, los podcast que realizó en pandemia para Film&Arts. Son audios deliciosos que tienen aroma a megaproducción. Y pensar que los hizo encerrada en su vestidor. Muy Borges.
Desde esa misma casa, en Pilar, habla ahora con Clarín. Antes era un refugio para fines de semana o vacaciones, pero desde marzo del año pasado se convirtió en su lugar en el mundo… En el mundo pandémico.
Cuando los podcast lleguen a la pantalla de Film&Arts, en junio, contarán con imágenes de su carrera. Foto Gentileza Film&Arts
Ahí se instaló con dos amigas apenas se decretó la cuarentena 2020. Y se fue quedando, con algunas escapadas -con los permisos correspondientes- a su casa de Barrio Norte por temas personales.
Cuenta que, por otra parte, “venía de dos trabajos enormes en cine que, realmente, me dejaron muy cansada: La quietud, la peli de (Pablo) Trapero, y El cuento de las comadrejas, el filme de (Juan José) Campanella. Preciosas las dos cosas, pero me agoté. Y, al mismo tiempo, estaba haciendo la gira de AcercArte con un espectáculo que yo adoro, Entre nosotros, con poemas, una cantante maravillosa (Adriana Barcia), historias divertidas. Así que el parate, aunque no me gustó, me terminó viniendo bien porque no daba más”.
-Hace un año, recién comenzado el aislamiento obligatorio, tenías pensado dedicarte a leer y meditar…
-Leí mucho, pero, te digo la verdad, medité menos de lo que me hubiera gustado. A veces, cuando uno más lo necesita, menos lo hace. No le encuentro mucha explicación a eso. Lo que sí entendí es que estar en esta casa, con parque, pájaros y mucho silencio me hizo súper bien. Cuando iba hasta mi casa en Figueroa Alcorta por alguna cosa ya estaba deseando pegar la vuelta a esta quietud.
-Y, en este tiempo, ¿te pintó la necesidad emocional de volver a trabajar? ¿O la económica?
-Económica no, gracias a Dios. A mí me gusta mucho trabajar, lo hice toda mi vida, pero estaba realmente fundida. Es más, un poquito antes de la apertura de la actividad artística me llegó un libro de cine y me acuerdo que dije: ‘Me muero si tengo que volver a filmar ahora’. Y creo que ahora tampoco tengo muchas ganas.
«Mi vida en el cine» propone un abordaje a la Graciela que no se ve. Foto Gentileza Film&Arts
Con más de 60 años de oficio y un rostro, tan fino como expresivo, que la pantalla supo aprovechar, recibió en noviembre una propuesta que la llevó andar por nuevos carriles. “A esta altura de la vida, ¿a vos te parece?”. Y, por suerte, a ella le pareció.
Y, mientras intenta callar a los perros que se cuelan en la charla, va a la semilla de Graciela Borges, mi vida en el cine, una serie de 40 podcast que produjo Film&Arts para escuchar por Spotify: desde el 5 de abril, cada lunes se sube una tanda de cuatro episodios (http://filmtv.la/GracielaBorges). Y, cuando se llegue al último, la señal de cable armará un especial con todo ese material que se verá a partir de junio.
“Hay un tipo muy interesante que vive en Londres con su familia, Patricio Orozco, que maneja el Festival Shakespeare desde siempre y hace cosas formidables para Film&Arts. Un día me llamó y me dijo: ‘Pensamos hacer un especial de tus películas, algo así como tu vida en el cine’. ‘Ah -le digo-, mirá qué bien. Pero quiero aclararte que yo no hago nada en vivo por ahora’. Era el peor momento. Bueno, en ese entonces, poco antes de fin de año, sin saber todo lo que se venía para este 2021”, suelta entre trago y trago de agua, para combatir algunos efectos de su sinusitis crónica.
Graciela Borges Y Alberto de Mendoza. Su álbum de fotos cinematográficos podría tener varios tomos. Foto Gentileza Film&Arts.
-Pero estabas sin ganas de trabajar…
-Es cierto, sin embargo me resultó una idea interesante y no lo percibí como algo que pudiera estresarme, sino como algo descontracturado. Así que le dije que sí y enseguida me mandaron un micrófono especial desde Londres.
-¿Y quién guionaba?
-Nadie, ¿no te digo que era algo como relajado, como si no fuera un trabajo? Ellos me iban preguntando cosas, tipo temas, y yo contestaba, hacía memoria, contaba anécdotas. Un día, por ejemplo, uno de los productores me dijo ‘Hablame de Favio’. Eran charlas muy lindas. No las revestí de trascendencia, porque, si no, sí que me habría aburrido. Era tipo ‘Bueno, contame un poco que había pasado cuando hiciste Una cita con la vida (1958), contame un poco qué paso cuando…’. Y hablar del cine, en mi caso, es hablar un poco de mi vida. ¿Qué vas a contar: cómo filma Fulano o Mengano? Contás las circunstancias de vida que rodeaban ese filme. Salió bien y no dejamos ninguna película afuera. imaginate si charlamos…
-¿Todo de un tirón?
-No, una hora por día, durante tres meses. Obviamente deben haber cortado un montón.
-Sí, con como mini monólogos temáticos, dinámicos y frescos.
-¿Ah, sí? Qué bueno. Me imagino que habrán editado a lo loco, pegado partes de una charla con otra. Yo, te soy sincera, todavía no los escuché.
-¿No te los mandaron?
-Sí, sí, los tengo acá, pero no los quise escuchar porque me pone nerviosa eso.
-Escuchate en “El primer beso”, tiene un tono coloquial, muy llevadero, gran clima.
-Eso me dijeron: ‘Gra, parece que estuvieras hablando con una amiga’. Y eso me gustó, jamás me subí a un tono de diva para hablar de mi laburo. Nunca me pareció excepcional. Yo trabajo de esto, como vos trabajas de periodista y el señor trabaja de albañil y otro de ingeniero…
-¿Pero justo a vos no te gusta tu voz, que es una cortina sonora del cine argentino?
-Me pasa con la voz y con todo: no me gusta escucharme y no me gusta verme, hasta que después pasa un tiempo y me animo.
-¿Qué, nunca viste una película tuya apenas se estrenó?
-No, lo que he hecho es ver alguna en privado, para no más de 20 ó 30 personas.
-¿Y cómo lo pasaste?
-A veces muy bien, otras más o menos, y otras mal. La verdad es que estuve contenta con los filmes que pude hacer estos últimos años. La quietud (2018) fue difícil, tenía un personaje muy terrible (hacía de madre compleja de Martina Gusman). Yo no sé actuar: tengo que ser el personaje, ya te lo conté varias veces. Y después, en un momento dado, cuando está adentro e imagino cómo mira, cómo camina, cómo piensa, me levanto y soy el personaje. Lo que venga después, si agregan escenas o lo que fuera, ya no me importa. Nadie me saca de eso, ya lo tengo encima, lo siento.
Graciela Borges en «La quietud», de Pablo Trapero. Enorme trabajo, el suyo.
-¿Y eso no pesa más de la cuenta?
-No, la verdad es que no. Y, sin que parezca cursi, para todo eso hace falta perdón y amor. Este personaje de Esmeralda, en la peli de Trapero, era tan terrible que no había vuelta para poder quererla. Pero yo sabía que tenía que hacer ese esfuerzo. Por suerte, en un momento dado, se explicaba cuál había sido el dolor que ella había atravesado a través del tiempo.
-En “El cuento de las comadrejas”, si bien es otro registro, también te tocó una difícil.
-Claro, y encima trabajamos en julio con un frío espantoso, en una casa de Villa Devoto. Y el afuera se hizo en Brandsen: casi todos exteriores con dos o tres grados bajo cero, con camiseta fina puesta siempre. Los varones tenían saco, qué vivos… Fue difícil y lindo, con un precioso personaje. Le buscamos detalles, como el pelo: no quería teñirme de blanco. Entonces me puse una peluca de Miguelito Romano… Era una mujer en decadencia, que no salía de su casa desde hacía mucho, y entonces no podía ser una peluca perfecta. Tenía que haber un contragolpe entre la que fue y la que se mira ahora en las cintas.
viejos tiempos: Diego Maradona y la Borges. Habrá que esperar a junio para ver este material en Film&Arts.
Como dice ella, ella es el cine. Desde su primer trabajo, en el ‘58, con El jefe, dirigida por Fernando Ayala, enhebró casi 60 películas (¿cómo no destacar, al menos a El dependiente, de Leonardo Favio?). La idea de llevar su experiencia a un puñado de audios marcó diferencia. Y la convenció de volver.
-¿Vos sabías lo que era un podcast?
-No tenía ni la menor idea.
-Lo mismo le sucedió a Norma Aleandro el año pasado, cuando la convocaron para hacer podcast con sus cuentos…
-Es que somos de otra generación, pero las dos lo hicimos, finalmente. Vi lo suyo, muy bonito.
-¿Te acordás cómo reaccionaste cuanto te tiraron esa palabra?
-Sí, estaba con una amiga, que me ayuda con muchas cosas. ‘Me van a mandar un micrófono para hacer unos…, ¿qué te parece?’. Montamos una especie de estudio en el vestidor y Juan Cruz (Bordeu, su hijo) se moría de risa. Es un vestidor alfombrado, ojo. Sólo unas poquitas veces tuvimos que repetir, pero la verdad es que estuvo estupenda esa movida. Mientras hablaba, yo escuchaba cómo se reían en Londres. Notaba que estaban reconfortados con los que les contaba. Y eso me gustó, lo reconozco.
-¿Y vos estabas vestida para la ocasión?
-Pero, por favor, ¿yo producida para estar en casa? Siempre estoy así nomás. ¿Por qué iba a cambiar eso si estaba en mi casa?
-¿Viste que hay gente que necesita montarse una escena como para graficar mejor lo que cuenta?
-Sí, ya sé, pero yo no, porque, lo que hablo, lo hablo desde mi corazón, aunque parezca cursi esto que te digo. Entonces me alcanza con sentarme, tomarme un vaso de agua, una aspirina y me mando.
-¿Al vestidor le mejoraron la acústica, aunque sea?
-No, nada, me senté ahí, con la ropa colgada de un lado y del otro, junto a la computadora y una consola de sonido. Sólo me preocupaba esto de la sinusitis. Ah, también me tomé un antialérgico.
Es muy graciosa contando, la Borges. Como si no supiera que el grabador está encendido. Pero lo sabe. Y uno la imagina echada en el sillón, sin una pizca de purpurina.
Tal vez, con una estética similar a la que se animó a mostrar hace unos meses en Amigas del alma, un video desopilante que grabó con Verónica Llinás: “Era un cruce telefónico de dos chetas, divertidísimo. Ella es una genia total”. Graciela, en la piel de Mariyuli, aparece con la cara encremada y un turbante.
En eso recuerda otra excepción a su regla de no trabajar por un tiempito y explica: “Hubo una cosa más y que también terminó siendo hermosa. Me llamó Anita Katz, después me llamó Carla Peterson y, después, La China Suárez. Las tres el mismo día. ‘Vení, dale. Es para una serie que se llama Sesiones, para Disney’. Y mirá qué antigua que soy que pensé que era para niños. Para mí Disney es Mickey».
-Y cuando te contaron la idea de una pareja en crisis…
-Cuando vi lo que me mandaron… Fuertísimo. Leí el capítulo 3 y casi me muero.
-¿Y de entrada dijiste que no?
-No, de entrada dije que sí. ‘¿Qué quieren que haga?’. Lo que me ofrecieron me encantó. Me dijeron que me iban a cuidar mucho, con todo el protocolo, que la maquilladora iba a tener sólo mis maquillajes. Estaban todos con unas escafandras tremendas. No sabía si estaba en la NASA o en un set para actuar. Fueron cuatro días al aire libre en Puerto Madero. Yo era una especie de Oprah Winfrey, una periodista totalmente alocada, y me encantó hacerla. Me puse una peluca pelirroja y unos anteojitos. Fue una aventura hermosa (se estrenará este año, por Disney +). Trabajar con gente que querés y que tiene buena onda no tiene precio.
Y remata su hoja laboral pandémica con su tarea en Radio Nacional: “Los martes y miércoles, de 23 a medianoche, conduzco Una mujer, que son charlas, entrevistas, anécdotas, música, pasamos un muy lindo momento. Lo hago todo por Zoom”.
Buena compañera, al decir de sus colegas, “confieso que me preocupa bastante lo que vendrá con la actuación. Tengo la sensación de que el cine y la televisión serán otra cosa. Hay gente que debe alquileres, que no tiene para comer, es un sector que necesita reinventarse de alguna manera”.
Graciela Borges en la intimidad de su casa de Pilar. Mientras grababa los podcast, ella hablaba para interlocutores que estaban en Londres. Foto Gentileza Film&Arts
-En la pandemia 2020 contaste que estabas cocinando bastante y aprendiendo algunas cosas. ¿En la del 2021 hubo algo nuevo?
-¿Sabés qué sí? Empecé a ver series, finalmente. Vi Gambito de dama, que me fascinó, y una de Martin Scorsese, suprema. ‘¿Chicas, cómo se llama la de New York no sé cuánto?’, grita alejándose del teléfono. Y desde el borde de la pileta llega el título de Supongamos que Nueva York es una ciudad.
Dice que no aguanta más los aeropuertos, que la última experiencia yendo a Málaga, a buscar un premio, “fue cruel”, y que quiere descansar. Quiere, pero no puede. Para deleite de los que, a diferencia suya, sí disfrutamos de verla y escucharla.
Fuente: Clarín